Quel bazar! es el título del espectáculo presentado en 2011 en el festival mundial de marionetas de Charleville Mezières por la compañía Kel´Bazar de Madagascar. Este espectáculo trata de describir de un modo ligero una isla constantemente ignorada por los medios occidentales y víctima de unos apetitos políticos que le impiden, desde hace muchos años, aprovechar plenamente sus recursos naturales y la increíble vitalidad de su población. Kel´Bazar es la primera compañía malgache de marionetas profesional, capaz de producir un espectáculo para un festival de renombre internacional… Pero remontémonos un poco en el tiempo.
En el verano de 2008, decidí abandonar el teatro Guignol de Lyon después de diecisiete años de servicios, a mi entender buenos y leales, y de consagrarme por entero a intentar que el emblemático personaje de Guignol no cayera en desgracia entre los apologistas de la modernidad.
Cuando partí para redescubir la tierra de mis antepasados, lo hice con los brazos abiertos, llevando en mi maleta a mis dos compañeros de madera, como todo guiñolista que se precie de serlo. Si algo sorprende en Madagascar son las coincidencias y los reencuentros. Por ejemplo: nueve de cada diez veces os encontraréis a alguien que conocerá a vuestros amigos más próximos o que os ayudará cuando más lo necesitéis.
En resumen, tras dos meses de alegres y despreocupadas andanzas por esas tierras, me encontré a Myriam Merch, artista plástica belga que llevaba viviendo veinte años en Madagascar. Con increíble rapidez me “lemurizó”, como a ella le gusta decir y hacer, pues sus obras están salpicadas de saltitos de lemur, aromas del bazar y sonrisas malgaches. Y vino luego lo más increíble de este viaje, el momento en que comprendí que la marioneta tradicional de guante era poco (no me atrevo a decir que nada) conocida.
Fue en Antanarivo, en las bulliciosas gradas de Analakely. Hacía calor y yo había caminado más de lo que mis piernas podían aguantar bajo un sol de justicia.
Decidí sentarme allí, en las escaleras, lo que sorprendió a más de uno. ¿Cómo un malgache o un medio-vazahy (blanco) podía tomar asiento allí? Mi mirada tropezaba con sonrisas circunspectas, sonrisas que yo devolvía con miradas incrédulas. Gnafron asomó la cabeza de mi bolsa para mostrarse a los chiquillos de la calle, tímidamente al principio, sumergiendo sus redondos ojos alegres en los alegres ojos de los niños, para finalmente apoderarse de todo mi brazo. Gesticulando, saludando, agitando sus mangas ante un gentío cada más numeroso, interpelado por ese divertido pequeño ser blanco de nariz colorada y sonrisa plácida. Las risas y murmullos se incrementaron hasta convertirse en bullicio.
Apenas cinco minutos más tarde de haber improvisado aquel espectáculo mudo, tuve que decidirme a guardar rápidamente el pedazo de madera e irme a toda prisa, pues la acumulación de gente en las gradas se tornaba angustiosa, debido a que decenas de personas se apretaban unas contra otras para ver qué estaba pasando. Atravesé la multitud y desaparecí en lo alto de las escaleras con objeto de ocultarme de mis jóvenes “perseguidores”, y para ello me refugié en un bar de la calle de abajo. Allí, frente a una cerveza local, constaté que había futuro para la marioneta tradicional y que, en mi tierra natal, tal vez hallaría la forma de conseguir lo que había venido a buscar.
La transmisión
Estaba hecho un lío. Las palabras tradición y modernidad chocaban sin cesar. ¿No era ese el meollo del asunto? ¿Acaso no acababa de traer a las gradas de Analakely un objeto juzgado (erróneamente) de rancio y anticuado que en realidad era novedoso y modernoo? Pero lo más importante para mí, un pre-jubilado de “la tribu de los que alzan los brazos al cielo”, era haberme hecho una idea de la situación de la marioneta en Madagascar. ¿Era posible que no hubiera situación alguna?
Gracias a Myriam, me enteré de que había una compañía en el norte que tenía un repertorio de dos obras con títeres de varilla, financiada por una ONG, y que había existido otra famosa en el sur, cuyo líder, pensaba o creía saber ella, había fallecido. Posteriormente descubrimos que existían, aquí y allá, varios grupos con escasos medios que realizaban pequeños espectáculos cuando las ONGs les daban la oportunidad.
Dado que el tiempo de mi viaje se acababa, era necesario actuar rápido. Me apoyé, pues, en la extraordinaria red de contactos de Myriam, pero también en la de Jean Luc Colin (gran improvisador y amigo de Lyon) y en la complicidad de Johary Ravaloson (conocido y reconocido autor malgache), que tal vez se interesaron en el proyecto para poder conocer artistas con una nueva técnica. Juntos creamos Bazar kel´y (pequeño bazar), una asociación malgache cuyo objeto era la formación en artes plásticas, la construcción y manipulación de marionetas y el teatro de improvisación. De regreso a Francia, montamos Kel´Bazar, cuya misión consistía en conseguir fondos para la primera.
Después, las cosas se aceleraron. Con el apoyo del desaparecido Centre Culturel Albert Camus, convertido en un instituto francés que dirigía en aquel momento Bérénice Gulman, de Art Mada (organismo cultural orientado a la formación profesional en colaboración con el Ministerio de Cultura malgache), con el estímulo de Agnés Clauss y el beneplácito de Laurent Devathaire, entonces director de la Alliance Française de Toomasina (Tamavate), se pudo realizar en junio de 2009 un ciclo de formación con veinte participantes provenientes de cuatro regiones. La condición fue que durante el taller reclutáramos a cinco artistas para participar en la creación de un espectáculo.
El taller de formación resultó un éxito, ya que, además de representar el punto de partida para la aventura del espectáculo Quel Bazar!, también favoreció el surgimiento de varios pequeños grupos que, desde entonces, hacen propuestas para eventos financiados por las ONGs, entre los que la marioneta (tradicional) ocupa un importante papel. Más adelante, en 2010 y 2011, tuvieron lugar otros dos talleres en la Alliance Française de Mahajunda, dando lugar al nacimiento de una pequeña compañía que ya ha montado una obrita de veinte minutos que se representa en las escuelas locales.
Hoy día se crean proyectos sin cesar, como la organización de un festival internacional itinerante de marionetas, o la creación de un programa de televisión. Sin embargo, me he visto obligado a controlar (por el momento) nuestras ambiciones, ya que para llevar a buen puerto un proyecto de esa envergadura se necesita un firme apoyo de las instituciones, pero también tiempo y paciencia… Porque lo cierto es que, aunque sólo en tres años hemos hecho cosas interesantes y que la marioneta se ha vuelto un poco más visible, los artistas tienen la necesidad y el deseo de aprender, de conocer, de apropiarse de la marioneta como nuevo modo de expresión.
Modestamente, yo no puedo aportar más que una pequeña porción de ese inmenso pastel… En la medida de mis y de nuestras posibilidades, perseveramos en este trabajo y soñamos con un festival malgache que respete a los artistas locales, cuyo lugar no pretendemos ni mucho menos ocupar. Nuestro objetivo es dejarlos actuar a sus anchas.
Se necesitará tiempo, como bien saben quienes conocen Madagascar y el mora-mora (despacio, despacio), que marca el ritmo de todo lo que allí se hace. Pero yo siempre voy a recordar el nacimiento de la marioneta de guante en las escaleras de Analakely.