Durante estos días hemos hablado desde diferentes aspectos sobre el Festival TOT. Nos centraremos en este artículo en dos de las propuestas presentadas: «Monstruos» de la compañía Zipit y «El traje del emperador», de Siesta Teatro, para destacar lo que tienen de interesante y de innovador. Dos espectáculos que nos vienen uno de Barcelona y el otro de Granada.
”Monstruos”
Es ésta una de las producciones más esperadas, al ser una apuesta del TOT Festival para potenciar un estreno absoluto resultado de la íntima colaboración entre la compañía catalana Zipit, formada por Glòria Arrufat y Paulette San Martín, y la escocesa The Puppet Lab, formada por Simon Macintyre, que también firma la dirección.
Se puede decir a estas alturas que el resultado ha sido un éxito, ya que el público, tanto el familiar como el escolar que durante toda la semana ha llenado el Espacio Teatro del Pueblo Español, ha recibido muy positivamente la obra . Con Zipit nos encontramos con dos jóvenes titiriteras de Barcelona que desde hace años trabajan con una tenacidad ejemplar aprendiendo el oficio junto a varias compañías, las dos con el Marionetarium del Tibidabo (donde las hemos visto manipular con una extraordinaria habilidad varias veces) pero también con Jordi Bertrán y con otras formaciones más ocasionales que hoy es normal se produzcan en Barcelona. Esta tenacidad, de un fuerte empuje vocacional, las ha llevado a embarcarse en este montaje ambicioso técnicamente y que ha pedido un conocimiento avanzado de las artes de la construcción de títeres. En efecto, los personajes que aparecen en Monstruos son la mayoría figuras inventadas que se apartan de cualquier fisonomía realista y que adquieren vida y forma gracias al uso de determinados materiales y técnicas de construcción. Hay que tener en cuenta que nos encontramos ante dos exquisitas titiriteras, una, la Glòria Arrufet, con una larga experiencia en la técnica del hilo, y la otra, la Paulette San Martín, especialista en vestuario y en la técnica de los sombreros, un oficio de los más difíciles.
Creo que es esta creatividad en los materiales empleados, en las formas propuestas, en los sistemas inventados de mover los títeres y de articularlos, lo que sustenta y da fuerza y sentido al espectáculo, planteado como una sucesión de sketches que constituyen un hilo dramatúrgico perfectamente establecido por la escenografía, otro de los aciertos de la obra. En efecto, la escenografía, ya desde el primer momento, nos indica donde estamos y lo que veremos: el desván de una casa. La apertura de una trampa por donde entra el personaje principal, la niña de la casa, es esencial para establecer este marco de referencia y su gran virtud es que con sólo este simple gesto escénico, ya no hacen falta palabras para explicar nada más sobre el argumento de la obra. En este sentido, la pequeña trampa constituye el eje dramatúrgico-escenográfico sobre el que se sustenta toda la dramaturgia. A su lado, está, evidentemente, el baúl: tiene vida propia, se abre y se cierra solo, y esconde un mundo desconocido, el cual, una vez se ha cerrado la trampilla, sale de su interior y puede decirse que se esparce por todo el escenario y por la misma sala donde se sienta el público. El interior del baúl es el interior de la imaginación humana que se abre y se extiende hacia el exterior. Las figuras que salen de este interior son también las figuras interiores de la niña que para soñar e imaginar sus monstruos necesita esta boca oscura del baúl. ¿Quién no ha soñado alguna vez desde una buhardilla real o imaginaria? Un tema arquetípico que aquí se trabaja con el uso de ropas y materiales que pertenecen a un mundo femenino y teatral, un mundo de «cabaret interior» hecho de sedas, tejidos de colores, plumas …
Todo este mundo sugerente, plástico y de una fuerza visual impactante se desarrolla siguiendo una secuencia de hilo musical a la manera de sketches, lo que le da una estructura más de cabaret que teatral, un efecto buscado por las dos manipuladoras, que parecen sentirse muy a gusto en este registro. La música, a pesar de no despegar tanto hacia la altura de la creatividad plástica esgrimida por las dos titiriteras, hila muy bien y con una evidente funcionalidad el espectáculo que al final adquiere incluso tonos de grandilocuencia que remiten a los grandes títulos del cine.
El público aplaudió agradecido el talento de las dos creadoras plásticas y manipuladoras, así como la ambición de un espectáculo que se ha atrevido con una escenografía compleja y dramatúrgicamente lograda.
El peculiar mundo de Luís Z.Boy
«El traje del emperador» es el título del montaje que nos ha traído la compañía Siesta Teatro de Granada. Un espectáculo solista a cargo del inclasificable Luis Z.Boy, un titiritero de los más originales e interesantes que tenemos en nuestro país, que de vez en cuando nos obsequia con pequeñas joyas exóticas y enigmáticas como la que nos ha presentado estos días.
La obra es la plasmación de un mundo hecho de objetos, sombras, imágenes en movimiento, sonidos enlatados, discursos y efigies reelaboradas por Z. Boy, convertido en el único oficiante de un rito de recreación y denuncia política basado en el conocido cuento de Andersen. El cuento es de hecho una melodía de fondo que suena como una especie de bajo continuo y que da el protagonismo a las imágenes que nos sugieren los delirios y las impostaciones alienantes que durante los siglos XX y XXI se han utilizado para domar las voluntades públicas . Es decir, el engaño y la ficción política de un sistema que pretende imponer unos vestidos aparentemente virtuosos que en realidad no se ven por ninguna parte.
El acierto y la gracia de la propuesta de Z.Boy es presentar este mundo bajo el signo de una decadencia polvorienta y estática, es decir, muerta, ya que todos los personajes que salen en realidad están muertos, son figuras que no tienen articulaciones ni vida, al ser la mayoría objetos que el titiritero parece haber encontrado en un vertedero donde han ido a parar los desechos de nuestra civilización: viejas caras de yeso de estatuaria griega, figuritas de pesebre medio rotas, sillas, ropas y maderas de segundo y tercer uso, una radio de los años cincuenta, un viejo televisor … El mismo lenguaje y la sonoridad empleada en el espectáculo nos remite a este universo de muerte y decadencia, con unos títeres que parecen calaveras y unas proyecciones fílmicas muy bien puestas que nos hablan también de épocas caducas. El mismo titiritero, que ejerce de actor-oficiante, viste de una manera indefinida y hace uso de un hablar que se acerca más al balbuceo de alguien que goza de una cierta visión espectral de las cosas. Quien finalmente rompe el encanto del borreguismo generalizado es la voz de un niño que, único elemento vital de la obra, simplemente exclama la verdad: ¡pero si el emperador está desnudo!
Z.Boy, con su compañía acertadamente llamada Siesta Teatro, después de haberse formado como titiritero en diferentes países europeos y haber seguido un curioso y fascinante recorrido profesional lleno de importantes responsabilidades, parece haberse instalado en este territorio ambiguo de la siesta, en la que siempre domina un estado de lánguida reflexión medio inconsciente, una manera filosófica y distante de mirarse el mundo desde la óptica de quien ya no se deja engañar por los oropeles de los vestuarios ficticios de los emperadores . Es desde esta posición de Siesta Teatro que la realidad aflora en su cruda desnudez, un estado de espíritu y de observación que Z.Boy nos ofrece y nos permite compartir con su espectáculo. Un lujo que el TOT Festival ha permitido al público de Barcelona.
El traje del emperador, de Siesta teatro: No me gustó. No es para niños. Se sale del formato clásico de títeres, válido para un teatro rancio after hours.