Durante estos últimos meses, la figura de Joan Baixas ha estado presente en múltiples festivales y efemérides titiriteros del mundo entero, no sólo para la favorable acogida de su último espectáculo, «Música Pintada», sino también por haberse convertido, durante unos días, en el portavoz mundial de la profesión. En efecto, fue la persona elegida para escribir y leer el texto del Día Internacional de los Títeres, un encargo de UNIMA Internacional, concretamente el día 21 de marzo, y que Joan Baixas leyó personalmente ante las dos torres de Ávila del Pueblo Español de Barcelona, durante el TOT Festival que se organiza y tiene lugar precisamente en este espacio.
Lectura de Joan Baixas el día Internacional del Títere en las puertas del Pueblo Español. Foto Jesús Atienza.
Fue durante dicho Festival cuando tuvo lugar un entrañable encuentro entre Jacques Trudeau, Secretario General de UNIMA y director artístico del TOT Festival, y Joan Baixas, al que asistimos unos cuantos privilegiados que tuvimos el gusto de escuchar las palabras del artista catalán, que con el tono de naturalidad que le es propio, simplemente nos explicó su vida.
Un relato que hacía tiempo permanecía en mi libreta de apuntes y que finalmente ha encontrado su ocasión de salir del papel y ser expuesto a la luz pública de Titeresante y sus dos hermanos gemelos Putxinel·li y Puppetring.
Fue después de dicha lectura del texto –que nosotros publicamos en su día en esta revista– cuando nos dirigimos todos a una de las salas del Pueblo Español y, sentados en cómodos cojines, nos dejamos llevar por las tranquilas palabras de Jacques Trudeau, que con la suavidad que lo caracteriza, fue sacando una a una las de Joan Baixas, el cual, una vez arrancado, no dejó de hablar durante no menos de dos horas.
Jacques Trudeau habla con Joan Baixas. Foto Jesús Atienza.
– La verdad es que no me acuerdo de cómo empecé con esto de los títeres. Todo en la vida viene de la infancia y de la familia. En este sentido se puede decir que había una cierta predisposición familiar: tanto mi abuelo como mi padre eran pintores y tenían la Academia Baixas, un lugar situado en las Galerías Maldà de Barcelona, en la calle del Pi. De hecho, en la familia había dos ramas: la de los carpinteros y la de los pintores. Mi bisabuelo era ebanista, procedente de una familia de ebanistas que se enroló para servir con su oficio en el ejército napoleónico y acabó instalándose en Barcelona. Un día mi bisabuelo consideró que había llegado la hora de subir de categoría e indujo a su hijo a hacerse pintor. Así comenzó esta historia de la Academia.
Yo recuerdo muy bien esta Academia, a la que tanto mi padre como mi abuelo y mis hermanos habían ido a estudiar dibujo o a distraerse pintando modelos al natural, incluso chicas desnudas. Algo poco usual en la época. Era toda una institución en el barrio y en la ciudad, reflejo de una época desgraciadamente perdida.
– Otro factor que indirectamente me condujo hacia el teatro fue mi estancia de cinco años en un internado religioso cuando era niño. Se puede decir que la escuela no era ninguna maravilla, más bien eran todos unos hijos de p …, pero una circunstancia me salvó, o mejor dicho, me enseñó muchas cosas que luego me han servido para mi carrera : me convertí en el lector oficial. Como en los conventos, a la hora del almuerzo y de la cena, alguien leía mientras los demás comían. Yo fui el encargado de leer y eso me marcó para siempre. En primer lugar, porque pronto me convertí en un experto en centrar la atención de los demás teniendo yo la palabra, lo cual tiene mucho que ver con el teatro, como es obvio. Y, en segundo lugar, porque me acostumbré a ir a mi aire: cuando los demás desfilaban hacia el comedor, yo iba solo y por el camino contrario hacia el púlpito de lectura. Y cuando los demás habían terminado de comer, yo lo hacía solo y en silencio en la cocina. Independencia y capacidad de seducir con la palabra. Siempre les estaré agradecido a los religiosos de aquella escuela haberme enseñado estas lecciones.
Como es de esperar, de aquella escuela, y a pesar de las preciosos enseñanzas recibidas, salió rebelde y sin ganas de seguir estudiando. De hecho, a los quince años planta los estudios y se pone a trabajar. Hace de todo, sin saber realmente a qué dedicarse. Inquieto, conecta con determinados cenáculos artísticos de la ciudad, concretamente con las tertulias que tenían lugar cada miércoles en casa del pintor Antoni Tàpies y donde asistía el poeta Joan Brossa y otros artistas. Allí se hablaba de poesía, de música, de arte y se pasaban películas de cine mudo, del que Tàpies era un gran coleccionista. Sin recordar exactamente cómo, un día tropieza con los títeres y se le ocurre montar alguna escena. Cuando le dice a Joan Brossa si estaría dispuesto a ver lo que había hecho, éste, para su sorpresa, le dice que sí. Y el resultado es el estímulo del poeta, que le alienta a dedicarse a ello.
Joan Baixas. Foto Jesús Atienza
– Monté un pequeño taller en un rincón de la Academia de mi padre y allí empecé a construir los primeros títeres. Enseguida conocí a Teresa Calafell y los dos nos lanzamos como quien dice a la carretera. Desde un principio, fui muy consciente de que para poner en marcha una profesión de este tipo, hacen falta medios, y decidido a conseguirlos organicé una especie de empresa en la que todo el mundo podía invertir y tener acciones, pero pocas, porque yo quería tenía la mayoría. Las acciones eran de veinte duros, pero sumadas hacían un buen capital. Con ello nos compramos un coche y nos fuimos a vivir a Sant Esteve de Palautordera, es decir, fuera de la ciudad. Fueron unos primeros años de mucha actividad viajando por toda Cataluña en una época en la que prácticamente éramos los únicos en hacer unos títeres que se salían de lo que se había visto hasta entonces. Un día, vino a actuar en Santa Maria de Palautordera la Teresita, la viuda de Ezequiel Didó, con su barraca de títeres. Era la primera vez que veía unos títeres hechos a la antigua usanza. Me acerqué y me ofrecí para ayudarla a hacer la función. Así inicié una buena amistad con ella de la que aprendí muchas cosas. Más tarde, supe que la Teresita había quemado su barracón: al no encontrar la manera de seguir con las actuaciones, prefirió quemar aquel amasijo de maderas que parecían no interesar a nadie. Llegué demasiado tarde. Una pérdida que deploré mucho. Todo esto pasaba allá por los años 1967-68.
Los años del Mayo francés, cuando toda Europa hervía y la juventud parecía haber descubierto las llaves secretas de la Vida y de la Revolución. Años decisivos en la historia del país, cuando se inició un proceso contestatario que acabaría conduciendo a la Transición hacia la Democracia, una vez, claro, el Dictador hubo decidido morir en la cama, en una agonía larga e inacabable. La cuestión, sin embargo, es que la Transición, a pesar de la agitación anterior, no comenzó de verdad hasta después de la muerte de Franco. Pero este largo proceso de antes y después, sirvió para que toda una generación de artistas se echara a la calle o las carreteras, con ganas de comerse el mundo y de desarrollar estéticas y lenguajes diferentes a los anteriores. Joan Baixas y Teresa Calafell fueron unos de estos jóvenes. Montaron La Claca, y así empezó su larga aventura vital y artística.
– Un día fuimos a Charleville, en el año 71, y tuvimos la suerte de que lo que hacíamos gustara. Esto nos abrió muchas puertas y conocimos el mundo titiritero europeo, que estaba bastante más avanzado que el nuestro. Nos convertimos en «jóvenes promesas», sensación siempre muy agradable que nos dio alas y unos estímulos que aprovechamos todo lo que pudimos. También fue hacia aquella época que la Teresita nos habló de un marionetista inglés que durante la guerra hacía funciones en su casa para los refugiados polacos que acogía su mujer (cónsul en Barcelona de Polonia). Todos pensaban que estaba muerto hasta que un día descubrimos que vivía en Sarrià, aislado de todo el mundo. Fui a verlo pero no me quiso recibir. Al parecer, sufría una grave depresión fruto de unos desengaños monumentales. Su mujer, cuando me despidió, me dijo en voz baja que volviera a la semana siguiente. Así lo hice y esa segunda vez, después de una calculada puesta en escena de su mujer que me hizo hablar en voz alta porque él me oyera desde dentro de la casa, aceptó recibirme. Fue así como me explicó, con lágrimas en los ojos, la triste historia de su compañía «Marionetas de Barcelona»: cuando el alcalde de Barcelona en persona le había prometido un espacio para montar un teatro en el Poble Espanyol, y después de dos años de trabajar en el proyecto horas y horas, con la construcción de todo un teatro de dos puentes adaptado a las medidas del escenario que le daban, cambiaron al alcalde, el cual decidió regalar ese espacio a una corista amiga suya, para montar un cabaret que sólo duró unos meses. Cayó en una depresión profunda, refugiándose en el desengaño y la apatía.
Joan Baixas. Foto Jesús Atienza.
En la sala había personas como Teresa Travieso o Maryse Badiou, que conocían muy bien al señor Tozer, y escuchaban todos con la sonrisa en los labios y la nostalgia de los años pasados.
– Fue entonces cuando hablé con Herman Bonín, director del Instituto del Teatro, y Xavier Fàbregas. Fuimos al teatro abandonado del Pueblo Español y descubrimos las cajas empapadas de humedad del señor Tozer que allí habían quedado intactas, con todas las marionetas, decorados y demás elementos escénicos dentro, ya que de ninguna manera quiso irlas a recoger. Comprendimos que aquello era un verdadero tesoro y un gran regalo que el azar nos ponía delante, justo cuando en el Institut del Teatre se estaba hablando de iniciar nuevas disciplinas que salieran del simple teatro clásico de palabra. Fruto de aquella visita y de las conversaciones tenidas con el señor Tozer, nació en el Institut del Teatre el Taller Escuela de Marionetas, centrado en la técnica del hilo de la que el señor Tozer era un maestro reconocido internacionalmente. Y, en paralelo, nació también la Escuela de Títeres que pronto arrancaría con Andreu Vallvé y Josep Maria Carbonell. El señor Tozer nos demostró que era posible renacer después de una profunda depresión y fue siempre un estímulo muy grande para toda la profesión.
Aquellos fueron unos años muy especiales, en los que se iniciaron muchos titiriteros que después tuvieron un largo recorrido artístico.
– Se vivió, en efecto, lo que yo llamaría una Primavera de los Títeres. Salieron los primeros grupos ya no tradicionales, como l’Espantall, els Estaquirots, Ángel Forné, y se hizo el primer Festival. Nosotros trabajábamos tanto para niños como para adultos. La amistad con Maria Aurèlia Capmany, activista cultural muy importante de la época, fue decisiva, y montamos obras basadas en textos de Joanot Martorell. Fue una época muy buena en la que Barcelona supo responder a las nuevas necesidades. Fueron los burócratas quienes acabaron con esta efervescencia. El propio Instituto del Teatro tuvo envidia de los titiriteros, que organizaban festivales con presupuestos cada vez más elevados …
Le pregunta Jacques Trudeau por su relación con Joan Miró, con quién hizo, como se sabe, la obra «Mori el Merma».
– La relación de Miró con los títeres venía de muy lejos. De entrada, estuvo siempre muy interesado en Jarry. El personaje de Ubú lo trabajó con muchos dibujos y pinturas y siempre le obsesionó. Para él, Ubú acabó siendo Franco. Y cuando invitamos un día a unos cuantos artistas catalanes a crear una exposición de títeres, Miró respondió que él no quería hacer unos simples títeres, sino un espectáculo entero. Nos quedamos de piedra. Es así como comenzó esta aventura fantástica. Empezamos a trabajar a partir de los dibujos que Miró nos iba dando. Esto sería hacia el 1975, cuando fusilaron a Puig Antich, con quien me unía una gran amistad. La indignación calentó los motores del proyecto, y estrenamos la obra en 1978. Miró, que ya tenía 80 años, nos delegó toda la construcción de los títeres, pero los quiso pintar él en persona. Fueron unos días muy emocionantes, largas horas de trabajo en las que su vitalidad y energía nos impresionaron mucho. Estrenamos en el Liceo de Barcelona. Había también aquí una cuestión de celos: Picasso estrenó en este teatro el ballet Parade, con música de Satie, y Miró no quería ser menos. Pero su compromiso político le llevó a asimilar la figura de Franco con la de Ubú, convertido en el Merma. Fue una manera de celebrar la muerte de Franco.
Trudeau le excita a hablar sobre su condición de titiritero. ¿Qué representa para él haberse dedicado a esta profesión?
– Ahora me doy cuenta de la gran suerte que he tenido siendo titiritero. Es una de las mejores profesiones del mundo. La razón es la libertad que te da, ya que se trata de un género generalmente poco considerado, marginal, y eso yo siempre lo he aprovechado. Yo en esta profesión he descubierto el placer de la belleza, me interesa el silencio, la atención máxima del público. La poesía es un antídoto al sufrimiento, lo vi en Sarajevo durante la guerra. Ahora creo que estamos un poco mal. En Europa, nos hemos creído eso del bienestar, nos hemos pensado que éramos ricos y ahora que nos damos cuenta de que no lo somos, no lo podemos soportar. Soy muy crítico con Europa y con Cataluña. La depresión que se vive es del todo injustificada y costará salir de este agujero. Pero cuando más nos hundimos, más posibilidades tendremos de reaccionar, seguro …
Dejo aquí las palabras de Baixas y cerramos este artículo largo, denso y lleno de revelaciones y de sinceridades, que gracias a las artes seductoras de Jacques Trudeau, pudimos disfrutar durante uno de los encuentros del TOT Festival en el Poble Espanyol de Barcelona.
Querido Toni:
Yo me quedo con ganas de más… ¿No tiene este artículo segundas y más partes?
Leer a Joan Baixas contando estas cosas es un placer y una lección.
Yanisbel
Querida Yanisbel,
habrá que pedirle a Joan que continuúe con sus relatos. Ya sabe que tiene las puertas de Titeresante abiertas…
Abrazos
Toni