Publicamos en la sección de Club de Opinión unas interesantes reflexiones aparecidas en la página de Facebook de Miquel Gallardo en ocasión de su estancia en el Off del Festival de Avignon, compartiendo escenario con otras compañías en el Théâtre La Luna (1, rue Sévérine). Miquel Gallardo (de la compañía Pelmànec) presenta allí su espectáculo Don Juan, del que hablaremos en breve en Titeresante, durante todo el mes de julio, un espectáculo en el que el titiritero catalán se desdobla en el legendario personaje de Don Juan. Títere y manipulador encarnan a dos personajes diferentes, en un sofisticado ejercicio de interpretación que exige verdaderas dotes virtuosísticas para llegar a ser creíble. Gallardo lo borda en este aplaudido espectáculo y en el que le ha seguido, titulado «Diagnóstico: Hamlet» (ver la crónica de su paso por el Teatro Nacional de Lisboa).
Avignon Off tiene sus reglas claras e inamovibles. Vaya por delante que sé a lo que vengo y cómo funciona todo. Lo acepto y entiendo como una bendición el estar aquí y tener esta oportunidad… pero en el día a día uno no puede dejar de plantearse algunos detalles. Hoy sólo me voy a ocupar de lo que pasa dentro del teatro. Uno habitualmente cumple toda una serie de ritos en las salas donde actúa, y creo que más o menos todos lo hacemos. Yo no tengo supersticiones destacables ni costumbres estrambóticas pero me gusta recorrer todos los rincones del teatro el día de la función, plantarme solo en el centro de la escena y mirar a la cara una a una a todas las butacas vacías de la platea. Me gusta apreciar el silencio, respirar la resonancia para adivinar cuán lejos llegarán mis frases en el momento de la función. Me paseo por todos los recovecos del escenario, entre patas, me gusta colocar las cosas con calma. Cada títere, en esos momentos apenas un trozo inerte de espuma, es depositado con mimo en su lugar, y paciente espera a ser invitado a actuar. Todo ello forma parte de la gestación. Y todo ayuda para un buen parto.
Los personajes de una obra no entran en el escenario de cualquier modo, y menos, atropelladamente. Los personajes de una obra de teatro se van materializando poco a poco, con mimo, y de la mano del actor que los va a representar, fluyen pausadamente. Porque los personajes de teatro, todos, son entes frágiles y tímidos, pero obedientes en cuanto son invocados por el actor. Los personajes de una obra son etéreos y con su trabajo se ganan el derecho a decidir cuándo salir del teatro, más allá del final de la función. A los personajes de una obra de teatro no les gusta abandonar la escena cuando el actor o actriz, bailarín o manipulador se lo ordena. Muchos vagan durante horas por «su» teatro, como espíritus que reclaman un minuto más de gloria, se niegan a dejar de existir y hay que respetarlos e intentar no hacerlos sentirse menospreciados.
Pues bien, cuando en una sala se representan nueve espectáculos diferentes en un día con apenas media hora entre uno y otro, uno puede imaginar que todo lo anteriormente descrito no tiene cabida. Y, en el fondo, los actores y actrices nos adaptamos muy bien a esa situación, nos instalamos en 15 minutos, actuamos, recogemos en diez minutos y nos largamos para dejar paso a los siguientes como en un lavabo público, intentando dejar la sala en las mismas condiciones en las que te gustaría encontrarla. Pero los personajes de una obra de teatro no son tan comprensivos, no les gustan las prisas y se sienten insultados cuando apenas unos minutos después de su momento de gloria otros personajes de otras obras invaden «su» escenario buscando su propio espacio. Así que cuando actúas, tienes la sensación de que no estás solo en escena. Que toda una serie de personajes de otros espectáculos te miran desde los rincones del escenario, ofendidos, molestos y con malos deseos, porque no respetas sus tiempos…
Ayer, cuando al acabar la función, salía ya del camerino con el sonido de fondo del espectáculo que va después de nosotros, me pareció oir al viejo Don Juan a voz en grito, espetando: ¡Largaos de aquí malditos! ¡Fuera de mi escena! Nadie parecía darse cuenta… pero yo lo oía.