Ya viene siendo normal que la Casa Taller de Marionetas de Pepe Otal presente con regularidad espectáculos de calidad procedentes de otros lugares del país o del mundo, aprovechando que las compañías están de paso o de visita en Barcelona. Y de nuevo volvió a hacer diana en su programa esta sábado último con el espectáculo Náufragos, de la compañía sevillana Desguace Teatro. Una compañía de prestigioso recorrido, creada en 2001 por Gema Rancaño y Tomás Pombero, dos actores-titiriteros que han trabajado el teatro actoral y de objetos, y que últimamente han estrenado obras como solistas: Gema Rancaño con «La Elefanta Gris» y Tomás Pombero con «La Bicicleta» y «Náufragos».
Publicamos con este texto una muestra del magnífico reportaje fotográfico realizado por Jesús Atienza de la representación, fiel seguidor de cuánto acontece en la Casa-Taller de Pepe Otal y un íntimo colaborador de Titeresante. Su cámara ha captado con precisión milimétrica y poética factura, la esencia visual del Naúfrago y su delirio objetivado.
Con Náufragos nos encontramos ante un precioso ejercicio de teatro de objetos magistralmente sustentado en el hacer actoral de Tomás Pombero, y que podríamos también calificar como «Teatro de las Alucinaciones», dada su voluntad de plasmar en imágenes visibles las invisibles de un proceso alucinatorio. Y, puestos a buscar calificaciones, desde la perspectiva del contenido también cabría catalogarlo en el apartado de los Espectáculos de Fin del Mundo o Terminales, es decir, de los que plantean situaciones de fin de una época o de una vida, o de las dos cosas a la vez.
Un hombre que termina el año solo, obsequiado además con un finiquito amoroso en forma de papelito, y borracho como una cuba, es el punto de partida de la propuesta de Pombero. Un marco de decadencia personal y sociológica, como la música que suena por la radio parece querer indicar, en el que el personaje se ve arrastrado a un estado vital y anímico digamos «cero» o «bajo cero». Su mundo se ha contraído en su entorno más escueto: una mesa frente a la que se halla sentado, sobre la que básicamente hay una luz, una botella de cava vacía, una copa y unos tapones. Cuelgan restos de guirnaldas y sobre la cabeza lleva un gorrito verbenero de fin de año. Un náufrago de la vida que termina el año reducido a los cuatro objetos banales que conforman su mundo.
Pero el trabajo de Pombero nos dice que nunca hay que darse por vencido, pues incluso constreñido en este estado de penosidad misérrima, la naturaleza humana saca fuerzas de flaqueza, gracias a un órgano que se levanta como infalible salvavidas: la imaginación. Y es aquí donde empieza la labor heroica del personaje quién, a través de las imágenes alucinatorias de las que es objeto, consigue urdir todo un relato que explica y metaforiza su situación. Con elementos que surgen todos del mundo escueto de la mesa, las botellas y la borrachera, el enajenado beodo se distancia de si mismo y se desdobla en un personajillo hecho de un tapón de corcho. Interesante su rostro, con una barba que le da aires de sabio, como si este alter ego surgido de la borrachera fuera lo que le queda al personaje de sensatez. La cuestión es que se ve inmerso en una aventura pesadillesca de naufragio en una isla solitaria, donde vive las ilusiones de salvación y las realidades de un destino trágico que, como es lógico, acaba imponiéndose. Pero lo interesante del proceso es cómo el delirio alucinatorio del beodo consigue articular una historia que da un sentido, aunque sea absurdo, a su vida.
La metáfora de la historia es preciosa, al estar toda ella explicada sobre la pequeña mesa que sirve de escenario: por diminuto que sea el mundo al que uno queda reducido, no por ello deja de estar abierto a la recreación imaginaria: vivir la realidad, por dolorosa que sea, desde la distancia y el desdoblamiento, constituye siempre la mejor terapia. La salvación del náufrago no le llega en la historia imaginada, sino en el propio hecho de imaginarla.
Cuando termina el proceso alucinatorio con el despertar del personaje borracho, termina también la primera parte del espectáculo para dar paso a una segunda parte puramente actoral en la que Tomás Pombero exhibe sus habilidades, enlazando al personaje «fin de año» con la más pura tradición de la charlatanería española. El titiritero manipulador de títeres y objetos se convierte en el titiritero charlatán que sabe cómo abrir su corazón al público para reirse -y a su vez distanciarse- de si mismo y de la propia profesión de titiritero, mostrando los «secretros dramatúrgicos» de la obra, sus procesos íntimos de creación, las razones de su cometido, los contenidos de las Unidades Didácticas, en lo que sería un «recorrido resacoso» por las miserias-riquezas del actual titeritismo español -pero que también es un segundo distanciamiento del personaje respecto a su estado de «finiquito vital». Una segunda parte hilarante que el sagaz y provocador parlanchín podría alargar ad infinitum si no fuera cortado por el público quién, tras interrumpir la perorata, estalla con los aplausos. Aplausos que sonaron tronantes en el Taller de Pepe Otal, admirados todos del gran hacer teatral de Tomás Pombero.
¡Uf! Muchas gracias por este artículo. Me ha emocionado. Las fotos magníficas. Ha sido un placer compartir los vinos y mi borrachera junto a otros titiriteros y titiriteras en la casa de Pepe Otal.
Moltes gràcies
Sí… alucinante… me ha gustado enormemente el desprendimiento de querer hacer un acto para demasiado público… y sobre esa mesa chica contar la historia… casi como los bohemios… para mí… y si al mundo le interesa, allá el mundo. Felicitaciones para los tres: Tomás Pombero, Jesús Atienza y Toni Rumbau. Y qué fotos caballeros… bellas fotos por Dios… Jesús…!!!