Me gusta acudir de vez en cuando a la Sala Fènix, ese nuevo espacio que con los meses ya se ha hecho un lugar en la cartelera y en el tejido social de Barcelona, no sólo por los espectáculos, sino también por el ambiente que se respira, que me recuerda otros tiempos, de cuando empezaba el ciclo de lo que fueron en su día las Salas Alternativas, allá por los ochenta. Aunque en realidad, lo que se respira son los nuevos aires que se vienen produciendo desde hace un tiempo en la ciudad, unas refrescantes corrientes de aire que están ventilando los espacios que parecían cerrados y agotados, como si de pronto Barcelona quisiera despertar de viejos letargos y apostara por modernidades de las que deben ser inventadas, pues las que vienen dadas funcionan poco y huelen demasiado a usadas.
La cuestión es que la Sala Fènix participa de estas oleadas y estos vientos de la época, y asistir a sus espectáculos no sólo resulta por lo general un sano placer, sino que también sirve para ponerse al día y enterarte de algunas de las cosas que se cuecen a tu lado, sin que hasta entonces las hubieres advertido.
Cabaret Victoria
Es lo que me pasó el otro día, cuando asistí un jueves a una de las últimas funciones del Cabaret Victoria, que tantos llenos está dando a la sala desde hace unos meses. Pues coincidió la semana del espectáculo con la llamada Semana Retrofuturista, un curioso movimiento del que no sabía nada pero que por lo visto está muy de moda y que se relaciona con el Steampunk. Una vez en el vestíbulo del teatro, me sorprendió ver entre los que esperaban a gente disfrazada, que se confundían con los mismos actores, los cuales se mezclaban con el gentío, afín de crear un ambiente previo digamos de «alteración cómica» para hacer entrar al público más directamente en el registro cabaretero. Curioso, pensé, o cada día hay más locos sueltos por la ciudad o aquí hay algo raro que no pesco. Lo pesqué al final, cuando al acabar la función, la joven que parecía una de las líderes de los disfrazados salió a escena y leyó un papel, una especie de manifiesto del que casi no entendí nada, pero que hablaba del futuro, del pasado y del presente. Comprendí que allí había alguna maquinación de algo pero aún sin saber de qué iba la cosa. Finalmente, me dirigí a algunos de los disfrazados y les pregunté por la razón de sus indumentos: participaban en la Semana Retrofuturista. ¡Caramba!, me dije, y ¿eso qué es?
Mi ignorancia sirvió para que poco a poco me fuera enterando de un movimiento que por lo visto causa furor –o ciertos furores, siendo realistas– y que tiene que ver con la reivindicación de pasados reales e imaginarios, los que fueron y los que pudieron ser, de ahí la fantasía de los disfraces, de moda pasada y artificiosa, y con anacronismos relevantes, algunos de los años treinta o cuarenta, otros directamente llegados del XIX, con lucimiento de bastantes bigotes y barbas antiguas por parte de los señores, con algunos cascos de aviador a hélice y otros vestidos extravagantes, muy vintage, por parte las damas. Me dieron algunas direcciones, como la del blog de la semana.
Pero volvamos al Cabaret. Su ambiente “retro” era obvio –lo que explica la visita del equipo retrofuturista– y responde a este deseo de vivir el pasado como si fuera presente, en esta mezcla de tiempos que en cierto modo es la modernidad: al caer de su pedestal el Progreso, y al quedarse la Historia y el Tiempo sin aquella feroz locomotora que los arrastraba, se entiende que la fuerza que tiende a ir al futuro se despiste y se vaya de vez en cuando hacia al pasado. Reacción que se justifica también por la banalidad de las realidades contemporáneas, frente al mundo dieciochesco, cuando la tecnología todavía fabricaba objetos y máquinas que no eran de usar y tirar. De ahí la nostalgia por este mundo de calidad tecnológica retro muy a lo Julio Verne, que se hace extensible a los vestidos y a todo lo que tiene que ver con la vida íntima y personal.
También el tema de las emociones y de los sentimientos era entonces diferente, provisto de unos “acabados” más rotundos y expeditivos. Y aquí es donde el Cabaret Victoria nos ofrece con cruda realidad el contraste entre el mundo de hoy y el de ayer, la veleidad banal y pasota de nuestro vivir las emociones, los amores y los desamores, frente al tremendismo y la “verdad” con que se vivía en el siglo XIX, en la época de los autores que son citados en el espectáculo: Balzac, Baudelaire, Poe, Maupassant, Rimbaud, Hoffmanstal, Julio Verne…
Creo que el éxito de Victoria ha sido entrar en estos mundos antiguos de ensoñaciones románticas, de descensos a los infiernos de las emociones y de los deseos prohibidos, de aventuras fascinantes y de viajes inverosímiles, para tratarlos con el desparpajo y la irreverencia de un estilo cabaretero de corte clásico español a la manera del Paralelo canalla. Un acierto pero también un peligro, pues el canallismo del cabaret arrabalero puede arrasar con todo. Para evitar estos excesos y para no diluir ni banalizar in extenso los contenidos, la cocción del espectáculo, firmada por Felipe Cabezas y Pere Cabaret, pero fruto también de un gran trabajo de equipo realizado con los actores, ha tenido la inteligencia de modelar el lenguaje del cabaret con otras formas del teatro que sirven para crear distancia, veracidad y poesía: las marionetas, el trabajo de máscara, las fantasmagorías visuales y determinados recursos gestuales del mundo de la mímica. También la música en directo, con el maestro ejecutante (Pere Cabaret) plenamente integrado a la escena, pero sin pasarse en su protagonismo, con una actuación muy medida pero que no duda en saltar a la palestra con súbita irreverencia, ha sido el otro acierto. Por supuesto, nada de ello hubiera funcionado sin la buena labor de los cuatro otros intérpretes, un elenco entregado a la labor, con un entusiasmo y un savoir faire formidables.
El espectáculo se define como un viaje al estilo Julio Verne, y de ahí la figura del Capitán (Felipe Cabezas) muy bien asentado en su labor directora, que corta por lo sano cuando las escenas deben cambiar de tercio. Nelo Sebastián también está magnífico en todos sus papeles, pues el actor valenciano se amolda a diferentes personajes y ejerce a su vez funciones de titiritero como en la excelente escena del cuento de Hoffmanstal, en la que hace gala de sus grandes posibilidades en este campo. Las dos actrices cumplen al cien por cien sus papeles, cada una en su registro buscado: Elena Visus como la sensual y hermosa fémina que seduce a personajes y espectadores, y Judith Alarcón como la tigresa sensual y peligrosa, que no duda en ejercer de mujer dura e imponerse por las bravas y por las dulces.
Se agradece sobremanera este esfuerzo que ha realizado todo el equipo para lograr un cabaret de verdad pero valiente a la hora de buscar esos nuevos registros: los logrados momentos poéticos y visuales que aligeran esa atmósfera siempre de excesos que es propia del cabaret.
Volviendo al tema “retrofuturista”, no sé si podemos o no definir la obra con esta fórmula hoy de moda. Quizás sí, y debamos reconocer que esa ha sido una de las causas de su éxito, aunque lo dudo. En todo caso, bienvenidas sean estas corrientes que juegan con la superposición de los tiempos, y que nos proponen otros escenarios posibles de la realidad. Su carácter lúdico, oscuro y fantasioso liga bien con el mundo del teatro, de la imaginación y de las marionetas. Una oscuridad de tintes sombríos que tanto encaja con el pasado dieciochesco como con el más rabioso presente.