Con la finalidad de dar cuenta de los museos y de los teatros de títeres que existen en el mundo, uno de los objetivos de Titeresante, procedemos en este artículo a hablar del Museo del Títere y del Teatro de la Tía Norica de Cádiz, aprovechando la visita que pudimos hacer a esta ciudad, invitados por Pepe Bablé, director de la histórica compañía gaditana. La razón principal era que estos días se estaba representando el famoso Sainete de la Tía Norica, una obra clásica del repertorio, sin que sean muchas las ocasiones en que se puede ver dicho espectáculo.
Fachada del Museo del Títere de Cádiz.
El Museo del Títere de Cádiz.
Llevados en coche por José Diego Ramírez, de la compañía A La Sombrita de Écija, nos dirigimos un puñado de titiriteros a la antigua ciudad fenicia de Gádir, y nada más entrar en ella, aparcamos junto a los restos de la antigua muralla, donde se encuentra el Museo del Títere recién abierto. Se trata de una iniciativa de Pepe Bablé muy bien secundada por el Ayuntamiento, para disponer de un lugar donde ubicar el fondo impresionante de la Tía Norica (marionetas, decorados, libretos, carteles y un sinfín de elementos relativos a la famosa compañía) así como la colección adquirida por la ciudad que pertenecía a Ismael Peña, famoso cantante segoviano y gran coleccionista –recibió el Premio Nacional de Folclore 1999, por su esforzada labor de promoción de la cultura popular (ver web aquí)–.
Entrada del Museo del Títere de Cádiz.
Hay que decir que las piezas de dicha colección están ya en el Museo, pero no todavía las de la Tía Norica, que disponen de un espacio impresionante en los bajos del edificio incrustado en las murallas. Esperemos que en nuestra próxima visita podamos gozar de este patrimonio titiritero cuyos orígenes se estiran hasta principios del siglo XIX.
Marioneta turca.
Del Museo, podemos decir que vimos piezas todas ellas muy interesantes, en una curiosa mezcolanza tan propia de la filosofía del coleccionista, que gusta quedarse con todo lo que se encuentra por el camino. Y son muchas, realmente, las marionetas que Ismael Peña recogió a lo largo de su vida.
Pupi siciliano.
Hay muchas piezas de Tailandia, de Birmania, de la India, un pupi de Sicilia, dos marionetas de Obratzov, incluso dos títeres de Turquía, raros de encontrar, una magnífica colección de marionetas de hilo austríacas, seguramente uno de los conjuntos más valiosos de los expuestos, y dos buenas colecciones de marionetas de Alberto Urdiales y de Manuel Meroño.
Marioneta de Birmania.
Marioneta de Alberto Urdiales.
Marioneta de Alberto Urdiales.
Son piezas que nos hablan de momentos álgidos de la historia de los títeres de la postguerra española, pues de Manuel Meroño no sabía que hubiera marionetas de tanta calidad. Y es también una suerte que se hayan conservado los magníficos muñecos de Alberto Urdiales.
Marioneta de Manuel Meroño
Marioneta de Manuel Meroño.
Marioneta de Manuel Meroño.
Marioneta de Manuel Meroño.
Incluso hay algunos títeres de Francisco Porras, lo que es una gran suerte, pues no se sabe qué se ha hecho de todas las piezas coleccionadas por nuestro entrañable titiritero de Igualada, empedernido coleccionista como era. Y aunque hubiera nacido en Cataluña, todos sabemos que vivió la mayor parte de su vida en Madrid y que gustaba ser llamado con el apodo de “El Titiritero del Retiro”, pues fue dueño y señor del teatrillo permanente del parque madrileño creo que hasta su muerte.
Títere de Paco Porras.
Cabeza de Paco Porras.
No sé si Adolfo Ayuso, que se halla escribiendo la historia de los títeres españoles de los siglos XIX y XX, conocerá ya estas colecciones. Me imagino que sí, pero si fuera que no, puedo imaginarme su alegría al descubrirlas.
Serie de marionetas de Austria.
Marioneta de Austria.
Los títeres están muy bien puestos y ordenados, para dar una idea histórica y geográfica de algunas de las tradiciones existentes. Cabe destacar la labor de Eduardo Bablé, encargado de ordenar la exposición afín de dar coherencia al conjunto. Seguramente hará falta dotarla aún de más explicaciones y fondos, cosa que se alcanzará sin duda cuando lleguen las marionetas del fondo de la Tía Norica, que habían pertenecido a la familia Bablé, hoy propiedad de Asociación Teatro La Tía Norica.
Titiriteros en el Museo del Títere de Cádiz. De izquierda a derecha, Paco de la Carreta, Toni Rumbau, Manoli Montalvo, Inma Palomar, Luz Riego Rodriguez y José Diego Ramírez.
Pudimos tomar fotografías del conjunto, imágenes que ofrecemos al lector para que se haga una idea de la riqueza de todo lo expuesto.
El Teatro de la Tía Norica.
Tras la visita al Museo, entramos en la ciudad vieja de Cádiz –que también es la nueva, pues al estar rodeada de agua por todas partes, no puede crecer en extensión– y nos dirigimos al nuevo teatro que se inauguró no hace mucho llamado Teatro de la Tía Norica. Es un teatro de nueva factura situado en el centro mismo de la ciudad, exactamente en la calle San Miguel nº 5, y se da la circunstancia que cuando se levantó el edificio, se encontraron unas ruinas importantísimas de la vieja ciudad fenicia de Gádir –fundada por los tirios (oriundos de la ciudad fenicia de Tiro) 80 años después de la Guerra de Troya, según cuenta la leyenda (hacia 1104 a.C.). No las pudimos visitar, pues era tarde cuando acabó la función y todo el mundo se fue a comer, pero según parece son dignas de ver. El teatro, que lleva el nombre de la popular Tía Norica, programa todo tipo de espectáculos. En mayo daban el famoso Sainete, y de ahí nuestra presencia.
Inma Palomar junto al cartel del Sainete de la Tía Norica.
Nos vimos sorprendido nada más entrar por el bonito proscenio que llenaba la boca del escenario, de corte clásico, sin duda una reproducción de alguno de los viejos decorados usados por la centenaria compañía.
Frontispicio del retablo de la Tía Norica.
Antes de empezar, tomó la palabra Eduardo Bablé, quién nos introdujo en los arcanos históricos del personaje y de esta tradición que ha llegado tan viva al siglo XXI. Supimos así que la obra es fiel al texto original en sus partes más importantes, pero con añadidos y cambios que corresponden a la lógica adaptación a los tiempos actuales. Algo necesario, al tratarse de un tipo de teatro popular que hacía del contacto con el público y de los chascarrillos y referencias de lo que pasaba en la calle, uno de sus signos más fuertes de identidad.
Eduardo Bablé presenta la sesión.
Nada más subir el telón, nos vimos confrontados a una escenografía corpórea, que recuerda la estética de los pesebres o nacimientos, algo que también forma parte de la tradición de la Tía Norica, al ser una de sus obras más representadas el Auto de los Reyes Magos, con profusión de cuadros que siguen la historia bíblica del evento. Lo bueno es que se utiliza un ciclorama de fondo, lo que permitió un bello amanecer de luces –muy bien puestas por Pepe Bablé– que culminó con una detallada iluminación de mucho colorido. En seguida aparece un asno y el Tío Faustino, y a poco, Batillo, el gran protagonista del Sainete junto con su abuela, la Tía Norica. Nos encontramos ante un niño hiperactivo y contestón, que no está ni un segundo quieto, un “culo de Jaimito” como decimos en catalán, que para distraerse se echa al suelo una y otra vez, para exasperación de los adultos que se hallan a su lado, incapaces de comprender ni de seguir tamaña energía.
El Tío Faustino, el burro y Batillo.
Faustino aparece subido en un burro, busca a la Tía Norica y se encuentra con Batillo. Él le llevará el recado, pero antes alborota al asno para desconsuelo de su montador.
La Tía Norica y Batillo.
Pronto surge la Tía Norica y el Sainete arranca con el diálogo chisposo y chistoso de ambos personajes. Cuesta a los que no somos andaluces seguir a veces el texto, por el cerrado acento gaditano y por la velocidad con la que se expresa especialmente Batillo, pero sí vimos cómo el público que llenaba la sala se partía de la risa oyendo los disparates de la abuela o del nieto.
El Tío Isacio, Batillo y la Tía Norica.
El segundo acto está centrado en la figura del toro, tras aparecer en escena el Tío Isacio, dueño de una taberna. El toro, del que la Tía Norica anuncia que se ha escapado y que es muy peligroso, sale embistiendo a todos. La Tía Norica intenta torearlo, riéndose de su edad, pero acaba con las faldas en alto y malamente intervenida por los pitones del cornúpeta bóvido.
El Tío Isacio con el toro.
El tecer acto o cuadro ocurre en los interiores de la mansión de la Tía Norica, enferma y guardando la cama. Vienen a verla Reticurcio Clarines, el médico, quién la trata con latinajos, que son el hazmerreir de la Tía Norica y de Batillo. Luego aparece el escribano Policarpo de Tronchas Vigas, llamado por el médico (con quién al parecer hacen equipo) y encargado de redactar el testamento de la moribunda. Se repite aquí una escena muy popular en el viejo teatro satírico y burlesco peninsular, cual es la del testamento que hace una persona, por lo general pobre. O muy inclinada a la bebida, como es el caso de O Pranto de Maria Parda, de Gil Vicente. En el caso de la Tía Norica, lo que deja a su nieto Batillo es lo que se gastó en su juventud, o el piano que tocó su marido cuando estaba vivo. El escribano se indigna, y acaba la escena con la Tía Norica levantándose y Batillo lanzando una silla contra el ilustrado escribano.
La Tía Norica enferma con Batillo.
Una vez más me reafirmé en la idea de que la Tía Norica bebe de las mismas fuentes teatrales que esta otra reliquia teatral, os Bonecos de Santo Aleixo, sita en la vecina región del Alentejo, en Portugal: repertorios parecidos (con los autos navideños como plato fuerte en ambas tradiciones), y aunque técnicamente parecen muy distintos, se asemejan en las medidas de las marionetas (aunque más pequeños los Bonecos) y en el tipo de manipulación, con sus diálogos ágiles y sus canciones que marcan el ritmo de la función.
El doctor Reticurcio Clarines atiende a la Tía Norica.
Los espectadores nos deleitamos con la farsa ingenua de la obra y con la buena interpretación de los manipuladores, encargados de dar la voz a los personajes. Vimos que los cambios de escena se realizaban a vista, substituyéndose los decorados uno tras otro como si estuvieran en un escenario rotatorio.
Al acabar la función, y tras los repetidos saludos de los titiriteros –¡unas diez personas salieron a saludar!–, fuimos invitados a visitar el escenario por dentro. Pudimos comprobar así que no había escenario rotatorio alguno, sino que los tres diferentes decorados correspondientes a los tres cuadros de la obra estaban sobre plataformas con ruedas, independientes la una de la otra y, por ello mismo, substituibles en directo, a la vista del público. Un alarde técnico y de iluminación, pues el cambio de uno a otro decorado debía hacerse muy sutilmente.
Uno de los decorados sobre su plataforma con ruedas.
Vimos que toda la parada de luces, decorados, plataformas, puentes de manipulación y marionetas constituía un sueño hecho realidad: la de una compañía centenaria que conseguía estabilizarse con la proa bien encarada hacia el futuro, con un teatro municipal que lleva el nombre de la Tía Norica aunque, como es lógico, abierto a una programación de teatro no exclusivamente de títeres. También pudimos ver que la vocación titiritera de los hermanos Bablé y de toda la compañía es grande y está muy enraizada en la vida cultural de Cádiz, la ciudad que vio nacer a la Tía Norica hará cosa ya de doscientos años. Quizás no sea éste el teatro definitivo de los titiriteros gaditanos, pues sus exigencias son tan altas como lógicas, pero al menos ya tienen donde asentarse.
Las marionetas reposan tras la función.
Quedamos pues los visitantes admirados y tranquilos, conscientes de que las ambiciones de estabilizar la compañía irían a más, algo imprescindible para avanzar en los proyectos, centrándose sus esfuerzos en estos momentos en el próximo traslado de los preciosos fondos al recién abierto Museo del Títere. Cuando ello suceda, el logro conseguido por la Tía Norica de Cádiz será tan redondo como rotundo.
Pepe Bablé con su hermano Eduardo nos explica los secretos del retablo.