Se pudo ver en Barcelona durante el mes de enero esta maravilla de teatro de la paradoja que es ‘Mi gran obra’ de David Espinosa, un tan ambicioso como humilde trabajo que el actor valenciano, afincado en la ciudad condal, presentó en 2012 con un éxito tal que desde entonces no ha cesado de representarse por el mundo entero. Al tratarse de una obra de pequeñísimo formato, pudo instalarse en la salita donde se ubicaba hasta hace poco la librería del Teatre LLiure, situada junto al gran hall del flamante y hermoso teatro de Montjuic.
Pequeño formato, sí, pero que se enfrenta al reto de representar, como el mismo Espinosa nos indica, ‘el teatro más grande del planeta, con 300 actores en escena, una orquesta militar, una banda de rock, animales, coches y un helicóptero’. ¿Es eso posible? Espinosa dice que sí y además nos lo demuestra a pocos palmos de nuestras narices. En apenas quince minutos, en lo que es la primera parte del espectáculo, mediante un despliegue de una micro humanidad de muñequitos para los que casi es necesario usar una lupa para ver los detalles –de hecho, los espectadores, reducidos a unas veinte personas, reciben unos binóculos de teatro para poder seguir la acción–, el espectáculo nos explica la vida de una persona desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte. Teatro, pues, total, que nos habla de cosas básicas y esenciales, y que cumple con su función de espejo en el que sentirnos descarada y magistralmente reflejados.
Da la sensación de habernos metido en uno de estos artefactos dieciochescos que gustaban de jugar con el espacio y el tiempo, pero metidos en una lógica futurista más cercana a la física cuántica que a la newtoniana, en la que los seres humanos nos vemos convertidos en puntitos de comportamientos estadísticos y aleatorios bien conducidos por la mano de un observador, que en este caso es la del demiurgo manipulador, conductor del espectáculo. La distancia casi abismal que hay entre nosotros y los personajes, lejos de apartarnos de ellos, nos agarra patéticamente a su destino, pues vemos en ellos una fragilidad que es la misma que nos aflige pero en la que no nos queremos reconocer. Desaparecen los detalles psicológicos, cae toda la ‘paja’ sociológica, y en los personajes queda sólo su desnudez ontológica. Las palabras del actor-demiurgo adquieren entonces una dimensión casi sacra, pues hacen referencia al destino inexorable de los humanos, condenados a los caminos de lo ineludible, bien conducidos por la inercia de los poderes y perfectamente dirigidos por los hados a su ocaso, esa muerte que constituye el destino común de los mortales.
Dice Espinosa: ‘En “Mi Gran Obra” nos planteamos construir un espectáculo de gran formato, sin escatimar en gastos, desarrollando todas las ideas que aparecieran por muy caras que pudieran resultar, con material y un equipo artístico ilimitado. Pero, obviamente, con un ligero matiz: a escala. Es decir, pensando en grande y haciendo en pequeño, usando para ello planteamientos y técnicas propias de un arquitecto. Continuando nuestro cuestionamiento sobre los límites de lo teatral y ahondando en el interés de anteriores proyectos sobre la idea de representación, en esta obra intentamos generar una situación en la que se cuestione el sentido de los grandes proyectos, de ese tipo de creaciones artísticas que manejan elevados presupuestos y cuyo verdadero valor cultural es raras veces demostrable: obras faraónicas, muy efectistas y poco honestas, cargadas de ornamentos pero vacías de contenido.’
En efecto, la gran desnudez formal del teatro de David Espinosa carga su trabajo de una profundidad de contenidos inversamente proporcional a la de los grandes montajes de faraónicos presupuestos. Lo que el Gran Espectáculo pierde en su grandilocuencia, lo gana el teatro de Espinosa en su apuesta por esa escala metafóricamente ‘cuántica’. Un teatro de preciosas paradojas que maravilla tanto como desconcierta al espectador. Y con una gran ventaja: puede representarse en salitas pequeñas, incluso en domicilios particulares, en un regreso a las antiguas formas del llamado teatro de ‘sala y alcoba’. Un lujo para paladares exigentes y exquisitos.