Tuvo lugar la semana pasada el decimoséptimo Festival Internacional de Teatro de Teresetes en Palma de Mallorca, uno de los festivales más arraigados del país que ha logrado cruzar los años de vacas flacas con extraordinaria dignidad, lo que sin duda le augura un futuro sólido y longevo. Algo que tiene su explicación en la tenacidad eficaz, siempre en busca de calidad, de su directora, Aina M. Gimeno, miembro del colectivo Elàstic Nou Produccions responsable de la organización del festival (ver entrevista realizada el año pasado por Cesc Martínez en Putxinel·li).
Programar, por ejemplo, a una primera figura del mundo titiritero como es Hugo Suárez, el cual impartió además el curso ‘El cuerpo dramático, mimo y figuras corporales’, es apostar por una política que no acepta bajar el listón de la calidad. Igualmente haber conseguido llevar tres compañías más del extranjero, algunas de ellas de gran renombre y largo historial, como es la compañía The Train Theater, de Jerusalén, o una puesta en escena ambiciosa y minimalista, como es el trabajo de los franceses de la cia. Bakelite, que asistieron con dos espectáculos de considerable bulto, tiene un mérito extraordinario. Sobre todo cuando los medios son escasos y se deben hacer milagros con el presupuesto.
Uno de los secretos del Festival es su extensión por la isla: este año, han sido trece, además de Palma, las localidades que se han animado a invitar algunas de las propuestas del Festival. Concretamente, Alaró, Alcúdia, Algaida, Andratx, Campos, Felanitx, Inca, Muro, Pollença, Porreres, Sa Pueblo, Selva y Ses Salines. Un éxito de gran importancia estratégica, ya que crear red en la exhibición de los espectáculos es uno de los requisitos indispensables para conseguir atraer a las compañías y al mismo tiempo justificar, de cara a la opinión pública ya los responsables administrativos, el sentido y el aprovechamiento de un festival. Una tarea ésta que denota la implicación de los organizadores para una gestión con cara y ojos.
En Palma, han sido cuatro los espacios utilizados: el Patio de la Misericordia, un espacio amplio y tranquilo, apartado del tráfico, ideal para las familias y los pequeños; la Sala Pequeña del Teatro Principal, con capacidad para unas ciento veinte personas, muy bien dotada y de acústica impecable; el Teatro Municipal Catalina Valls, situado en el noble Paseo de Mallorca, espacio dedicado a quien fue escritora y conocida actriz mallorquina; y la nueva sala Trampa Teatro abierta para la música y la performance más alternativa.
Rapsodia de Cuerpo, de Hugo Suárez.
Vale la pena detenerse en este espectáculo de uno de los creadores titiriteros más originales de las últimas décadas, el mismo que en los años ochenta creó junto con Inés Pasic la compañía Hugo e Inés, y que abrió todo un espacio nuevo en el teatro de títeres: practicar el desdoblamiento figurativo desde el propio cuerpo.
Fue el trabajo de mimo iniciado por el peruano Hugo Suárez en Lima, y su peculiar tendencia a mirar con extrañeza aquellas partes del cuerpo que parecían escaparse de su control, el germen del que nació un arte de la representación figurativa centrada en manos, codos, rodillas, piernas, pies … Más tarde, ya en compañía de la bosnia Inés Pasic, pianista de formación y quizás por eso dotada de una gran sensibilidad en el uso y el juego de las manos, el tándem Hugo y Inés comenzó a crear todo un lenguaje de extraordinaria sofisticación en el que sólo con el cuerpo y la simple manipulación de manos, codos y pies, y con la única ayuda de pequeños complementos en forma de bolitas, trapos o narices , conseguían hacer aparecer de la nada extraordinarios personajes, dobles suyos que parecían salir de los pliegos invisibles de sus propios cuerpos.
Devenidos dos maestros reconocidos en el mundo entero -la lista de premios que han recibido no cabría en el espacio de ese simple artículo-, Hugo e Inés giran hoy por el mundo con espectáculos unipersonales, aunque mantienen su repertorio como dúo. Hace poco, vimos a Inés en la Feria de Lleida (ver artículo aquí) y esta semana pasada fue el público de Mallorca el que tuvo la suerte de disfrutar del trabajo como solista de Hugo.
Rapsodia de Cuerpo es un espectáculo extraordinario que sintetiza en una hora la carrera artística de quien lo representa. Como si se tratara de hacer un repaso y a la vez una reflexión sobre lo que ha determinado su lenguaje, Hugo tira del hilo que comenzó a tejer en sus orígenes: su trabajo de mimo, cuando con esta técnica ancestral del teatro comenzó a descubrir que si ciertas partes del cuerpo podían causarle extrañeza a él, también la causarían al público. El número de la cabeza que se desplaza de un lado a otro cuando se levanta uno o el otro hombro, es paradigmático en este sentido, por la sorpresa que causa al mismo intérprete. ¿La cabeza se mueve sola? ¿A quién pertenece este rostro que se desliza? ¿Acaso no soy yo? … Preguntas que conducen a una distanciación para con el propio cuerpo y que abren la posibilidad de que ciertas partes del mismo adquieran vida propia, una identidad capaz de discutir con la del mismo actor .. .
A partir de este origen fundacional, y siempre desde la modestia del teatro de calle al que Hugo nunca ha renunciado, el maestro peruano va desplegando diferentes números que ilustran este proceso de distanciamiento hacia el cuerpo, de rebeldía de los personajes creados, de los equívocos y las disputas que se generan entre el yo gobernante y los otros yoes emergentes, siempre bajo la mirada comprensiva pero a la vez entre traviesa y admirada del propio Hugo, mirada clave para crear esta ilusión de extrañamiento y de verdad de los personajes.
El contraste entre la sencillez del procedimiento y el milagro de ver cómo nacen los diferentes personajes, conquistó el público, deslumbrado por un virtuosismo que busca en la verdad de los gestos más simples la máxima expresividad. Una Rapsodia de Cuerpo que quedará en la memoria de los privilegiados mallorquines que tuvieron la suerte de disfrutarla.
La Dulce Ingeborg, el Crimen de las Marionetas, de Andrea Cruz.
Fue emocionante asistir a este espectáculo centrado en el misterio que rodea la vida de aquella marionetista alemana que vivió en Ibiza, Ingeborg Shaffer, y que murió asesinada en 1977 con una máquina de escribir. Un caso que nunca se resolvió y que ha permanecido en el misterio desde entonces. Ha sido la bailarina chilena Andrea Cruz, con dramaturgia de Nona Fernández, de la compañía La Madre, quien se ha encarado con mucha valentía con el personaje, que en la obra cobra vida una vez muerta rodeada por sus fantasmas, unos títeres que cuelgan de unos hilos.
Cruz ha optado por la versión más popular del crimen de la marionetista, que se explica a partir de los rumores sobre un complot de antiguos militares y criminales de guerra alemanes, refugiados en Ibiza, decididos a hacerla callar para siempre. Una opinión rechazada por la criminóloga Cristina Amanda Tur, autora del libro «Crímenes de Ibiza y Formentera», la cual se inclina por la versión del policía que investigó el caso, el señor Juan Antonio Villamor. Según este inspector, los más claramente sospechosos de haber dado muerte a Ingeborg fueron los dos hermanos Peter y Rolf Wohl Gemuth, dos jóvenes con antecedentes (delictivos pero no nazis) que habían trabajado para ella, y en cuya casa se les encontró un relato de su muerte, escrito por ellos mismos, pruebas sin embargo que no convencieron al juez.
Sea cual sea la verdad del caso -que nunca sabremos-, lo cierto es que la hipótesis escogida por los autores es perfecta para crear una obra llena de tensión en la que se hace un uso adecuadísimo de los títeres para explicar las voces interiores o los fantasmas del personaje. Y es en este sentido que ‘La Dulce Ingeborg’ destaca, por el interesante uso que se hace de la combinación de danza con marionetas: una interpretación, la de Andrea Cruz, llena de verdad y siempre al servicio de la relación con los marionetas. La disposición de estos, colgados de unos hilos que se perdían en el techo del escenario y que retornaban ligados a una máquina de escribir -la que mató a Ingeborg-, es uno de los puntos más sugerentes de la propuesta. Así como la difícil manipulación que hace la bailarina, sin nunca perder su papel -ni envolverse con los hilos-, que podemos definir de admirable. La escena del retablo de títeres es también uno de los momentos álgidos de la obra, con un buen dominio de la técnica y del ritmo que indica una gran sensibilidad de Cruz por el desdoblamiento figurativo.
El cruce de hilos y títeres en el espacio, y los sugerentes movimientos del cuerpo de la bailarina, que se levantaba de la muerte para reencontrarse con los fantasmas de su vida, despertaron el entusiasmo del público. La banda sonora, con profusión de citas periodísticas de los años setenta, que apostaba por una cierta repetición obsesiva de sus efectos, en una clave tal vez también de la época, acompañó la acción con mucha rotundidad. La bailarina titiritera deslumbró a los espectadores, que la premiaron con una sentida salva de aplausos.
El Fantástico Mago de Oz, de Títeres Sebastià Vergés.
La compañía constituida por Sebastià Vergés y Montserrat Albalate, continuadores de la saga Vergés, una de las familias más antiguas a emplear la técnica del Títere Catalán y la única aún en activo, presentó no sólo en Palma sino también a otras localidades de la isla, su espectáculo El Fantástico Mago de Oz, con música de Joan B. Torrella. Un espectáculo ya reseñado por Polichinela (ver artículo de Cesc Martínez aquí) y que demostró una vez más el gran nivel técnico y el dominio que tienen del tiempo y de cómo relacionarse con el público los Titelles Vergés.
Vi la obra en el gran patio de la Misericordia y puedo testificar sobre como las potentes voces de los dos titiriteros mantuvieron todo el tiempo la atención de los niños. Una obra que juega con unos constantes cambios de decorados, obra la mayoría de Joan Salvador y que buscan ser fieles al estilo tradicional, con canciones que hilan el eje argumental, y con una buena profusión de personajes siempre en escena. Unos títeres de unas medidas que superan las tradicionales, y que además mueven las bocas al hablar, unas mejoras que Sebastià Vergés reivindica como un paso adelante en el uso de la antigua técnica del Títere Catalán.
Fotografía de Jesús Atienza.
La gran profesionalidad y el oficio de Sebastià Vergés y Montserrat Albalate brillaron una vez más en Palma, admirando a un público popular que seguía encantado las peripecias de los cuatro protagonistas de la obra: Dorothy, el Espantapájaros, el Hombre de Lata y el León Miedoso. Una obra que innova pero que mantiene los rasgos tradicionales de la cachiporra y los palos de toda la vida, bien dosificados y sin abusar, como no podía ser de otra manera. El dominio en estas cuestiones de Sebastià Vergés quedó patente en la escena de la bruja y el león, hilarante por necesidad, con unos procedimientos transmitidos de generación en generación que funcionan como un reloj con el público. Este no dudó, tras los abundantes aplausos, a acudir al escenario para ver de cerca los títeres y sacarse con ellos las correspondientes fotografías.
Fotografía de Jesús Atienza.