Siguen los espectáculos de la 36a edición del Titirijai 2016, que este año ha contado con una programación especial para adultos por las noches en el TOPIC, y con encuentros bajo el título ‘la copa con’: a modo de tertulias informales para conocer mejor a los artistas y su obra, reúnen a algunos de los protagonistas del Festival, especialmente los que actúan por la noche, con los espectadores.
The Parachutte, de Stephen Mottram.
Era muy esperada la actuación del gran marionetista inglés, bien conocido por el público tolosano y por los titiriteros del Festival, al ser un artista muy admirado y que ha visitado muchas veces nuestro país. Y hay que decir que su espectáculo cautivó a entendidos y profanos, dotado como estaba de un virtuosismo manipulador de altos vuelos, algo propio de los trabajos de Mottram, y sobre todo de un inquietante trasfondo de interrogación reflexiva sobre la percepción y el fenómeno mismo de la manipulación.
De entrada, Mottram cambia de tercio en esta obra y en vez de trabajar con la marioneta de hilo, habitual en sus espectáculos, se lanza al vacío de lo mínimo y se plantea el reto de actuar con unas simples bolas de ping-pong y unas finas varillas, en un escenario que es una ventana abierta para un único manipulador. La iluminación es lateral, de modo que sólo se pone luz a las bolas y varillas, quedando el titiritero prácticamente desaparecido en la penumbra de fondo. Se le intuye y se ve a veces la ‘sombra blanca’ de su rostro, lo justo para decirnos que sólo hay una persona en acción, pero lo suficientemente oscuro para que en realidad no nos fijemos en él. En su nueva aventura, le acompaña la música creada por Sebastián Castagna.
Su propósito es jugar con la percepción del espectador, al plantearse el reto de que unas simple bolas de ping-pong, mediante la manipulación y su posición en el espacio, configuren formas vivas identificadas como tales por el ojo espectador. Algo posible porque los humanos deducimos la forma viva y especialmente la humana a partir de muy pocos elementos, los suficientes para que se disparen en nuestro cerebro los patrones automáticos de percepción, que suplen la complejidad de los objetos reales. Mottram utiliza los mínimos elementos indispensables, apenas cinco puntos luminosos, para que nosotros, en nuestro cerebro, veamos a los personajes que busca sugerirnos. Pero los elementos son tan mínimos, que con solo mover la posición de uno de los puntos y darles un movimiento diferente, la ilusión de la forma se rompe para hallarnos de nuevo frente a unas simples bolas que se mueven aleatoriamente en el vacío oscuro del espacio.
Foto de Iñigo Royo.
El titiritero consigue con creces su objetivo de dar vida no sólo a un personaje sino a dos, y que además sean uno del sexo masculino y el otro del femenino con hijos incluidos. Se añade la construcción de espacios que ora son sólidos ora vacíos, a partir de sus simples límites iluminados, a modo de figuras geométricas básicas (cuadrado, rectángulo, triángulo). Un ejercicio que exige una minuciosidad estricta y un virtuosismo en la manipulación que sólo puede hacerlo alguien como Mottram, que toda su vida se ha dedicado a estudiar el movimiento humano en el espacio y su relación con la gravedad.
Pero lo más interesante a mi modo de ver, es que a través de este constante vaivén entre percibir y no percibir la figura humana, Mottram nos obliga a ser conscientes del hecho mismo de percibir, creando una tensión sutil pero contundente entre la aparición y la desaparición de la forma con sentido. Vemos y dejamos de ver, y nos damos cuenta del porqué ello sucede. Y ese ser conscientes de la percepción, abre un espacio nuevo, el de la ‘autoconsciencia’, que es a lo que más podemos llegar hoy en día los humanos en la aventura básica del conocimiento. Un espacio que nace entre la pulsión del ser y no ser de lo que vemos, que a su vez nos remite a una vivencia del tiempo distinta por doble: de un lado se cuenta la historia secuencial de unos personajes, pero por el otro lado la realidad de lo que se ve y el tiempo que la acompaña, mueren y nacen constantemente.
Foto de Iñigo Royo.
Este es el logro descomunal de The Parachutte, conseguido a través de lo mínimo, afín de quedarse en los umbrales básicos de la percepción.
En la segunda parte del espectáculo, el titiritero nos invita a entrar en su espacio privado, el mismo escenario de antes pero con una iluminación que permite verlo a él y a los objetos con claridad. La creación de vida se nos muestra aquí más descarnada, con una manipulación directa de los objetos que están en escena: trozos de madera, máscaras que conforman personalidades distintas, una caja con sus instruccionees, varillas y tejidos con los que vestir a las figuras creadas. Mottram, tras ponerse unas gafas de sol que aparentemente lo convierten en ciego, transforma lo inerte en un personaje vivo aún sin rostro. Lo consigue cuando las manos del titiritero encuentran la máscara que ocupa el lugar vacío de la cara.
Stephen Mottram, responde las preguntas de los espectadores en el ambigu del TOPIC. Foto de Iñigo Royo.
Juega aquí con la mirada de las marionetas creadas, que se desdoblan en distintas personalidades y a las que antepone también una de las bolas de ping-pong de la primera parte. Pero en vez de fijar la mirada del espectador, fija la del títere, absorto en el movimiento del punto móvil. De alguna manera, es como si nos viéramos a nosotros mismos reflejados en la práctica de la percepción, que cambia los rasgos de la cara, ora contentos, ora tristes o enfadados. El cambio de máscaras podría leerse como un reflejo del vaivén perceptivo antes comentado, psicologizado ahora con el lenguaje de las máscaras y de los títeres. La figura, al perder su máscara y quedarse de nuevo sin rostro, nos regresa al vacío de la percepción cuando ésta se queda sin identificar forma alguna.
Un espectáculo, The Parachute, con muchas capas de lectura y con profundas resonancias de reflexión perceptiva, que lo convierten en una preciosa aventura que nos introduce a los fascinantes y desconocidos mundos de la autoconsciencia.
‘Namor el niño pez’, de The Nose Theatre.
El Titirijai de este año nos está desvelando una realidad francamente prometedora del actual momento de los títeres en nuestro país, y muy en especial en Andalucía, con tres espectáculos de muy buena factura procedentes dos de Granada y uno de Jaén. Ya comentamos dos de ellos en un anterior artículo (ver aquí) y toca ahora centrarnos en la joven compañía de Granada The Nose Theatre, dirigida por Chema Caballero.
Foto Iñigo Royo.
A partir de un hecho real, el hallazgo del cadáver del niño Aylan de Siria, encontrado en una playa de Turquía y que sacudió las conciencias de Europa, Chema Caballero ha creado una obra que busca concienciar al público sobre el tema de los refugiados y de las guerras que asolan Oriente Medio a través de un tratamiento poético, emotivo y distanciado del drama, haciendo que niños y familias puedan identificarse con la vida y la muerte de Aylan sin perder la visión crítica que envuelve los hechos de su muerte.
Se trata de un montaje que rezuma honestidad, la del director-autor y las tres actrices, Marina Brox, Andrea Vargas y Julie Vachon, que han tenido la valentía de enfrentarse a un tema de este calibre, invirtiendo para ello medios, talento y esfuerzos, con una escenografía de una cierta complejidad que incorpora imágenes proyectadas de vídeo, y con un trabajo actoral muy bien resuelto en el doble papel de actrices y manipuladoras, bien apoyadas por el vestuario y con una acertada y agradable presencia.
Foto Iñigo Royo.
La obra se estructura a partir de dos planos de realidad que se superponen: la del hecho luctuoso en sí de la muerte del niño, y la fabulación poética creada por Chema Caballero que abre un espacio a la tragedia para el despliegue de su aventura imaginaria: la transformación del niño en niño pez que se lanza a la mar en busca desesperada de su madre.
Quizás el principal acierto del espectáculo sea la relación que se establece entre las actrices manipuladores y los personajes que son todos marionetas, una relación muy lograda de distanciamiento, como si los humanos que mueven a los muñecos fuéramos los espectadores metidos en medio del drama, recogiendo cuerpos en las playas de desembarco. Y si por un lado el público, especialmente el infantil, se identifica con el muñeco que encarna al niño, por el otro lado también se produce la identificación con las manipuladoras humanas que se mueven entre la realidad y la fábula. El hecho de que una de las actrices sea también la narradora que va situando los momentos de la acción en los dos planos de realidad, asegura esta distanciación y permite el doble lenguaje poético y crítico que propone la obra.
Foto Iñigo Royo.
‘Namor el niño pez’ ha recibido varios premios desde su reciente estreno, lo que indica que la compañía ha conseguido uno de sus objetivos, que es llegar a la conciencia del espectador y llamar la atención sobre los hechos que ellos denuncian. Pero el buen recibimiento del público, como pudimos comprobar en Tolosa, nos indica también que la compañía ha acertado en este doble registro que junta la poesía con el discurso crítico.
Una compañía joven que se ha lanzado con mucha fuerza y vocación al ruedo, y que tiene en su honestidad y en su empeño emprendedor las mejores bazas para proseguir en su carrera por los escenarios del mundo.
‘Nahia eta Neo’, de Rosa Martínez.
De Bilbao procede Rosa Martínez, titiritera que se inició en el oficio con la veterana compañía Bihar, de Felipe Garduño, y que desde el año 2000 avanza en solitario con espectáculos de factura propia. Rosa Martínez sorprendió a los presentes por sus buenas cualidades escénicas, al estar provista de una gran versatilidad para las voces, muy seguras en la definición de los personajes, y una estudiada manipulación con títeres de mesa en una escenografía pensada para una única manipuladora.
Presentó una simpática historia de una niña que junto con su perro vive una aventura con un extraterrestre llegado en una nave con problemas técnicos, y obligada por ello a posarse en el jardín de su casa. Al ser la función en euskera, no pudimos entrar en los detalles, pero sí gozar y apreciar las ya citadas cualidades de la actriz manipuladora, que encandiló a los niños del público, entregados a las vicisitudes de los personajes.
Un trabajo de una gran profesionalidad que busca y consigue la comunicación a través de los muñecos, mediante una manipulación sencilla y efectiva, que es la mejor manera de lograr sus objetivos.
‘Kolorez Kolore’, de Pantzart.
Se presentó en el TOPIC de Tolosa, en el horario para público escolar, esta bella obra basada en los colores, con dos actores manipuladores, Santiago Ortega y Ainhoa Pineda, bajo la dirección de Elena Bezanilla.
El punto de partida es el trabajo de la ilustradora checa Květa Pacovská así como los versos de Juan Kruz Igerabide, que el escritor en lengua vasca ha escrito para el montaje. Una obra dotada de un potente registro visual, ya que en el escenario lo que realmente se manipula son formas y colores, con algunos títeres encajados en las dinámicas de la escena, con materiales todos relacionados con el papel, los lápices y los colores.
Foto de Iñigo Royo.
Y lo que fascinó a niños y a mayores fue cómo mediante una simple acción de los actores, en un trabajo esencialmente relacionado con los materiales de la escenografía, se va tejiendo un discurso escénico hecho de movimientos, gestos, músicas, palabras, canciones, traslados de objetos y formas geométricas hechas de papel, y unos paneles blancos que se van configurando como lienzos donde poco a poco se les añaden colores, se les abren puertas y ventanas, o se les da la vuelta con reveses de fantasiosos coloridos. Es decir, un discurso que crea narrativas visuales ideales para niños de corta edad pero que también consiguen atrapar a los adultos, hartos como estamos todos de la densa realidad melodramática del día a día.
Foto de Iñigo Royo.
Un espectáculo que al estar basado en el blanco, en el juego de los colores, en la gestualidad poética del clown y en los sonidos de la voz, de pequeños instrumentos y de algunas músicas grabadas, acaba siendo un perfecto depurador de contenidos y una palanca asegurada para la fantasía visual de los espectadores. El buen trabajo de los dos actores, perfectamente adaptados al relato visual de la propuesta, es el otro sostén fundamental de la propuesta.
Elena Bezanilla, Ainhoa Pineda y Santiago Ortega, al final de la función. Foto de Iñigo Royo.
Una obra que se ha construido a través de una residencia en el TOPIC y que se acaba de estrenar en noviembre, lo que augura que tras su obligado rodaje, vuele con facilidad por los escenarios del país.
http://www.rosamartinez.eu/nahia_neo.html