(Dani Miquel en el centro con David Fariza, Maite Miralles y Gabi Fariza. Fotografía de Rosa Sagredo)
Continuamos con nuestra crónica sobre el II Festival de Titelles al Cabanyal, en Valencia, de cuyos primeros espectáculos hablamos en un anterior artículo (ver aquí), y nos centraremos en dos de los montajes vistos: el espectáculo musical de Dani Miquel junto a los titiriteros de La Estrella, y el famoso Titiricircus de Tanxarina, de Galicia.
‘De velles i novelles’, de Dani Miquel y Teatro La Estrella.
Fue toda una experiencia asistir al estreno de esta gala musical en la que el canta-cançons Dani Miquel, junto con sus músicos habituales, se han sumado a los titiriteros de La Estrella, para presentar un espectáculo en el que música, palabras, títeres, máscaras y la participación muy activa del público se combinan en feliz concubinato para ofrecer una vistosa versión bien ilustrada con muñecos y artilugios varios de un puñado de canciones populares, bien conocidas por los asistentes, grandes y chicos.
Por lo visto, Dani Miquel actuó hace unos meses en el Teatro de La Estrella, y la entente que resultó del encuentro entre ambos equipos fue tan rotunda y fructífera, que ha acabado generando este nuevo espectáculo donde la imagen entra con la letra y la música, y viceversa.
Es asombrosa la capacidad de comunicar con el público que tiene Dani Miquel, hoy en la cresta de la ola gracias a sus apariciones en la televisión local y a su rico repertorio de canciones valencianas populares que él ha sabido actualizar, sacándoles todo el polvo que pudieran tener y con un estilo directo, moderno, rítmico y desacomplejado, sumado a una capacidad extraordinaria de meterse al público en el bolsillo. Es un estilo que no se anda con remilgos, sino que entra al trapo directamente y con tremenda espontaneidad, como si el cantante fuera un animal escénico que hubiere nacido en el mismo escenario. Yo lo llamaría un ‘estilo mutante’, pues denota un modo nuevo de hablar y actuar, en una línea parecida a la de este otro mutante de los escenarios, el genial Guillem Albà, cantante y actor dotado de parecidos atributos.
Dani Miquel tuvo a su lado a unos músicos impecables, tan cómodos en sus instrumentos como si hubieran nacido con ellos, más una cantante-animadora de mucha movilidad y grandes dotes escénicas, con la que hacía un feliz tándem afín de despertar las corrientes de energía que bajaron del escenario para instalarse en la platea, cuyos ocupantes acabaron bailando, cantando y haciendo todo lo que se les ocurría a sus conductores.
Su labor de ‘sacar a la pista’ las viejas canciones de siempre es realmente entrañable y sin duda una necesidad imperiosa para preservar un legado inmaterial de tan enorme valor. Para un catalán como yo, que conocía la mayoría de las canciones pero con variantes diferentes y algunas sólo de lejos, fue extraordinario asistir a la representación. Y, para mí especialmente, una gozada escuchar un valenciano tan rico en expresiones populares y palabras propias con su precioso acento.
Mención especial merece la aportación titiritera, bien ajustada a los temas propuestos, a modo de ilustración hecha con títeres, con máscaras o con figuras planas. El oficio y la buena presencia de Maite Miralles, David Fariza y …, en sus papeles de payasos titiriteros, dieron al espectáculo el subidón visual que buscaban, con una magnífica coordinación entre ambos equipos.
Destacó el baile ejecutado por David Fariza llevando encima a dos bailarines negros que bailaban entre sí un mambo, según la conocida técnica de un único manipulador que mueve las piernas de ambas figuras, simulando así que son dos donde sólo hay uno. Truco conocido pero nada fácil de hacer, pues requiere de un buen dominio de los pasos de baile y una técnica impecable. David lo ejecutó con maestría, por lo que fue premiado con una merecida salva de aplausos.
Lo mismo podría decirse del número de las dos brujas que acompañó la canción de los diablos, brujas que ya salieron en el pasacalle y que aquí les vimos desplegar toda su potencialidad. Extraordinario fue el colorido alcanzado por las máscaras y el continuo vaivén de los titiriteros, poseídos por el desenfreno de la diabólica danza. Importante mencionar la labor de Maite Miralles, siempre oportuna en su papel de clown y animadora, provista de una vitalidad llena de energía equilibrada, la que da el aplomo del oficio.
El público, entregado a las inagotables olas de energía participativa que brotaban a borbotones del escenario, acabó de pie y sin recordar cuales eran sus asientos. Los aplausos del respetable fueron sinceros, entregados y estruendosos. Una sesión memorable, que quedará en la memoria de todos los asistentes.
‘Titiricircus’, de la compañía Tanxarina.
Ver surgir de la puerta noble del Teatro Musical de la plazoleta del Rosario del Cabanyal a los dos titiriteros de Tanxarina convertidos en los dos payasos presentadores del Titiricircus de Tanxarina Teatro, fue uno de los mayores placeres de este Festival de Titelles al Cabanyal, no sólo para mí, que conozco a Tatán, a Miguel y a Andrés desde hace décadas, sino para el público popular del barrio, que parecía estar recibiendo a unos amigos de toda la vida. Y quizás sí que algunos los conocían, pero no la mayoría, de modo que su reacción de familiaridad respondía a que ambos titiriteros, nada más salir, tocaron las fibras ancestrales del arte callejero de toda la vida, esas que nos dicen hallarnos ante los arquetipos cómicos básicos del teatro.
Los dos intérpretes de Tanxarina bordaron una actuación de un clásico suyo, pues Titiricircus es uno de sus montajes más antiguos, hecho con marionetas de hilo, técnica que Eduardo Cunha «Tatán» y Miguel Borines aprendieron en Barcelona con el maestro Harry V. Tozer. Con el acompañamiento técnico de Andrés Giráldez, el tercer miembro de la compañía que en esta obra no actúa, los dos actores-titiriteros de Tanxarina demostraron que la edad depura, mejora y acrisola el saber y la técnica, como es propio que ocurra en las artes que se regulan según las leyes del oficio.
Dos artistas circenses, tras la ruina de su negocio y en el declive de sus vidas, deciden continuar sus carreras sin tener que contratar a nadie. ¿Cómo? Mediante un circo de marionetas. Tal es el punto de partida de una historia -tan real como la vida misma- que presentará a personajes estrafalarios tales como el Señor Bigotini, el hombre más fuerte del mundo, la Serpiente Josefina, que baila al son de la música del gran faquir Palindranat, capaz de dormir sobre una cama de pinchos, el gran malabarista el señor Tato o el equilibrista Venancio.
Ellos son los artistas de este circo de marionetas, pero los grandes protagonistas son los dos que manejan los hilos, Tatán y Miguel, capaces de desplegar todo lo que puede dar de sí la relación entre manipulador y marioneta, mientras a su vez constituyen ambos una pareja heterodoxa pero clásica de payasos, cuyas características principales serían: aparente indiferencia mutua y con relación al público, histriónico ‘pasotismo’ serio y diríamos que muy profesional, de artistas que han pasado por todo y que están de vuelta de todo, pero que siguen conservando lo más sagrado del oficio, que es la relación con los espectadores, pues nada escapa a su atención. Si alguien se aproxima para sacar una foto, los artistas dejan lo que hacen y posan para la foto. Cualquier interrupción o elemento ajeno a la representación, es de inmediato absorbido por el espectáculo, el lloro de un niño, la mamá que se levanta, la moto que arranca o se acerca, las campanas de la iglesia de al lado, el adolescente que se hace el gracioso, todo entra en la marmita donde se cocina la pócima teatral, creándose poco a poco un tejido de complicidades que va en cescendo hasta explosionar en los números finales y en los aplausos, cuando se rompe el hechizo y el público puede por fin agradecer el rato que han vivido, inmersos de lleno en la maravilla de una ficción que los actores han hecho real en el escenario.
Tanxarina demostró estar no sólo en forma, sino en la cumbre de su arte, viviendo los momentos dulces de lo que es la madurez del oficio. Una entrega refrendada por los 35 años que acaban de cumplir.
Por cierto, a destacar la magnífica entrevista que publicó Erregueté, la Revista Galega de Teatro nº 96, 2018/3, a Eduardo Rodríguez Cunha ‘Tatán’ realizada por Xoán Carlos Riobó y Xurxo G.Avendaño, donde hace un extenso repaso de su vida artística. Según se dice en ella, de ‘Titiricircus’ han realizado 1116 representaciones. ¿Sería la del Cabanyal la 1117? Cifras que producen vértigo y que explican este dominio del oficio antes expresado, una maestría que no cesa de crear nuevas propuestas año tras año. ¡Asombroso!