(Tartaglia. Exposición ‘Giì la máscara’)
Continuamos con nuestra crónica sobre el MAgicaBUra!, Festival de Teatro di Figura, que ha acompañado la exposición ‘Giù la maschera’ dedicada al rico patrimonio de los personajes o héroes populares del teatro de títeres en Italia, también llamadas ‘máscaras’, que se puede ver hasta el domingo 12 de mayo de 2019 en el exconvento de San Francesco de Pordenone.
Vean la primera crónica dedicada a la exposición aquí.
Un Festival que ha buscado ilustrar las figuras hieráticas de la exposición con ejemplos vivos del uso de algunos de los personajes, aún en activo de la mano de duchos y bravos titiriteros. No han sido todas, por supuesto, las ‘máscaras’ protagonistas, entre otras cosas porque algunas de ellas ya nadie las maneja, pero sí bastantes y muy representativas. En concreto, los espectáculos han tenido como figuras relevantes a Arlechino, Gioppino, Pulcinella, Fagiolino y a todos los que le acompañaron en su representación (Sgalopino, Brighella, Tartagla, Il Dottor Balanzones, Sandrone, entre otros), Pirù y Meneghino. Una ocasión única de ver a estos personajes de la Tradición -o del Teatro Clásico de Títeres italiano, según prefiere llamarlos Romano Danielli- en movimiento y de la mano de algunos de los mejores titiriteros que se dedican a su práctica.
Empezaremos cronológicamente, siguiendo el orden de las representaciones que tuvieron lugar durante el largo fin de semana del 26 al 28 de abril de 2019, en el mismo exconvento de San Francesco, de Pordenone, donde se realiza la exposición.
‘Lezione sulla Commedia Dell’Arte (tre farse sull’amore)’, de Paolo Papparotto.
Conozco a Paolo Papparotto desde hace muchos años y fue un gran placer verlo en el apogeo de su arte, cuando la sabiduría de los años se suma a la madurez del oficio, y se crea un punto de no retorno en el que la función parece que se hace por si sola. Representó el titiritero de Treviso tres pequeñas farsas con Arlequín de protagonista, el personaje nacido según la tradición en Bérgamo, pero considerado por la gente del Véneto como propio, quizás no nacido aquí pero bien arraigado en Venecia y las tierras adyacentes. Vistió y enhebró las tres farsas con el artificio de una conferencia sobre la Comedia del Arte, de modo que el espectáculo podría ser considerado también como una conferencia ilustrada, aunque lo que primó fue la acción de los títeres.
Las tres historietas presentadas giraron alrededor del tema clásico del amor a Colombina y la disputa que suscita entre las varias ‘máscaras’ protagonistas: el Diablo en la primera, Pantalone, Brighela y el Dottor Balanzone en la segunda y tercera. La característica principal de la acción de los títeres es el constante juego de palabras, trufado de equívocos y malentendidos, y que se expresan a través del dialecto local, elemento básico en este tipo de representaciones.
Por cierto, la presencia del Diablo como compañero de Arlequino se explica por una de las procedencias de esta ‘máscara’, de origen diabólico. Las luchas y disputas con el Demonio no serían más que típicas rencillas entre excompañeros de trabajo, tras el abandono de uno de ellos, Arlequino, de los ámbitos infernales tras instalarse en el mundo de los humanos.
De impacto es el episodio del error en las pócimas que deben tomar Pantalone y Arlechino, una para dormir y la otra para subir las constantes vitales del amor. La primera está destinada, como no, al siervo, mientras que la ‘revitalizadora’ es para el viejo Pantalone. Pero se produce el cambio y quién se lleva el premio del néctar afrodisíaco es Arlechino, al que le surge un cipote de padre y muy señor mío, que como es lógico enamora ipso facto a Colombina, mientras Pantalone sucumbe a un profundo sueño. Situaciones que nos remiten a los equívocos clásicos de la Comedia del Arte.
El espectáculo de Papparotto contiene los elementos clásicos del humor decadente y refinado de Venecia, que no duda en ir a los extremos, pero lo hace con elegancia y buen estilo, mediante unos títeres muy cuidados, y con una manipulación concisa y vivaracha. El mismo teatrillo, hecho para el lucimiento de un manipulador solista, goza de un refinamiento muy al modo de lo que podríamos considerar como veneciano.
Interesantes son los títeres y sus máscaras, como es el caso de Arlechino y Brighella, con un rostro debajo de sus máscaras de color verde el primero y rojo anaranjado el segundo, símbolos quizás de sus espíritus diferentes, relacionado el primero con el mundo de la naturaleza y el segundo atrapado por las emociones. Aunque aquí las ‘máscaras’ están más al servicio de la comedia y del disparate de la farsa que de las simbologías ocultas de sus protagonistas.
Paolo Papporotto cosechó un éxito rotundo ante un público entregado con ganas de divertirse gozando con esos viejos personajes de la más longeva tradición local.
‘Le peripezie di Arlecchino nato affamato’, de la cia. Ortoteatro.
Fue un placer ver en acción a esta compañía de actores, Ortoteatro, entidad clave en el desarrollo de complejas operaciones culturales, metida de lleno en una estrecha relación con el mundo de los títeres. Su amor por el arte de las marionetas viene de lejos y son muchas las colaboraciones que han llevado a cabo con titiriteros como Walter Broggini, con quien están en estos momentos urdiendo nuevs proyectos.
Un amor a los títeres que va parejo al de las máscaras de la Comedia del Arte, que ellos conocen en profundidad, tanto en su vertiente actoral como titiritera. La obra, creada y dirigida por Favio Scaramucci (nombre teatral que no es ningún pseudónimo sino el real) e interpretada por Federica Guerra, Fabio Massa y el mismo Fabio Scaramucci, es una iniciación al mundo de las ‘máscaras’ pensada para todos los públicos: aunque el destinatario más recurrente sea el joven e infantil, la obra divierte y atrapa por un igual a los mayores.
Utiliza Scaramucci la historia del huevo, usada mayormente para el personaje de Pulcinella, una forma de dotar de contenido mítico al personaje (sólo los dioses nacen de un huevo, aparte de las gallinas, serpientes y otros animales), y la aplica al nacimiento de Arlecchino. Un modo de entronizar a esta ‘máscara’ considerada como la propia de la zona y darle un componente mágico y legendario, afín de resaltar su singularidad de personaje protagonista.
Nace desnudo y la obra se encarga de explicarnos el porqué de este vestido hecho de pedazos de tela de diferentes colores. Y para ello, desfilan ante nuestros ojos las principales ‘máscaras’ de la Comedia del Arte, magníficamente representadas por los tres componentes de Ortoteatro. Se les nota un profundo conocimiento de la tradición gestual que define a cada uno de los personajes: Brighella, Il Dottor Balanzone, Pantalone, Colombina e il Capitano. Cada uno de ellos aparece con sus rasgos característicos, primero como actores, luego como títeres subidos al retablo.
La excelente interpretación deslumbró al público congregado en el claustro del exconvento de San Francesco, rodeados de las imágenes de otras ‘máscaras’ de la tradición que nos miraban desde el piso superior. Un trabajo lleno de entrega y generosidad, cargado de un potente virtuosismo realizado desde la humildad del oficio.
Según nos cuenta el programa, el texto es un cosido de citas de Goldoni, Molière, de textos de la Comedia del Arte y de la obra ‘Le Maschere’, de Mascagni. Si además le sumamos el componente musical realizado en directo, comprenderá el lector la sofisticación y el gran oficio que demostraron los tres actores de Ortoteatro. Los espectadores aplaudimos a rabiar.
‘Gioppino allá corte del Re di Persia’, de la cia. de Pietro Roncelli.
Conocí a Pietro Roncelli en una visita a Bérgamo realizada en el año 2014 (ver aquí) precisamente para conocer al personaje de Gioppino, una de las ‘máscaras’ más curiosas e extravagantes, por los tres bocios que exhibe, una singularidad única, que yo sepa, en el mundo de los títeres. Fue en la visita al Museo del Falegname Tino Sana (Museo de la Carpintería), situado en la localidad de Almenno San Bartolomeo, en el Valle de Brembana donde la tradición sitúa el nacimiento de Arlequino. Roncelli era entonces -y me imagino que lo sigue siendo- el titiritero fijo del Museo, encargado de realizar funciones para los visitantes escolares. Pues el Museo, además de sus muchas colecciones de objetos relacionados con la carpintería y con las obsesiones particulares de su creador, Tino Sana, como son las bicicletas (existe una de madera en el museo construida por él mismo), contiene una impresionante colección de títeres populares de la región.
Pietro Roncelli nos mostró en una obra llena de vivacidad, con ágiles cambios de decorados en un bonito retablo de estilo clásico, la personalidad característica de Gioppino: rústico y simple pero honrado y campechano, valiente y decidido, que no duda en embarcarse en las más atrevidas aventuras. Pues de eso trataba la obra, un viaje en una alfombra mágica a una mítica Persia, con magos y con el mismísimo Rey de Persia en persona.
Con más de ochenta años de vida a sus espaldas, Roncelli demostró que los titiriteros son capaces de burlarse del tiempo y de la edad, cuando el oficio, destilado en los alambiques de la experiencia, corre por las venas transformado en un elixir que otorga juventud al agraciado. Asistido por su mujer -su ayudante habitual no pudo acompañarlo en esta ocasión-, el titiritero de Bérgamo dio una lección de buena manipulación y mostró la importancia del dialecto, capaz de marcar los ritmos y definir la personalidad del personaje.
El rudo Giuppino, provisto de sus ‘tres patatas’ como se suele llamar a sus bocios -en paralelo a los tres testículos que aparecen en el escudo de armas de Bartolomeo Colleoni (1395-1475), situado en el centro de Bérgamo, que la gente acaricia para obtener suerte, una asociación que permitiría decir este Gioppino tiene sus tres ‘coglioni’ bien puestos, a la vista y subidos al cuello-, desplegó en manos de Pietro Roncelli sus virtudes cardinales: honradez, ingenuidad, gallardía y una cierta precipitación propia de quien gusta solucionar las cosas, cuando no queda más remedio, mediante la cachiporra.
Siendo el personaje más estrafalario y misterioso de los nacidos tras la Revolución Francesa, por su aspecto algo monstruoso, Gioppino es una de las ‘máscaras’ que goza de más vitalidad, al estar servido por multutid de titiriteros en la región de Bérgamo. Una buena noticia vino a corroborar esta realidad: la Fundación Ravasio, que dirige Sergio Ravasio, hijo de Benedetto y Pina Ravasio, una de las familias titiriteras más importantes de Bérgamo durante el siglo XX, está a punto de inaugurar un museo en el centro de la ciudad dedicado a Gioppino. Un sostén institucional que sin duda complementará esta rica realidad vívida de nuestro personaje.