(Bufos Theatre. Foto de José Fernandes)
Continuamos con nuestra crónica del Festival Mó de Marionetas de Oeiras, localidad portuguesa situada en la parte ancha del estuario del Tajo, entre Lisboa y Cascais. Y antes de entrar en los espectáculos vistos el sábado 1 de junio, conviene revelar los Premios que el Festival decidió otorgar al mejor espectáculo, el del público realizado por votación popular a través de unos formularios que se distribuyó entre los espectadores, y el del Jurado compuesto por cuatro personalidades invitadas: Jeannine Trévidic, directora del Festival de Faro, Nuno Pinto, director del Festival de Ovar, María José Machado Santos, directora del Museu da Marioneta de Lisboa, y Toni Rumbau, director de Titeresante y autor de estas líneas.
El premio de los espectadores fue para la compañía griega Bufos Theatre con el espectáculo Jovan.
El del Jurado se dividió en dos: una mención especial para Sofía, de Francisco Obregón, y el Premio Dom Roberto (pues consistió en una escultura de piedra de un Roberto) para Manuel Costa Dias, que presentó en el Festival dos espectáculos: Robertos, Viola e Campaniça, y As minhas mais.
Los premios fueron otorgado el domingo por la tarde, tras el último de los espectáculos programados, Los tres porquinhos, de Théâtre Magnetique, de Bélgica.
Robertos con João Costa y Jorge Soares.
Además de los Robertos con música presentados por Manuel Costa Dias, y del que ya hablamos en el anterior artículo (ver aquí http://www.titeresante.es/2019/06/i-mo-festival-de-marionetas-de-oeiras-inauguracion-con-manuel-costa-dias-y-francisco-obregon/ ), el Festival programó a dos otras compañías que trabajan el títere popular portugués: João Costa, de la compañía Mãozorra (y director del Festival), y Jorge Soares.
Actuó Costas frente a la magnífica Igreja Matriz de Oeiras, del siglo XVIII y dedicada a Nossa Senhora da Purificação, y demostró el joven y emprendedor titiritero nacido en la misma localidad de Oeiras, estar en buena forma, con un dominio seguro de los Robertos, de los que destacaría el magnífico uso de la palheta -se le entendían todas las palabras-. Interpretó el clásico Barbeiro, una obra que tiene muy ensayada, quizás la más conocida del repertorio robeteiro junto a la Tourada.
Con un buen uso de la cachiporra, a la que no le quita su necesario protagonismo, sí podríamos decir que João Costa exhibe una exquisita delicadeza en su reparto de leña y garrotazos, por la que permite que el arrebato se incline más del lado del juego que del atropello encarnizado. La hora temprana de la función -las 10h de la mañana- y el ambiente relajado del día en el centro de Oeiras, hicieron que la función ejerciera de estímulo perfecto para empezar el día con un poco de chispa bien sazonada por el ingenuo, arcaico y por ello mismo, tan poderoso, sentido del humor del títere de raíces populares. No cabe duda que niños, padres y abuelos salieron del envite con más ganas de disfrutar del día y de la vida.
En el otro extremo de la tercera jornada del Festival, a las 9h de la noche, actuó Jorge Soares, en el Jardín Municipal donde se halla ubicada la Feria Popular de Oeiras, un lugar quizás no tan idóneo para los artistas que gustan gozar del detalle y de la atención silenciosa de un público de sala, pero sí muy apropiado para una representación de Robertos, pues es bien sabido que el ambiente de las Ferias ha sido durante siglos el lugar donde mejor se han encontrado estos seres tan animosos y estridentes que son los Robertos. Y la razón es simple: en las Ferias, hay público, y si hay público, hay dinero. Y para hacerse oír entre el barullo de la gente y sus diversiones, inventaron los titiriteros el truco de la lengüeta, afín de ser escuchados por encima del tumulto.
La función de Jorge Soares entroncó profundamente con el ambiente popular y con el público, que asistió entusiasmado a los envites de los títeres, que representaron la Tourada. Demostró el titiritero un excelente dominio de los ritmos y de los juegos escénicos, con una interpretación que podríamos llamar de corte clásico por el aliento profundo que dio a sus muñecos, movidos por el arcaísmo atávico del títere popular.
Fue una delicia observar a los niños y a los mayores asistentes, atrapados por la magia y la lógica sin lógica de la cachiporra, entendida como un juego del ‘aquí te pillo y aquí te mato’, al que los cachorros humanos están tan acostumbrados. El clasicismo de la representación tuvo su respuesta en la arquetípica atención del público, entregado al sonido antiguo y verdadero de las voces alengüetadas, y al eterno juego de la vida y de la muerte, que la noche cargó de su dramatismo inherente.
La representación de Costa y la de Soares, más la del día anterior a cargo de Costa Dias, me hicieron pensar que el arte de los Robertos se encuentra en muy buen estado de salud, al ver como conectaba tan buenamente con el público sin que los filtros de la modernidad afectaran la conexión. ¡Admirable!
O ninho, de Partículas Elementales.
Ya conocía este trabajo de Carlos Silva, de la compañía Partículas Elementales, justo cuando acababa de salir del nido el año pasado (vef aquí http://www.titeresante.es/2018/06/fimo-festival-internacional-de-marionetas-de-ovar-ii-clive-chandler-follemente-alex-piras-particulas-elementales-carolina-khoury/ )y fue un placer volver a verlo ya con el imprescindible rodaje que cualquier espectáculo de títeres requiere para que se asienten las formas y los ritmos. Actuó en el Auditorio Municipal de Oeiras, un moderno edificio situado junto a la plaza de la Iglesia, con el público y los títeres instalados en el escenario. La razón es simple: O Ninho es un espectáculo de un marcado registro intimista, que busca una conexión casi epidérmica con los espectadores, niños y mayores.
Con la temática del nido, del huevo y de la reproducción tras los pases de baile del flirteo, la obra busca unos mínimos para llegar a este contenido de máximos. Un sólo títere, el Ninho, que encarna al espectador curioso, niño que a su vez es un aviador, por lo que se le supone que como mínimo dispone ya de carnet de conducir. Representa en realidad al humano curioso que gusta gozar del espectáculo de la naturaleza. Se ofrece así a los espectadores como intermediario para conectar con los misterios de la vida, interpretados por los pájaros que viven en el árbol.
No tendría ningún sentido explicar los entresijos argumentales de la obra, pues lo que importa de verdad es la sutileza de la interpretación de Carlos Silva con la manipulación sin palabras de los personajes, el mundo sonoro onomatopéyico que crea y una acción que interpela a la sensibilidad del espectador en sus registros más sobrios e inocentes, a través de un clima casi de misticismo perceptivo.
Signos elementales, detallismo, minimalismo compositivo y una elegante y austera escenografía de Leonor Bandeira, serían algunas de las características de esta obra que maravilla a grandes y chicos. Un espectáculo que sería profundamente saboreado por un público de monjes de un monasterio zen del Japón. Los espectadores de Oeiras, a pesar de no vivir en ningún monasterio, captaron el espíritu de la obra de Silva, como lo demostró al acabar el espectáculo: por los aplausos pero sobre todo, por la curiosidad y los deseos de ver aún más de cerca lo que habían visto y vivido, quizás con la vana esperanza de pescar alguno de los secretos que volaron durante la representación y que ahora buscaban con la mirada inquisitava y la avidez contemporánea de sus ojos y cámaras.
As minhas mais, de Manuel Costa Dias.
Presentó Manuel Costa Dias, el maestro de Évora, su espectáculo As minhas mais, en la plaza de la Iglesia, con un sol de justicia que caía como un castigo de Dios en la cabeza del artista y de los espectadores. Y a pesar de la inclemencia climática causada por el señor Lorenzo en su glorioso apogeo matutino, el milagro se produjo, y el castigo se convirtió en bendición artística gracias a la capacidad de concentración de Costa Dias, que indiferente a los elementos, supo insuflar el aliento de la vida a las marionetas de todo tipo que nos tenía preparadas.
Un espectáculo insólito es el que presenta el titiritero de Évora, formado por números sueltos que se suceden, a la manera de una especie de cabaret de marionetas, en el que cada número está formado por personalidades diferentes, que se encarnan a su vez en formas y materiales distintos. Como distintas son también las técnicas de manipulación usadas en cada caso. Podría considerarse como un repertorio de las mil posibilidades de animar un muñeco o una marioneta, con el leitmotiv de las manos, unas veces enguantadas y otras no, el motor secreto de sus vidas efímeras, pues duran lo que dura el tiempo corto de cada una de ellas.
Un espectáculo que también es el resumen de una vida entera dedicada a investigar las distintas formas de mover y animar una marioneta, en el sentido de ‘darle ánima’. Pero lo más importante, aparte de los aspectos técnicos siempre interesantes para el especialista y para el espectador curioso y diletante, es la relación que se crea entre el manipulador titiritero y el muñeco. Una relación que va más allá de la técnica y del oficio, pues en ella se produce la entrega catártica del artista animador hacia la personalidad creada, un respeto que une distancia e intimidad, en el que hay identificación y ternura, y una perfecta conjunción de apego y desapego.
Diferentes músicas crean el espacio sonoro donde se cobijan los dos extremos, el humano y el hecho de materiales inertes. En esa entrega del titiritero demiurgo hay también humildad, de quien sabe que pasados los minutos del trance, la vida sin música y sin magia regresa para imponer su charlatanería diaria.
En su espectáculo, Costa Dias ejecuta un baile secreto con cada una de sus marionetas, un baile sin baile, pues los pasos están más apuntados con la mente y las manos que con los pies y las piernas, que también se mueven pero mediante sutiles apuntes del ritmo, dejando los movimientos en suspensión.
El público, hipnotizado por el trance y la conjunción de arte, sol y marionetas, aplaudió a rabiar, indiferente al varapalo de la cachiporra solar.