(Sira Aymerich y la figura de su doble. Foto Jordi Play.)
Se inició el miércoles 6 de noviembre la tercera edición del IF Barcelona, el festival de teatro visual, de figuras y de títeres de Cataluña, dedicado este año al tema ‘Figura y Cuerpo’. Y lo hizo en el mismo lugar donde nació el Festival en el año 2015, en el Arts Santa Mònica, como una propuesta asociada a la exposición ‘Figuras del Desdoblamiento’.
Con dirección artística de Jordi Alomar, el If Barcelona se postula como una Bienal que cada dos años pretende impulsar varios proyectos de creación en el terreno del teatro visual y de figuras, poniendo un énfasis en los espacios limítrofes donde el viejo género de los títeres gusta hibridarse con otros lenguajes y artes escénicas. Una propuesta de riesgo para potenciar la creatividad del sector que sin embargo busca su arraigo en las grandes tradiciones titiriteros locales y de todo el mundo. En la edición de 2017 fueron los Pupi de Sicilia, este año son los Bonecos de Santo Aleixo, una joya que pervive en la ciudad portuguesa de Évora.
Inauguración de la exposición 5 años del IF Barcelona.
Jordi Alomar inauguró el Festival con la apertura de la exposición que se puede ver estos días en el segundo piso del centro Arts Santa Mónica, en las mismas Ramblas de Barcelona, sobre los primeros 5 años del Festival, con algunas de las imágenes, títulos y textos que ha generado. Presentó por ello a todo el equipo del Festival, con la reciente incorporación del titiritero Eudald Farré en la área artística además de Sara Serrano y Christian Betanzos en la producción. Explicó los diferentes espacios donde tiene lugar el IF, como son el Instituto del Teatro, la Sala Hiroshima, La fábrica de creación L’Estruch de Sabadell, y la extensión en Santa Coloma de Gramenet, en los espacios Can Sisteré, el Teatro Josep Maria de Sagarra y el Auditorio can Roig i Torres.
Acto seguido, presentó a Pep Aymerich y a su hija, la joven bailarina Sira, creadores y protagonistas junto al músico y violoncelista Marc Alomar, del espectáculo inaugural titulado El lloc? De ser nosaltres (¿El lugar? De ser nosotros). Un espectáculo que se pudo ver en la magnífica sala del segundo piso del Arts Santa Mònica recientemente restaurada.
El lloc? De ser nosaltres, de Pep y Sira Aymerich.
Había expectación por ver el trabajo de este heterodoxo creador gerundense, carpintero ebanista de profesión y reconocido performer, en una propuesta en la que vida y arte se juntan en torno a la relación padre/hija de sus dos intérpretes.
En efecto, los dos protagonistas de la obra son Pep Aymerich y su hija Sira, joven bailarina en los inicios de su carrera escénica, los cuales se han planteado el tema del doble y de la alteridad poniendo en escena su relación con dos marionetas de madera de tamaño natural, copias desnudas exactas de padre e hija. Una relación de desdoblamiento que se multiplicaba con la confrontación de todos los sujetos puestos en juego, humanos y de madera, los cuales transitaban constantemente en su doble relación de sujeto/objeto, de padre e hija, de hombre y mujer, de madurez y juventud, de carne y de madera, de cuerpo y figura.
Junto a ellos, Marc Alomar con sus dos violonchelos y una viola antigua construida por el mismo Pep Aymerich, puso el elemento sonoro, con piezas compuestas ex profeso por Xavier Carbonell y algunas de Joham Sebastian Bach. Una interpretación excepcional ya que Alomar hacía ‘hablar’ a sus instrumentos, poniendo la palabra que no había en la obra representada, un lenguaje de notas roncas, como si la madera hablara en una codificación secreta de sus rechinamientos y crujidos, con un dominio del arco que se ajustaba a la perfección a los ritmos conceptuales de la acción de los cuerpos y sus dobles. Parecía que Marc Alomar se hubiera convertido él también en titiritero, con una potente presencia casi elíptica detrás de los instrumentos, mientras al mismo tiempo se coordinaba con los movimientos escénicos sin tener que desviar la mirada, a través de una comunicación táctil cruzando el espacio.
La representación podría calificarse como un ‘tratado escénico sobre el desdoblamiento’, entendido desde la particular subjetividad de los dos intérpretes, desde luego (pues en esta disciplina, cada persona es diferente). Desconozco en profundidad el lenguaje de la danza, pero me pareció el trabajo de Sira Aymerich plenamente ajustado a lo que se quería conseguir. Fue la suya una gestualidad ensortijada que gira sobre sí misma buscando los meandros de la interrogación, mientras su poderosa expresión facial y la mirada marcaban el ritmo de la relación con la marioneta que era su doble. Mirada de sorpresa, de curiosidad y al mismo tiempo de sufrimiento, cuando una se ve obligada a enfrentarse contigo misma, de incomprensión y de necesidad, todos estos matices fueron el hilo conductor de su encuentro con la alteridad, un juego de batalla y de unión, de rechazo y de compenetración.
Por su parte, Pep Aymerich comenzó su acción acoplando los diferentes trozos de madera que permanecían dispersos por el escenario. Él es el constructor de todas las criaturas puestas en juego: las dos marionetas de madera, una de ellas réplica de su hija, y ésta misma, construcción también fruto de la voluntad reproductora pero a la vez corolario de un tiempo que ya no es el suyo, con la libertad que da este tiempo vivido como propio. Una relación paterno filial ligada por un engarce aún firme pero que se estira en la búsqueda de espacio, que mira y busca ya otros horizontes, los propios de una hija de 19 años.
El acoplamiento de los fragmentos de los cuerpos de madera de las dos marionetas mostró la maestría del ebanista-titiritero Aymerich, capaz de crear unas figuras articuladas que se juntan y se separan con la simplicidad de la obra perfecta. Una madera que muestra la nobleza y suavidad de su textura, hecha para encarnar los dobles de padre e hija.
La relación de Pep Aymerich con su doble es muy diferente a la que tiene su hija: distante y estática, de respeto y de profunda circunspección hacia lo que ha hecho y se mueve por el escenario, también de ineptitud y de interrogación, de quien intenta comprenderse sin conseguirlo demasiado, enroscándose en la figura que lo representa. Quizás el momento más potente y de impacto fue cuando el titiritero, de pie junto a su doble, intenta hablar y no puede, impotente o consciente de que no hay nada que decir, de que las palabras no sirven para esta experiencia, sobre todo cuando se tiene ya una cierta edad. A diferencia de su hija Sira, que en una de las coreografías de emparejamiento con su marioneta doble, se interroga en voz alta ‘¿Quién soy, qué somos, a dónde estamos…?’, obligada por la edad y prescripción escolar a hablar.
También interesantes y llenos de dramática ambigüedad fueron los momentos de contacto directo padre e hija, en un cuerpo a cuerpo entre el judo y la danza, donde se expresaban los múltiples matices de la relación. Y muy expresivo me pareció el momento en que Sira aparece con dos máscaras, una ante el rostro y la otra detrás. La dualidad aparecía encarnada ahora en una misma persona, ejercicio que resolvió con un enorme dominio del cuerpo y de la expresión gestual, y que consiguió la inquietante figura de ser dos en uno.
Podríamos decir que la representación agotó todas las posibilidades de relación entre cuatro, y que el desdoblamiento se mostró desde la distancia elegante del arte y del gesto estudiado, sin dejar que la psicología y las emociones florecieran y llenaran todo el espacio de la representación, un terreno propicio a estos desbordamientos. En este sentido, la representación no salió de los márgenes estrictos de la performance artística y de una exigencia perceptiva centrada en la atención quietista de la sensibilidad, capaz de dejarse seducir más por las ‘texturas’ de las imágenes con todos sus matices sensibles y conceptuales, que por los elementos teatrales más proclives a la narrativa y a la lógica dramatúrgica de las emociones.
Una experiencia que resume de una manera sucinta y desde la mirada contemplativa del arte visual y de la danza, los secretos más íntimos del teatro de marionetas, sin rehuir la implicación vital de los artistas-intérpretes, que ponen en directo ‘su carne al asador’, convirtiendo la acción teatral en una catarsis de desdoblamiento y profunda reflexión filosófica -de una filosofía de las personales de salón que van a lo esencial, que suelen ser las más interesantes cuando se ponen en un escenario.
Un ejemplo precioso de cómo el mundo de los títeres se convierte en un perfecto campo de exploración, donde los diferentes lenguajes escénicos y artísticos juegan a hibridarse en las regiones más limítrofes y profundas del género.