(Foto de Shaday Larios)

Se presentó este martes 7 de julio de 2020 en la Sala Tallers del Teatro Nacional de Cataluña la última obra de la compañía Oligor y Microscopía, esta conjunción de los dos artistas Jomi Oligor y Shaday Larios que tan preciosos espectáculos ha dado. Su título es ‘La melancolía del turista’, una coproducción de Temporada Alta (se estrenó en Girona el otoño pasado), el Festival Grec 2020 de Barcelona, el Patronato Municipal de las Artes Escénicas y de la Imagen del Ayuntamiento de Zaragoza, Iberescena y Le Parvis.

Se trata de hecho del segundo trabajo de la compañía, descontando el proyecto de la Agencia de Detectives El Solar, en el que también participa Xavier Bobés, y aunque mantiene la misma línea de trabajo que se inició con ‘La Máquina de la Soledad’ (2014), establece nuevos parámetros de acercamiento a las temáticas básicas de su trabajo: la memoria, el recuerdo, el objeto documental, los tiempos particulares de cada cosa, la autorreflexión a través de la vida y la mirada de los objetos, entre otros.


Se impone en este montaje la voluntad de crear un lenguaje autónomo, independiente de los intérpretes, convertidos ambos, Jomi y Shaday, en oficiantes de un rito que nos invita a dar tiempo a los objetos y a la palabra afín de que nos abran sus mundos ocultos. Para ello, son necesarias unas condiciones de percepción especiales: la intimidad que da el aforo reducido (aún más con las exigencias pandémicas) con el público instalado en una pequeña grada en semicírculo frente al espacio de la representación; los silencios y los volúmenes bajos de sonidos, músicas y otros efectos sonoros; o los claro-obscuros de una iluminación tenue, hecha de pequeños puntos de luz que los mismos oficiantes manipulan. Todo ello invita a una atención concentrada y minuciosa, nos obliga a afinar bien los sentidos del oído y de la vista, en una especie de suspensión espacio-temporal que es la misma en la que actúan los objetos en sus recorridos mecánicos, sus apariciones y desapariciones, imágenes que no buscan fijarse sino aparecer y desaparecer, como pinceladas que se fijan y se diluyen en la retina, en la temporalidad poética de la obra.

La escena que proponen Oligor y Microscopía podría ser vista como una instalación con vida propia, servida por los dos oficiantes que operan desde la distancia casi sacra del rito, como una maquinaria de tecnología casera inventada por algún sabio loco entretenido en crear secuencias de recorridos visuales, de pequeñas acciones de luz, de imágenes proyectadas, y otros artilugios insólitos, banales y desconcertantes.

Pero el rito no tiene por objetivo celebrar la imagen por la imagen, sino que tiene una finalidad que le da todo su sentido y trascendencia: la autorreflexión sobre esto que llamamos turismo, sobre el viaje a lugares especiales, que nunca son un solo lugar o una sola cosa, sino dos o tres o muchas a la vez: ciudades míticas que son y no son lo que aparentan ser. Y quizá donde se da el aspecto más genial de la propuesta, sea en haber conseguido esta condición ambigua, paradójica o contradictoria, de situarnos dentro y fuera de la piel del visitante o turista, en los ojos del forastero que mira y en los ojos de quien es observado desde afuera.

Foto de Shaday Larios.

Pues en eso consiste viajar y percibir lo que pensamos que es diferente, lo exótico que se nos vende como tal, las invitaciones a entrar en mundos distintos y nuevos que el turismo nos ofrece ya masticados, inducidos. Pero eso banal, masticado e inducido que se nos quiere vender, de pronto, gracias a este doble proceso de la mirada interior y exterior, a esta atención retardada, de ojos entrecerrados, que ocurre cuando la percepción se junta a la autoobservación y a la autorreflexión, es entonces cuando todo ello se convierte en un lugar u objeto cargado de sentido, de mundos interiores, de significaciones múltiples y expansivas, que nos abre la realidad como una caja de pandora de infinitas dimensiones escondidas. Entonces, el turista entra en proceso de ‘melancolía’ -para los autores, en un estado de suspensión temporal- y lo aparentemente banal se convierte en aventura de conocimiento.

Foto de Shaday Larios.

Nunca había visto un abordaje tan refinado, sutil y tan cargado de profundas significaciones y resonancias como el de esta ‘Melancolía del Turista’: lejos de quedarse en los tópicos y en las correcciones habituales de las críticas al turismo, de las que hoy vamos tan sobrados, este montaje se atreve a ir más allá: se aleja de tópicos y banalidades, y nos ofrece una vía sensible, sutil, ambigua, pero real, para entrar en los misterios de la percepción, del tiempo, de los momentos que son presente y pasado, es decir, que contienen la memoria inmediata de lo vivido, única forma de retener la vivencia, al dotarla de su dimensión doble intrínseca, de quien vive y se observa, de quien es capaz de ser dos cosas a la vez.

Jomi Oligor y Shaday Larios. Foto de David Continente.

Un montaje que, sin pretenderlo, rompe los cascarones ideológicos de las frases hechas, de los lemas infantiloides, y nos abre a territorios desconocidos, aún inexplorados, donde reina la sutileza de la ‘percepción doble’ y donde se permite a lo inanimado, a los objetos y a las imágenes, explicarnos sus secretos y sus mundos ocultos.

Foto de Shaday Larios.

Un espectáculo que podríamos calificar de ‘buque rompehielos’ de la percepción del tiempo y del viaje de la vida, y que, por eso mismo, debería ser de obligada asistencia.