(Fotografía de César Candilejo)
El sábado 8 de mayo tuvimos la oportunidad de estar en el Teatre Casal de Vilafranca del Penedés en el estreno de Las Sirenas son calvas,espectáculo de la compañía catalana Deliri. Esta obra de actores y títeres dirigida a público familiar, nos presenta un juego entre dos personajes adultos, quienes tal vez agobiados por un sistema en el que las responsabilidades y el orden marcan la pauta, comienzan a buscar excusas para salir de éste y sumergirse en un viaje imaginario en busca de dos calcetines perdidos en la lavadora.
¿Y qué tienen que ver dos calcetines perdidos con el cabello de las Sirenas? Esta pregunta es el motor y guía argumental que sirve a los protagonistas para crear su nuevo sistema relacional, donde es el juego quién pone las reglas. Apartados de la realidad, los dos adultos que se atreven a jugar, pueden ejecutar acciones y atravesar con ellas un universo poético que en nuestro sistema de normas cotidianas no nos es posible experimentar.
Con gran dosis de humor, esta compañía consigue atrapar a todos los espectadores, quienes también ávidos de libertad y de sueños, nos dejamos llevar por las ocurrencias de sus protagonistas, muy bien interpretados por Gerard Garcés y Úrsula Hernández. Ambos actores, con formación de clown, consiguen divertirnos y hacernos entrar en un discurso fresco y sin límites como hacen cada día los niños y niñas durante sus juegos.
El eje central de este espectáculo es una magnifica escenografía, realizada por Toni Murchland. Encontramos en escena una lavadora capaz de convertirse en diferentes vehículos que llevan a los protagonistas por mar, aire e incluso al espacio exterior. Su ductilidad, su sencillez y su magia, nos recuerdan esos momentos en los que los niños son capaces de ver más allá de los materiales, más allá de la utilidad de las cosas y son felices jugando con piedras, palos o cajas de cartón. El hecho de no ser elementos tan definidos, y que los colores predominantes sean arenas y marrones, permiten a toda la audiencia acabarlos y colorearlos con su propio imaginario.
Lindes Farré, creadora, dramaturga y directora de escena de Las Sirenas son calvas, cuenta que el origen de este espectáculo tuvo lugar observando a su hijo Nil, cuando éste tenía tres años. Para entonces, Nil jugaba con una lavadora hecha por sus padres con una caja de cartón y la convertía en diversos espacios lúdicos, de allí que este espectáculo no sólo está dirigido a público familiar, sino que está hecho en familia. Junto a Lindes Farré encontramos a su compañero Ramón Pascual, también titiritero, que esta vez dibuja diferentes atmósferas con un diseño de iluminación que se ajusta y enriquece los diferentes escenarios por los que viajan los protagonistas.
Para el sonido de las máquinas escuchamos dos canciones de Música a Màquina, composiciones experimentales de la agrupación musical Cabo San Roque, creadas con grabaciones de lavadoras reales. Estas dos piezas encajan perfectamente con la construcción y deconstrucción de la escenografía. Otras composiciones musicales del espectáculo están a cargo de Santiago González, a ellas se unen las coreografías de Ricard Salom que nos permiten visibilizar y disfrutar del potencial actoral y expresivo de los actores.
Durante el viaje en busca de los calcetines perdidos, los dos adultos se encuentran con otros personajes, resultado de su propio imaginario, que son representados por títeres de espuma, estilo Muppets, una excelente elección que sostiene muy bien su presencia en escena y el diálogo con los actores.
Es particularmente destacable que los protagonistas de este espectáculo no pretenden ser niños, sino, más bien consiguen entrar en el universo infantil, ese que tanto echamos de menos los adultos, y que de vez en cuando recuperamos cuando nos atrevemos a jugar con algún niño. Cuando nos permitimos apartar las responsabilidades y el orden lógico que nos exige la madurez y productividad.
¿Es el juego una actividad productiva? Jean Duvignaud, Donald Winnicott, Roger Caillois y Johan Huizinga son algunos de los teóricos que aportan grandes reflexiones al respecto. Ver una puesta en escena que motiva, recuerda y ampara el derecho a jugar de los adultos, no sólo es poético, es necesario. Porque como señala Huzinga en su libro Homo Ludens: “Para comprender la poesía hay que ser capaz de aniñarse el alma, de invertirse el alma de niño como una camisa mágica y preferir su sabiduría a la del adulto.”
¡Felicidades equipo de Deliri por saber escuchar vuestras almas de niños y crear un espectáculo tan poético!