(Foto Luz Soria)
Se pudo ver en Barcelona, en el Teatre Lliure de Montjuic, el último espectáculo de la compañía Chévere, de Galicia, N.E.V.E.R.M.O.R.E, una coproducción de Chévere con el Centro Dramático Nacional. Una compañía que, con más de 30 años de trabajo, ha conseguido cuadrar el círculo de mantenerse como un colectivo independiente de personas fieles a unos principios de crítica siempre socarrona y libertaria, mientras han despegado con producciones cada vez más sólidas e impactantes, de modo que han acabado convirtiéndose en una de las compañías más prestigiosas y premiadas del país.
Dicen en su programa de mano:
Empezamos a idear este trabajo en marzo de 2020. Cuando la llegada de un virus nos demostró que todo se puede cambiar. Que el mundo se puede parar. Nos dimos cuenta de lo rápido que lo habíamos olvidado. Un año después comprobamos el enorme esfuerzo que se está haciendo para que todo vuelva a ser como antes. Y lo fácil que es dejarse convencer otra vez. Así que decidimos contar una historia para no olvidar tan fácilmente que las cosas pueden ser de otra manera. La hemos llamado N.E.V.E.R.M.O.R.E.
Visto así, alguien podría pensar que nos encontramos ante un teatro construido sobre la pancarta de aquellos hechos trágicos de la pérdida de fuel del Prestige frente a las costas gallegas. Y así sería si no fuera porque con Chévere, eso es imposible. Las pancartas están ahí, qué duda cabe, porque lo del Prestige fue una lucha épica que tuvo que lidiar con todas las herramientas posibles a su alcance, pero la propuesta de N.E.V.E.R.M.O.R.E.va mucho más allá. Lo que hace Chévere es de una radicalidad absoluta: no solo humaniza profundamente lo que ha quedado como un lejano eco de las consignas que entonces se lanzaron al viento, sino que los propios actores se ponen en la piel de los épicos y olvidados protagonistas, a los que ponen nombre, voz, matices, reflexión, sentimientos, y unas geniales dosis de retranca gallega.
Una encarnación que no solo se queda en los personajes, sino que los mismos actores deciden duplicar la compleja sonoridad del terrible acontecimiento, para lo que no dudan en recurrir a todos los efectos acústicos que suelen y solían utilizarse en el viejo cine, en la radio, antes de la época digital. Menuda distanciación brechtiana, que ya de entrada nos pone en situación, diciendo: ‘señores, aquí nos la jugamos, pues lo que vamos a narrar pasó y está pasando por nuestras propias manos y cuerpos’. O, cuando reproducen el sonido del mar: ‘señores, nosotros mismos somos las costas gallegas’.
Esta especie de radical compromiso con lo acontecido, que obliga a la compañía a mantenerse en un querido y buscado registro de artesanía teatral, es lo que da pie a que el estilo de inteligente socarronería característico de Chévere pueda desplegarse a gusto en el escenario, para deleite de los espectadores, que vemos como los hechos son presentados y narrados desde el placer del buen teatro, con las ironías de rigor, y con unas emociones que surgen verdaderas desde la distanciación natural del oficio.
Claro que esto no podría hacerse sin unos actores todos ellos excepcionales. Empezando por los más veteranos de la compañía, esa columna vertebral que desde la época de la NASA en Santiago ha mantenido el pabellón en su sitio: memorable la interpretación de Patricia de Lorenzo, genial actriz capaz de ponerse en la piel de cualquier personaje, como la del viejo alemán que llega a las costas gallegas y se queda colaborando en la organización del caos, al que vemos durante buena parte de la obra sentado narrando lo vivido con su peculiar acento extranjero; qué decir de Miguel de Lira, figura indispensable en las creaciones de Chévere, capaz de estar y no estar en su sitio, encarnando los personajes con esta distancia kilométrica que le permite clavar la atención del espectador donde le da la gana; al igual que Manolo Cortés, ese otro actor fundamental de la compañía, de mirada larga y gestualidad inteligente.
Sorprendente fue también la interpretación de los actores más jóvenes, Mónica García, Arantza Villar y Boria Fernández, impecables en sus papeles, con escenas destacadas, como la de la joven que explica la emoción de ver a su padre, votante de un partido conservador, acudir con ella a la playa, o la del maestro olvidadizo que veinte años más tarde explica la correa de transmisión humana de 40 km de longitud que organizó él solito… Momentos todos ellos inolvidables de la puesta en escena.
Falta hablar de Xesús Ron, encargado de la dirección, cerebro dramatúrgico de Chévere que sigue siendo capaz de trabajar en equipo, con una compañía que gusta mantener algunos de los viejos hábitos de lo que se llamaba ‘creación colectiva’. Su mirada cáustica y que gusta entrelazar registros y temáticas diferentes, explica este cruce del ‘Nunca Máis’ de la lucha contra los desastres ecológicos en Galicia, con el Nevermore del poema de Edgar Allan Poe ‘El Cuervo’, una preciosa asociación que carga la obra de profundas y oscuras resonancias, entre los deseos de olvidarse de todo y la necesidad imperiosa de vitalizar el recuerdo.
Una puesta en escena que bien podríamos situar en ese amplio apartado del Teatro Visual, dada la importancia de la escenografía y la iluminación, que firman respectivamente Carlos Alonso y Fidel Vázquez, más lo objetos empleados en la creación del paisaje sonoro. Las escenas están marcadas por unas imágenes que muestran y ocultan a la vez, surgidas de la penumbra del recuerdo y que se concretan con el gesto y la palabra del actor. La misma sonoridad de la obra, como ya se ha dicho, toma una impactante forma corpórea, logrando que el recuerdo adquiera hechura visual y acústica en presente. Y se deja lo explícito para el final, con esa concesión al público de las esperadas pancartas, indispensables para el enardecimiento colectivo, ya en el capítulo de los aplausos.
No vamos a entrar en los detalles de la obra, que dejamos para los críticos y especialistas. Solo exhortar a los que aman el teatro bien hecho e inteligente, que vayan a ver N.E.V.E.R.M.O.R.E., seguramente una de las mejores producciones de Chévere, de gira por toda España.