Continuamos con el relato de la aventura iniciática alrededor de la figura de Pulcinella i los guaratelle relatada por Pere Bigas, inscrita en unos momentos históricos dramáticos, los marcados por la pandemia del COVID-19. Vean la I Parte aquí y la III parte aquí.
EL ARGOS MALTÉS EN UNA ISLA DESIERTA
Nápoles estaba vacía, triste y asustada. Al igual que casi todos los locales o negocios de la ciudad, la persiana de Casa Guarattelle cerró a mediados de marzo. Ante la disyuntiva de vivir el inminente encierro o lockdown tres personas en el pequeño espacio del velero Argos Maltés amarrado en el puerto de Mergellina, o tomar la posibilidad que las autoridades italianas nos daban de abandonar con nuestro barco el país para regresar al nuestro, optamos por soltar amarras hacia lo desconocido e ir a la búsqueda de algún rincón olvidado del Mediterráneo donde confinarnos y realizar nuestra particular “residencia creativa”.
Encontramos una cala perfecta para ello, protegida de todos los vientos, que contaba con un pequeño muelle al que amarrarse, en la deshabitada isla de Santo Stefano, en el archipiélago de La Maddalena, norte de Cerdeña. En esta pequeña isla de apenas 3 km² vivimos prácticamente aislados por tres meses jugando con títeres… y un poco también al Robinson Crusoe. Fue una temporada muy creativa: Raúl y yo terminamos la construcción de nuestras guarattelle y en mi caso también la del teatrito, elaboramos nuestra particular lista canónica de diálogos, gags y escenas del canovaccio tradicional a partir de lo que recordábamos y de videos de Youtube, ensayamos todo por bloques bastantes días alternándonos uno frente al otro en el retablo y lo registramos en video para no olvidarlo.
Pero no todo fue Pulcinella: junto a Raúl y Iona participamos vía internet desde la isla en el festival de Títeres para Adultos Ròmbic con la pieza “A Sard” (a partir del minuto 43, visionable aquí) y nos embarcamos y completamos el proyecto de “Piratería de Andar Por Casa” (ver aquí), una serie infantil online protagonizada por marionetas y una actriz.
Levantado el confinamiento, y justo antes de cruzar a Baleares, costeamos el norte de Cerdeña hasta la catalanohablante ciudad de Alguer. Frente al muelle, muy cerca de donde teníamos amarrado el Argos Maltés, Raúl se animó a probar las guarattelle en la calle. Yo no me atreví.
IRENE VECCHIA
Unos meses después, en septiembre de 2020, reencontré a mi querida Irene Vecchia en Palma de Mallorca. Supe que participaría en la XXII edición del Festival Teresetes y en cuanto la meteo fue favorable levamos anclas y pusimos proa a Palma desde Ibiza. A Irene le había visto dos espectáculos en Casa Guarattelle, el Pulcinella tradicional en el que actúa acompañada por el músico Marcello Squillante y “La Luna e Pulcinella”, un interesante espectáculo de nuevo repertorio donde la escena clásica del “guappo” o camorrista se transforma en una denuncia contra la violencia de género y donde se explora el lado más femenino del personaje de Pulcinella.
En el Teresetes, Irene trajo su versión del Pulcinella tradicional. Fue muy emocionante volver a ver las guarattelle en acción, a vibrar con las tarantellas de Marcello en perfecta sincronía con las rutinas de baile y de cachiporra. La crítica de Titeresante del espectáculo comienza calificando con justicia a Irene como “una de las más destacadas representantes del guarattelle napolitano” (ver aquí). Añadiría o puntualizaría que no solamente lo es en cuanto artista o intérprete sino también como militante incansable, en Nápoles y en el extranjero, para dar visibilidad a este arte protagonizado por Pulcinella. Ella es uno de los pilares que hicieron posible la apertura de Casa Guarattelle en 2019 (el otro socio es Bruno Leone) y ahí sigue, sosteniendo con su trabajo y constancia el primer teatro dedicado a Pulcinella en su ciudad natal. También me gustaría destacar que ella es punta de lanza de un fenómeno creo que inédito en la historia titiritera de las guarattelle: la irrupción de las mujeres guarattellare. En un mundo históricamente copado por hombres, es gracias al tesón y a la profesionalidad de artistas como Irene que las cosas van poco a poco cambiando. Toda una maestra, un ejemplo para muchas y muchos.
Volviendo a su puesta en escena, destacaría de Irene su virtuosismo técnico, una musicalidad muy orgánica en la ejecución y un ritmo endiablado que maneja con maestría alternando in crescendos delirantes con momentos de pausa y ralentización. Un Pulcinella muy sólido y equilibrado, muy divertido, muy bien hecho. Desde el patio de butacas filmé algunos momentos del espectáculo y monté el siguiente video.
LA PIVETTA O LENGÜETA
En el marco de las jornadas profesionales del festival, Irene participó, junto a los especialistas en títere catalán Eudald Ferré y Sebastià Vergès, en la charla “La tradició en l’actualitat. Pulcinella al 2020”. Fue muy interesante y pertinente su defensa de la “pivetta” o lengüeta: lejos de ser solamente un medio arcaico para amplificar la voz de Pulcinella y hacerla audible en entornos ruidosos como la calle, como alguien sugirió, Irene insistió en que es una parte esencial de su identidad. De igual manera que la de color negro que cubre su rostro, la voz de Pulcinella es otra máscara más del personaje. Una máscara sonora que oculta el género del personaje y que le confiere el poder mágico y turbador que nace de la extrañeza. Sin “pivetta” no hay Pulcinella. No en vano durante siglos fue el secreto mejor guardado de los guarattellare y, todavía hoy en día, hay algunos profesionales que rehúsan desvelarlo tanto a colegas de gremio como a los curiosos que inevitablemente se acercan al acabar el espectáculo para interesarse por cómo se hace la voz de Pulcinella.
HIVERNANDO EN BARCELONA
El invierno se acercaba. Tras casi un año vagabundeando por el Mediterráneo occidental, el Argos Maltés arribó a Barcelona a finales de noviembre con una larga lista de reparaciones a realizar. Durante aquellos meses y hasta el principio de primavera, estuve ocupadísimo en mi ciudad natal arreglando y poniendo a punto el barco para nuevas aventuras. Aún y así, encontré el tiempo para dar alguna función de mi obra de guarattelle “Putxinel·li i Tereseta” ante familiares, amigos y compañeros del taller de marionetas de Pepe Otal, también actué en un par de actos vecinales, participé en el cabaret del Festival Ròmbic (ver aquí) y junto a Raúl hice una pequeña demostración con público el día que presentamos en el taller el mapa de las rutas de Polichinela que gentilmente Walter Broggini nos había ofrecido (ver aquí). Y poco más. Pero destacaría como importante que, siempre que actué, lo hice con público, sin ensayo previo, con descaro y arrojo. Algunos días mejor, otros peor, pero me atreví a hacerlo, a improvisar.
NÁPOLES, SEGUNDA LLAMADA
Era agosto y el Argos Maltés estaba anclado frente al puerto sardo de Arbatax cuando una tarde de bochorno sin brisa vi a bordo el fantástico documental “Morreu o Demo, acabouse a peseta” (ver aquí). La investigación acerca del personaje de títere de guante gallego Barriga Verde conducía al origen común del títere de guante europeo: Nápoles. Volví a ver a Bruno y a Irene con la máscara de Pulcinella convocando al pueblo de Nápoles a la actuación de títeres que harían en la plaza, volví a ver las calles y a sentir el bullicio incesante de la ciudad y escuché las palabras del maestro hablando de la transmisión del arte, del paso del saber del maestro al discípulo allá por la hora y diez minutos del documental:
“El verdadero secreto es el secreto del arte, no es la técnica. Ese secreto no se puede enseñar, uno lo lleva dentro. La transmisión (de la tradición) en esencia se produce sobretodo a través del robo. Digamos que el maestro por lo general no enseña, pero deja grietas abiertas. La parte activa no es del maestro, es del aprendiz. El maestro permite que esto suceda.”
«Morreu o demo, acabouse a peseta» (teaser) from comba combecha on Vimeo.
En ese preciso instante pausé el documental, emocionado. De repente se me hicieron evidentes un montón de cosas sobre la forma de enseñar de Bruno, mi maestro, sobre mi propio proceso de aprendizaje, sobre mí, y sobre la atracción y fascinación que Pulcinella ejerce sobre mí. Y sentí que tenía que regresar a Nápoles.
Tardaría poco más de un mes: tras cruzar de Cerdeña a las islas Égadas, costear la costa siciliana hasta Palermo, visitar a Mimmo Cutticchio y a Tania en el Teatro dei Puppi, alcanzar Cefalú, dar el salto a las islas Eolias, saludar los volcanes de Vulcano y Stromboli, y vivir en primera persona un milagro frente a los desfiladeros de Sorrento, el Argos Maltés arribaba a Nápoles y tiraba el ancla nada más y nada menos que frente al mítico Castel dell’Ovo en la isla de Megaride, probablemente en el mismo lugar donde anclaran 25 siglos atrás los griegos llegados de la vecina Cuma para fundar Partenope y posteriormente la adyacente Neapolis, Nápoles. Un escenario mítico con el Vesubio de fondo.
EL REGRESO
El destino quiso que ese mismo día que regresé a Nápoles coincidiera con la presentación de la nueva temporada de actuaciones en Casa Guarattelle. Sus puertas llevaban cerradas por la pandemia desde marzo del año anterior, cuando yo todavía me encontraba en la ciudad. Podía decirse pues que no me había perdido ninguna función durante mi ausencia. Fue una enorme alegría reencontrar a Bruno, a Irene y a Angelo el Capitano. Sentí como si les hubiera visto el día anterior, como si no me hubiera marchado nunca de la ciudad.
El destino también quiso que ese primer día me cruzara en el centro con la joven guarattellara Federica Martina, de la compañía Anemarte Pulcinella. Nos habíamos conocido en la procesión de Sant’Antonio Abate un año y medio atrás, justo antes de que se fuera a pasar el invierno a Turín con sus títeres, motivo por el cual no la vimos trabajar en la calle durante nuestra primera estancia en Nápoles. Apenas hacía 3 días que había regresado a su ciudad natal tras un largo viaje por Senegal y, me dijo, estaba con ganas de volver a actuar en las plazas. Vengo contigo, le dije, yo también quiero. Y Federica sonrió contenta y respondió pues que claro, que sí, que el día que yo quisiera.
NAPOLES, LAS GUARATTELLE Y LA MUERTE
Uno de los pilares de Casa Guarattelle, Irene, no estaría el día de la reapertura ni los siguientes dos fines de semana porque tenía actuaciones con su Pulcinella en Zaragoza (ver aquí) durante las fiestas del Pilar, en Barcelona en el festival de invierno de La Puntual (ver aquí) y también en Cagliari. ¡Qué oportuna pues era mi llegada para echar una mano a Bruno para la función de ese domingo! ¡Más todavía teniendo en cuenta que la función inaugural la daría él! Se trataba del pre-estreno de su versión de La Divina Comedia de Dante que Mimmo Cuttichio, de Palermo, le había pedido para su festival.
Así que cuando Bruno me citó en Casa Guarattelle un día o dos antes de la función creí que tendría que ayudarle a limpiar, a organizar el espacio, quien sabe si verle ensayar antes del día de la función. Pero no. Ese día para el maestro la prioridad era poner una luz en el “purgatorio” para las “almas pezzentelle” que había montado en el huequito del contador de luz en la fachada del edificio. Fachada de a saber qué siglo de 60 o 70 cm de espesor, que taladramos con una broca larguísima a la que hubo que soldar una extensión. Nos llevó toda la mañana, pero quedó genial.
Se trata de una tradición napolitana. En las callejuelas de la ciudad abundan los altarcitos dedicados a vírgenes y santos, incluso a Maradona. Pero también existen los llamados purgatorios, como ese al que le instalamos una bombilla para que permanezca siempre alumbrado. Entre las llamas del purgatorio, fotografías de ilustres maestros que nos dejaron: Nunzio Zampella y su padre Antonio de quien aprendió el oficio, Giovanni Pino, Rod Burnett y Renato Barbieri. Son almas que, se supone, se encuentran en el purgatorio. Los piadosos rezan por ellas para ayudarlas a escapar del purgatorio y alcanzar el paraíso. Y como todo en Nápoles implica una cierta negociación, los vivos esperan a cambio la protección de las “anime pezzentelle”. ¡Que los viejos maestros protejan Casa Guarattelle el día de la reapertura y siempre, por muchos años!
Además de los altares y purgatorios, hay cultos y lugares de culto muy estrechamente vinculados a la muerte, en la ciudad de Nápoles. Ejemplos de ello son la iglesia de Santa Maria delle Anime del Purgatorio o la imponente cantera escarbada en la roca del cementerio delle Fontanelle, donde uno puede elegir y tomar en adopción (simbólicamente) cualquiera de las decenas de miles de calaveras ahí apiladas.
Además, la ciudad se encuentra ubicada entre el lago Averno, los volcánicos Campos Flegrei y el Vesubio, el único volcán activo de Europa continental a cuyos pies viven millones de personas. Tal vez por todo ello la relación de Nápoles con la muerte sea tan fuerte y tal vez por ello sea tan importante en el espectáculo de guaratelle el personaje de la Muerte, que es derrotada justo antes del baile final con Teresina. Y no solo eso: en un espectáculo de guarattelle a la tradicional siempre hay muertos, siempre. El “guappo” o el “padrone de il Cane” siempre muere en escena. Suele seguir el número en el que Pulcinella fatiga para meter el cadáver en el ataúd, el camino al cementerio y el encuentro con la Muerte. Forma también parte del repertorio tradicional, aunque es menos habitual de ver representada, la escena de la “impiccagione” o ahorcamiento en la que es el “boia” o verdugo quien acaba finalmente ahorcado en lugar de Pulcinella.
LA REAPERTURA DE CASA GUARATTELLE Y EL “POSTO PRIVATO”
Bruno tenía un plan. Consistía en reabrir Casa Guarattelle… pero en la calle. Es decir: la idea, si no llovía, era hacer la función unos pocos metros más allá de la puerta del teatro, en la esquinita del pequeño Vico Pazzariello. Al aire libre se esquivaba la obligación del pasaporte Covid y más gente podría disfrutar del espectáculo. Además, y no menos importante, ocupar la calle para hacer teatro es un acto revolucionario. Todo el que conozca el caos y el bullicio que reinan en el centro histórico de Nápoles podrá entender que es una hazaña que los títeres logren no solo encontrar, sino adueñarse, de una callejuela tranquila sin tráfico.
Pero no sería fácil, habría que pelearlo, a la napolitana. Ocupar el así llamado “espacio público” en Nápoles requiere negociación, y no con el ayuntamiento, precisamente. Es con los vecinos que consideran, por una especie de derecho consuetudinario aceptado por todos, que ese rincón en la calle frente a la puerta de sus casas donde han colocado el sofá, la mesa, la tele, la lavadora o el tendedero de la ropa (por mencionar lo más habitual), es suyo. En el caso de Vico Pazzariello, el espacio elegido para plantar el teatrito y ubicar las banquetas y sillas para el público estaba ese domingo ocupado por los mismos coches y motos que cada día aparcan (ilegalmente) ahí, en su lugar de toda la vida. Esa fue nuestra primera misión.
Fuimos tocando puertas e interfonos, hablando con tal y cual vecino que se asomaba a la ventana, pidiendo a todos por favor que sacaran sus vehículos. La mayoría accedió. Pero como era previsible, alguno bajó a la calle y opuso resistencia. Solo hay una cosa más teatral en el mundo que dos napolitanos discutiendo: un montón de napolitanos discutiendo. Gritan, gesticulan con exageración, se interrumpen sin tregua. Interpretan su papel con pasión, como si les fuera la vida en ello. Tanto Bruno como Angelo Picone alias il Capitano estuvieron brillantes en su interpretación y tras varios tira y afloja, faroles, órdagos, embites y envenenadas lisonjas, ganaron con justicia el derecho a que los títeres ocuparan la calle por algunas horas cada domingo. Fue una batalla muy importante, aquella. Una batalla sin bastones que, echando la vista atrás, me recuerda a una de las variantes principales del canovaccio tradicional de las guarattelle: aquella en la que Pulcinella pelea por su derecho a cantar y bailar en el “posto privato” que controla el “guappo” o camorrista del barrio.
LA DIVINA COMEDIA
Pulcinella había salido airoso del Infierno napolitano, atravesaría el Purgatorio guiado por Maradona y finalmente alcanzaría el Paraíso donde se reuniría con su amada Beatrice-Teresina. Yo me encargué de la taquilla, el Capitano con dos “scugnizzi” o chicos de la calle se pateó el barrio haciendo jaleo para anunciar la función, el Vico se llenó de gente y, aunque Bruno no había ensayado nada, el pre-estreno de su Divina Comedia y la reapertura de Casa Guarattelle fueron un exitazo. Monté este video de la triunfal jornada:
Acompañado por el acordeón, la guitarra y a ratos la voz del talentoso Gianluca Fusco, y con por lo menos 30 personajes distintos desfilando por el pequeño teatrito, era fácil que hubiera desajustes, que algún títere o pieza de atrezo cayera al suelo, algún accidente. Pero Bruno disfruta con ellos pues le obligan a improvisar y casi siempre logra jugarlos a su favor, para regocijo del público. De hecho, sostiene que el rito teatral es más poderoso cuando es improvisado y que, de alguna forma difícil de explicar racionalmente, el público inconscientemente siente cuándo un gag nace espontáneo en lugar de estudiado y coreografiado. Todos los artistas de artes en vivo conocemos o hemos experimentado cómo la magia del hallazgo escénico inesperado, ese que sorprende a su mismo autor, confiere al acto teatral una calidad distinta, inefable e indescriptible que el público distingue. El mismo gag, repetido al día siguiente, probablemente seguirá provocando risas pero nunca será tan veraz como aquella primera vez.
Probablemente por todo ello Bruno Leone hace ya muchos años que no intenta más “essere bravo”. Es decir, en su viaje artístico ha dejado de interesarse por perseguir el virtuosismo técnico pues su búsqueda transita otra dimensión mucho más profunda. Y sí, hay días que el maestro se pone a improvisar y de repente se complica la vida en escena y por momentos la función se desbarajusta, y él lo sabe. Pero es el precio que hay que pagar para continuar una misión casi mística que él no ha elegido sino que Pulcinella ha elegido para él, así que tampoco podría hacerlo de otra forma. El premio aparece cuando aparece y es único, precioso e irrepetible y se llama magia y también duende. Y ya no importa más si acontece para un solo espectador o para un estadio lleno de gente. El camino elegido es radical y en ocasiones incomprensible para algunos colegas titiriteros, críticos y directores de festivales.
EN LA CALLE, LA “SPALLA” Y LA “ROTTURA”
Creo que fue al día siguiente cuando, tomando café después de comer, le dije a Bruno que Federica estaba actuando en Piazza del Gesù, a pocas cuadras de distancia. Y para allá que fuimos. Piazza del Gesù es un sitio importante, se encuentra a menos de 100 metros del centro exacto de la antigua ciudad griega, y en ella han trabajado todos los guarattellare históricos. Formaba parte de la ruta de plazas que frecuentaba el maestro de Bruno, el viejo Zampella. Y los hermanos Pino, y los de más atrás: todos han trabajado ahí. Y ahí estaba la Fede, con su teatrito montado, y alegre nos invitó a tirarnos un pase con sus títeres.
Como siempre, Bruno llevaba con él la pivetta o lengüeta. Siempre, siempre, lleva la voz de Pulcinella encima. No conozco a otro titiritero que lo haga. Mojó su pivetta en la fuente de la plaza, se la metió en la boca, se enfundó los títeres y pidió a Fede, justo antes de empezar, que le hiciera de “spalla”. “Spalla” (traducible por hombro) es cómo los antiguos solían llamar a su colega de trabajo, con el que se iban alternando en el teatrito: mientras uno actuaba el otro cumplía el rol de “artista del piattino” (del platito, del sombrero), animando al público a contribuir económicamente e interrumpiendo en ocasiones el espectáculo con alguna “rottura”. Bruno aprendió los secretos de la calle siendo “spalla” de Nunzio Zampella a principios de los 80. Saber pasar la gorra era tan importante como saber dar la función. Por lo visto, la estrategia habitual (y exitosa) de Zampella para conmover al público callejero era la de ensalzar la dignidad y el alto valor artístico de la actividad titiritera.
Filmé y monté un breve video de aquel día: comienza actuando Bruno, que después hace de “spalla”, de pie junto al teatrito, a Federica.