(Trécola en acción. Foto de Manuel Silva)
En esta tercera crónica sobre Titiriberia, el Festival de Títeres Tradicionais, Olladas sobre os Cristovos, que se ha celebrado en Rianxo del 24 al 31 de julio de 2022, hablaremos sobre los siguientes espectáculos: el Teatro Dom Roberto de Filipa Mesquita, de Mandrágora Teatro de Marionetas; la obra Nº8 rúa dos contos, de Trécola Producións; el espectáculo de calle de la cía. Seisdedos titulado O cego dos monifates; y Paral·lel 55 de la compañía Títeres desde Abajo.
Cuatro espectáculos de peso que definen muy bien el espectro de lo que podemos considerar hoy el teatro de títeres popular, capaz de acoger desde las formas más tradicionales que perviven con toda su energía (como es el caso del Dom Roberto portugués o el teatro de las aleluyas, del Bululú o de los romances de ciego) hasta las adaptaciones más contemporáneas que usan el guante con envidiable libertad. Un abanico de formas titiriteras de una gran variedad y riqueza, y que constituye la base nutriente del festival Titiriberia, hoy cómodamente instalado en Rianxo.
En efecto, qué mejor sitio para estar que la población que ha dado vida, fuelle y aliento a tres personalidades claves de la cultura gallega, como son Alfonso Castelao (Rianxo 1886 – Buenos Aires 1950), narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, médico y político, considerado uno de los padres del galleguismo y una de las figuras más importantes de la cultura gallega del siglo XX; Rafael Dieste (Rianxo 1899 -Santiago de Compostela (1981), escritor, músico, dramaturgo y titiritero; o Manuel Antonio (Rianxo 1900-1930), poeta vanguardista que escribió en gallego y nunca utilizó sus apellidos (Pérez Sánchez), como muestra de rebeldía y libertad individual. Todos ellos interesados en las tradiciones culturales propias, en el cultivo y la defensa de la lengua gallega, y con un manifiesto interés por las múltiples formas del teatro popular.
(Pueden ver todas las crónicas sobre Titiriberia 2022 en Titeresante clicando aquí)
El Teatro Dom Roberto de Filipa Mesquita, de Mandrágora Teatro de Marionetas
Después de presentar el mais maior grande Dom Roberto por las calles de Rianxo (ver aquí), Filipa Mesquita, una de las tres fundadoras de la cía. Mandrágora, nos mostró al héroe del teatro popular de títeres en Portugal en su escala humana o mejor dicho, titiritera: como títere de guante y con dos de las historias mas conocidas de la tradición: El Barbeiro y El Castillo de los Fantasmas.
Desconocía el trabajo como Roberteira de Filipa Mesquita, dotado de una refinada calidad y de unas características que intentaremos explicar. Al igual que Sara Henriques, la otra titiritera mujer que se ha atrevido con el Dom Roberto, Filipa Mesquita consigue dar un toque diferencial a la un tanto más ruda manipulación de las manos masculinas, por lo general provistas de grados más elevados de testosterona (en una escala que debemos reconocer muy variable, por supuesto, y siempre con sus notables excepciones).
Pero no es nuestra intención resolver el caso mediante el tópico de la mano femenina que todo lo suaviza, que podría ofender a las (y a los) así tratadas. En absoluto. Por el contrario, el Dom Roberto de Filipa Mesquita muestra unos interesantes rasgos de distanciamiento casi desdeñoso respecto a las escenas de cachiporra, no para suavizarlas, sino para ponerlas realmente en su sitio: un puro juego de bastonadas lleno de ironía. Intuimos en la gestualidad de los títeres la sonrisa entre cómplice y desdeñosa de la titiritera, que no duda en resolver las escenas según los cánones clásicos, pero sin alargarse en demasía, un poco como quien da la indispensable carnaza polichinesca a niños y a mayores, pero con dosis que permiten mantener la risa-sonrisa de su ejecución.
Este matiz, que puede parecer al lector algo nimio e insubstancial, define a mi modo de ver el estilo de Mesquita y lo marca con un sello muy personal, dando a las rutinas clásicas del Dom Roberto un peculiar viso de irónica vitalidad y de pequeños valores añadidos en absoluto superfluos: el precioso acabado de los títeres, cuyas tallas huyen del esquematismo con el que suelen estar hechos y que se acercan a un acabado más en el estilo del cómic, o la misma la belleza austera de la tela del retablo, con un elegante diseño de rayas blancas y negras.
En cuanto a las rutinas, se ciñe Mesquita a los cánones clásicos, con un barbeiro que da pie al desfile de los personajes abatidos por Don Roberto -el Diablo, el Policía y la Muerte- y la obra del Castillo de los Fantasmas, con sus entradas y salidas tan propias de la comedia y que aquí se pone al servicio del juego de persecuciones de los personajes, entre los que sobresale un hermoso dragón verde de mucho colorido.
Con su representación, Filipa Mesquita cerró el ciclo del interesante trabajo realizado por la Mandrágora alrededor del Dom Roberto: engrandeciéndolo para hurgar luego en sus entrañas tradicionales, en el caso de su versión como gigante; mostrándolo en sus dimensiones de teatro popular de títeres de guante, en el caso de su última función en Rianxo.
Nº8 rúa dos contos, de Trécola Producións
Había mucha expectación para ver este histórico espectáculo, que fue estrenado en el año 1988 por los padres de Ero Vázquez Cabrera, Fernanda Cabrera y Rafael Vázquez, cuando él tenía 6 años. Lo representa ahora Ero en un atractivo montaje en el que participa toda la compañía ampliada a la familia: Ero, su compañera Isa García Coldeiro, y, para esta función de gala y de aniversario, sus dos hijas Ura y Naia.
Y fue realmente muy interesante ver como la obra, a pesar de todos los años que lleva a cuestas, se presentó al público de Rianxo con el frescor propio de los espectáculos de títeres de raigambre popular, lo que nos indica dos cosas: primero, hasta qué punto Fernanda y Rafael, los fundadores de Trécola en el año 1881, habían conectado con el oficio titiritero, inventando nuevos personajes y otorgándoles roles propios del lenguaje del títere tradicional, aun quizá sin saberlo; y dos, cómo Ero Vázquez e Isa García, en la nueva etapa de la veterana compañía, llevan en la sangre el oficio titiritero y lo transmiten a su vez a sus dos hijas, una de las cuales, Ura, la mayor, está con ganas de continuar la vía emprendida por padres y abuelos.
Todo es frescamente original en este montaje. Podría tener cien años de antigüedad o tan solo un mes. Por de pronto, el concepto mismo del retablo: más que asentado en el suelo, cuelga de unas cuerdas atadas a una estructura metálica hueca, de modo que baila y bascula a prueba de vientos y terremotos, sin duda una anticipación a la incertidumbre de nuestra época, donde todo parece colgar de un hilo. En realidad, sirve para dar vuelo y ligereza a la tradición, y nos habla del talante aventurero e innovador de sus creadores. En este sentido, nos indica lo acertado de recurrir a este montaje para celebrar los cuarenta años de la compañía. Y se entiende que sus actuales responsables hayan invitado a sus hijas a participar en el mismo, pues no puede haber mejor legado para ellas que esta obra, la cual, lejos de envejecer con los años, mantiene viva su frescura y originalidad.
Es un acierto haber recurrido a la pareja de pillos cómicos en el papel de protagonistas, verdaderos contrahéroes de la obra, en la línea de la picaresca española más genuina, o a modo de pareja clásica de payasos, la del listo y el tonto. Un atrevimiento, desde luego, que en su época de estreno no lo sería, pero que hoy, en plena locura de la nueva moralidad bien pensante (esa que ve con malos ojos a la cachiporra), quizá no pasaría un examen previo de moralina. ¿Dos pillos ladronzuelos de protagonistas? Qué mal ejemplo para la niñez… Hoy es más elegante que los niños se enteren de la delincuencia a través de los grandes ladrones de guante blanco que monopolizan las pantallas de medio mundo y dirigen nuestras economías.
Se llaman Xinzo y Lelo, y la casa nº 8 de la Rua dos Contos pertenece a la Bruxa Papandreia, que aparece bajo forma de títere y a la vez encarnada en actriz con máscara al modo de los cabezudos. De hecho, todo el retablo es la casa de la señora Papandreia, bruja de escoba, ungüento y caldero: por eso flota en el espacio libre de los cuentos, y cuando ella estornuda o se enfada, toda la casa tiembla y se mueve flotando sobre sus cimientos.
Los otros personajes son un cazador, un policía, un lobo y el mago Errol Flin. El lobo parece estar a sueldo de la bruja o más bien sometido a sus hechizos: es blanco, lo que lo hace aún más inquietante, aunque luego vemos que es su víctima, explotado por la maligna señora. Pertenece a esta tradición de lobos títeres blancos, que siempre dan más miedo que lo de otros colores más oscuros.
Una casa hechizada: el que entra no puede salir. Un buen recurso para jugar con los dos pilluelos que llegan con ganas de vaciar la casa y quedarse con lo ajeno.
Debemos destacar el buen hacer titiritero de los de Trécola. Ero muestra en su introducción frente al público, las tablas y la astucia natural de quien ha nacido prácticamente entre títeres y ha crecido en un escenario. Sabe perfectamente cómo tratar a los chicos y a los no tan chicos, y luego da vida a los títeres con los oportunos juegos de palabra y una impecable manipulación. Lo mismo podemos decir de Isa García y también de las dos jóvenes aprendices, cada una con los títeres que les corresponde. ¡Realmente, sería difícil imaginar una mejor celebración de aniversario!
O cego dos monifates, de la cía. Seisdedos
Anxo García es el artífice de esta compañía constituida en 1990 que de hecho surge y vive instalada en la veterana Viravolta Títeres, con la finalidad de dar salida a espectáculos más de pequeño formato, mayormente itinerantes, adaptados a espacios diferentes y en los que actores y marionetas comparten protagonismo.
De entrada, vale la pena centrarse en la palabra monifate, vecina a la portuguesa bonifrate, y que es una manera de decir títere en gallego, junto a monicreque, fantoche, marioneta y otras tantas. La elección de este atractivo vocablo nos indica ya una intención de partida: bucear en las raíces medievales y más antiguas de las artes del títere y de la juglaría. De ahí que a la palabra se le haya asociado la figura de un narrador, poeta o titiritero, necesariamente ciego, llamado Maese Seisdedos.
No es fácil encarnar hoy este tipo de roles, cuando ha desaparecido la llamada literatura de cordel, esa que se distribuía mediante los llamados pliegues de cordel, cuadernillos impresos sin encuadernar y exhibidos para su venta en tendederos de cuerdas …, hermanos de los romances y las coplas de ciegos… (ver Wikipedia).
Todo ello ha pasado a la historia y ya no existen los poetas callejeros ni los ciegos que recitaban romances sobre los acontecimientos más variopintos, truculentos casi siempre. De ahí que, para representar a personajes de esta naturaleza, se requieran unos registros actorales profundamente arraigados en la cultura popular propia de cada uno, y unas dotes notables de improvisación. De todo ello van sobrados los dos actores de Seisdedos, Anxo García en el papel de ciego y Fran Lareu en el de lazarillo. Como dice el programa de la compañía, el ciego y titiritero ambulante realiza sus representaciones usando la técnica tradicional del bululú gallego en la que el lazarillo manipulaba los muñecos ocultos en la capa del ciego que tocaba la zanfoña.
Su repertorio está compuesto por cuentos medievales (Joan de Timoneda, Lope de Rueda,…) y populares; romances históricos (A nau Catrineta, D. Martiño,…); romances de ciego (Crimen de Caldas,…); pequeñas piezas teatrales, canciones tradicionales (O sacristán de Coimbra,…); cuentos y narraciones de la literatura gallega (Can branco, can negro de M. Victoria Moreno), entre otros.
Pero lo bueno es verlos actuar por las calles de poblaciones que aun conservan sus rasgos más antiguos, como ocurrió en Rianxo, cuando el ciego bululú, guiado por su lazarillo, salieron ambos de paseo, con la intención de ganarse unas perras actuando para los oriundos y paseantes del pueblo que se encontraban a aquellas horas por la calle.
No sé si recogieron muchas perras, tampoco era el objetivo, pero lo que sí lograron es que entre las piedras de los edificios más antiguos de Rianxo resonaran sonidos, exclamaciones, palabras y jolgorios musicales que aun remitiéndonos a otras épocas, despertaron en el hoy de hoy voces de las que podemos considerar eternas, procedentes del pasado, del presente y del futuro, pues en ellas, la poesía, la risa, el descaro, la curiosidad de lo misterioso y de lo que se oculta, más la voz de la palabra bien dicha, retumban con fuerza poderosa y nos hacen, si cabe, más humanos.
Antes hablamos de capacidad de improvisar, pero sería engañarnos pensar que solo se trata de eso. En realidad, el tipo de teatro que hacen Anxo García y Fran Lareu es de los más difíciles que existen: además de requerir un buen oficio de actor y de titiritero, el suyo es un ejercicio teatral que necesita combinarse con un conocimiento profundo de la literatura culta y popular, así como de los antiguos modos de recitación en verso. Su trabajo forma parte de un proceso complejo en el que entra la antropología y un aprendizaje sobre el ‘terreno de la calle’ de recogida de datos, costumbres, dichos y tradiciones varias. No por nada ha sido Anxo García junto con sus compañeros de Viravolta quienes han sacado a la luz personajes y tradiciones ya perdidas, como es el Barriga Verde de la familia Silvent.
Con los años de práctica, la actuación de Maese Seisdedos y su lazarillo se impone con fuerza frente al público variopinto de la calle, gracias a la credibilidad de los personajes y al aplomo logrado en sus diferentes números. En Rianxo consiguieron reunir a un público fiel que los siguió por los distintos espacios donde sentaron sus reales. Todo un lujo para la ciudad de Castelao y Dieste.
Paral·lel 55, de la compañía Títeres desde Abajo
Uno de los puntos álgidos del festival fue la presentación en Galicia del último espectáculo estrenado por Títeres desde Abajo, Paral·lel 55, creado en 2019 pero que la pandemia puso en el congelador hasta que recientemente ha podido por fin verse en los escenarios. La compañía, formada por Raúl García y Alfonso Lázaro, se ha ampliado últimamente con la incorporación del joven antropólogo Mikel Fernandino, quien ha escrito la obra presentada.
Creo que con Paral·lel 55, los de Títeres desde Abajo han querido hacer un salto importante en su carrera de titiriteros, con una obra que, sin perder los rasgos ácratas típicos de la compañía, ha huido de los simplicismos ideológicos y se ha adentrado por sendas de mayor complejidad, creando un interesante juego de paralelismos conceptuales y meta-teatrales, al incluir la relación de los títeres con los propios titiriteros que los manejan.
La lucha de emancipación de los obreros de la fábrica La Canadiense del año 1919, que significó una gran victoria del movimiento obrero liderado por la CNT, fábrica que estaba situada en el Paralelo de Barcelona, se muestra en contraposición al conflicto de unos títeres que actúan en un cabaret sito en el Paralelo y que, hartos de ser manipulados y de recibir los obligados mandobles de la cachiporra, buscan liberarse de sus titiriteros. La primera lucha es de hace cien años y la segunda ocurre en el día de hoy. En una, el conflicto tiene que ver con el salario y las horas de trabajo, en la otra, con algo más existencial e interior de las personas, las dualidades que nos obligan a actuar de una manera cuando no lo queremos.
La primera trama se inscribe en un episodio de la lucha sindical, la segunda en esta realidad intima que nos hace a todos ser actores en los cabarets diarios de nuestra sociedad del espectáculo.
Las dos tramas están tratadas desde el lenguaje del teatro popular de títeres, de decir, del títere de cachiporra, aunque hay una notable economía cachiporrera que sin embargo queda compensada por otras escenas de acentuada truculencia, como las ocasionadas por un policía represor amante de la tortura, y por tendencias inclinadas a sistema de lucha más expeditivos.
Como puede verse, un trabajo de una gran elaboración conceptual que a su vez se desarrolla en un retablo que escapa del poliedro de seis caras y se abre a una horizontalidad panorámica en el que coinciden en una acera trans-temporal el interior de la Canadiense y, en un nivel más elevado, el Molino, el interior del cabaret donde se dirime la rebelión de los títeres, y la antigua plaza de toros de Las Arenas de Barcelona, donde se realizó el multitudinario míting con 25.000 obreros reunidos afín de refrendar la reforma aprobada. Un complejo cruce de tiempos y de espacios, de luchas de distinto signo, lo que ha obligado al autor a ordenar las escenas con títulos que remiten a la tradición literaria antigua y al cine mudo.
Creo que el meollo del espectáculo, más que en las ideas que se esgrimen y en las pertinentes resoluciones por las que los titiriteros optan, se encuentra en la propia forma del espectáculo, en estos paralelismos que el mismo título refleja, y sobre todo en el choque que significa plantear los conflictos exteriores (propios de lo social) en contraposición a los interiores (el juego simbólico de los títeres en relación con sus manipuladores). Un contraste que por suerte no aparece resuelto sino que apunta a una intersección compleja, a un nudo de temas, dimensiones y perspectivas que, según apunta la física, es el punto de donde parte lo nuevo.
Como decía al principio, un importante paso delante de esta joven compañía que ha decidido sumar a su acostumbrado activismo social y político, el impulso de una mirada compleja y transversal, capaz de juntar diferencias y de plantearse dilemas que todavía están sin respuesta.