(Detalle del Pesebre Napolitano que se halla en el Museo Salzillo de Murcia. Foto T.R.)

Sí, hay que ponerlo entre exclamaciones, no sea que nos olvidemos de que de vez en cuando es bueno celebrar una fiesta. Y es que los tiempos se han vuelto tan agoreros, que con solo soltar la palabra Navidad, ya nos ponemos en guardia. ¡Con lo que está cayendo a nuestro alrededor!, dicen muchos. Y tienen razón, claro. Y, sin embargo, cuando llega la Navidad, el tiempo parece detenerse, como si fuera consciente de que de vez en cuando es necesario dar un respiro a los Humanos.

¡Me paro!, dice el Tiempo, al menos un par de días, mientras organizo el reemplazo. 

Aprovechemos pues esta antesala del Fin de Año para olvidarnos de lo nefasto que acontece y constatar que la vida continúa. Los humanos, como las ovejas, cada uno a su redil. Los que no se sienten ovejas, protestan y se van de rositas; no pagan la comilona y los que pueden, se van a la Conchinchina. Pero la mayoría gusta reunirse con la familia o lo que queda de ella, o lo que la sustituye, para estar en compañía.

Crono esperando en el cementerio monumental de Staglieno, Génova. De Santo Saccomanno, 1876. Foto Wikipedia

Pero vayamos a lo importante: el Tiempo se para un par de días. Y un tiempo parado es una pantalla que deja visibles las cosas de la memoria. Pantalla mágica, sin duda, que nos invita a reflexionar sobre lo que se ha fijado en la dirección del pasado, mientras en la dirección opuesta, la que mira hacia el futuro, solo vemos brumas y lo desconocido. Nada sabemos de lo que por allí asoma, por eso nos centramos en su opuesto, la dirección que nos lleva al pasado muerto, a lo acontecido y que ya no tiene remedio. Ay, ¡cuántas quejas salen de nuestras bocas cuando eso ocurre! Quejas y nostalgias de lo que se ha perdido, pues vivimos una época en la que cada día lo vigente se hace viejo y caduco. Ay, el Progreso, palabra hoy vacía. Se acabó lo que se daba. Ya nada es como era, nuestras ciudades han cambiado, y nos hemos quedado en babia. Ay, que se nos va a amargar la fiesta…

¡Pero señores!, dice el Tiempo que nos mira fumándose un puro aprovechando el respiro que se ha dado. ¡Ustedes son patéticos! Inventen, hagan algo, imaginen un futuro diferente si no les gusta el que yo traigo. Sabed que lo mío es la inercia y la rutina. Pero nunca me he opuesto a los cambios, ni a los caminos diferentes. Tengo fama de conservador y de reaccionario, y no niego que lo soy. Pero en realidad, lo que más me gusta es darle la vuelta a todo y asustar a los que no quieren subir a mi lomo. Cuando alguien se atreve, yo me dejo conducir. Pero si os quedáis a los pies de mis caballos al galope, mal asunto para vosotros.

‘¡Pero si usted nos lleva al desastre!’, exclamamos indignados ante las palabras de este Saturno provocador.

Saturno devorando a su hijo, de Francisco de Goya, 1820-1823, Museo del Prado. Foto Wilipedia

Claro, si solo me conducen los más burros de la tribu, pues en esas estamos. Además, yo no soy un conductor de rebaños, algo que detesto. Todavía no habéis entendido que mi acontecer es particular, personal para cada uno de vosotros, en el caso de que así lo deseéis. Pero si preferís el rebaño, allá vosotros.

¡Caramba, me digo, con el señor Tiempo! ¿A qué nos está invitando? Quizá sea bueno charlar un rato con él, ahora que está quieto y se ha soltado. Será por el tabaco, los puros siempre han gustado a los dioses. Y ese, aunque menguado, pesado y algo taciturno, debe ser uno de los importantes.

No me subestimes, mortal, dice el Tiempo que al parecer ha escuchado mis palabras mientras lanza una bocanada de humo de su habano. Que esté parado no significa que esté quieto. El problema que tenéis los humanos es que os habéis olvidado de que soy un Dios. Querido, ¿no sabes lo que significa eso? Que no pertenezco a nadie, y que como a todos mis semejantes, nos chifa que se nos rinda culto. Pero claro, si es el rebaño quien se inclina a mí, pues lo trataré como a un rebaño. ¿Acaso no sabéis que la emoción que más nos corroe a nosotros, los inmortales, es la envidia? Para eso os creamos, para probar lo de ser libres y de que hagáis lo que os dé la gana. Y cuando ello sucede, nos morimos de envidia, porque eso es lo que buscamos. Pero si actuáis como vulgares mamíferos que se dejan conducir por el jefe de la tribu, generalmente el más fuerte y vozarrón, y por ello mismo, el más idiota del conjunto, pues entonces, más que envidiaros, nos entran ganas de mandaros a la porra.

Portal de Belén, Pesebre de Francisco Salzillo. Museo Salzillo de Murcia. Foto T.R.

Sus palabras me dejan patitieso.

¿Qué insinúa, señor Tiempo?

Lo que has entendido, pequeño carcamal.

Pobre de mí, pienso, yo que soy un simple titiritero, cómo me voy a subir a lomos del Tiempo… Por si las moscas, decido escucharlo.

¿Y cómo ve el Futuro, señor Tiempo?

Yo no lo veo, ¡lo creo! Pero la lógica de los Dioses no es la de los Humanos, por eso te aconsejo que agarres el toro por los cuernos. Y sepas que cada uno tiene su toro, quiero decir, su tiempo. Entonces podrás tener el futuro que mejor se te antoje.

Está usted muy taurino…

Siempre me han gustado los toros. En las plazas, el torero se enfrenta cara a cara con su Tiempo. Moraleja: para crear lo nuevo, tienes que arriesgar.

De pronto, veo la figura del Tiempo difuminarse y desaparecer. Debe de haber sido una visión, aunque huelo todavía el aroma de su habano. Llega lejano el eco de su voz:

¡Nos veremos a Fin de Año!

Comprendo entonces que acudirá disfrazado del viejo 2024 y renacerá como el 2025 lleno de energías y esperanzas, animándonos quizás a emprender los nuevos caminos arriesgados del Futuro…