(Imagen de ‘Pedro y el Lobo’, de Títeres Etcétera. Foto Ura Iturralde)

La presente 42ª edición del Titirijai 2024, el Festival Internacional de Marionetas de Tolosa que organiza el TOPIC, ha sido fecunda en buenos espectáculos a lo largo de la semana larga que va del 23 de noviembre al 1 de diciembre de 2024. Hablaremos en esta crónica de los siguientes títulos: Pedro y el Lobo, de Títeres Etcétera, de Granada; Caperucita Roja de Zaches Teatro, de Italia; Ximurrak, de la compañía que lleva el mismo nombre, de Euskadi; y Ma Solitud, de Guillem Albà.

También comentaremos el festejo del 15 aniversario del TOPIC, que tuvo lugar el jueves 28 de noviembre, a las 17h.

15º Aniversario del TOPIC de Tolosa

Para festejar el quinceavo aniversario de esta especie de milagro que es el TOPIC de Tolosa, se reunieron en el Ambigú del centro las siguientes personas: los dos directores del TOPIC, Estitxu Zaldua y Juanjo Herrero, la veterana titiritera y una de las fundadoras del Titirijai, Enkarni Genua, el nuevo presidente del CIT (Centro de Iniciativas de Tolosa), Kepa Goikoetxea; y Ana Arreche, hija de Miguel Arreche, fundador junto con Idoya Otegui del TOPIC.

De izquierda a derecha: Enkarni Genua, Mariona, Kepa Goikoetxea, Estitzu Zaldua, Ana Arreche u Juanjo Herrero. Foto Ura Iturralde

Junto a Enkarni Genua también estuvo Mariona, la mascota del TOPIC que nació el mismo día y año que su protegido, en noviembre de 2009. Mariona, una marioneta que fue diseñada por un grupo de niños de Tolosa en un concurso abierto para este fin, no pudo resistirse a esperar el final de los parlamentos, ansiosa de meter baza en los discursos de la memoria y de decir la suya, bajo el abdicado servicio de la médium Enkarni que le presta la voz.

Hubo parlamentos, que podríamos dividir en dos tipos: los que recordaban el pasado y el arduo camino que fue realizar el sueño de sus dos fundadores, Miguel e Idoya, y los que dirigieron más bien la mirada hacia el futuro, básicamente porque no vivieron aquellas primeras etapas.

Mariona, entre Enkarni Genua y Kepa Goikoetxea. Foto Ura Iturralde

Los recuerdos siempre son entrañables y vimos como cada uno de los presentes recordó los distintos momentos del largo proceso de gestación del TOPIC, desde los inicios del festival Titirijai hasta que en el 2009 se inauguró el edificio del antiguo Palacio de Justicia de Tolosa, que acogería el Centro Internacional del Títere, más conocido como TOPIC.

Desde entonces hasta ahora, el Centro ha vivido una larga y densa historia, como suele suceder cuando se valoran los años de una institución teatral que requiere ingentes trabajos para su permanencia, de modo que los 15 años bien pueden llegar a convertirse en el doble o el triple en ‘tiempo vivido’. Con el percance añadido de la pandemia de la COVID. Años de mucho trabajo y luego de renovación. Hoy, son dos jóvenes directores los que manejan el timón de la nave TOPIC por las tormentosas aguas de la actualidad contemporánea.

Estitxu Zaldua. Foto Ura Iturralde

Todas las miradas se dirigieron entonces hacia el futuro, como los mismos directores propusieron, al abrir un debate sobre cómo deberían ser las líneas de su devenir. Varios puntos sobresalieron: énfasis en la Formación, buscando alianzas y complicidades con la Dantzerti, la EscuelaSuperior de Arte Dramáticoy Danza de Euskadi, de la que tanto Estitxu como Juanjo son profesores. Unas colaboraciones que ya se están realizando, como se pudo comprobar en el mismo programa del Titirijai.

También buscan los nuevos directores espacio para compañías residentes, e incluso participar en coproducciones o producciones propias. ¿Cómo atraer al público joven? ¿Cómo conseguir una mayor implicación de las poblaciones locales y de los jóvenes creadores del lugar? Estas y otras cuestiones igual de relevantes fueron planteadas durante la sesión.

Parlamento de Juanjo Herrero. Foto Ura Iturralde

Los asistentes, titiriteros del Festival la mayoría, pudieron opinar sobre los diferentes temas, coincidiendo todos en la importancia de que exista un sitio como el TOPIC y en que pueda desarrollar plenamente todas las potencialidades que tiene pensando en el futuro, que son muchas.

Peio Eta Otsoa (Pedro y el lobo), de Títeres Etcétera

Fue un regalo del Festival poder ver este ya clásico título de la compañía granadina Etcétera, Pedro y el Lobo, con música de Serguei Prokofiev y dirección escénica de Enrique Lanz, montaje estrenado en 1997 en el Auditorio Manuel de Falla, Granada, y que desde entonces no ha cesado de girar por los principales teatros y auditorios del país y del extranjero.

El actor Mitxel Santamarina en plena actuación. Foto Ura Iturralde

Dice Enrique Lanz en el programa de la obra:

Prokofiev partió de un sencillo cuento para llevar hasta los niños toda la complejidad de la orquesta, creando una pieza musical imprescindible para la iniciación de los futuros aficionados. En Pedro y el lobo se suceden en muy poco tiempo diferentes momentos dramáticos, que van desde el suspense al humor, representados por unos personajes claramente reconocibles por su diferente color musical.

Palabras que nos sitúan de pleno en el eje principal del montaje, el deseo de mostrar los timbres y los colores de la orquesta -mejor si es en directo con una orquesta, como en tantas ocasiones suele actuar Etcétera- a través de un cuento sencillo.

Foto Ura Iturralde

Para ello, la compañía se ha servido de la figura de una actriz-presentadora, Yanisbel Martínez, que se ha encargado de mediar entre el público, los músicos y las imágenes que aparecen en el escenario. Para las funciones en el Teatro Leidor de Tolosa, Etcétera la ha substituido por el actor Mitxel Santamarina, para que la obra pudiera desarrollarse en lengua vasca.

Tres niveles se cruzan en Peio Eta Otsoa (versión vasca del título): la música, las imágenes producidas con títeres y figuras iluminadas con la llamada ‘luz negra’, y el ya citado actor o mediador, que interactúa entre música, títeres y espectadores.

Para poder competir con el poderío de la música de Prokofiev, es necesario crear imágenes de gran calado, que no solo llenen todo el espacio visual del espectador, sino que tengan la fuerza para atrapar su atención. Y en este empeño reside el gran mérito de Etcétera, al proponer la técnica de la ‘luz negra’ aplicada a todo lo ancho del escenario, a modo de fondo donde la música y las miradas de los espectadores se funden, juntando sonidos y movimientos de los títeres, capaces estos de desplazarse con libertad a lo ancho y lo alto de este fondo visual.

Foto Ura Iturralde

Enrique Lanz ha creado unos títeres que son en realidad siluetas o perfiles que dibujan a los personajes con trazos muy simples y por ello muy potentes al ponerse en acción, con movimientos elegantes y perfectamente ajustados a la personalidad de cada personaje. La idea buscada es asociar los títeres a la abstracción propia de la música, ajustando también los colores a los timbres y las coloraciones musicales de la partitura. Se logra así que, en cada secuencia musical, sus protagonistas figurativos bailen y se muevan al mismo ritmo y tonalidad, potenciando uno de los objetivos del proyecto: explicar a través de la música y de los títeres en este caso, las distintas partes de la orquesta.

Foto Ura Iturralde

Muy bueno el trabajo de Mitxel Santamarina en su papel de mediador, con actuaciones en los pequeños intermedios que enlazan las diferentes secuencias de la obra. Y excelente también el trabajo de los tres manipuladores, en este caso a cargo del mismo Enrique Lanz, de Cristina Colmenero y Leo Lanz, siempre cubiertos de negro, de modo que jamás vemos cómo se mueven las abstractas figuras-muñecos, que parecen suspendidas en el aire.

Un clásico de Etcétera, como decíamos al principio, una obra de altura para el gozo de un público de todas las edades, y especialmente para los melómanos con ganas de ver cómo es posible convertir la música en imágenes. ¡Excelente!

Caperucita Roja de Zaches Teatro

He aquí la obra que recibió el Premio al mejor Espectáculo otorgado por el Jurado del Festival, el clásico cuento de Caperucita Roja, en la versión de la compañía Zaches Teatro, de Florencia, Italia.

Con dirección de Luana Gramegna y la brillante interpretación de los tres actores-bailarines de la compañía, Gianluca Gabriele, Amalia Ruocco y Enrica Zampetti, la obra que presentaron el viernes 29 de noviembre en el teatro del TOPIC es la segunda de la Trilogía de la Fábula, con tres espectáculos creados por Zaches: Pinocho (2015), La Caperucita Roja (2018) y La Cenicienta (2021).

Dice su directora, Luana Gramegna, hablando del proyecto:

Enrica Zampetti, men el rol de la madre de Caperucita. Foto Ura Iturralde

Esta Trilogía no es sólo una serie de tres espectáculos, sino un proyecto más amplio y accidentado a través del cual la Compañía da vida a proyectos creativos y educativos paralelos que alimentan los propios espectáculos. El objetivo es indagar en el mundo de los cuentos de hadas y de tradición oral con la intención de ir lo más atrás posible en el tiempo, para descubrir aquellos detalles que poco a poco han sido edulcorados, olvidados o borrados por versiones más recientes. La sociedad moderna ha olvidado sus raíces y los cuentos de hadas representan los últimos fragmentos de ese mundo olvidado. Reconstruir las propias raíces significa recuperar la propia identidad, que resulta pertenecer a una cuenca mucho más amplia de lo que estamos acostumbrados a pensar, un vasto espacio más allá de las fronteras de los actuales Estados nación.

Amalia Ruocco e el papel de Caperucita. Foto Ura Iturralde

Con un lenguaje visual muy potente, a través de un uso muy estudiado y lleno de efectos y contrastes de la luz, y sirviéndose en esta ocasión de máscaras que de algún modo marionetizan a los actores, Zaches propone una versión del cuento muy sencillo pero potentísimo, al centrarse básicamente en la relación Caperucita/Lobo, de la que extrae todo el jugo arquetípico y finalmente liberador del montaje.

Con misteriosos fondos creados con luz y mediante sencillas pero poderosas proyecciones de teatro de sombras, y juntando en esta ocasión la máscara con la danza, siempre presente en el trabajo de Zaches Teatro, la obra nos pregunta: ¿y si el Lobo no es más que la proyección exterior de los miedos de Caperucita, de su libido primigenia y adormecida, de sus deseos insospechados que pugnan por romper la cáscara de la niñez y dejar que emerja la mujer que en ella se esconde?

Caperucita y el Lobo, interpretado por Gianluca Gabriele. Foto Ura Iturralde

Todo un trabajo de introspección íntima y poética a través de la fábula, que bucea en las experiencias oníricas de la niña, de sus miedos y visiones, para buscar al final los caminos de la libertad. La obra y el sueño revelador de la protagonista terminan del mismo modo entrañable que lo hace la ópera de Ravel Les petits sortilèges: Maman! La llegada de la madre recompone el paisaje, pero los caminos interiores ya se han abierto a la imaginación de la niña.

Obra que bucea en las transformaciones actuales de los arquetipos femeninos, como también lo hacía Cenicienta en diferente registro y contexto. Cambios fundamentales que se abren a nuevos espacios de libertad hasta hoy encerrados en las profundidades inconscientes. ¡Maravilloso!

Ximurrak, de la compañía Ximurrak

Pudimos ver en el espacio Miguel Arreche, la sala pequeña que se encuentra junto al escenario del teatro del TOPIC, el trabajo escénico creado por Gontzal Royuela, siendo él mismo intérprete de la obra junto a Gabriela Arran, ambos alumnos de la Dantzerti, la EscuelaSuperior de Arte Dramáticoy Danza de Euskadi, sita en Bilbao. Una presencia que busca precisamente conectar al Titirijai y al público de Tolosa con los jóvenes actores y creadores que se están forjando en la Dantzerti, afín de conectar mundos que hasta hace poco estaban separados por inercias, desconocimientos mutuos y convencionalismos varios.

La máscara del hombre viejo. Foto Ura Iturralde

Y hay que decir que impresionó al público del Titirijai la pulcritud del trabajo de Gontzal Royuela y Gabriela Arran, dos jóvenes actores de una gran presencia escénica, que supieron expresar magníficamente el empeño de la propuesta: reivindicar los pequeños y más sencillos placeres de la vida cotidiana, como es la elaboración de uno de los postres típicos de la región, el arroz con leche, como recurso escénico para tratar de problemas existenciales de hondo calado, relacionados con la soledad, la vejez, la muerte y el Tiempo, en definitiva.

Preparado el Ximurrak. Foto Ura Iturralde

El montaje tiene una parte en la que Royuela trabaja con una máscara, lo que permite definir la edad anciana del personaje, pero que luego se quita para dejar paso a un nuevo registro en el que se impone la labor brillante de los dos actores.

Gabriela Arran y Gontzal Royuela. Foto Ura Iturralde

Un ejercicio lleno de rigor y de vigor, y con una puesta en escena tan sencilla como estudiada, que hizo las delicias del público, y que alcanzó por un igual tanto a las personas de habla vascuence como a las que no lo eran. Un texto previo repartido antes de empezar la función nos permitió orientarnos, pero en seguida comprendimos que no era indispensable para seguir la obra. Algo que ocurre cuando el trabajo de los actores así lo permite.

Sinceras salvas de aplausos premiaron a la compañía.

Ma Solitud, de Guillem Albà

En la misma salita Miguel Arreche pudimos ver uno de los montajes más esperados del Festival, el trabajo solista de Guillem Albà titulado Ma Solitud.

En efecto, llegaba Albà con la aureola que le han dado sus espectáculos, admirados en toda España, sean los musicales de frenética acción que se acercan más al teatro de variedades o al cabaret, sean los más íntimos y personales en los que muchas veces recurre a técnicas como el teatro de sombras o los títeres.

Guillem Albà y su doble. Foto Ura Iturralde

Y es que Guillem Albà pertenece a una conocida familia teatral de Vilanova y La Geltrú, l’Estaquirot Teatre, que precisamente estos días dispone de una exposición en el TOPIC de Tolosa donde se festejan sus cincuenta años de carrera artística. Una coincidencia buscada por los directores del Titirijai, y que ha permitido que llegara a Tolosa este maravilloso trabajo que Guillem está llevando por los escenarios del mundo con enorme éxito.

Dicho en otras palabras, Albà es alguien que podemos decir nació y se crio en los escenarios, llegando a ser un cómico para el que subir en un escenario no solo es el pan suyo de cada día, sino que constituye una verdadera necesidad vital. Últimamente también ha dirigido algunos montajes con gran éxito como es el caso de Canto yo y la montaña baila, adaptación de la premiada novela homónima de Irene Solà, cuya dirección fue de Guillem Albà y Joan Arqué. Ambos directores recibieron el Premio Max a la mejor dirección escénica del año 2022.

Foto Ura Iturralde

Un actor, pues, que rezuma teatro por todos sus poros, y que con Ma Solitud se enfrentó al reto de actuar con un títere en solitario, un desafío para alguien que tiene un inmenso respeto por este género que mamó de niño pero que siempre miró con deferencia, de lejos y de soslayo.

Pero vayamos al espectáculo. De la misma caja del gramófono aparece un títere, el doble del intérprete, que empieza a interactuar con él. Vemos cómo la soledad del personaje se va poblando de presencias, que son prolongaciones de sí mismo, con las que dialoga, se enfada, juega, se pegan y a la vez se aman. Pero no sólo existe su doble evidente, también aparecen figuras, aún más entrañables y distanciadas de él, a pesar de ser una especie de excrecencias de sus dedos, basadas en los pequeños títeres de estos grandes cómicos-titiriteros de Girovago y Rondella.

Foto Ura Iturralde

El ejercicio de desdoblamiento del actor con su alter-ego y con los pequeños títeres es realmente extraordinario, y nos indica la gran capacidad que tiene Guillem Albà en estas materias, que piden actores capaces de poner el ego en uno esquina, y dejar espacio a otras identidades para que surjan de su interior. Pero atención, su trabajo no sólo pide sensibilidad sino también inteligencia, la de quien se puede distanciar de sí mismo y mirarse con asombro y curiosidad, para acabar preguntando cosas como Qué somos, Qué hacemos aquí, Quién soy, etc.

Un reto mayúsculo, el de Guillem, pues como bien saben los que lo han probado, no es nada fácil practicar el desdoblamiento entre actor y títere, y hacerlo sin palabras y sin otro artificio escénico que el mismo actor, su cuerpo, un títere de guante o de dedo, música, y situado en un escenario desnudo, con apenas un gramófono y un único disco de donde aparentemente sale la música.

Guillem Albà. Foto compañía

Lo consigue Guillem Albà gracias a su capacidad de distanciarse de lo que hace, lo que de inmediato da espacio al otro encarnado por el títere. Un distanciamiento clave en este tipo de teatro y que requiere saber detenerse cuando es necesario, y disponer de una mirada que observa desde lejos aun estando cerca, mirada que clava ya sea al espectador, a un objeto, a otro actor o al títere que lleva en la mano. Una mirada que no es de poder ni de apremio, sino la del observador que mira con tranquilidad e inteligencia desde el vacío, y sin jamás perder de vista lo que está sucediendo a su alrededor.

El efecto que produce una interpretación de este calibre es tal, que solo treinta minutos le bastan al actor-titiritero para ponerse al público incondicionalmente en el bolsillo. Y eso es lo que ocurrió en las varias representaciones que Guillem hizo en la sala pequeña del TOPIC de Tolosa, deslumbrando a los espectadores y a los programadores presentes, que corrieron raudos a pedirle sus credenciales.