Se ha podido ver, del 13 al 15 de febrero en el Teatre LLiure de Barcelona, la fascinante Biblioteca de cuerdas y nudos creación del valenciano de Benicàssim José Antonio Portillo. Una biblioteca de pequeñas dimensiones –ocupa una superficie circular de un diámetro de quizás unos diez metros– instalada en el centro del vestíbulo del teatro, y que sin embargo constituye un universo entero en sí mismo.
El interior de la estructura circular de madera está repleta de estanterías donde se guarda un infinito acopio y amasijo de ‘manuscritos sin publicar’, textos, partituras, diseños y objetos hallados en la basura, pequeños cilindros repletos de mensajes de cuerdas y nudos, y un sinfín de cachivaches con un cierto denominador común: el color del tiempo que define lo usado, gastado y echado en la cuneta de los tiempos veloces. Un tiempo de relojes parados –los hay varios en la Biblioteca –, de silencios y de mutismos, pues son pocos los títulos que pueden leerse en las estanterías, aunque si buscamos en las ‘dimensiones plegadas’ de las bolitas de papel, en el interior de las cajas cerradas, o entre los pliegues de las hojas amarillentas, son muchas las letras y las frases que se encuentran allí escondidas.
Para entender la Biblioteca, es necesaria la presencia de un oficiante, en este caso el ‘archivero’ de la Biblioteca, el que guarda los secretos de sus tesoros ocultos. El oficiante es José Antonio Portillo, encargado de hacernos entrar en el peculiar universo de su Biblioteca, una figura la suya que oscila entre el maestro de escuela –de factura antigua, de los que ya no quedan–, el filósofo solitario que gusta de pensar en paradojas, el psicólogo que investiga los fenómenos proyectivos de las personas en los objetos, o el poeta que busca interrogar las realidades ocultas en las cosas aparentemente banales. Portillo encarna todas estas figuras y seguramente otras muchas más, y lo hace desde la sencillez desarmada de quién cuenta la verdad de lo que está haciendo. Una actitud que obliga a situarnos, ya de partida, a niños y adultos, en esa misma tesitura de ‘sinceridad coloquial’, desde la que se puede hablar de cosas importantes sin salir de las palabras llanas ni de las emociones elementales.
José Antonio Portillo.
Podría también definirse la Biblioteca como de las ‘dimensiones plegadas’, sobretodo porque así nos lo indica el mismo autor-oficiante al definirla de ‘cuerdas y nudos’. Lo es, en primer lugar, porque para indagar en sus contenidos, es necesario desplegar hojas arrugadas, o viejos amasijos de cartas, postales o simples papeles. Pero también porque el archivero Portillo se ha dedicado a recoger mensajes escritos con nudos, como una forma de lenguaje mudo que te obliga a desplegar la imaginación. El mismo actor-oficiante nos cuenta cómo en Nueva Caledonia se usaban los nudos para resolver conflictos de guerra y paz –así lo explica Italo Calvino en su ‘Colección de Arena’, según nos indica Portillo. Interesante tener en cuenta la importancia que los matemáticos y filósofos dan al nudo, como un objeto que contiene más dimensiones que las habituales, precisamente ‘plegadas’ en el nudo. Poetas y artistas como el peruano Jorge Eielson (1924-2006) instalado en Italia han dedicado gran parte de su obra al nudo, así como el filósofo y matemático Luciano Boi, gran amigo de Eielson (por ejemplo, en su libro ‘Pensar lo Imposible’).
Todo ello para indicar la densidad poética y conceptual que se esconde en esta Biblioteca de Cuerdas y Nudos, un contenedor de infinitas historias ‘anudadas’ en los papelitos plegados y en los objetos recogidos. Historias que se adivinan en las pistas que Portillo nos va soltando sobre su experiencia de maestro, de recogedor de objetos significativos en Portugal y otros países europeos, desvelándonos una extraña profesión que se asemeja a la del trapero pero cuya finalidad no es la de almacenar para vender, sino la de ir nutriendo esta biblioteca infinita y a la vez muy finita en su fisicidad objetual, pues la podemos visitar, palpar y acotar sin problema alguno.
Lo que nos vende el archivero no son los objetos sino la visita a su biblioteca, animándonos indirectamente a que cada uno cree su propia biblioteca, como aconseja hacer también Orhan Pamuk con su Museo de la Inocencia (ver aquí), cuando nos dice que los museos del futuro son los que cada uno de nosotros vamos a crear en nuestras propias casas con los objetos recogidos a lo largo de los años, única manera de alcanzar con el Tiempo un pacto de respeto mutuo y supervivencia. Es lo que hace también Shaday Larios y Jomi Oligor, con su recién estrenada ‘Máquina de la Soledad’ (ver aquí), en la que las cartas se convierten en los ‘médiums’ de papel que nos hablan de las personas que las escribieron.
En la Biblioteca de Cuerdas y Nudos, Portillo nos regala con un riguroso método para ‘plegar’ el tiempo vivido de cada uno de nosotros en algunos de los objetos, de las frases o de los nudos, agradables o desagradables, que la vida nos da. Una visita, la de su Biblioteca, de orden práctico, poético y filosófico que constituye una pausa, un silencio y un verdadero lujo en nuestros tiempos veloces y arrasadores. ¡Ojalá vuelva a recalar en Barcelona!
Muy interesante e inspirador tanto la instalación y como el articulo