Se ha podido ver este miércoles pasado día 17 de junio de 2015 la obra ‘El Doctor Improvisado’ de la compañía mexicana Teatro al Hombro. Una representación de lujo para afortunados, los que tuvimos a bien acudir a la llamada del pequeño teatro de los Navarro para asistir a una única función de este gran maestro de los títeres que lamentablemente se prodiga poco por estos lares: Rolando García. Un lujo y un privilegio, pues además Rolando actuó acompañado musicalmente por sus dos hijos Alan y Olín, en el violín, las guitarras y el canto, con ‘huapangos huastecos y pirecuas’ (como reza el programa).
Ya habíamos visto hace años a Rolando García en su visita a Barcelona, también en La Puntual, en junio de 2007, cuando acudió con la compañía Tinglado junto a Pablo Cueto, en el espectáculo ‘Informe Negro’. Una maravilla protagonizada por el detective Tom, alias de Tomás Sanabria, que nos encandiló tanto por la historia y el modo de contarla, como por los títeres y su manipulación, dotados de una gracia infinita (vean aquí el artículo que publiqué entonces acerca de este espectáculo).
Ocho años más tarde, Rolando García regresa con una obra de corte popular, muy a la manera de los estilos polichinescos pero sabia y magistralmente llevada al contexto, la estética y el habla mexicanos. Y como también sucedía con su obra del Tinglado, se inspira en una fuente literaria, la novela ‘Macario’ del misterioso escritor Bruno Traven (1882-1969), la cual a su vez consiste en una versión que el novelista hizo de este famoso cuento popular europeo en el que la Muerte hace rico a un doctor indicándole si al paciente le ha tocado la hora o no, hasta que llega el día en que quién debe morir es el mismo doctor. Una historia con muchas versiones que Rolando García adapta muy libremente para los títeres -existe una versión en Cataluña titulada ‘El metge carboner’, cuento recogido por el sacerdote Esteve Casaponce (1850-1932)-.
La obra tiene un único y gran protagonista, la Muerte, la cual se acompaña de un humano, un sastre bueno y pobre, al que convierte en rico al brindarle la posibilidad de convertirse en médico infalible: cuando vea a la esquelética dama en la cabecera del enfermo, es que éste debe morir. Cuando está en los pies, cualquier remedio lo curará.
Van pasando los enfermos y en el retablo de títeres vemos desplegarse una retahíla de situaciones cómicas de las de partirse de risa, con encuentros, desencuentros, tropiezos, persecuciones, equívocos, porrazos, sin jamás abusar de los recursos, actuando el titiritero con delicadeza, gran ironía y mucha inteligencia. Una manipulación cuidada, que recoge toda la gran tradición de guante que existe en Hispanoamérica. Pero lo bueno es que Rolando García hace suya esta tradición y la moldea a su manera, intercalando los temas musicales interpretados por sus dos hijos, preciosos momentos líricos que ayudan a distanciar la escena mientras la cargan de ritmo, poesía y de un verdadero sabor popular.
La historia muestra nomás el juego de la vida y de la muerte, con mano delicada, humor, sana socarronería pero sin tapujo alguno, es decir, sin disfrazar la realidad de la Parca, una lección de verdad escénica dirigida a todos los públicos, desde los más chicos a los más ancianos, algo que no siempre es fácil de conseguir. Lo bueno es la relación íntima que se establece entre el antiguo sastre ahora doctor, y su amiga la Muerte. El juego titiritero que se establece entre los dos, a la manera del héroe y el diablo en tantas tradiciones europeas, convierte a ambos personajes casi en intercambiables, es decir, la Muerte se presenta como una especie de alter ego del doctor, indicándonos muy sutil pero muy directamente, que todos llevamos encima nuestra propia muerte, al ser la cara oculta de la vida. Es decir, las dos manos del titiritero representan y encarnan los dos polos que todos llevamos dentro. Semejantes lecciones, que normalmente requieren sesudos discursos de filosofía y largas décadas de experiencia y bastonazos, se explican aquí desde la sencillez y la ingenuidad de una sabiduría de corte popular, la del títere de calle.
¡Irónico, hilarante, admirable y pedagógico!