Pudo verse hace unos días en Barcelona el último espectáculo de pequeño formato de la compañía de Écija A La Sombrita, ‘Un trocito de Luna’, cuyos artífices, su director artístico José-Diego Ramírez y su productora Mari Luz Riego, acudieron a la cita de La Puntual como suele ser habitual en esta compañía, que dispone ya de sus propios seguidores en la capital catalana, como pudimos constatar en el pequeño teatro de los Navarro, lleno hasta la bandera, con un público que sabía muy bien lo que había venido a ver.
Por cierto, un teatro, La Puntual, que cumple en este inicio de temporada sus primeros 10 años de existencia, efeméride que la sala irá celebrando a lo largo del trimestre, con una programación especial pensada para la ocasión. Un aniversario al que dedicaremos en breve, desde Titeresante, el correspondiente informe.
José-Diego Ramírez demostró en su actuación el buen dominio que ha alcanzado su arte en el teatro de sombras, tras muchos años de experimentar los diferentes registros de este género que, como es bien sabido, exige muchas horas de probar con las luces, las manos, los objetos y las siluetas. Un género que las nuevas tecnologías de la iluminación han alterado por completo, al permitir jugar con la luz y la sombra desde posiciones, perspectivas y planteamientos dramatúrgicos de lo más dispar.
En este sentido, cabe decir que la compañía A La Sombrita se lanzó en su día de lleno al desarrollo del lenguaje de las sombras, con trabajos de índole muy diverso, desde intervenciones en fachadas de edificios, participaciones en películas de animación en directo (como es el caso del interesante documental ‘Laovo’, con una bonita escena, ‘La Travesía’, realizada en sombras a partir de los dibujos de Javier Velasco –más info aquí), espectáculos de gran formato o de pequeñísimo, como el presentado en La Puntual.
‘Un Trocito de Luna’ es una adaptación a Teatro de Sombras realizada por José-Diego Ramírez del cuento de Michael Grejniec ‘¿A qué sabe la luna?’ (cuyo título original es Wie schmeckt der Mond). La obra parte de la siguiente pregunta: ¿quién no soñó alguna vez con darle un mordisco a la luna? Pues tal es precisamente el deseo que tienen los animales de este cuento. Tan solo quieren probar un trocito pero, por más que se estiran, no son capaces de tocarla…
Una historia pensada para hacer resaltar una encomiable moraleja: los deseos parecen, en efecto y a primera vista, inalcanzables, como la luna, pero consiguen hacerse realidad gracias a la colaboración. Una ayuda mutua de la que son partícipes los más variados animales. A medio camino entre la fábula y la leyenda, este relato nos habla de generosidad, solidaridad y sueños compartidos.
Pero la gracia del montaje reside en cómo se explica esta historia, con el manipulador-creador de las sombras, encarnado por José-Diego Ramírez, visible en el escenario a modo de cuentacuentos que se sirve de la luz, de las manos y de unas pequeñas siluetas. Con estos simples elementos, que se van sacando de una maleta, las imágenes del relato cobran vida para dar realidad a la fábula. Lo bueno del espectáculo es que los trucos no se ocultan, al revés, su visibilidad forma parte de la obra y a veces, según me cuenta el sombrista, acude a las escuelas con la maleta, que abre al entrar en una aula para representar en el acto la historia, de modo que los pequeños espectadores pueden ver, seguir y comprender el ‘cómo’ mientras viven y participan del ‘qué’, es decir, del contenido de la historia.
Y es precisamente este doble efecto de mostrar forma y contenido a la vez lo más interesante de la propuesta, sobre todo por la simplicidad de la técnica –las mismas manos son el punto de partida de cada uno de los personajes, para luego convertirse en las pequeñas siluetas que los representan–, que encaja muy bien con la simplicidad argumental del cuento de Grejniec.
La simpatía del actor manipulador, que ejerce su labor titiritera con una distante solicitud hacia el público, educada y nunca empalagosa, es el otro acierto del espectáculo, que consiguió encandilar al público familiar de La Puntual desde la honestidad y el temple del buen hacer.
Con la corrección dramática de Alberto Alfaro, el asesoramiento pedagógico de Arantxa Richarte, los diseños de Juan Pedro Riego y la producción ejecutiva de Luz Riego, el espectáculo de José-Diego Ramírez constituye una pequeña joya que cabe en una maleta y puede realizarse en cualquier sitio. Sólo se requiere oscuridad: la que permite el doble juego de las sombras y la imaginación.