Continuamos con la crónica de los espectáculos del Titirijai 2015. En esta ocasión nos centraremos en las siguientes obras: ‘Ovídia – Corazones en tránsito’, de la compañía La Societé de la Moufette (España y Bélgica) y ‘Nido’, de la veterana compañía belga Theater De Spiegel, espectáculos que cerraron la 33ª edición del Titirijai de este año. Habría que añadir la obra ‘Huellas’ de la compañía Periferia Teatro (ya reseñada aquí). Por cierto, importante decir que Periferia Teatro, de Murcia/Cataluña, recibió durante la gala de la noche del sábado, el premio del jurado infantil del Titirijai, mientras a su vez se homenajeaba a la compañía Teatro Estudio, de Manolo Gómez, y a la no menos veterana compañía de Zaragoza, Arbolé.
Ovidia, una historia de muertos y corazones.
Pudo asombrarse el público de Tolosa con esta obra singular y desconcertante fruto de la imaginación de una compañía joven que tiene su base en varias ciudades a la vez: Bruselas, Madrid, Barcelona y Alicante. Asombrarse y regodearse, pues el espectáculo, presentado en la franja nocturna del Titirijai en el teatro del Topic, fue recibido con alborozado gozo por los espectadores que llenaron la sala.
Fotografía de Pedro Gato.
Y eso que Ovidia es una historia oscura, que requiere un esfuerzo de atención para entrar en ella, pues sus autores decidieron no darlo todo masticado, para despertar así la imaginación del respetable, obligado a poner su parte en la comprensión y disfrute del producto.
El programa de mano da unas pistas importantes para situarse, y si uno quiere prescindir del mismo, disfrutará igualmente de la obra, aunque se acabe inventando buena parte del argumento. Lo cual juega a su favor, al ofrecer una abertura de entendimiento siempre deseable.
Vera Glez, Esther de Andrea y Lucas Escobado, tras la función. Fotografía de Ping Lin.
Muy interesante me parece la perspectiva en la que se colocan los tres manipuladores actores, pues aunque se limitan a mover los muñecos, intervienen indirectamente en la obra: muertos que al principio del espectáculo salen del cementerio con el que se abre el telón. Tres muertos vivientes, por supuesto, con la palidez de los que viven en la ultratumba, pelos crecidos y salpicados del polvo que suele haber en las tumbas, más los gestos lentos que recuerdan a los zombis del cine.
Por de pronto, gozan de una perspectiva que es la correcta casi en términos absolutos, pues ¿qué mayor distancia, desprendimiento y clarividencia podemos encontrar que no sea la de los muertos? Al no tener nada que perder, pues ya lo han perdido todo, pueden dedicarse a analizar las pasiones humanas sin tomar partido, aunque no disimulen sus preferencias, guiadas básicamente por razones éticas y estéticas más que por las del vil metal que suele mover a los corazones humanos. Y, en efecto, tal es la actitud básica de los titiriteros manipuladores de la obra, que diseccionan el drama humano de Ovidia, su siniestro casero y el hermano gemelo sin convertirlo en una obra de malos y buenos.
Fotografía de Ping Lin.
Muertos son los manipuladores, y muertos están los personajes, pues la historia se cuenta a posteriori, a modo de crónica negra de sucesos. Por otra parte, no hay que olvidarse de que todos ellos son títeres, que cuando se los deja de mover, se quedan sin vida alguna. Podríamos definir la obra como un espectáculo de muertos pensado para los muertos, de ahí que cueste a los espectadores situarse en el correcto punto de vista, ya que no gusta a la gente imaginarse en el otro barrio. También podría ser un sueño de muertos o un retablo de marionetas hecho para el disfrute de los muertos del cementerio, pues tal es el paisaje que engloba toda la escenografía.
Si dejamos a los muertos en paz, nos encontramos con una obra focalizada en el tema del Doble, que es en cierto modo la temática básica de cualquier espectáculo de marionetas, pues por algo un muñeco no es nadie si no hay un segundo detrás de él que lo mueva. Que Ovidia tenga dos corazones -el porqué es casi anecdótico- se convierte en el núcleo del asunto: por un lado, sufre de una hipersensibilidad emotiva de altos vuelos, pues bien sabido es que el órgano del corazón se encarga de los fenómenos de empatía y de amor al prójimo. Y si disponer de uno ya trae problemas, con dos la cosa puede hacerse insoportable. Y tal es lo que le ocurre a Ovidia. Este exceso de sensibilidad (dos corazones en el pecho), al no poder proyectarse hacia los demás debido al peligroso amor caníbal que reina en nuestro entorno social, la induce a desdoblarse en dos, creando un ser semejante a ella pero en masculino, con el que soñar, convivir y actuar ´sin el lastre del corazón’. Un asesino, vaya, que se despacha a gusto sin razones claras. Para los que han leído el programa, este doble es real y consiste en el hermano gemelo de Ovidia. Poca diferencia hay entre ambas opciones: el tema de los gemelos es también el tema del doble, expresado en términos biológicos.
Fotografía Titeresante.
La obra busca una solución al drama de Ovidia, que no puede ser más que dramática, y que cada espectador capta y entiende a su manera. Todo lo cual nos lleva a pensar que nos encontramos ante un espectáculo de los que hacen pensar, sin pretender condicionarnos desde las palabras -el texto es mínimo- ni a través de mensajes concretos, oscuros u obvios. El público, el día de la función, pareció comprender estas cualidades, al premiar la actuación con sinceros aplausos y una curiosidad por ver de cerca a títeres y actores sobre el escenario. El mejor premio que puede recibir una compañía.
El Nido, de Theater De Spiegel.
De Flandes, Bélgica, nos llega esta obra dirigida a niños de 0,5 a 3 años, insólita franja de público, a la que sin embargo se sumó el día de la presentación la franja de los papás y mamás y demás acompañantes adultos, más los invitados extranjeros del Titirijai, de edades muy variadas. Un espectáculo, pues, para todos los públicos pero en el que los niños más pequeños se convierten en coprotagonistas de la obra, pues tan interesante fue ver lo que ocurría en el espacio central del escenario, como en los cuerpos y los rostros de los niños de corta edad que se sentaban en cojines a escasos palmos de la acción.
Clave resultó la disposición del público, situado todo él alrededor del nido central de donde salen y entran títeres, objetos y manipuladoras. Un formato de espectáculo que nos hace pensar en los grupos reunidos alrededor del fuego de arcaicas resonancias para ejecutar algún viejo ritual dedicado a algún dios de la naturaleza. Aquí no había ningún dios explícito al que rendir cuentas, por algo estamos en la época post-religiosa, pero sí que reinó sobre el círculo un culto tan antiguo como lo es la misma humanidad: el culto a la mujer fecunda, a la gestación, al huevo primordial, al nido.
Para ejecutar el ritual necesario a dicho culto, el director de la obra, Karel Van Ramsbeeck, puso las cosas en su sitio colocando a dos mujeres jóvenes en el escenario: ambas músicas (una cantante, Ann De Prest, y una violinista, Astrid Bossuyt), fueron las encargadas de oficiar la misa laica de exaltación de la maternidad que encarnaban el nido, los huevos y ellas mismas. Los protagonistas anecdóticos de la historia fueron unas aves en todas sus distintas fases de crecimiento.
El público llena el Nido al acabar la obra. Fotografía de Theater De Spiegel.
El espectáculo se apoyaba pues sobre bases más que sólidas para, a partir de ahí, volar con absoluta libertad para regocijo de los niños y espectadores adultos, que nos dejamos transportar por una fantasía de sones, cantos e imágenes, sin palabras y sin pretensión de argumento alguno. El resultado maravilló a todos los presentes, y resultó precioso ver cómo la temática del huevo y del nido conectaba, a través de las sensaciones, con las experiencias propias de los más pequeños, todos ellos muy metidos aun en el nido primordial y acabados de salir del huevo de la madre. En este sentido, la obra no podía ser más entendible para el público al que se dirigía, comprensión que llegaba directamente a sus sensibilidades sin terciar razones ni palabras.
Las dos actrices músicas destacaron por su actitud distante y contenida, pero a su vez catárticamente poseídas por súbitos arranques cuando lanzaban gritos desgarrados de los pájaros o entonaban cantos que parecían salidos de las entrañas maternales de la especie. Suficiente para romper las distancias y obligar al público a entrar en la experiencia del rito, sin llevarlo por fortuna a ningún extremo de la posesión.
Obra de un neo-paganismo nórdico basado en el culto a la feminidad, conecta con corrientes contemporáneas que intentan salir de la jaula masculina en la que se halla inmerso el mundo, con sus obsesiones de poder y riqueza, que prima el interés inmediato, y su culto a la imposición y agresividad fálicas.
Los presentes salimos conscientes de haber asistido a algo más que a una simple representación, los papás y mamás muy contentos de haber sido los coprotagonistas de la obra, y los niños aún más felices, tras haber compartido colectivamente experiencias que todavía no entienden pero sí viven en el día a día.
Noche de gala: premio a Periferia y homenajes a Teatro Estudio y Arbolé.
El sábado por la noche, el Titirijai celebró su gala de cierre de la 33ª edición en el magnífico teatro del TOPIC con dos homenajes: el ofrecido a la compañía Teatro Estudio que dirige desde hace 50 años Manolo Gómez, miembro fundador junto con Enkarni Genua del grupo Txotxonguillo, histórica compañía de títeres del País Basco, y el ofrecido a Arbolé, de Zaragoza, otro histórico grupo de la Península que regenta, con ácrata sabiduría, la sala estable Teatro Arbolé, un milagro de permanencia que sólo ellos saben explicar el cómo.
Iñaki Juárez y Esteban Villarrocha, de Arbolé, hablan al público. Fotografía de Iñigo Royo.
Igualmente, el jurado de niños que sigue con ojos críticos y sabios los distintos espectáculos del Titirijai, otorgaron el premio de este año a Periferia Teatro, de Murcia/Cataluña, que presentaron en esta edición dos espectáculos: ‘Vuela pluma’ y ‘Huellas’. Un premio muy merecido por esta compañía que cada día trabaja con más finura, oficio y honestidad, con humildad titiritera y sólida ambición artística.
Premiados y homenajeados. Fotografía de Iñigo Royo.
Muy divertido fue el tándem Enkarni Genua, a cargo de la mascota del TOPIC, el títere Mariona, y Manu Mansilla, a cargo del muñeco Luís, su alter ego forjado en los cafés-teatro porteños. Divertido porque a punto estuvieron ambos de tirarse los trastos por la cabeza y llegar a las manos, frente a un atónito público que disfrutó de lo lindo viendo como la guerrera Enkarni obligaba a cuadrarse al indómito Manu, cuyo muñeco se le escapaba en sus diatribas disparatadas. Dos mundos, dos generaciones, dos continentes, dos estilos, dos títeres, dos grandes artistas, fueron los protagonistas de esta contienda pugilística, que despertó carcajadas (en primer lugar a los dos contendientes) y más de un susto a los organizadores, que no sabían si la pelea respondía al guión ensayado o al desmadre de los títeres, al actuar estos según les venía en gana.
Enkarni Genua y Manu Mansilla en pleno combate. Fotografía de Iñigo Royo.
Idoya Otegui pone paz entre los dos títeres. Fotografía de Iñigo Royo.
La gala acabó como dios manda, en el ambigú del TOPIC y bien regada de vino y otras bebidas espirituosas, más un buen surtido de canapés de los que tan bien saben hacer en Tolosa. Presentes estuvieron los invitados del Festival, con los invitados chinos llegados de Pekín y Cantón que disfrutaban de lo lindo, y una elegante señora Yasuko Senda, de Japón, especialista en la modalidad del Karakuri Ningyo (el teatro de autómatas del Japón), que asistió a la velada con su bonito vestido tradicional.
Ping Lin, Yasuko Senda, Toni Rumbau y San Shan. Fotografía de Iñigo Royo.