Como es habitual en la programación de La Puntual, el teatro de los Navarro de Barcelona, de abrir su escenario a compañías locales pero también del resto del país y del extranjero, hemos podido ver estos días (21, 22 y 23 de octubre de 2016) en la diminuta sala de la calle Allada Vermell, al Teatro Plus, de Asturias, que nos ha visitado con el espectáculo ‘Tuyo’. Una compañía formada por la titiritera de origen búlgara Olga Zhecheva Churchich y el titiritero de origen serbio Aleksandar Churchich, ambos instalados en Gijón.
Una combinación, la suya, que desde hace años nos viene deleitando con espectáculos muy trabajados y que denotan el buen nivel técnico, tanto actoral como titiritero, que existe en sus países de origen, donde el teatro de marionetas, siguiendo la tradición del socialismo soviético, tuvo una atención bastante privilegiada, con notables escuelas y teatros especializados en prácticamente todas las ciudades.
Aleksandar Churchich y Olga Zhecheva Churchich, con sus dos muñecos.
Claro que tanto Olga como Alexandar dejaron hace años el Este europeo y se han ido poco a poco aclimatando a las características peninsulares, de modo que sus espectáculos combinan por un lado la buena factura de la escuela búlgara o de la antigua Yugoslavia, y por el otro lado, el desenfado desacomplejado que suelen mostrar los oriundos españoles, en los que el desparpajo y la osadía suplen la escuela que no tuvieron. El resultado es un producto en el que ambos titiriteros acaban conquistando al público por su simpatía, su buen hacer técnico, la delicadeza de sus historias más la desenvoltura con la que se mueven.
Un poco de todo ello encontramos en el espectáculo que han presentado en La Puntual, una obra de pequeño formato -muy bien adaptada a las dimensiones del teatro más pequeño de Barcelona- en la que se resume en tres escenas la tragicomedia de nuestras relaciones amatorias. Un niño y una niña, bien enseñados en los valores de la propiedad privada, como dios manda, se encuentran, se pelean y resuelven su litigio gracias al amor. Es decir, la oposición irresoluble que resulta de la doble pertenencia exclusiva enfrentada, se acaba disolviendo gracias a la aparición del amor, que funde las rigideces de ambos litigantes y los acaba uniendo.
La unión crea un proyecto de vida y un espacio en común: la casa. Todo es gozo en esta primera instancia. Hasta que la defensa de lo propio y el rechazo de lo ajeno (y la banalidad televisiva de nuestra época moderna) separan de nuevo a la pareja, que acaban partiendo la casa en dos. Pero el amor, representado por una bonita rosa roja, une de nuevo a los contendientes, al calor de los besos y del contacto físico. Y aquí acaba la historia. Los mayores sabemos que la mecánica entre unión, litigio y separación forma parte de un ciclo inacabable, cosido por las reconciliaciones del amor, hasta que la flor se marchita y se queda sin fuerzas para unir nada. Pero este final triste, por suerte, sólo se apunta y se le ahorra a los pequeños espectadores, pues por algo son niños y tienen toda la vida por delante, mientras ven como los besos y el amor se quedan para unir a los contrarios.
Una bonita lección, la de esta ley eterna de la alquimia amorosa, capaz de resolver la contradicción de los opuestos y crear nueva vida, y nuevos proyectos de vida. Una lección que el público de la Puntual entendió a la perfección, premiando a los dos titiriteros de Gijón con cálidos aplausos.
Asombro de los dos títeres.
Una interpretación medida y segura, con muñecos de mesa funcionales y una manipulación a la vista, en la que los manipuladores son el doble oculto aunque visible de los personajes. Con un buen uso de la música, este espectáculo para dos marionetas, objetos y una flor, mostró que los títeres pueden hablar de todo, aunque sea dirigiéndose a públicos de 3 años para arriba. Una ocasión perfecta para ver lo que se cocina en el norte asturiano de la Península.