Tuvo lugar el pasado lunes 30 de enero de 2017, en el teatro Valle-Inclán de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional junto con el Teatro Maria Guerrero, una tertulia alrededor de los 40 años de la compañía La Tartana (ver aquí). Participaron en ella Juan Muñoz, director y uno de los fundadores de La Tartana, Idoya Otegui, directora del TOPIC de Tolosa, Ángel Murcia, director adjunto del CDN, y quien suscribe estas líneas, Toni Rumbau, director de Titeresante. Asimismo, asistió un numeroso público que llenó prácticamente el aforo de la Sala Francisco Nieva, con una buena presencia de titiriteros de Madrid, atraídos por el tema del encuentro: celebrar el cuarenta aniversario de una de las compañías más significativas del panorama titiritero español, tan respetada como querida por todos.
Ángel Murcia, Juan Muñoz, Idoya Otegui y Toni Rumbau.
Uno de los objetivos del encuentro, además de escuchar de viva voz el relato y las reflexiones de Juan Muñoz, que al final nos ofreció una magnífica muestra del trabajo de su compañía, fue tomar el pulso a la realidad titiritera actual. Interesó mucho al público las explicaciones de Idoya Otegui sobre el TOPIC de Tolosa, un logro único no sólo en el país sino en toda Europa (ver aquí). Por otra parte, se intentó ofrecer a los espectadores, a partir del testimonio de los que estábamos en el escenario, una visión de lo que habían sido estos cuarenta años de títeres en España.
Y aunque fuera éste un objetivo inalcanzable por la brevedad del encuentro, fue muy interesante repasar la situación de partida de los que empezaron en los años setenta, ver cómo la tradición autóctona de los títeres de cachiporra, encarnada por el personaje de Don Cristóbal Polichinela, había desaparecido durante el franquismo, y constatar cómo el magnífico momento que en los años 30 había alcanzado este arte, con figuras tales como Hermenegildo Lanz, García Lorca, Manuel de Falla, Luís Buñuel o Rafael Alberti, quedó dramáticamente truncado por la Guerra Civil.
Por supuesto, los títeres no desaparecen en absoluto de la Península. En todo caso, se repliegan y se adaptan a los nuevos tiempos.
Titelles Vergés en la Plaça Nova de Barcelona. 1948.
En Cataluña, por ejemplo, las mismas familias que ya trabajaban en los años treinta, continúan su labor, en lengua castellana ante la prohibición del catalán y con argumentos que deben ajustarse a los cánones moralistas y maniqueos del franquismo, con muchas brujas y demonios. Pero aún así, la tradición y el oficio se mantienen de la mano de los Anglès, los Vergés, Ezequiel Didó o los Titelles Babi. Lo mismo ocurre en Mallorca, con el catalán Antoni Faidella y su teatro de Teresetes. En el resto de España, nombres como Paco Porras, Talio Rodríguez, Maese Villarejo, Carlos Carrasquedo, Miguel Pino, entre otros, con sus personajes particulares (Pirulo, Colorín, Chacolí, Peneque el Valiente…), viajan por toda la geografía peninsular. Un trabajo el desarrollado por estos esforzados artistas de una gran dignidad que mantuvo vivo el espíritu titiritero, dispuestos a pasar el testigo a las futuras generaciones que hacia los años setenta y ochenta cogieron el relevo para iniciar lo que será una nueva época, larga y dorada, del teatro de títeres en España.
Teatro de Títeres del Retiro, año 1947. Fundado por Natalio Rodríguez ‘Talio’.
Sin embargo, para entender el momento y los referentes de los que empezaron en aquellos años, hay que hablar de algunas figuras singulares que durante los años 50 y 60, destacaron por su dedicación especial al género y sus labores de propagación del mismo. Me refiero a personajes como H.V.Tozer, Paco Porras, Francisco Peralta, Gonzalo Cañas y Herta Frankel. Figuras clave que en su calidad de artistas, maestros y activistas, marcaron a toda una generación de jóvenes titiriteros, muchos de ellos procedentes de la universidad o de las incipientes escuelas de arte o de teatro, que tuvieron por bandera la honestidad vocacional, entre ingenua e altamente inconsciente, de un cierto servicio social, de querer cambiar el mundo o de simplemente vivir el mito de la aventura que muchos habían abrazado por aquellas décadas.
Alegato de Paco Porras en la revista Títere. Septiembre 1987.
Precisamente de uno de ellos, Paco Peralta, aprendieron los jóvenes fundadores de La Tartana, impactados por los mundos que la imaginación, el tesón y el rigor del maestro gaditano instalado en Madrid, despertó en ellos.
Por otra parte, no se entenderían estos movimientos rompedores de los años setenta sin tener en cuenta un factor crucial y de primer orden que afectó al teatro de aquella época: el rompimiento de la cuarta pared.
El Living Theatre en su espectáculo Paradise Now. Fotografía de Massimo Agus.
En efecto. se vive en esta época un revolcón en la manera de ver y presentar teatro. Lo que ya venían probando las vanguardias desde principios del siglo XX, irrumpe ahora con un generalizado estallido de la cuarta pared. Compañías como el Living Theatre, el Bread and Puppet o el Odín Teatret, revolucionan el teatro europeo, para desgarro de los públicos más tradicionales.
Manifestación del Bread and Puppet.
Romper la cuarta pared en el teatro de títeres significó salir del retablo, abandonar el lado oculto que el titiritero casi siempre había tenido, e iniciar un nuevo tipo de relación del muñeco respecto al público y al mismo titiritero o manipulador.
Podríamos decir que la historia del teatro de títeres desde entonces hasta ahora no ha sido más que el desarrollo de las distintas posibilidades que este nuevo juego de relaciones posibilita, abriendo el amplísimo abanico de técnicas, estilos, modalidades, cruce de lenguajes y líneas personales de trabajo hoy imperantes.
Por otra parte, esta ruptura con la tradición del retablo coincide con otro movimiento en cierto modo inverso: el súbito interés que ciertas tradiciones aparentemente caducas o a punto de desaparecer, despiertan en algunos jóvenes artistas que se dejan fascinar por un arcaísmo de siglos que de pronto se les aparece lleno de vitalidad. Es el caso de la recuperación de tradiciones como el Pulcinella napolitano, los Robertos portugueses, el Punch and Judy inglés, el Titella catalán, los Cristobitas españoles, La Tía Norica de Cádiz, el Belém del Tirisiti en Alcoy, Los Bonecos de Santo Aleixo en Evora, el Mamulengo de Brasil, el teatro de sombras en la India, y tantas otras tradiciones del mundo entero.
Robertos de Manuel Rosado. Museu da Marioneta de Lisboa.
Es decir, el abanico de las nuevas formas teatrales de los títeres se ve enriquecida con la incorporación de las viejas tradiciones revalorizadas de pronto por una nueva mirada antropológica, vitalista y desacomplejada.
Esta apertura del género ha marcado la historia de estos cuarenta años no sólo en España sino en todo el mundo, hasta llegar al momento actual en el que el teatro de títeres, visual y de figuras, como se le suele llamar en muchos lugares, ocupa una preciosa centralidad en el pensamiento escénico contemporáneo. A la pregunta de si este arte tiene todavía futuro, los tertulianos contestaron sin ambages: ‘no es que tenga futuro, ¡es el futuro!’
Juan Muñoz se desdobla en el escenario.
A modo de colofón del acto, La Tartana nos ofreció unos minutos de su arte con una afortunada actuación, en la que Juan Muñoz, que desde su fundación en 1977 ha sido la figura central que ha tirado siempre del carro de la compañía, desvelaba lo que podríamos denominar como un ejercicio iniciático básico del titiritero que alcanza la madurez.
Pudimos ver los presentes a través de un video proyectado sobre una pantalla de sombras de papel, el proceso de construcción de un títere desde el inicial modelaje del rostro -a manos de la artista plástica que desde hace años acompaña a la Tartana, Inés Maroto- hasta la elaboración del cuerpo, con sofisticados mecanismos interiores para la manipulación del muñeco realizados por el propio Muñoz, un títere que poco a poco iba adquiriendo vida, forma e identidad. Y es que el rostro de la marioneta no era otro que el del propio Juan Muñoz, que se representaba a sí mismo en un muñeco que era su doble.
Juan Muñoz y su doble.
De pronto, pudimos ver como el muñeco, que hasta ahora habíamos visto sólo en dos dimensiones sobre la pantalla, desgarraba el papel y emergía lentamente hasta quedar enfrentada al público. Pero lo que vimos fue a Juan Muñoz manipulando a Juan Muñoz, imagen de la sabiduría a la que todo titiritero busca llegar algún día, como es la que procede de la autoconsciencia de poderse separar de uno mismo, verse con distancia, sorprenderse de sus actos, de su mirada, de los rasgos de su cara. Sin palabra alguna, el director de La Tartana ofreció a los presentes, con una sinceridad tan honesta como naíf, uno de los secretos del arte de los títeres, cuando es practicado como un ejercicio de desdoblamiento metafórico para entrar en la complejidad interior y conocer los fenómenos de la alteridad en uno mismo. Un plato final que emocionó profundamente a los espectadores, entregados al despliegue conceptual cargado de autoconsciencia titiritera que durante hora y medio había llenado el escenario.
Inés Maroto y Juan Muñoz.