Intensa actividad titiritera en la ciudad condal este último fin de semana, con la celebración del 3er Festival de Títeres para Adultos de Barcelona, también llamado Ròmbic, que organiza la activa y entrañable Associació de Titellaires de Roquetes (organizadores de la Titellada en septiembre) en conjunción con el Ateneu 9 Barris, y con la visita de un personaje llegado de las brumosas tierras de Galicia, Barriga Verde, de la mano del titiritero Borxa Insua, de la compañía Títeres Alakrán, que actuó en el Taller de Marionetas de Pepe Otal. Una presencia, la de Borxa Insua, que también fue percibida en las noches cabareteras del Ateneu.
Y podemos decir que el aficionado barcelonés que acudió a esta múltiple convocatoria se lo pasó en grande, pues grandes fueron los atractivos de las propuestas que pudimos ver. El ojo fotográfico de Jesús Atienza estuvo los tres días cámara en ristre afín de ofrecer un privilegiado testimonio visual de las diferentes sesiones.
Ròmbic. Anita Maravillas y los Sueños de Leonor
De dos días de duración, Ròmbic ofreció un doble programa distribuido entre el viernes 7 y el sábado 8 de abril. Actuó el primer día la compañía Anita Maravillas (ver aquí) con un espectáculo bien conocido por la afición barcelonesa pero que aparece en la cartelera en cuentagotas, pues a pesar de que ‘Los Sueños de Leonor’, la obra presentada, sea casi un título de culto, es ésa una compañía de las que se hace rogar, a causa principalmente de la dispersión geográfica de sus componentes.
Para esta intervención en el Ròmbic, vino del País Vasco donde reside actualmente la actriz titiritera Miren Larrea, siendo el otro componente Valentina Raposo, constructora de los muñecos y responsable activa de la compañía.
Este cronista no pudo asistir a la representación, muy a su pesar, pero los comentarios oídos al día siguiente refrendan una vez más la buena forma de estas titiriteras que ponen su nota iconoclasta, fresca y hasta irreverente en el dinámico panorama titiritero catalán. Por lo visto, las ocurrencias, improvisaciones y salidas de tono de Leonor, el personaje principal de la obra, estuvieron a la altura de las circunstancias, en una sala atiborrada de público y entregada a los cómicos y al fino humor de los deslenguados personajes.
He aquí algunas imágenes sacadas por Jesús Atienza de la representación.
Jordi Bertrán y sus Poemas Visuales
Actuó el sábado el marionetista Jordi Bertran (ver aquí), bien conocido por sus espectáculos de marioneta de hilo, quien presentó sin embargo uno de sus trabajos más exitosos en este caso sin hilos. Se trata de Poemas Visuales, un clásico ya de la compañía consistente en una serie de números de manipulación con figuritas hechas de espuma y simples bolitas blancas que hacen de cabeza, inspiradas en el uso que el poeta Joan Brossa hizo de las letras, que convirtió en una de sus más potentes fuentes de inspiración.
Espectáculo que se ha visto en muchas parte del mundo y que deleitó al enfervorizado público que llenó el Ateneu 9 Barris. La combinación de los gestos de las figuritas con la música, mayormente en directo a cargo del mismo Jordi Bertran con la guitarra, es un hallazgo que el titiritero catalán ha sabido desarrollar de tal modo que su éxito es infalible. Así lo pudimos comprobar los asistentes, con un público que se entregó al buen hacer de los intérpretes.
Un espectáculo aparentemente sencillo que esconde muchas horas de vuelo, un gran oficio y mucha creatividad.
El Peep Show de Naked Puppets
Suele ser habitual que el Ròmbic presente una exposición o instalación como telón de fondo de las representaciones, aprovechando el amplio vestíbulo del Ateneu, con ánimo de otorgar a los espectadores un complemento visual al programa.
En esta ocasión, podemos decir que hubo una intervención completa del espacio a cargo de la compañía Naked Puppets, compuesta por Ivan Tomasevic, Anna McNeil, Matt Knight, Christine Pokorny y Andrea Lorenzetti (ver aquí ). Un equipo artístico de procedencia multinacional ubicado en Barcelona y que suele actuar por toda Europa. La propuesta, sin embargo, estuvo defendida por un elenco aún mayor y realmente de lujo, si tenemos en cuenta que actuaron Rugiada Grignani y Facundo Moreno, de la compañía Dromosofista, así como el hermano de Rugiada, Tommaso Grignani. Igualmente intervinieron el cocotólogo Pep Gómez, la cantante María Sola, el mago Mario Cosculluela, el actor-titiritero Broxa Insua y el pianista Xabi Elicagaray.
El título Peep Show indica por donde iban los tiros: una inmersión, entre irónica, poética y transgresora, al fenómeno voyeurista de los Peep Show, esta modalidad de espectáculo sicalíptico también a veces llamado Peep Box, que suele centrarse en una caja o espacio cerrado cuyo interior es visto a través de una mirilla de uno o dos agujeros, y de temática mayormente erótica y hasta pornográfica.
Un trabajo refinado y de una cuidadosa elaboración fue el realizado por la Naked Puppets, al transformar todo el espacio del vestíbulo y pasillo del Ateneu en una especie de laberinto de tonos bermejos y claroscuros, apropiado para crear una atmósfera de sensualidad y de insinuaciones erótico-sexuales, aunque en muchos casos se inclinara más por la broma que por la escatología pura y dura. Fue una instalación generosa en sus ‘cajas de sorpresa’, obra de Andrea Lorenzetti, Ivan Tomasevic, Rugiada Grignani y Facundo Moreno, la mayoría para ser vistas a través de su mirilla, otras para ser tocadas, ya sea poniendo la mano o, en una de ellas, introduciendo un dedo en un interior de lujurioso y húmedo tacto. También había algunos autómatas construidos por Matt Knight.
El conjunto de las box y escenas podía verse también como una suma de escenarios, abiertos o cerrados, con pequeñas composiciones poéticas, mientras en las paredes colgaban multitud de interesantes pinturas y dibujos de contenido artístico-erótico, obra de Anna McNeil, Maria Sola y Rugiada Grignani. La sensación de laberinto y de espacio cerrado estaba acentuada por la iluminación y por un techo bajo de tela negra que reducía el espacio buscando la intimidad de la cercanía, tanto de los visitantes entre ellos como de cada uno de los voyeurs con lo observado.
El Peep Show descrito constituía en realidad la entrada que el público debía cruzar antes de llegar al gran salón-bar, donde se desarrollaba un espectáculo de cabaret con una no menos estudiada ambientación de tonos cabareteros años veinte. Los espectadores eran allí recibidos por profusión de camareras vestidas de época, algunos chulos de porte elegante, vendedores de productos dudosos, magos y embaucadores poéticos que entretenían a la clientela, mientras el respetable pedía en la barra u ocupaba las mesas disponibles. Una chusma elegante, a veces simpática y juguetona, otras impertinente, la de los artistas que daban la impresión de intervenir cuando se les antojaba, un efecto muy logrado y que supo mantener siempre al respetable en la duda y la incertidumbre.
Impresionó la figura inquietante de un hombretón gallego de rasgos achulados y canallescos, que se paseaba con acusada apariencia de ir cargado de copas, que fue protagonizando un crescendo de actitudes salidas de tono para alcanzar un espectacular final con pelea incluida que acabó con un número entre poético y altamente canalla de una marioneta de hilo, subido sobre una de las mesas del cabaret. Se trataba del actor y titiritero de Galicia ya mencionado, Borxa Insua, que quiso sumarse al jolgorio del Peep Show antes de su actuación el domingo con el personaje de Barriga Verde.
Andrea Lorenzetti, por su parte, con una presencia distante y dominando bien el espacio, a modo de director mafioso del salón, presentó varios números de striptease con pequeñas marionetas de hilo que manejaba sobre teatrillos posados encima de una mesa o colgados del cuello, siendo también el animador de un delirante juego de apuestas llevado a cabo con cartas españolas.
Impactante por estrafalario fue el dímer portátil de electricidad y agua, invento de Ivan Tomasevic, un artefacto cuyo nombre propiamente dicho, según sus inventores, es el de Saltwater dimmerson.
Hubo música en directo: un pianista de tonos oscuros e identidad ambigua que susurraba canciones en un micrófono y que de vez en cuando sufría aparentes ataques epilépticos que lo lanzaban violentamente al suelo, un bajista de barba ruso-judía y aspecto dudoso, más una cantante desganada cuyas canciones tenían el peso de la languidez, buscando el tono decadentista que imperaba en el conjunto.
De vez en cuando aparecía Rugiada Grignani quién, junto a su compañero Facundo Moreno y a su hermano Timoteo Grignani, deleitaron al público con eléctricas canciones, pequeños momentos de refinada manipulación, una guitarra muy bien templada por Facundo, y otros números de máscaras de una gran originalidad.
Intervino incluso una marioneta gigante, obra de Matt Kight con la intervención técnico-titiritera de Andrea Lorenzetti, sostenida por una estructura de hierro sobre ruedas y por mandos que se asemejaban a los del titiritero mexicano Daniel Loeza, por la complejidad mecánica de sus artefactos manipuladores.
Un punto y aparte lo constituyó la aparición del titiritero y cocotólogo Pep Gómez, ausente en los últimos años de los escenarios barceloneses, que reapareció con un ocurrente desplegable pictórico-musical que contenía una pipa, unas hojas de col, un porrón y unas uvas, y que el cocotólogo del Raval convirtió en una sonora procesión de la Semana Santa, ante los atónitos espectadores, cada vez más asombrados de las rarezas de aquel cabaret indefinible.
El conjunto fue un verdadero acopio de ideas y de pequeños números enlazados según una lógica que buscaba aparentar no tener lógica alguna, de modo que el espectador no sabía si se seguía un guión o simplemente se iban sucediendo sus diferentes partes según el capricho de los ejecutantes.
Hubo por parte de los intérpretes una entrega absoluta a la faena, de modo que se mantuvo una dinámica que podríamos calificar de electrizante. Una energía joven y con ganas de romper moldes, que respiraba un fresco sabor a una Europa que no es la oficial sino la que goza de sus diferencias, base de su entendimiento. Quizás uno de los mayores logros de la representación haya sido convertir todo el salón-bar en escenario, no sólo porque se actuaba en todas partes, sino también por cómo vistieron el espacio, transformándolo en una muy conseguida continuación estética del Peep Show de la entrada.
Un trabajo, en definitiva, que buscaba impactar al respetable y que lo consiguió, gracias a la entrega de los intérpretes y a su gran nivel artístico.
El Barriga Verde de Borxa Insua, de Títeres Alakrán
Para acabar con la crónica de este largo fin de semana titiritero, toca hablar ahora de la actuación que el titiritero gallego Borxa Insua hizo en el Taller de Marionetas de Pepe Otal con su espectáculo de Barriga Verde. Un personaje del que se ha hablado varias veces en Titeresante (ver aquí) y que goza en estos momentos de una magnífica exposición en el TOPIC de Tolosa (ver aquí).
Siempre es interesante apreciar cómo estas tradiciones son recuperadas y ejecutadas por los intérpretes de hoy, y debemos decir que Borxa Insua ha salido muy airoso de su empeño, al optar por una recreación potente del espíritu más primitivo, ingenuo y arcaico del personaje, sin pretender reubicarlo en otros contextos -salvo la figura más contemporánea del militar-, y acentuando los aspectos tremendistas de los títeres populares de antaño, aquellos que tanto impresionaron a dramaturgos como Valle-Inclán o García Lorca más tarde.
Es decir, trazo fuerte y una dramaturgia de ir al grano y a matar, sin demorarse demasiado en prolegómenos ni en refinamientos excesivos. Una apuesta que hoy queda compensada, en la presentación de Alacran, por la buena elaboración técnica de los títeres, inspirada según parece en los mismos muñecos rescatados por Viravolta de los antiguos hermanos Silvent que inventaron a Barriga Verde y que lo pasearon por Galicia allá por los años cincuenta. Me refiero, por ejemplo, a un magnífico toro de madera con sus miembros todos articulados, al militar que anda con las dos piernas, saluda y se prodiga por el pequeño escenario con mucha comodidad, a un demonio de preciosa factura, al viejo padre de Rosita de un porte convincente y elegante, y a un Barriga Verde de aspecto muy civilizado, cuyo rostro de trazos simples concuerda con su espíritu, de carácter no menos simple, de quién no entiende de ambigüedades ni sutilezas. Acción directa pura y dura. Quizás la que más se acerque en su aspecto a su espíritu, sea Rosita, la verdadera desencadenante de la sucesión de dramas que cuenta la historia, mujer de armas tomar y rostro descabellado que sabe muy bien cómo salirse con la suya camelando al entregado Barriga Verde.
Una verdadera obra de cachiporra en su sentido más exacto y tremendista, sin pelos en la lengua, que Insua sabe interpretar con magníficas improvisaciones, unas voces claras y de impacto, una lengüeta que se deja entender y que aún busca la nitidez de su tono vibratorio, y una manipulación de acorde con el espíritu general de la obra, ni remilgada ni chapucera, sino en el justo entremedio que requiere este tipo de teatro.
Un trabajo de antropología teatral que se viste de catarsis libertaria, o viceversa, un ejercicio de virulencia ácrata de la vieja escuela que se suaviza con el traje de la antropología teatral. O ambas cosas, con el desenfado titiritero de quién gusta pasárselo bien en el escenario y divertir sin amaños al respetable.