Quienes asistimos a la despedida del actor y titiritero Miquel Gallardo, el jueves 15 de junio de 2017 en el Tanatorio de Piera, vivimos una profunda experiencia sin duda dramática, de un alto voltaje emotivo y, sobre todo, iluminadora. No podía ser menos en una ceremonia dedicada a este gran artista fallecido prematuramente esta semana (ver aquí) que buscó tratar temas dramáticos de profundas resonancias filosóficas y humanistas, como ilustran sus dos personajes centrales, Don Juan y Hamlet. Cogiendo al vuelo las palabras pronunciadas por su sobrino, el vacío dejado por la muerte de Miguel ha sido uno de esos vacíos que por su propia naturaleza, se llena de preguntas, dudas e interrogantes.
La despedida fue también iluminadora: impresionó a todo el mundo la gran afluencia de amigos, compañeros y profesionales del gremio que acudieron para despedirse de Miquel y para apoyar a la destrozada familia. La sala del Tanatorio de Piera se llenó hasta la bandera como seguramente pocas veces se ha visto, de personas llegadas de todas partes, sin que las distancias importaran. En el parking se amontonaban los coches y las furgonetas. La profesión en pleno, salvo los que se encontraban de bolo o actuando, que excusaron su presencia, acudió y escuchó con respetuoso y cómplice silencio las palabras de la familia.
Dos sensaciones nos quedaron del acto. De entrada, la fortaleza, la dignidad y la gran valentía de los familiares y de algunos amigos íntimos, de coger el toro por los cuernos enfrentándose a la realidad del vacío de la muerte con unos parlamentos de una sinceridad y verdad humana que impresionaron a todos, sin huir de la distancia que exige despedir a alguien que hizo de la distancia la herramienta básica de su profesión. Es decir, con la capacidad de ponerse en la piel del otro y de verse a uno mismo desde los ojos de quien permanecía de cuerpo presente pero sin vida.
Teatro-bus de Girovago y Rondella.
El otro dato iluminador es la valentía y la dignidad de los compañeros y titiriteros presentes, que desde su respetuoso silencio, manifestaron la complicidad con la familia y con Miquel, una complicidad que proviene de saber que todos pertenecemos a un grupo social que sabe que se la juega en su día a día, y que pese a ello, no desfallece en su entrega y devoción para con un trabajo que seguramente da más dolores de cabeza y batacazos del destino que cualquier otra profesión de las consideradas normales. Una profesión de riesgo de unos profesionales obligados a juntar el arte y el teatro con el emprendimiento del trabajador autónomo que se las tiene que ingeniar por sí solo, luchando contra los bancos, los políticos y los programadores institucionales, que siempre tiran a la baja y para casa, y contra las oficialidades y las administraciones que suelen hacer la vida imposible a quien va de por libre.
La muerte de Moisès Maicas
No hay duda de que la muerte estos días del gran director independiente Moisès Maicas, un batallador que siempre defendió sus proyectos a capa y espada hasta que seguramente se cansó, no hace más que reafirmar esta apreciación de cómo los caminos del teatro son difíciles y quizás por eso tan atractivos para quienes se embarcan en ellos.
Moisès Maicas. Foto de David Ruano.
Impresiona ver el grado de madurez humana que muestra este colectivo tan abigarrado de los titiriteros y de los actores y personas del teatro que navegan por su cuenta y riesgo, y que a pesar de las dificultades, consiguen resultados óptimos, trabajar con más o menos regularidad, tener una familia y disponer de talleres, casas y furgonetas, es decir, disfrutar de equipamientos que a menudo cuestan una fortuna. Dan la impresión, a veces, de ser una especie de pioneros embarcados a la conquista de unas tierras ignotas, las de la creación teatral, llenas de sobresaltos y de peligros. Y cuando cae alguien en esta batalla diaria, los demás se juntan como hacen los pioneros dejando por un momento sus carruajes y sus herramientas paradas, para retomar al poco rato el complicado viaje que nunca se sabe dónde lleva.
Dos muertes que, como dijo Jacinto Antón en su texto de despedida a Moisès Maicas en El País (ver el artículo entero aquí), significan ‘una pérdida irreparable para la escena del país y, junto a la tristeza de su desaparición, lleva a pensar que debimos escucharle(s) mucho más’.