Debemos regresar al Quiquiriquí, el Festival de Teatro de Títeres de Granada, que tuvo lugar del 29 de septiembre al 8 de octubre, para hablar de algunos de los espectáculos vistos, que no fueron todos los programados. En efecto, los títulos presentados por el festival fueron muchos y de una altísima calidad, lo que no deja de ser una declaración de principios de los directores, que decidieron poner ya desde su primera edición oficial el listón muy alto.

Como hemos subrayado en anteriores artículos (ver aquí), uno de los aciertos del Festival han sido las actividades complementarias a los espectáculos, como es el proyecto de la Incubadora, que resultó ser un éxito rotundo, así como las dos proyecciones de películas (la de los Hermanos Oligor, y ‘La Academia de las Musas’ de José Luís Guerín ya comentada en esta revista) más los dos coloquios celebrados. Este tipo de eventos en paralelo a la exhibición son los que dan al festival unos valores añadidos de enorme trascendencia, tanto para el público como para los artistas participantes, pues inducen al conocimiento del género, a su ensanchamiento como sector artístico y a la auto-observación de lo que se está haciendo en este campo del teatro.

Shaday Larios y Jomi Oligor.

Algunos de los espectáculos presentados ya han sido tratados por Titeresante, como es el caso de «La Máquina de la Soledad», de Shaday Larios y Jomi Oligor (ver aquí), «Cosas que se olvidan fácilmente», de Xavier Bobés (ver aquí) y «Parias», de Javier Aranda (ver aquí).

«Blind», de la Duda Paiva Company

La compañía del titiritero y bailarín brasileño Duda Paiva, que reside en Amsterdam, presentó uno de sus trabajos de éxito, «Blind». En esta ocasión, actuó el actor y bailarín Ilija Surla en el papel de intérprete solista, quién además impartió a la mañana siguiente un taller dirigido a los participantes de la Incubadora con el título de «Dialogando con el objeto».


Duda Paiva en Blind. Foto de Patrock Argirakis.

Duda Paiva trabaja en esta difícil especialidad que es el títere de desdoblamiento, en el que el manipulador encarna también a un personaje, sea uno distinto al muñeco que maneja, o sea parte del mismo. Un trabajo que exige una capacidad que no todos los humanos tenemos: la de dialogar consigo mismo o con alguna de nuestras partes constitutivas que proyectamos en un muñeco. Para ello es preciso «desaparecer» estando presente en la escena, cuando se da voz y gesto al títere y a su personaje, para «regresar» cuando es el actor quién habla y actúa. Una práctica cuyos secretos fueron descubiertos y perfeccionados por el gran titiritero australiano también residente en Amsterdam, Neville Tranter, de la compañía Stuffed Puppet, y que Duda Paiva ha desarrollado incorporando la danza en el juego de la manipulación desdoblada.

Y hay que decir que Ilija Surla ha salido muy airoso de la tremenda prueba que es su trabajo en Blind, al hacerse cargo de toda una familia de muñecos que llenan el espacio entero del escenario, y con los que va interactuando dándoles voz, gesto y cuerpo. Es impactante la imagen del actor al inicio de la obra con su cuerpo deforme, cargado de bultos que no son otra cosa que sus alter egos, a modo de monstruos o seres que lo acosan y deforman. Sólo podrá liberarse cuando todos ellos, uno tras otro, vayan saliendo de su enquistamiento, obligándole a enfrentarse a sus propios demonios, a sus dobles obsesivos y familiares. Se sirve para ello de una estructura de cuerdas que cuelgan del espacio y que le permiten distribuir a los distintos personajes con una cierta perspectiva, para tratarlos, moverlos y abandonarlos al fin, una vez sabido lo que le tenían que decir.

Obra catártica y de liberación, puro ejercicio de auto-conocimiento, por lo visto con tintes auto-biográficos de su director, Duda Paiva, que nos mostró esta potente faceta introspectiva del teatro de marionetas de desdoblamiento. El público respondió entusiasmado con prolongados aplausos.

La Pendue: Polidégaine

Conocíamos los dos trabajos que presentó la conocida compañía francesa La Pendue, ambos reseñados en esta revista (para Tria Fata, ver aquí, y para Polidégaine, ver aquí), los cuales, sin embargo, con el tiempo han adquirido un estado de dulce madurez que bien merece nuestra atención.


Polidégaine se ha convertido en un clásico ya del teatro de títeres popular europeo, como un ejemplo logradísimo del modo en que las tradiciones pueden revivir y alzarse en estadios aún de mayor interés cuando son abordadas desde la catarsis de un estallido de vitalidad por practicantes jóvenes con ganas de romper los corsés formales. Dos son los titiriteros, Estelle Charlier y Romuald Collinet, ambos con estudios de títeres en el Institut International de la Marionnette de Charleville-Mézières. Pero el trabajo de Polidégaine, un ejercicio de títere de guante a la manera de los guaratelle napolitanos, se realizó paso a paso a lo largo del tiempo. Aprendió primero Romuald con Bruno Leone en Nápoles, para luego salir con Estelle Charlier a la calle, donde fueron desarrollando poco a poco sus rutinas, sus técnicas increíbles de manipulación y el entramado general de lo que acabó siendo su espectáculo,. Un proceso, pues, que conecta con los métodos tradicionales de aprendizaje, pero que los dos jóvenes titiriteros han realizado a su aire y placer. El resultado es de impacto, un espectáculo de esos que no pasan y que mejoran con el tiempo, pues las rutinas se van depurando y la interpretación tiende a centrarse en lo esencial.


Poco importa el tipo de títere que utilizan, la técnica de manipulación, incluso los personajes que sacan: lo que cuenta es el ritmo, la sutiliza del gesto, el estudio coreográfico de las rutinas, el rigor de los ensamblajes, la magnífica presencia de los actores-manipuladores. Luego, la temática es la nuclear de los Polichinelas europeos: la libertad, el hacer lo que a uno le da la gana, el amor, la muerte y la auto-reproducción del mito: Pulcinella nace de un huevo que pone él mismo. El mito libertario y vitalista del Polichinela europeo, este arquetipo que toma tantas caras, forma y nombres como culturas hay que lo hayan practicado (Punch, Polichinelle, Kasperl, Pertushka, Don Cristóbal, Dom Roberto, Titella…), queda perfectamente explicado y sintetizado por La Pendue con Polidégaine.

El público de Granada así pareció entenderlo, dadas las salvas de aplausos que ofreció a los dos titiriteros.

Tria Fata

La Pendue es de estas compañías que intenta no someterse a las leyes del mercado titiritero francés, obstinada en mantener la libertad que da crear espectáculos no por obligación sino por necesidad. De ahí que su segundo espectáculo haya sido fruto de un parto largo y complejo. Algo que siempre sucede cuando se tiene que emular o al menos igualar una obra primera de éxito como ha sido Polidégaine.

Escena de Tria Fata.

Tres fueron, al parecer y según contaron los intérpretes y su director al acabar la obra, las tentativas de crear un nuevo espectáculo, hasta que a la tercera fue la vencida. Para conseguirlo, Romuald Collinet se quedó finalmente fuera del escenario en el papel de director, centrándose la obra en la enorme capacidad manipuladora de Estelle Charlier, que ejerce de titiritera solista, acompañada por el hombre orquesta y excelente músico Martin Kaspar Läuchli, a cargo de una batería, un acordeón y varios clarinetes.

En efecto, Tria Fata es una obra de lucimiento para sus dos intérpretes, con una grandísima Estelle Charlier que borda su trabajo de actriz y manipuladora, en un espectáculo que va también a lo esencial, la vida y la muerte, a través del personaje de una mujer que pide a la Pálida una pausa para poder revivir su vida. La Muerte es el otro gran protagonista de la obra, encarnada unas veces por la actriz, con una máscara que la define, y otras veces por un títere, lo que permite a la Muerte parodiarse a sí misma. Esta ambigüedad entre la manipuladora y el personaje es una de las claves mejor resueltas de la obra, lo que sustenta el dramatismo de principio a fin, creando la distancia fundamental que otorga siempre hallarse bajo el punto de vista de la Parca.


Luego, los distintos episodios de la vida que se nos cuenta son retazos de una existencia anodina pero profundamente humana, siempre marcada por un principio de Verdad que trasluce la escena. La coincidencia de que Estelle estuviera embarazada de cinco meses aumentó aún más esta esencialidad de la oposición Vida/Muerte, dando por supuesto que la Pálida siempre gana pero dejando que prevalezca el principio femenino de Creación de Vida, que se encuentra siempre detrás de la misma Muerte y de cualquiera de sus polaridades escénicas.

Precioso espectáculo de potente estética expresionista con una carga filosófica que se expresa con la poesía del gesto, la música y las imágenes. ¡Admirable!

«El grito cotidiano», de Les Anges au Plafond

Fue muy interesante ver este espectáculo de la titiritera francesa Camille Trouvé, estrenado hace ya unos años, y que fue uno de los primeros en trabajar con esta técnica tan sugerente de los libros que al abrirse desvelan paisajes y realidades corpóreas que se levantan en el espacio.

Camille Trouvé

Para ello, Camille Trouvé se sirve de su buena presencia y capacidad actoral para situarnos en un lugar que bien podría ser un café en el que alguien está leyendo un periódico. Al girar una página, la noticia se hace visible siempre hecha de papel mostrándonos un decorado, un paisaje, el mar con un barco que naufraga, unos políticos que chillan, un parlamento humillado por una parte de sus representantes, una boda…

Lo más interesante del montaje es mostrar cómo los contenidos del periódico que vivimos en nuestra imaginación de lector se despliegan de pronto al abrirse una página en la realidad visual. La metáfora de las dimensiones plegadas de la realidad se hace aquí corpórea y elocuente, abriendo todo un campo enorme de desarrollo de este principio del «despliegue de lo que yace oculto», de «lo plano que se alza en el espacio».

Les Anges au Plafond / le Cri Quotidien

Para lograr la atmósfera necesaria de distanciamiento y a la vez de «espacio donde pueden suceder y aparecer cosas», Camille Trouvé se hace acompañar de una violoncelista, Sandrine Lefebvre, que tiñe el despliegue de cada escena con una música de composición propia, sin buscar un estilo descriptivo sino a modo de contrapunto poético sonoro. Un trabajo, el de las dos intérpretes, que dejó muy admirado y entusiasta al público que acudió a la sala pequeña del Centro Federico García Lorca.

«Paper Cut», de Yael Rasooly

Nos encontramos ante el trabajo de una actriz que además de titiritera es una cantante con unas dotes extraordinarias. De origen israelita, Rasooly nos presentó un espectáculo que en realidad fue su ejercicio de final de carrera, cuando tuvo que presentar un trabajo con un presupuesto mínimo y con unas ideas todavía incipientes. El espectáculo, que sorprendió a la misma autora tanto como al público, fue creciendo con el tiempo, sobre todo al incorporar esta otra faceta de cantante ya citada. Una faceta decisiva y de impacto, pues cuando la titiritera muta en artista de la voz, todo cambia y nos encontramos ante unas dimensiones desconocidas que nos atrapan por el pescuezo y nos obligan a meternos en la boca del lobo queramos o no queramos.

Yael Rasooly en Paper Cut.

«Paper Cut», que empieza como una obra de entretenimiento que va de la comedia a la creación de escenas titiriteras con objetos y papeles sobre mesa donde una secretaria se entretiene con sus fantasías, mientras atiende las llamadas de su jefe obsesivo y ligón, vemos como de pronto la obra empieza a dar saltos al adentrarse en escenarios distintos, especialmente cuando la secretaria nos muestra su faceta de cantante capaz de lidiar con todos los géneros internacionales del Music Hall.

Yael Rasooly cantante.

Yael Rasooly se metió al público en el bolsillo gracias a la fuerza de su interpretación, con una de esas presencias irresistibles y un trabajo de actriz y de cantante admirables. Los espectadores así lo pensaron, al aplaudir con tanto entusiasmo su actuación.