(Imagen de ‘Pájaros migrantes’, de Títeres Tía Elena. Foto de Rocío Durán)
Abizanda, días 27, 28 y 29 de julio de 2018
El Festival de Teatro de Títeres de Aragón que tuvo lugar en Abizanda fue rico en espectáculos procedentes todos ellos de la citada Comunidad Autónoma, una oportunidad única de ver lo que se cuece en estos lares en el terreno de los títeres. Y cabe decir que los asistentes, especialmente los que venían de otros lugares de la geografía española, quedaron gratamente sorprendidos del alto nivel de las obras presentadas, tanto en lo que se refiere a la forma como al contenido.
Sería interesante poder hacer otro tanto con las distintas comunidades autónomas del país, aunque sólo fuera para ver de qué manera la psicología de los pueblos y de las regiones influye en la forma en que las personas de teatro nos miramos a nosotros mismos y a los demás, a través de los títeres, que no dejan de ser espejos y una forma de ejercitar la Alteridad, este concepto tan de moda que habla del otro y de los desdoblamientos que constantemente hacemos en muñecos y otras personas. Y seguramente llegaríamos a la conclusión de que, a pesar de las diferencias, es mucho más lo que une a los titiriteros ibéricos que lo que los separa. Una suposición sin duda extrapolable a muchos otros campos de estudio. O quizás no y sea todo lo contrario…
Pero dejemos estos temas de reflexión diletante -anunciamos la publicación en breve de un artículo de Esteban Villarrocha donde el ex-profesor y actual titiritero-gestor de Arbolé teoriza sobre estos asuntos tan espinosos de la ‘mirada del otro’- y vayamos a los cuatro siguientes espectáculos vistos en Abizanda, los de las compañías Títeres del Guantazo, Producciones Viridiana, El Mar del Norte y Títeres Tía Elena. Cuatro producciones de empaque que impresionaron mucho a los espectadores.
‘Dos dudosos bandoleros’ de Títeres del Guantazo
Bajo este nombre alborotador de la compañía se esconde un sano ejercicio de colaboración entre dos titiriteros que trabajan normalmente por separado: el alicantino de Villena Salvador Puche, fiel amigo y discípulo del dramaturgo Gigio Brunello, a quién conoció en su larga estancia en Italia de doce años, creador de la compañía Tracalet Teatre junto con Atzur Aguas, instalados en la localidad de Calaceite, en la comarca del Matarraña, en Teruel, y el castellonense Josevi Pepiol Bello, creador del Proyecto Caravana junto a Cèlia Abraçades, residentes ambos en el Valle del Olba, también en Teruel.
Salvador Puche y Josevi Pepiol.
Con ganas de crear un espectáculo de cachiporra, un lenguaje que Salvador Puche conoce bien tras sus varios trabajos realizados con el personaje de Arlequín, no han dudado en inspirarse en una obra del gran maestro Gigio Brunello sobre dos bandoleros que deciden hacerse titiriteros. Un acierto absoluto, al optar por el humor fresco, inteligente y surrealista de este autor, que sabe cómo dar la vuelta a la tradición sin traicionarla.
Pero no basta con escoger una buena obra, sino que lo importante es ponerla en escena con tino y habilidad. Y es aquí donde los del Guantazo han dado en la diana al crear una versión libre del texto de Brunello adaptado a las aptitudes actorales y titiriteras de los dos cómicos, Puche y Pepiol.
De entrada hay que decir que las obras de Gigio Brunello no son fáciles de poner en escena, hay que entender bien su humor y no dejarse poseer por el texto, dando cuerda a la manipulación y a los gags visuales que la obra propicia. Algo que el de Villena conoce a la perfección, pues no por nada ha presentado varias obra suyas, como el genial montaje “La Leyenda del Conejo Volador”, escrita y dirigida por Brunello para los titiriteros Alberto di Bastiani y Salvador Puche.
‘Dos dudosos bandoleros’ arranca con los dos cómicos muy bien caracterizados de rufianes que interpelan al público desde sus roles de bandoleros que no dudan, para salir del apuro en el que se encuentran, en emboscarse como titiriteros.
Presentan de este modo el primer equívoco de la sesión: son unos titiriteros que en realidad no lo son, y que para salir del paso, deciden representar una obra basada en la vida del abuelo de uno de ellos, el bandido Pantxampla.
A partir de aquí, toda la obra es un juego de los disparates a cuál más absurdo y divertido, en el que todos intentan ser lo que son y no son. Esencial que el único rufián de verdad sea un maestro de la tradición, el gran Arlequín (que según los entendidos desciende del mismo Belcebú), tradición que justifica los palos que gusta dar a quién sería propio que los diera, el pretendido bandido que ejerce de Pantxampla.
Pero donde el humor y la frescura se alzan hacia cotas altas del teatro del absurdo es cuando intervienen dos personajes que se intercalan en los tejes y manejes de los dos bandidos, una oveja solterona y un lobo enamorado de la oveja. Una situación que los dos titiriteros del Guantazo bordan para crear un contrapunto genial que de un lado descoloca al espectador, sorprendido del giro del argumento, y del otro lado, le permite situarse en el registro de inteligente comicidad de la obra.
Y es a medida que va avanzando la historia y nos acercamos a su desenlace, que el espectáculo se alza hacia cumbres de una cachiporra que deja de serlo sin dejar de serlo, para convertirse en una preciosa comedia.
Títeres del Guantazo han dado en el clavo al crear una obra que divierte sin ofender la inteligencia del espectador sino, al revés, buscando su complicidad de ser pensante desde la ingenuidad de la mirada del niño que juega a ser adulto, o del adulto que se pone las gafas de niño para reírse de los tópicos y de los lugares comunes. Una obra aún en rodaje que debe limar pequeñas aristas en la primera parte y que está destinada a recorrer los festivales y los escenarios del país en las próximas temporadas.
‘El Ingenioso Hidalgo’, de Producciones Viridiana
He aquí una de las compañías de más solera de Aragón, fundada hará unos veinte años en Huesca y dirigida por Jesús Arbués, con un palmarés impresionante de premios en su haber. Artistas de amplio espectro -sus producciones abarcan todos los géneros y públicos- siempre han mostrado una inclinación por los títeres, como es el caso de este Quijote realizado en 2016, a raíz del cuarto centenario de la muerte de Cervantes.
Laura de La Fuente y Javier García. Foto de Rocío Durán.
Con una bonita escenografía obra de Agustín Pardo y Manuel de Miguel, tres actores son los encargados de escenificar este Quijote dinámico que no intenta explicarnos la obra de Cervantes sino simplemente trasladarnos al espíritu de la genial obra y a la mentalidad ‘quijotesca’ del personaje a través de canciones, pequeñas escenificaciones de algunos fragmentos conocidos, y con el efecto sorpresa de la aparición del mismo Don Quijote de la Mancha, encarnado magistralmente por el actor Chavi Bruna.
Javier García y Laura de la Fuente, dos agraciados actores dotados de mucho donaire y frescura, son los encargados de situar al público en las distintas situaciones de la obra, con canciones muy bien urdidas por Kike Lera. El texto de Jesús Arbués -que también firma la dirección- consigue ir a lo esencial y a su vez detenerse en el detalle que permite desplegar el mundo del Quijote con suma elegancia y sin caer en simplificaciones banales. Para ello es esencial el buen hacer de los dos actores principales, muy convincentes en su labor, con una estupenda Laura de la Fuente bien acoplada a la vitalidad y a la voz cantante de Javier García.
El juego de los actores con la escenografía es otro de los aciertos de la obra, que avanza con un ritmo trepidante. Pero cuando todo se eleva y el público es de verdad conducido al corazón de la obra, es cuando aparece el actor Chavi Bruna encarnado en la figura de Don Quijote. El físico del actor es perfecto para el papel del famoso Caballero Andante, así como su habla y su gestualidad. Permiten al espectador imaginarse frente a alguien que se acerca mucho a la imagen que todos tenemos del Quijote. A partir de este momento, entramos plenamente en la ficción y en el teatro dentro del teatro del mismo personaje que acepta actuar para el público, afín de explicar algunas de sus aventuras con la debida fidelidad.
Incluso se acepta que el mismo Quijote cante algunas de las canciones propuestas, un descenso al mundo del teatro infantil para el que los espectadores otorgamos la correspondiente licencia al personaje y a los actores, ya instalados todos en la convención de jugar al Quijote desde la ficción del teatro y del juego de la imaginación.
El público, niños y adultos, agradecieron el gran despliegue de facultades y la labor de creación de semejante espacio imaginario en el escenario del teatro de La Casa de los Títeres con prolongados aplausos y ganas de conocer con mayor profundidad el mundo simpar del glorioso Caballero Andante Don Quijote de la Mancha.
‘En el vientre de la ballena’, de El Mar del Norte
¿Qué pasa cuando la vida se hace insoportable, cuando al cerrar los ojos uno se encuentra en el fondo del mar o, peor aún, en el ‘vientre de una ballena’? Una situación horrible, inmerso en un fragor desconocido, como si uno tuviera que desenvolverse en algo así como un ‘caos primordial’. Y sin embargo, ¿es posible que esta oscuridad que enajena y traslada, que marca desde la hora cero de la vida, sea vivida por el sujeto en cuestión como un refugio donde acomodarse, como el único lugar seguro donde la libertad es posible y donde finalmente le apetece a uno estar?
Tal es la situación paradójica que nos presenta la fresca y preciosa obra creada por la zaragozana Marta Cortel y el franco-español David Moreau cuando ambos se encontraron en Bélgica, lugar donde cursaban sus estudios de teatro.
Marta Costel. Foto de Rocío Durán.
Obra poética dirigida a adultos, ‘En el vientre de la ballena’ es una de estas pequeñas joyas que surgen de vez en cuando y que nos indican la enorme potencialidad del teatro de títeres y de objetos, cuando es tratado con la honradez y la valentía del artista que se obstina en crear de verdad.
Hay en esta obra un perfecto equilibrio entre la emoción, de corte femenino bien marcado por la presencia de la actriz Marta Cortel, única persona en escena, y la forma del pequeño ritual que se representa a través de modestos objetos, una superficie de arena, muñecos y alguna imagen. Una profunda energía emocional brota de las palabras y de las situaciones creadas por la actriz y por las imágenes puestas en escena, que indican que todo lo que se dice es algo veraz, algo vivido, que estamos ante realidades verdaderas, de las que tocan fondo. Y por otra parte, hay una voluntad de hierro en establecer unas formas, unos ‘vericuetos’ por donde esta emoción debe transitar, afín de que sea conducible, quizás no entendible pero sí percibida por la sensibilidad del espectador.
El teatro da forma así a la emoción, que sólo puede expresarse a través de lo que está fuera de las palabras y de los sentimientos en su expresión directa: objetos, imágenes, y una interpretación sutil y llena de contrastes de la actriz, que nos indica cómo sobrevivir a la nada y a la oscuridad del fragor primordial.
Un trabajo exquisito y profundo, que nos pone frente al espejo del ser y del no ser, quizás a lo más que se puede aspirar en el arte del teatro.
‘Pájaros migrantes’, de Títeres Tía Elena
Sorprendió e conmovió este trabajo de Elena Millán, acompañada por la joven aprendiz de titiritera Sandra (a la espera de saber cuál es su apllido), sobre el mundo de los pájaros.
Nos encontramos ante una gran titiritera de larga trayectoria, Elena Millán, autora de varios espectáculos que han marcado época, y reputada y reconocida constructora de títeres (suyos son muchos de los muñecos que estos días han desfilado por Abizanda pertenecientes a otras compañías, y no hay que olvidar la importante exposición que ha presentado hasta hace unos pocos días en el Torreón Fortea de Zaragoza –ver aquí– para celebrar sus treinta años de carrera).
La obra que acaba de estrenar en Abizanda ha maravillado a todos los presentes, conscientes de que nos hallábamos ante un trabajo importante y que debe ser considerado como una obra de madurez, pues pone en escena varios componentes esenciales de su universo: la creación plástica de bellas esculturas móviles expuestas en el escenario, el hilo como técnica preferida para mover las marionetas, los pájaros como personajes que simbolizan una opción de vida basada en la libertad, y un deseo de enseñar el oficio, con la presencia de la joven manipuladora Sandra.
Una conjunción de elementos que consigue crear un mundo lleno de belleza y poesía, de sabiduría profunda, de sentido de la libertad y de gracia del movimiento en el espacio. Esto es ‘Pájaros migrantes’, fruto de la fusión de varios trabajos previos que Elena Millán por fin ha podido reunir y presentar al público.
Las esculturas móviles constituyen un trabajo que se sustenta en sí mismo, podrían figurar en cualquier galería de arte. Situarlas en un escenario y encajarlas en una acción de corte poético es ponerlas en el mejor de los contextos para realzar su estilizada y misteriosa belleza
La aparición de los pájaros marionetas de hilo, acoplados a la misma estética de las esculturas, consigue dar súbita vida al conjunto. Es como si las esculturas se pusieran de pronto en movimiento. Las palabras sabias de Elena, fruto del trabajo conjunto de dos colaboraciones, la directa de Adolfo Ayuso y la lejana y filosófica de Platón, dan la espesura conceptual al espacio poético en el escenario. Pero es la salida de la otra marioneta movida por quién podría ser otro pájaro convertido en persona, tal es la presencia estilizada de la joven manipuladora Sandra, lo que dispara el conjunto hacia un baile de formas y sonidos de una gran hermosura.
Elena Millán ha conseguido una obra más que redonda, en la que todo entra por los sentidos -muy importante es la música que crea el espacio sonoro- sin que las emociones puestas en juego deriven en nubarrones e innecesarios dramatismos. Una obra, como decíamos al principio, llena de madurez y de sabiduría.