Imagen de ‘Robertos, Viola e Campaniça’, de Manuel Costa Dias. Foto de José Fernandes.
Arrancó el Mó, Festival de Marionetas de Oeiras el viernes 31 de mayo de 2019 por la noche con el espectáculo de Manuel Costa Dias titulado, Robertos, Viola e Campaniça, seguido de Sofía, a cargo de Francisco Obregón. Dos espectáculos muy diferentes que mostraron al público que acudió al recinto ajardinado de la Feria de Oeiras dos de las facetas del Festival: la tradición titiritera por un lado, las nuevas formas de animación de muñecos y de objetos por el oro lado.
‘Robertos, Viola e Campaniça’, de Manuel Costa Dias.
Fue un placer volver a ver a Manuel Costa Dias, maestro titiritero de Évora que ha trabajado tanto la tradición de los Robertos como otras formas diferentes de animación de títeres, y que vino a Oerias para presentar ambas facetas de su arte.
Y fue un gran acierto inaugurar el festival con este espectáculo suyo de Robertos, en el que los clásicos títeres portugueses estuvieron noblemente acompañados por dos músicos, de una gran categoría los dos, el cantante Nuno de Ó a cargo de la viola (la guitarra española) y António Beixiga con la campaniça, un instrumento popular del sur de Portugal, con un sonido parecido al de la guitarra portuguesa. Según me contó Toni Beixiga, se trata de un instrumento más antiguo que la guitarra portuguesa -procedente ésta del norte europeo- y que es autóctono de Portugal. Un sonido más camaleónico, que puede pasar de los registros más clásicos de la guitarra a los agudos electrizantes que van tan bien para acompañar los fadinhos o los mismos Fados. Los dos músicos completaron su servicio sonoro con pequeños efectos de percusión, desde unos cascabeles que llevaba en la pierna Beixiga hasta los dos cajones sobre los que se sentaban ambos, utilizado como bombo.
Es importante destacar el espacio donde tuvo lugar la representación: los jardines municipales dedicados a la Feira de Oeiras, allí donde se concentra un sinfín de atracciones, escenarios y puestos de comidas, en la tradición portuguesa de las Ferias Populares, como la que existía antiguamente en Lisboa. Una tradición que pervive en estas fechas próximas a San Antonio, cuando en buena parte del país se celebran sus fiestas más importantes.
Un ambiente, el de las Ferias Populares, especialmente adecuado para los Robertos, al ser uno de los lugares habituales donde solían actuar los maestros de antaño, cuando estos espectáculos de títeres de calle se mantenían vivos y eran conocidos y esperados por el público. Un contexto, pues, amigo de los Robertos, aunque en esta ocasión Manuel Dias presentó la tradición con vestidos de gala, pues no otra cosa fue el aparato sonoro que acompañó la acción de los títeres, ejecutado por dos altísimos maestros de sus respectivos instrumentos. A su vez, se aplicó una técnica muy utilizada en los títeres populares europeos, como es la figura del animador que intermedia entre el público y los personajes, que al hablar con la palheta o lengüeta, necesitan muchas veces traducción. Así ocurre sistemáticamente con el Petrushka ruso o con el Vasilache rumano, aunque también es frecuente encontrarlo en algunos Pulcinellas y otras tradiciones. Un recurso que en este caso fue asumido por Nuno de Ó, quien, en su calidad de vocalista, interpelaba a Dom Roberto, lo animaba o lo reprendía, cuando éste se pasaba de rosca, como es propio que suceda.
El espectáculo se convirtió de este modo en un recital de títeres y fadinhos con algún fado de verdad intercalado que sonó con la fuerza y la gravedad que le es propio. Dias nos regaló con una tourada y una namorada, más otros números, como el del precioso caballo perseguido por un Diablo juguetón y electrizante, mostrando el buen momento en el que se encuentra el titiritero, en lo que podríamos llamar la madurez de su arte: seguridad en la acción, ritmo adecuado, buenos gags.y una íntima compenetración con el acompañamiento sonoro. La acción, en efecto, y tal como decíamos antes, se vio ennoblecida por la música, que marcó a los títeres ritmos y movimientos casi de baile, algo que el maestro de Évora sabe tratar muy bien, como demostró en su otro espectáculo al día siguiente.
Una inauguración que podríamos calificar de lujo, que dio el pistoletazo de salida al Festival que, a pesar de mantener siempre su pie en el espacio de la Feria Popular, se trasladó en los dos días siguientes a muy diferentes escenarios del centro de Oeiras.
‘Sofía’, de Francisco Obregón.
No conocía a este cada vez más renombrado artista chileno, que suele trabajar en escenarios nocturnos de Varietés y music hall, y que está llamando la atención de los festivales, atraídos por una interpretación que junta el donaire y el noble estilo del artista que ‘hace galas’ con la más descarada provocación en el trato con el público.
En efecto, provisto de una enorme experiencia pese a su juventud, es decir, con unas tablas de quien pisa casi cada día los escenarios, Obregón ofrece uno de esos espectáculos en los que manda la ambigüedad entre el tono severo y solvente de una rotunda imperturbabilidad al presentarse ante el público, con una desvergonzada impertinencia a la hora de exigirle que se someta a sus mandamientos previos al comienzo. Una fórmula que Obregón gusta llevar al límite para de inmediato darle la vuelta y ganarse al público que se entrega a la artimaña del cómico, ansioso de entrar en el juego entre astuto, virtuoso y algo canallesco del chileno.
Pues lo que abre realmente el espectáculo y los corazones de los espectadores es el muñeco de Sofía que por fin Obregón saca de su maletas con la ayuda del voluntario al que le ha tocado en suerte salir al escenario: un muñecote de goma espuma de los que en Argentina los titiriteros llaman ‘títere de boca con varilla’, de gruesos labios pintados y pícara mirada, que interpreta las canciones que salen del Ipad del artista.
Con la figura del doble del titiritero se rompen todas las suspicacias, pues de inmediato el público sabe que entra en este espacio mágico de los títeres en los que uno deja de ser único y se convierte en doble: el galán que mueve los hilos (la boca y las varillas del muñeco en este caso) y el muñeco que interpreta sus deseos íntimos, su doblez catártica, que no se esconde -como es lo normal en la vida civil de cada día- sino que surge explícita y chillona. Y es así como los espectadores se sienten identificados con esta verdad universal, tan propia de los humanos Sapiens, de ser como mínimo dos, donde fingimos ser uno.
Es la llamada de la libertad del carnaval que surge atávica de los espectadores, confrontados a realidades profundas y sin embargo tan obvias y aceptadas cuando se encuentran en un escenario. Sofia no hace otra cosa que cantar canciones sentimentales, tórridas e insinuantes, mientras se complace en seducir no sólo a quien es su partenaire diario, sino también a los mismos espectadores, que se ven como de pronto se les aparece un doble, quizás no con el que sueñan secretamente, pero cuyas características basadas en las artes de la seducción y del deseo tocan por necesidad los fundamentos duales de todo ser viviente.
Se suceden las canciones y los voluntarios sacados por Obregón, y el público cada vez está más entregado a quien antes se había atrevido a invadir su libertad y la privacidad de formar parte del grupo de los espectadores, es decir, de los que están al otro lado de la barricada: arriba el artista que se moja y se desnuda, abajo los que miran, juzgan y aplauden o silban. La irrupción de Sofía y el arte de Obregón hacen caer estas cuartas paredes invisibles que separan los escenarios de las plateas, y el teatro-cabaret de verdad, ese rito catártico que relativiza las falsas identidades y las multiplica por dos o por tres, se impone en el foro.
El público aplaude a rabiar, inconscientemente agradecido de haber traspasado unas fronteras siempre difíciles de cruzar.