En esta última entrega sobre los espectáculos vistos en Matanzas, nos centraremos en algunas compañías que llamaron nuestra atención por sus ricas peculiaridades, completando de este modo el panorama de lo visto en Cuba. Un panorama que nunca será todo lo completo que quisiéramos, pero que servirá al lector para darse una idea del momento extraordinario que parece estar viviendo la vieja colonia española así como algunos otros países de la zona.

Otros espectáculos vistos en Matanzas

“Mowgli, el mordido por los lobos”, obra de Erduyn Maza inspirada en “El Libro de la Selva”, de Rudyard Kipling, fue un título muy aplaudido en el Taller de Matanzas. Con dirección de Arneldy Cejas, consiste en el último trabajo de la compañía Teatro La Proa, instalado en el Centro de Teatro de La Habana. La obra trata el tema del niño salvaje para hablarnos de cosas importante de la vida, como es el abuso de poder, el enfrentarse a fuerzas superiores, y la resistencia colectiva a situaciones de peligro y de emergencia, representadas aquí por la figura del tigre.

Mowgli

Escena de Mowgli, del Teatro de la Proa

Pero lo más destacable del montaje, además de la excelente adaptación del texto de Kipling, es la energía puesta por sus actores, que se traduce en una manipulación veraz y muy lograda de los muñecos, capaz de recrear todo un mundo selvático, con profusión de animales que se integran estupendamente con la escenografía y con los mismos manipuladores. Volvemos a encontrarnos aquí con lo que ya dijimos hablando de otras obras cubanas, la gran profesionalidad de los actores que saben moverse por el escenario y declamar con gran dominio de la voz mientras son capaces de manipular las marionetas. Se busca la operatividad del gesto, de la luz, de los muñecos que se presentan bajo formas diferentes en cada caso y, sobretodo, de la música, que en esta ocasión está compuesta por una rica banda sonora que nos traslada a imaginarios orientales y exóticos. Una obra muy bien construída por Erduyn Maza que consigue atraparnos gracias a su extraordinaria energía y que, a pesar de su ambientación oriental, nos pareció muy cubana.

Tambié me gustaría citar al Guiñol de Gantánamo, que dirige Maribel López Carcasés, una veterana titiritera de larga y profunda experiencia, que presentó varias obras de su repertorio. Sólo pude ver una, “El buen curador y la vecina”, dirigida por Emilio Vizcaíno, que me gustó mucho por el excelente trabajo del par de jóvenes actores que lo representaban, capaces de cantar y actuar con agradable voz y bellísima presencia, para luego pasar al retablo y manipular sus títeres de cachiporra.

De Pinar del Río, la región de Cuba dónde se cultivan las mejores hojas de tabaco con las que se fabrican los vegueros más codiciados en el mercado internacional de habanos, vino a Matanzas la compañía Titirivida con el espectáculo “Un girasol pequeño”. La compañía, capitaneada por este veterano titiritero con el que compartí muy agradables momentos, Luciano F. Beirán González, está muy bien presentada con dos músicos en directo y una manipuladora muy convencida y entregada a su labor. Presentada en la actual Biblioteca de Matanzas, un noble edificio de altas columnas que anteriormente fue el Casino Español, puedo decir que los del Pinar del Río encandilaron al público asistente.

Un girasol pequeño

Un girasol pequeño, de Titirivida


Compañías de otros países

Como ya se ha dicho, hubo bastantes compañías extranjeras actuando en Matanzas y algunas de ellas los días siguientes en La Habana. Estuvo Bruno Leone, con su clásico y querido Pulcinella, cuya generosidad titiritera fue pródiga en representaciones efectuadas en sala, en plazas o en la misma calle. El público pudo gozar de las diabluras de la máscara napolitana y del milagro de su multiplicación tras poner su propio huevo. Bruno estuvo presente también en encuentros y mesas redondas, para regocijo de los presentes.

El brasileño Marcello Andrade dos Santos, de Curitiba, creador de La Compañía Karawozwk, impartió un curso de teatro de sombras y presentó tambié su espectáculo Alberto, el niño que quería volar, en el que muestra su dominio de la moderna técnica de las sombras, con profusión de proyecciones y usos distintos de la luz y de las siluetas. La obra, en la que Marcello participa como actor, se complementó con el trabajo colectivo de los alumnos del taller, que hicieron gala de una enorme espontaneidad con una secuencia de cabaret en sombras y de un divertido humor negro que sorprendió a los presentes.

Marcello Andrade

Imagen de Alberto, el niño que quería volar

También vi al grupo uruguayo Títeres Girasol, con una obra de su repertorio que constituye ya un clásico de la compañía: “Barrio Sur o Medio Mundo”, obra creada en 1980 que sin embargo conserva toda su frescura, como pudo comprobarse en el patio del hermoso Museo Farmacéutico de Matanzas, donde lo vi. Gustavo Tato Martinez y Raquel Ditchekenian son los dos componentes del grupo, unos históricos de la resistencia artística uruguaya. La obra, para un único titiritero manipulador, ha resistido perfectamente el paso del tiempo, al tratar temas que siguen tan vigentes hoy como hace treinta años.

Emmnuel Márquez, de la ciudad de México, deleitó al público con su aplaudido y muy representado Fausto, del que sólo pude ver la parte final. Tuve la suerte, sin embargo, de asistir a una presentación de su trabajo en el Teatro El Arca, de La Habana, dónde explicó su manera de entender el teatro y de trabajar, así como jugosas anécdotas alrededor de su Fausto. Director de teatro que ha recorrido una extensa variedad de géneros –desde la ópera, el musical, el teatro de texto y el teatro para niños con títeres y figuras de todo tipo–, Márquez es un tremendo profesional que ha tenido la gallardía de enfrentarse a una obra tan difícil como es el Fausto de Goethe. Abordaje que efectúa encarnando el papel de Mefistófeles y dejando que el rol de Fausto caiga al azar sobre un representante del público. Una manera tan implacable como arriesgada y valiente de que el espectador viva en su propia carne los tremendos dilemas entre bien y el mal.

La argentina Ana Laura Barros, instalada desde hace años en Asturias, España, presentó su obra de teatro de papel “Aureliotiterías” basada en la obra del escultor  Aurelio Suárez. Una delicia de teatro de mesa en la que con mínimos elementos y mediante un uso sintético y muy medido de los materiales empleados, Barros nos cuenta varias historias inspiradas en algunos textos de Julio Cortázar. Durante la semana, impartió un curso en la Escuela de Bellas Artes de Matanzas sobre Teatro de Papel, cuyos resultados, presentados el último día por sus alumnos, fueron muy aplaudidos y valorados por el público.

Ana Laura Barros

Ana Laura Barros, foto de Ramsés Ruíz

Jean Luc Penso, del Théâtre du Petit Miroir, de Francia, presentó un maravilloso espectáculo de teatro de sombras de la China. Hay que decir que Penso es un profundo conocedor de las distintas tradiciones titireteras del gran país asiático, dónde se formó primero en el teatro de sombras y luego en el de títeres en Taiwán, siempre con la complicidad de grandes maestros en la materia. El espectáculo presentado, “El niño mágico y el Rey Dragón” fue toda una exhibición en el dominio de las varillas con las que se mueven las siluetas, capaces de bailar, guerrear entre si, cruzar las espadas, dar saltos gigantescos… Ver por detrás el teatro usado por Penso constituye un complemento al espectáculo yo diría que casi indispensable, para poder apreciar en su totalidad las dimensiones ocultas del mismo.

De Japón vino el maestro Koryu Nishikawa, especialista en esta modalidad de Bunraku que se hace con un solo manipulador sentado en un taburete con ruedas. Lo bueno es que vino acompañado de un músico con su shamisén y de un narrador o toyú, ambos mujeres. Fue uno de los platos fuertes del Taller, ya que eran muchas las ganas de los asistentes por conocer en vivo esta antiquísima tradición (el Bunraku propiamente dicho nació a finales del s.XVI aunque su forma definitiva fue fijada a mitades del s.XVII –ver reportaje sobre el Bunraku aquí. El Hachioji Kuruma Ningyo es la modalidad presentada por Koryu Nishikawa, descendiente directo de quién la inventara a mediados del s.XIX, cuando terminaba el período Edo). Nishikawa fue muy generoso en sus actuaciones, dejando que algunos espectadores subieran al escenario para probar las marionetas y comprobar sus sofisticados sistemas de manipulación.

Carantoña

José Quevedo y Emmanuel Gunezler, de Telba Carantoña Teatro

Y para terminar este somero repaso a tan exhaustiva programación, quiero mencionar a la compañía venezolana Telba Carantoña Teatro, compuesta por los dos jóvenes titiriteros José Quevedo y Emmanuel Gunezler. Y si los he dejado para el final no es por su falta de interés, sino, todo lo contrario, porque resultó una de las más gratas sorpresas del festival, al menos para mi. Representaron “Los Cuentos de Maese Pedro” con dos obras clásicas del teatro de títeres argentino, “Chimpete-Champata” y “Abajo el gato, Viva el queso”, de Javier Villafañe y de Roberto Espina respectivamente. Pero lo que más me interesó de su trabajo fue la libertad de improvisación y el íntimo contacto establecido con el público,  de modo que me recordaron a los veteranos ChónChón en un estado aun embrionario pero ya con toda la potencialidad de este tipo de teatro que yo calificaría de “tranquilo, rico en el lenguaje, ágil y ocurrente en la improvisación, preciso en el gesto, culto en la expresión y el referente, y con la grandeza del humor que surge de la distancia de una observación que mezcla la indiferencia con la guasa fina y socarrona”. Unos titiriteros de los que cabe esperar un futuro espléndido.