Ya indicamos, en una entrada anterior, las virtudes de los festivales pequeños, como el que se ha realizado el fin de semana pasado en la localidad asturiana de Pola de Siero, bajo la dirección artística y logística de Luís Vigil, entregado titiritero a la causa, del grupo Kamante. Talvez debamos añadir, a las bondades citadas, la alta calidad gastronómica de las comidas del Festival, ofrecidas diariamente en el restaurante Poleso, de una riqueza de sabores, platos y cantidades casi pantagruélicas, de cuyo menú destacaría una Fabada Asturiana de primera categoría, paellas varias muy logradas, pescadilla sabrosa y bien rebozada, amén de una variedad increíble de platos de carne, pescado y ensaladillas de difícil cualificación por sus elevados grados de excelencia.
Dicho ésto, podemos pasar al capítulo de los espectáculos, que conformó la otra mitad del tiempo transcurrido, y que también alcanzó similares niveles de calificación.
Trogloditas, de Tanxarina
Fue para mi una alegría y una gran sorpresa encontrarme con el grupo Tanxarina, de Redondela, y su espectáculo Trogloditas, por el que la compañía ha recibido ni más ni menos que el Premio María Casares al mejor maquillaje y vestario. Hacía años que no veía ninguna obra de estos veteranos titiriteros y quedé admirado por el alto nivel actoral que han alcanzado sus miembros, tras una larga carrera de recorrer los escenarios del mundo. Miguel Borines, Eduardo Rodríguez y Andrés Giráldez bordan una actuación de «trogloditas» realmente excepcional, con implantes dentales que les deforman la cara, el cuerpo semidesnudo cubierto de arcillas rojas y verdes, taparrabos muy bien pintados y recortados, y unos deslumbranhtes maquillajes que les llevan no menos de una hora de preparación. Con dirección de escena de Evaristo Calvo, Trogloditas es un terrible ejercicio de clown-titiritero en el que durante el tiempo de la representación, los espectadores se ven enfrentados a seres que parecen llegados de otra época u otro planeta, lejano en milenios del nuestro. Pero tras el exotismo de la diferencia física y gestual, los de Tanxarina nos ofrecen una obra del más puro estilo cómico y bufonesco, con gags logradísimos y unos juegos de desdoblamiento en unos tíiteres pequeños de mesa que hacen las delicias del público.
Humor y locura que se desarrolla en la cueva dónde ubican a los espectadores -que en Pola de Siero fue el propio escenario del Auditorio, ante las inclemencias climáticas que obligaron a un necesario cobijo. Por lo visto, suelen actuar en una especie de carpa que reproduce el interior de una cueva troglodita, no sé si con pinturas rupestres incluídas, dónde el público se siente literalmente transportado a otra dimensión de la historia y del comportamiento humano: la marcada por las leyes del teatro titiritesco más viejo del mundo. Tan viejo, que el mismo lenguaje utilizado se queda en una hilarante rudimentación del mismo, de difícil catalogación pero de fácil entendimiento. Una obra, en definitiva, en la que los titiriteros gallegos de Tanxarina han alcanzado realmente una dimensión oculta del espectáculo, a la que sólo se llega con las herramientas del oficio y del más loco atrevimiento.
El Pinocho de Ultramarinos de Lucas, de Guadalajara
Había oído hablar de esta afamada compañía de nombre tan bizarro -me olvidé preguntarles de dónde procede, aunque supongo que de alguna tienda de algún familiar de la compañía-, más centrada en el teatro actoral que en el de muñecos, y que en Pola presentaron su versión de Pinocho. Una versión muy trabajada y que podríamos calificar como de una gran honestidad teatral, al haberse planteado esta difícil y larga obra del repertorio mundial con un rigor extraordinario y una puesta en escena elaborada con un detalle milimétrico y cuidadísima.
Dirigido por Jorge Padín e interpretada por los dos actores-manipuladores Juan López Berzal y Juan Monedero, los Ultramarinos se enfrentan a la obra de Collodi con un enorme respeto al personaje y al muñeco que lo representa. Una manipulación, pues, que está puesta al servicio absoluto del títere de madera, de una calidad exquisita, y que creo constituye una de las grandes virtudes del montaje. Esta relación de respeto entre el actor y la marioneta se traslada al público, como si el muñeco fuera un espejo del que los espectadores reciben el mismo trato de respeto por parte de los actores, lo que condiciona de principio a fin el tono de la representación y explica la gran entrega del respetable y su enorme atención durante la hora larga que dura el espectáculo.
Hay un tratamiento adecuado de los aspectos sentimentales de la obra, cuya adaptación no rehuye los momentos más duros y cruciales de la historia. Hacerlo con sólo dos actores no era nada fácil, y sin embargo, el logro es mayúsculo, gracias a la buena técnica de los dos manipuladores-actores y a los recursos utilizados con objetos, pequeñas transformaciones de vestuario, y un uso muy imaginativo de los elementos desparramados por el escenario, propios de un taller de carpintería. Creo que podría hablarse de un mimoso homenaje al mundo y al oficio de carpintero, una de las bases temática del Pinocho de Collodi, tratado con un cariño y un respeto realmente acusados. El mismo escenario tiene los aires y los ingredientes propios de un taller real de carpintería -como en efecto sucede, al proceder del taller del padre de uno de los actores, carpintero de profesión-, lo cual constituye uno de las razones sin duda más relevantes de la verdad que hallamos en esta obra, tan emocionante como lograda.
Ala Sucia, de David Zuazola
He aquí uno de los espectáculos más interesantes vistos en Pola de Siero, sobretodo por lo novedoso y lo atrevido de su planteamiento, presentado por el chileno David Zuazola, en un ejercicio de solista voluntariamente absoluto, pues él mismo se hizo cargo de la representación así como de toda la parte técnica de la misma, compleja y magníficamente integrada en la puesta en escena.
Se ha atrevido Zuazola a crear un mundo propio surgido de su imaginación y respaldado por el impulso libertario que surge como respuesta a nuestra actual civilización que parece querer colapsar en un entorno de deterioro, manipulación y encierro. Retrata pues el mundo que nos rodea, tecnológico y mecanizado, pero desnudo en su ridiculez absurda y tautológica, a base de una elocuente, divertida y siniestra escenografía que reproduce un entorno urbano de fin del mundo, dónde los seres que sobreviven en él tienen más de cadáveres cargados de prótesis y extravagancias locomotoras, que de verdaderos seres humanos.
En este entorno decadente y pre o post-apocalíptico, llamado Pueblodesecho por el autor, cuyo tremendismo crece todavía más con las intervenciones habladas de Zuazola ejerciendo de presentador y una banda sonora de siniestras resonancias, nace un ser excepcional dotado de alas y doble cara, y que de inmediato despierta los más profundos resquemores en los mandamases del lugar: ¿es un ángel o un diablo? El pequeño ser tiene en efecto dos caras, una de ángel y otra con el color rojo del demonio, y los responsables de Pueblodesecho llegan a la conclusión que sólo puede ser el diablo, llegado para destruir su queridísima civilización decrépita.
A partir de ahir, la obra muestra el complejo camino que sigue dicho ser en su crecimiento, atrapado por los recelos de la mayoría y por el mimo de un extravagante personaje que va en silla de ruedas y pretende ayudarlo. Un proceso muy bien resuelto por Zuazola a través del juego de sus pequeñas escenografías repletas de mecanismos disparatados pero tremendamente ingeniosos, que hacen las delicias del público. Delicias muy inquietantes, todo hay que decirlo, al estar cargadas de malos augurios y aires de tragedia. Se establece una sorda pero cruel lucha entre la poesía y los impulsos de libertad del ser alado, y la mediocridad de los que quieren acabar con él. Un final que no desvelamos porque tampoco aparece cerrado, sino que se deja ambiguo y abierto a la decisión del público, con una sola certitud: una tremenda destrucción tiene lugar. Que sea del ser alado o de la ciudad, cada uno es libre de decidirlo. Yo me inclino por la ciudad -por simple temperamento optimista-, Otros serán más trágicos y verán al ser alado destruído. Otros verán las dos cosas pero darán a unas flores que aparecen en el último momento el valor esperanzado de la regeneración. Un final abierto y ambiguo como el mismo ser que protagoniza la historia, ángel y diablo a la vez. Esta ambigüedad salva a la obra del reduccionismo de los seres escogidos al que unos consideran el Salvador y otros el Destructor, huyendo así de sus típicos peligros fascistoides.
Como puede comprobarse, una obra compleja y llena de simbolismos que tiene la gran virtud de crear preguntas e incógnitas que el espectador debe resolver por si mismo. El brillante trabajo de un joven titiritero que se ha atrevido a jugar con la Creación, aceptando todos sus riesgos y dificultades.
El Mamulendo de Marcelo Lafontana y su Teatro de Formas Animadas.
Otro plato fuerte del fin de semana fue la oportunidad de ver el Mamulengo del brasileño-catalán-portugués Marcelo Lafontana, quién actuó en el bello Kiosko de Música del Parque Alfonso X El Sabio, dónde el día anterior gozamos de los cuentos de Andrea Bayer.
El Mamulengo de Lafontana tiene a Joao Redondo de protagonista, un divertido personaje que se ríe de todo y de todos, y que, como buen representante de Pulcinella en las cálidas y lejanas tierras de Brasil, es capaz de enfrentarse con éxito a cuantos enemigos le plantan cara: desde su propia enamorada Marieta Quiteria, hasta el señor Vicente, el malo-feo de la obra, el Policía autoritario y chillón, o la Serpiente hambrienta y endiablada. Tiene un aliado, el Negro Benedito -personaje que en otras obras de Mamulengo ocupa el papel de protagonista-, tan divertido y ocurrente como el mismo Joao Redondo.
Las virtudes del Mamulengo de Lafontana son sus extraordinarias dotes de improvisacón, capaz de introducir en la obra a los espectadores que el titiritero puede ver fisgando a través de los agujeros que hay en la tela que recubre el teatrillo. El señor calvo con barba, el catalán resabiado, la señorita guapa que vigila a sus cachorros, el viejo con el perro y la mirada descreída, todos ellos entran en la historia y son motivo de chanza y palique. Joao Redondo, como buen protagonista mamulengueiro, es malhablado, locuaz y lúbrico, jugando siempre con palabras de doble sentido en las que el sexo y la más elemental escatología tienen obligada presencia. En Pola de Siero suavizó sus modales, según dijo el propio titiritero, para no ofender las sensibilidades asturianas del lugar, lo que nos da una idea de hasta donde puede llegar un Mamulengueiro deslenguado en su ambiente natural. Por fortuna, los espectadores salimos sólo parcialmente escaldados, gracias al tacto de Lafontana, que tuvo una sana compasión con el respetable.
Manipulación impecable, rapidez en los reflejos, logradas voces… Un buen ejercicio de teatro de títeres tradicional que nos trajo los exóticos y alegres aires de Brasil.
En paralelo al Mamulengo, el titiritero afincado en Porto dejó instalado en una sala del Auditorio de Pola una bonita exposición de Teatros de Papel durante toda la semana, para gozo de los espectadores que venían a ver los espectáculos programados. La joven estudiante de títeres, Silvia Fagundes, se hizo cargo de la animación de los teatrillos. Hasta que el último día, Marcelo Lafontana, tras el Mamulengo, nos deleitó con el cuento de la Cenicienta explicado desde un bonito teatro de papel preparado ya para ser utilizado en representaciones profesionales, con su luz, sus decorados y sus personajes preparados. Fue una magnífica actuación que ejemplificó este tipo de teatro hecho con modelos a escala reducida de los grandes escenarios. Un teatro en el que lo importante es la jerga y el don histriónico de quién presenta la función. Marcelo Lafontana volvió a mostrar aquí sus dotes interpretativas y la Cenicienta se convirtió en un cuento que niños y adultos gozamos con humor fresco bien condimentado por dosis estudiadas de pimienta y sal gorda.
A La Sombrita, con «Cuentos de pocas luces»
José-Diego Ramírez clausuró el Festival de Pola de Siero con una magnífica actuación de teatro de sombras en la que desplegó, en la agradable sala de cámara del Auditorio, sus dotes y conocimientos sobre esta técnica del teatro de formas animadas que son las sombras.
Se trata de un espectáculo que A La Sombrita puede adaptar a escenarios muy diferentes, pues incluso lo puede representar al aire libre frente a fachadas de edificios singulares o históricos, como ha hecho a menudo. Su gracia es que durante la representación introduce al público gradualmente en el lenguaje del teatro de sombras de un modo ameno y con ejemplos muy elaborados. Y lo hace con el uso de una muy sencilla pero a su vez sofisticada tecnología de luces que permite pasar de las sombras hechas con las manos a otras con siluetas de cartón y otros materiales.
Su dominio del trabajo con las manos -un arte muy difícil que cuenta con muy pocos artistas en el mundo que lo practican- le permite presentar varias historias y pequeñas secuencias clásicas algunas y adaptaciones otras de cuentos y pequeños relatos. Y lo bueno para los espectadores es que mientras se van mostrando todas estas habilidades, uno se va enterando también de la misma historia del teatro de sombras, de su evolución desde las cavernas del hombre prehistórico hasta las modernidades actuales que utilizan la luz eléctrica. Una historia que es también la de la civilización de los humanos, con sus herramientas y sus avances técnológicos.
Al final, se representa un cuento en el que de alguna manera se nos indica como esta historia puede acabar con la misma civilización humana, tan propensa a arrasar con la naturaleza y a implantar órdenes artificiales y totalitarios que matan la vida. Se utiliza para ello un juego de superposición de imágenes con varias técnicas de proyección de luz muy logradas, propias de alguien que, como es el caso de José-Diego Ramírez, conoce y domina el arte de las luces -y de las sombras- desde muchos ángulos distintos. Una buenísima lección-función de teatro.
MUY BUENO. FELICIDADES