Marioneta de H.V. Tozer, representando el personaje más permanente a lo largo de los más de 4500 millones de años de existencia del planeta tierra. Foto: Pep Parer. MAE Museu de les Arts Escèniques de Barcelona

Representar la imagen o la forma de la Muerte entraña una considerable complicación cuando se pretende conseguir que infunda terror. Para conseguirlo es bastante imprescindible –valga la paradoja- que esa forma o imagen tenga “vida”, que posea un cierto movimiento amenazador… Una marioneta o un títere pueden resultar muy convincentes.

Afortunadamente, a pesar del peligroso resurgir e incremento de ideologías intolerantes y de ultraderecha, la sociedad actual se ha ido haciendo más permisiva en las costumbres, más laxa en los principios tradicionales y moralistas, más agnóstica y más atea.

Un buen ejemplo de como la tendencia progresista avanza indiferente a los postulados de la derecha más rancia, podemos detectarlo en la mayoría de rituales y ceremonias funerarias del requiescat in pace, que hoy en día se celebran.

Títere creado por la saga titiritera catalana de la familia Anglès. La representa a ¡Ella! Ella, siempre pavorosa, siempre inevitable, siempre fatídica. Ella, es el definitivo rien ne va plus. Foto: Pep Parer. MAE Museu de les Arts Escèniques de Barcelona

Tiempo atrás, cuando mandaba el general Franco, hace bastantes años pero tampoco tantos, el ceremonial de todo entierro estaba sometido a las normas inalterables de la religión y la moral establecidas.

La obligada presencia de un sacerdote oficiando la liturgia impuesta por la religión católica, podía dificultar distinguir –a primera vista- el ceremonial funerario, por ejemplo de un poderoso fabricante de tejidos, del de un modesto artista titiritero.

Pero cuando la mirada se detenía en el ataúd de fina madera de caoba del fabricante y se comparaba con el de áspera madera de pino del titiritero, se constataba que había existido –mientras ambos vivían- una injusta y enorme distancia económica entre uno y otro.

Ataúd creado por los Anglès, destinado a un espectáculo de títeres. Como nos muestra la macabra imagen, el féretro dispone de unos soportes para que sea bien visible e intimidatorio cuando se encuentra instalado en el escenario. Foto: Anglès. MAE Museu de les Arts Escèniques de Barcelona

Actualmente, muchos rituales funerarios prescinden de las solemnidades del duelo con vestuario negro de pies a cabeza, para reciclarse en actos de carácter “alegre”. Esta tendencia es muy manifiesta en un ámbito que siempre se ha caracterizado por ser muy permisivo e iconoclasta: el del espectáculo.

Las ceremonias despidiendo un difunto o difunta del gremio teatral, han entrado en una dinámica de puestas en escena la mar de lúdicas y creativas, y por supuesto alejadas de cualquier referencia religiosa.

Los expertos en psicología consideran que los rituales necrológicos, -sean del tipo que sean- evidentemente no benefician ni perjudican al difunto o difunta, pero resultan de utilidad para familiares y amigos, ya que generan efectos terapéuticos y balsámicos, mitigando considerablemente el dolor por la pérdida del ser querido.

Espectáculo “A mans plenes” de Toni Rumbau. Títere representando el personaje de La Muerte, construido por Mariona Masgrau. La relación entre la señora Muerte y cualquier tipo de funeral continua siendo –al margen de modas y tendencias laicas- del todo inseparable

Gracias a la incorporación gradual y generalizada de ingredientes de cariz escénico, en aquellos funerales donde la persona fallecida y despedida pertenece al mundo de la farándula, no faltan todo tipo de homenajes sustentados por la teatralidad.

Prolongados aplausos, emotivos y divertidos parlamentos glosando las virtudes artísticas del difunto o difunta, lecturas de poemas, lectura de fragmentos de obras de teatro, interpretación en directo de piezas musicales, desfile de todos los asistentes para que cada uno deposite una flor sobre el ataúd, etc.

También es bastante habitual, que una vez finalizado el acto funerario, los asistentes se trasladen a un bar de copas, brindando y bebiendo en memoria de la persona recién extinguida.

La muerte, en versión marioneta de la compañía de títeres de  Augusto Grilli. Foto: La casa della marionetta – Torinoweb

La letra de la canción La Fiesta, del cantante portorriqueño Pedro Capó, contiene versos como estos: “Viví, cumplí con mi destino/ fui lo que soñé”. “Cuando me vaya, que no me lloren / compren vino, no quiero flores”. O como estos otros: “Si me voy a morir solamente una vez/ me merezco la fiesta”. “La gente buena no se entierra / se siembra”.

Respecto a dicha letra, el cantante manifiesta que va de celebrar la vida ante toda adversidad, incluida la muerte.

Del mismo modo que los faraones del antiguo Egipto eran enterrados con algunas de sus pertenencias, cuando el último viaje lo efectúa alguien directamente vinculado al ámbito de los títeres o las marionetas, ya sea constructor/ora o manipulador/ora, puede considerarse del todo acertado depositar junto al ataúd, aquella marioneta o aquel títere que en vida había sido su preferido.

Un teatro de títeres de juguete. ¿Es o no es pedagógico familiarizar a los niños y niñas con la muerte? ¿Conviene educarlos para que acepten la muerte con naturalidad? Foto: La Casa de los Títeres de Abizanda / Los titiriteros de Binéfar

Evidentemente, la persona fallecida ya no puede participar en el espectáculo funerario montado a su alrededor, circunstancia que –a veces- puede suponerle el ahorro de un posible disgusto…

Por ejemplo, cuando él o ella había manifestado que después del óbito, al tiempo que los funcionarios de pompas fúnebres entrasen solemnemente el ataúd en la sala, sonase La bella molinera de Schubert.

Y lo que acaba sonando –por decisión errónea o intencionada de los familiares y amigos- es el brindis de La Traviata de Verdi, o La música callada de Mompou, o Buleria, Buleria de David Bisbal.

Por más indicaciones y disposiciones que en vida haya manifestado la persona protagonista del deceso, respecto a las características de su funeral y entierro, en última instancia son los vivos quienes deciden… Lo más aconsejable y seguro es haber depositado previamente las últimas voluntades bajo el control de un notario.

Interior del Teatro Museo Dalí de Figueres. En el centro, rodeada por un constante circular de visitantes y turistas, la losa blanca que cubre la tumba del genio de Portlligat. Foto: Arts Culture

En vida, Salvador Dalí, había manifestado su deseo de ser enterrado en el castillo de Pubòl, con el propósito de hacer compañía perenne a su amada Gala. Dejó dicho que en cada uno de los féretros se practicase un agujerito, para que ambos cadáveres pudiesen sacar la mano y permanecer eternamente enlazados.

El deseo del genio de Portlligat no fue atendido, y sus restos –tal vez por razones de marketing geográfico favorable a incrementar las visitas turístico-culturales a Figueres- fueron depositados justamente allí, en el Teatro Museo Dalí de Figueres.

Festival Internacional de Títeres Portsxinel·la. Un títere que representa el vitalista y movedizo Arlequín, personaje perteneciente a la vivificante Commedia dell’ Arte, tiene ante sí el títere que representa la quietud más total y exterminadora. Foto: Castellón Plaza

Un buen sistema para evitar confusiones y tergiversaciones post mortem, consiste en planificar la propia defunción a la manera de Rafael Azcona. Cuando su muerte fue notificada, ya hacía días que el cuerpo del guionista había tenido su primera y última cita con la Parca.

A pesar del mal rato que provoca la perspectiva de morir y saber que antes o después se ha de recibir la visita de la dama de la guadaña, siempre se puede programar ser un muerto con buen rollo y ordenar que en la lápida de tu tumba figure un epitafio similar al que –según la leyenda urbana- preside la de Groucho Marx: disculpen que no me levante.

Teatro Español de Madrid. Espectáculo: “Groucho me enseñó su camiseta”, sobre textos y canciones de Manuel Vázquez Montalbán. Dramaturgia y dirección escénica Damià Barbany. En la parte superior de la imagen, el títere Groucho Marx. Foto: Javier Naval

Queda claro que buena parte de los contenidos de este artículo se apoyan en la ficción y el humor negro. De ahí que la siempre trascendental muerte, pueda ser observada desde la ligereza humorística.

Lejos de toda solemnidad, nada nos impide imaginar la fantasía de  un futuro donde  la moderna liturgia lúdica funeraria, podrá formar parte de la realidad laboral de muchos artistas, como por ejemplo en la de un titiritero anotando en su agenda: el miércoles por la mañana tengo una actuación en el cementerio de La Almudena. Me han encargado representar con títeres la escena del cementerio de “Las galas del difunto” de Valle Inclán.”

Escena, esa de Las galas del difunto, muy apropiada para formar parte de cualquier ritual escénico a celebrar en un velatorio, tanatorio, oratorio, capilla ardiente, funeral, cementerio o etc. Y también del todo apropiada para ser representada por títeres o marionetas.

Son bastantes las obras de Valle Inclán que han encontrado un excelente acomodo escénico al ser representadas por títeres o marionetas.

El mismo Valle Inclán, indica en el título de alguna de sus obras, la idoneidad que ofrecen para ser representadas por intérpretes de madera, cartón, tela e hilos, los cuales disfrutan –comparados con los intérpretes de carne y hueso- de la gran ventaja que supone no morirse nunca.

Teatro María Guerrero de Madrid. Escena del cementerio en “Las galas del difunto”. Dirigida por Mario Gas e interpretada por actores de carne y hueso. En esta escena principalmente  y también en el conjunto de la obra, planea el tema de la defunción. Foto: Ros Ribas

Lean a continuación, apreciados visitadores y visitadoras de titeresante.es, un fragmento de la acotación que abre esta escena, donde encontramos a tres personajes que con nocturnidad e intención de profanar una tumba, entran en un cementerio…

Llegan a las tapias del camposanto. Grillos nocturnos. Cruces y cipreses. Pisa las tumbas un bulto de hombre, que por tiempos se rasca la nalga, y saca una luz en la punta de los dedos para leer los epitafios. Vaga en un misterio de grillos y luceros.

Si la ficción que nos ofrece Las galas del difunto puede remitirnos a una reflexión sobre la muerte, existe otra pieza teatral que puede sumergirnos en una truculenta fantasmagoría de difuntos que resucitan: Don Juan Tenorio.

La popular obra de José Zorrilla, nos ofrece escenas con muertos vivificados…  Un par de muertos para ser exactos: el comendador Don Gónzalo de Ulloa y su hija la novicia Doña Inés. 

En el dibujo, Don Juan, entre el difunto Comendador que le sujeta con mano férrea; y la difunta Doña Inés, que quiere enlazar su mano con la de Don Juan. Al fondo, la guadaña de la muerte se recorta sobre el disco de la luna llena. Foto: Archivo Particular

Ese resucitar del padre y la hija –muertos vivientes gracias a la libertad de expresión a la que tiene derecho cualquier ficción- desafía todas las leyes del verismo, de la credibilidad, de cualquier realidad razonada y razonable…

Ambos cadáveres reaparecen cuando ya han transcurrido unos cuantos años desde su fallecimiento. Y no lo hacen en condición de esqueletos, que vendría a ser lo “lógico”, sino que adquieren vida como estatuas, como figuras de mármol que forman parte de la arquitectura funeraria de un panteón…

Durante muchos años fue tradición en toda España representar Don Juan Tenorio coincidiendo con el Día de los Difuntos, que se celebra el uno de noviembre.

Fecha en que los cementerios se llenan de gente que acude a honrar la memoria de sus seres queridos, depositando flores en el nicho, tumba o panteón donde reposan los restos de los difuntos allegados.

Tradición, la de acudir al cementerio el uno de noviembre, que va decayendo al mismo tiempo que se va imponiendo el sobrio ritual de la incineración de cadáveres, procedimiento que reduce los restos de la persona fallecida a un montoncito de cenizas.   

Decorado del genial Salvador Dalí, para una representación de “Don Juan Tenorio”. Foto: Teatro Colón de Buenos Aires.

Al igual que buena parte de los más grandes o populares personajes protagonistas de reconocidas obras literarias, -ya pertenezcan estas a la modalidad de obra teatral, ópera, novela, cuento, o etc.- el personaje de Don Juan ha sido llevado en alguna ocasión al escenario de los títeres.

Los títeres de Doña Inés y Don Juan, en una escena de “Don Juan en las sombras de la noche”. Espectáculo  de la compañía de títeres La Tartana Teatro. Foto: Teatro.es

En el acto quinto de la obra de Zorrilla, el personaje del Escultor, explica que tras la fuga obligada de Don Juan, Inés regresó al convento. Allí, encerrada entre las santas paredes, la pobre muchacha murió de sentimiento, nostalgia y melancolía por el amor perdido.

La muerte siempre triunfa, jamás se aleja con las manos vacías, a veces se lleva al lobo y a veces a la oveja… Títere construido por Mariona Masgrau. Foto: Josu Otaegui Lasa

En determinadas circunstancias muy trágicas, luctuosas y nunca deseadas, como por ejemplo en caso de guerra, pandemia o terremoto, a Doña Parca se le acumula el trabajo.

La atareada señora no da abasto y se ve obligada a auto pluralizarse, es decir, a multiplicarse a sí misma, a adquirir ubicuidad.

Y como ustedes ya han podido ir constatando a lo largo del artículo, siempre adquiere una imagen convincente cuando es representada por un títere, o por una marioneta. O por un grupo de marionetas, dispuestas alterar su presencia de natural solemne, y mostrarse divertidas…

Un festivo y mortal grupo de marionetas. Creación del marionetista americano Bob Baker. Foto: Bob Baker Theater