(Imagen de ‘El Árbol Rojo’, de Baychimo Teatro. Foto Ura Iturralde)

Continúan las crónicas de la 42ª edición del Titirijai 2024, el Festival Internacional de Marionetas de Tolosa que organiza el TOPIC, y que ha tenido lugar del 23 de noviembre al 1 de diciembre de 2024. Hablaremos en esta crónica de los premios otorgados por el Festival, y de los siguientes espectáculos: Petites Histoires sans Paroles, de la cía. L’Alinéa, de Francia; La isla de las cosas perdidas, de La Tendía, de Murcia; Melodama, de la cía. de Eugenio Navarro-La Puntual de Barcelona, y de El Árbol Rojo, de Baychimo Teatro.

Premios del Titirijai

El último día del Festival, el domingo 1 de diciembre, los dos jurados que otorgan los premios del Titirijai emitieron su veredicto:

Premio al Mejor Espectáculo, otorgado por el Jurado del Festival: Caperucita Roja, de Zaches Teatro, de Italia.

Imagen de ‘Caperucita Roja’, de Zaches Teatro. Foto Ura Iturralde

Estitxu Zaldua con el Jurado del Festival. Foto Ura Iturralde

Premio al Mejor Espectáculo otorgado por el Jurado Infantil: Error 404, de Ángeles de Trapo, Málaga.

Imagen de ‘Error 404’. Foto compañía

Parte del Jurado Infantil. Foto Ura Iturralde

Hablaremos con más detalle de estas dos obras en las próximas crónicas de Titeresante.

Petites Histoires sans Paroles, de la cía. L’Alinéa

Fue un placer poder asistir a la representación que Brice Coupey y Jean-luc Ponthieux, de la compañía francesa L’Alinéa, hicieron en el teatro del TOPIC con el espectáculo Petites Histoires Sans Paroles, obra que ya había visto en Lérida y Zaragoza. Un espectáculo de títeres solista compuesto por tres partes, y que va avanzando siempre acompañado por el contrabajo y el sonido creado en directo por Jean-Luc Pontieux.

Brice Coupey y Jean-luc Ponthieux con su contrabajo. Foto T.R.

Vale la pena detenerse en la figura de Brice Coupey, que bien podríamos considerar como uno de los grandes virtuosos del títere de guante que hay en Europa. Un saber que proviene del aprendizaje adquirido con quien fue su maestro, Alain Recoing, en cuya escuela del Théâtre aux Mains Nues de París empezó como estudiantes y que, tras la muerte del maestro, ocupó su lugar en la especialidad del títere de guante, materia que también imparte en la École Nationale Supérieure des Arts de la Marionnette (ESNAM) de Charleville-Mézières.

Me he detenido en estos rasgos biográficos para entender la procedencia de su enorme maestría, aunque para ello debemos recurrir al recorrido del artista con diversas compañías y disciplinas, más unas facultades excepcionales en el manejo del títere de guante, que requiere no solo ritmo, ágiles reflejos, un dominio extraordinario de las pausas, los silencios y la ‘lentitud de movimientos’, como de una gran imaginación gestual, capaz de romper los viejos moldes y adentrarse por nuevas rutinas y juegos conceptuales.

Escena de ‘El Saco’. Foto Ura Iturralde

De todo ello tiene Brice Coupey a espuertas, y explica que se haya buscado un partenaire músico, ducho en los ritmos y en saberlos manejar con libertad, como es el caso de Jean-luc Ponthieux, contrabajista y compositor muy versado en el jazz, un perfecto acicate para la disciplina del títere de guante.

Las tres historias que presenta en su espectáculo son tres maneras diferentes de acercarse a los significados simbólicos del títere en su relación con el titiritero, una conexión que cada vez interesa más a los ejecutantes titiriteros, al participar en esta tendencia del teatro contemporáneo que fija su atención en los procesos del Tiempo y de la Autoobservación, es decir, en saber qué y porqué hacemos las cosas. Una introspección simbólica y semiótica que va parejo a la necesidad de una mayor Autoconciencia de la especie humana.

Escena de Pequeño Sísifo. Foto Ura Iturralde

La primera historia, titulada El saco, fue dirigida en su día por quien fue su maestro, Alain Recoing, y en ella se recurre a una secuencia clásica de los títeres, el juego del lobo voraz, magistralmente representado aquí por un saco.

La segunda historia, titulada Pequeño Sísifo, fue dirigido por este otro gran maestro, Pierre Blaise, del Théâtre sans Toit de París, en la que la obsesión del títere en tener vida propia tropieza con la realidad que subyace a su existencia: ser un apéndice de la mano del titiritero que lo maneja.

La tercera historia, cuyo título es Edipo, realizada en colaboración con Christian Remer, aborda otro tema clásico del mundo de la marioneta: ¿quién maneja a quién?, ¿el títere o el titiritero?

En estos tres episodios, Brice Coupey ofrece lo que podríamos denominar un verdadero masterclass sobre el teatro de títeres de guante, pero lo hace sin pretensión alguna, con la sencillez y la humidad del simple titiritero que cumple con su labor de entretener al público con historias sencillas, frescas y divertidas, llenas de ingenio y de vitalidad.

El público, compuesto de espectadores del Titirijai de Tolosa y de los titiriteros presente en el Festival, así lo vio otorgándole una fuerte ovación. 

La isla de las cosas perdidas, de La Tendía

Con este título se presentó la joven compañía de Murcia La Tendía, constituida por Bárbara Vargas y David Terol, que se ha volcado con entusiasmo y buenas ideas en la vertiente del teatro de títeres y objetos, más un elaborado trabajo de actores manipuladores, ambos formados en la ESAD de Murcia y en una larga experiencia con diversas compañías.

Presentaron en el TOPIC de Tolosa la obra La isla de las cosas perdidas, cuya autoría firman los dos intérpretes. Un montaje en el que se van cruzando las diferentes técnicas utilizadas alrededor de su temática principal: el Olvido y la Memoria, es decir, el Tiempo.

Bárbara Vargas y David Terol, de La Tendía. Foto Ura Iturralde

Para desarrollarla, los autores han recurrido a dos tipos de personajes: los humanos y los alegóricos. Marcelo y su nieta Estela son los humanos, mientras que, en los alegóricos, además de la propia isla donde van a parar los recuerdos, representados por mil objetos variopintos, nos encontramos con Olvido, que de algún modo se convierte en el otro gran protagonista de la obra, junto a Estela y su abuelo. También habría que señalar aquí a los personajes humanos que manejan la acción y los títeres, es decir, a los dos actores-titiriteros, cuya función en el espectáculo sería el de espejos reflexivos y narrativos de lo que se explica, unos espejos que hablan, opinan y dialogan con los otros personajes. Y es el cruce de estas diferentes líneas narrativas lo que permite a la obra volar ‘a través del Tiempo’ para llevarnos a lugares simbólicos, pero tan reales como es la propia Isla de los Recuerdos.

Foto Ura Iturralde

Allí van a parar nuestros recuerdos perdidos, con una figura principal que los recoge y se hace cargo de ellos, Olvido, aunque también él llega a olvidarlos. Un títere hecho de esparto, un material que la compañía reivindica y que constituye de algún modo el ‘eje material’ de la propuesta. Un personaje que tanto puede escobar, es decir, ‘borrar’ y ‘almacenar’ en estantes y cajones, lo que llega a su isla, como dejar que los recuerdos se enreden entre sus largas fibras vegetales.

El paralelismo entre La isla de los recuerdos perdidos y la Isla del Tesoro es clara aunque no explícita, marcando un espacio simbólico al que los espectadores recurren aunque sea inconscientemente, al ser tan fuerte la imagen de un ‘tesoro perdido y enterrado en una isla desconocida’, que propicia esta fecunda resonancia entre ambas figuraciones. ¿Pues acaso no son los recuerdos, y especialmente algunos de ellos, verdaderos tesoros que conservamos mientras la memoria está activa, los cuales poco a poco se van perdiendo cuando la capacidad de recordar empieza a debilitarse para desaparecer finalmente en el ocaso de la muerte?

Foto Ura Iturralde

De todos esto nos habla la obra de La Tendía, con un lenguaje que sabe conectar muy bien con el público infantil, y que engancha por un igual al adulto, al ser una temática tan transversal como lo es la Vida y el paso del Tiempo. Así lo vieron los espectadores, que premiaron a los dos artistas con convencidos y prolongados aplausos.

Melodama, de la cía. de Eugenio Navarro-La Puntual

Fue una suerte ver de nuevo este clásico del teatro de títeres contemporáneo en que se ha convertido Melodama, estrenado en el año 2001, y que mantiene incólume su enigmática atracción, tras la nueva puesta en escena realizada en el año 2023.

La obra, creada por Eugenio Navarro, director del teatro La Puntual de Barcelona, y por Martí Doy, autor de los títeres, ha sido dirigida por Jordi Prat i Coll, con música de Matías Torres.

Escena de Melodama. Foto Ura Iturralde

Dice el programa: «Melodama» es un espectáculo que propone al espectador una nueva manera de mirar. Una mirada desdoblada en dos castillos de títeres para explicar una historia de sentimientos. Y evocar así un melodrama con aires de cine mudo. El melodrama, este género teatral que tanto triunfó a lo largo del XIX y que a principios del XX todavía llenaba teatros ha caído en un desprestigio sólo salvado, y no siempre con éxito, por el cine. Es por esta razón que «Melodama» recupera este género tan convencionalizado para poder jugar (potenciar, romper, contradecir…) con sus propias convenciones y ofrecer al espectador una historia y una manera de explicarla que lo sorprenda continuamente’.

Foto Ura Iturralde

Un perfecto resumen de lo que pretende la obra. Realizada con títeres de la técnica catalana (la de los tres dedos centrales de la mano en el dorso del muñeco), Melodama juega con los conceptos de espejo y de simetría que aplica a los títeres mediante el artificio de dos retablos situados en paralelo uno junto al otro, aunque ambos separados por un palmo de distancia. Un desdoblamiento insólito que permite que las escenas se complementen unas veces por oposición y otras como extensión coordinada de ambos escenarios, lo que da una combinatoria de posibles espacios tan sorprendente como variada.

A su vez, el artificio de los dos retablos sumerge al espectador en una constante interrogación sobre los qués, los cómos y los porqués de las diferentes secuencias, con sorpresivas ocurrencias que muchas veces inducen a la carcajada, para pasar inesperadamente a situaciones altamente dramáticas que sin embrago, bajo los efectos aterciopelados del melodrama pasado por los títeres, acaecen sin ofender al espectador, como ocurriría si en vez de muñecos, los personajes fueran actores de carne y hueso.

Foto Ura Iturralde

La ejecución de la obra requiere un dominio estricto de los tiempos y de los ritmos en la manipulación de los títeres, algo de lo que tanto Martí Doy como Eugenio Navarro están sobrados, gracias también a las pautas que marca la música, pues no hay palabra alguna en el espectáculo.

El resultado es totalmente sorpresivo, con momentos enigmáticos que trufan las transiciones entre las diferentes escenas. Al acabar, los espectadores, invitados a pasar detrás de los retablos, subieron todos raudos al escenario para ver y comprender los secretos y algunos de los enigmas que la obra plantea, sin jamás perder el profundo sentido del humor que la impregna.

El Árbol Rojo, de Baychimo Teatro

Pudimos ver en el gran escenario del Teatro Leidor uno de los montajes más interesantes para el público infantil, pero que como suele ocurrir con las obras bien planteadas dirigidas a los pequeños, llegó a interesar por un igual a los adultos.

Foto Ura Iturralde

Con el título de El Árbol Rojo, Baychimo Teatro de Zamora ha realizado una inmersión en los mundos imaginarios de los niños mediante el uso de diferentes técnicas y lenguajes que gusta cruzar la compañía en sus montajes, como ya pudimos ver en una de sus obras anteriores, La Leyenda de Sally Jones: vídeo pregrabado o captado en directo, imágenes animadas, proyección de sombras e imágenes a través de un retroproyector, más el uso de objetos, títeres, figuras de todos los tamaños, y la presencia de los tres actores-titiriteros, que también encarnan diferentes papeles y funciones simbólicas. De todo ello se sirve Baychimo para explicar el viaje iniciático de una niña de 9 años, cruzando los escollos básicamente de orden emocional y sensitivo con los que se va encontrando.

La niña, representada por una marioneta, es en realidad la figura de la niña de 9 años de quien la está manejando en el escenario, un personaje adulto interpretado por Paloma Leal, que firma también la dramaturgia, y que se dirige con voz propia a la niña o a sí misma, lo que propicia que entre ambas se abran amplios mundos poéticos y emocionales. Se sirve para ello de los textos creados para la obra, de una gran hermosura y ricos en reflexiones y metáforas poéticas, textos que no rehúyen la densidad, y que acompañan todo el recorrido temporal de la relación, hasta el encuentro final con el Árbol Rojo.

Foto Ura Iturralde

Conviene decir aquí que Baychimo suele partir para sus montajes de libros que les han fascinado, siendo en este caso el álbum ilustrado del mismo nombre de Shaun Tan, publicado en España por Barbara Fiore Editora.

Un gran acierto ha sido contar con la música de Lucía Gonzalo, cantante y guitarrista, que interpreta en directo y con mucha gracia y maestría, hermosos temas creados por ella misma, otorgando una segunda presencia femenina, más alejada de la niña protagonista, pero en realidad situada en el interior de su mundo emocional, a modo de contraste distanciado de alguien que mira el asunto desde dentro, mientras interpreta los diferentes momentos musicales con afortunadas letras y sonidos. El otro desdoblamiento de la niña lo ocupa el actor Arturo Ledesma, observador distanciado que tiene por misión poner imagen a lo que siente la niña, o a lo que hablan las canciones y la actriz que encarna la niña adulta. Excelente la actitud de atención entregada de Ledesma, alejada pero constante, implicado en todo lo que se dice y ocurre.

Foto Ura Iturralde

En el fondo, los tres actores que rodean y ponen en acción e imágenes el mundo interior de la niña, ejercen funciones simbólicas de espejos de diferentes dimensiones, ángulos y perspectivas, en un proceso de introspección que se ve desde fuera y desde dentro, creando un rico cuadro dinámico y cambiante de la subjetividad de quien vive los acosos de la indefinición, de los miedos arquetípicos que despierta la oscuridad y los contratiempos típicos de la niñez cuando esta deja de serlo.

La presencia de un hermoso árbol rojo colgado al revés encima del escenario, queda como un interrogante final que los espectadores deben dilucidar, tras saber que el recorrido iniciático acaba con él, en una curiosa identificación de la niña -que tiene los cabellos rojos- con el árbol invertido de hojas también rojas. Una bella y enigmática metáfora abierta a múltiples significados, como se comprobó cuando al acabar el espectáculo, los actores preguntaron a los niños cómo habían interpretado esta presencia constante del árbol rojo en el escenario. Las respuestas fueron para todos los gustos, aunque todos intuyeron que allí estaba el meollo del asunto. Que las raíces miraran hacia arriba, enfocadas al universo, dio pistas a más de uno para aventurar contenidos tan poéticos como atractivos y misteriosos.