El Festival de Ópera de Bolsillo, que en 2007 se vio forzado a parar sus actividades, ha vuelto a los escenarios de Barcelona, concretamente al Teatro La Seca que dirige Herman Bonín. Con nueva dirección artística de Marc Rosich y de la firme mano gerencial de Dietrich Grosse, Òpera de Butxaca ha vuelto con un doble programa de lujo: Java Suite de Marc Rosich (libreto) y Agustí Charles (música), y Lost Circle, a cargo del Aequatuor Ensemble de Basilea. Dos coproducciones del Festival con el Theater Basel de esta ciudad suiza.
Que Titeresante se acerque a esos títulos no es sólo por la ligazón orgánica de quién escribe estas líneas con este entrañable Festival (fui fundador del mismo en 1993 y su director artístico hasta 2007), sino porque ambos proyectos, y muy especialmente el segundo, guardan una estrecha relación con el mundo de las marionetas entendido en su sentido más amplio y abierto.
Ambos programas abordan una misma temática: el mundo de la relación dual o del desdoblamiento, una temática que en si misma define al género de las marionetas en su sentido más literal y “objetual”: la escenificación visual y, por lo general, plástica de la dualidad.
Sé que bajo este paraguas de la dualidad caben tantas cosas como argumentos hay en el mundo, pero lo que nos permite aquí relacionarlo con el mundo de las marionetas es, por un lado, el carácter cambrístico de las tres propuestas operísticas y, por el otro, el mismo lenguaje de la ópera contemporánea, en el que la música, en vez de cumplir con su función habitual de acompañar, enfatizar, teñir o atmosferizar un drama de personajes, busca objetuarse en el espacio y en el tiempo como un elemento sustantivo más de lo que aparece en el escenario.
Java Suite
La interesante dualidad que proponen Marc Rosich y Agustí Charles en su ópera de bolsillo se centra en lo que podríamos llamar “el acogotamiento morboso de la dualidad interior”, cuando ésta se neutraliza a si misma, pierde toda su capacidad creativa y liberadora, y se desgasta en un constante y autodestuctivo desarrollo narcisista, representada en este caso por la relación morbosa de los dos hermanos atrapados en una fijación especular que intenta salir de si misma para regresar una y otra vez con la dignidad disminuída.
Esta cerrazón negativa, narcisista y autodestructora, sólo puede relacionarse con el Otro ajeno a la dualidad (en la obra, el joven amante de la hermana) mediante el desprecio y la vejación dominante.
Traducido al lenguaje de las marionetas, sería como si un titiritero se relacionara con su títere a través de una relación morbosa de encierro competitivo y narcisista, despreciando al Tercero (ese Observador que en la comparación titiritera no puede ser otro que el espectador), objeto de burla, sarcasmo y negación.
En Java Suite, la relación de los dos hermanos, condenados al suicidio o a la autodestrucción, se propone como metáfora de nuestra vieja cultura europea u occidental, encerrada en su autocontemplación narcisista y empeñada en sojuzgar y humillar a las otras culturas que no pertenecen a su círculo privado.
El video que acompaña la escena y que se proyecta en una gran pantalla que se levanta a modo de ciclorama al fondo de la escena, nos habla de otra dualidad, visual en este caso, en la que los tres personajes de la obra aparecen bajo el agua en movimientos tomados a cámara lenta, a modo de segundo plano simbólico de la acción, con unos personajes empantanados en las aguas emocionales del inconsciente.
Disfruté mucho viendo a una excepcional María Hinojosa llena de poder que deslumbró junto a Xavier Mendoza bordando el papel del hermano, mientras Max Grosse, en el difícil papel del amante prácticamente mudo, destacó por su comodidad escénica y una presencia muy convincente y asentada. La música, por su parte, cumplió con brillantez su función de objetivar y hacer realidad el espacio enfermizo en el que se encierran los dos hermanos atrapados en su burbuja.
Lost Circles.
Pero es en estas dos obras dirigidas por Georges Delnon a cargo del conjunto Aequatuor, donde la referencia al teatro visual, de objetos y de marionetas tiene sin duda más pertinencia.
Im Bau (en la Cueva)
En la primera de las dos obras presentadas, Im Bau, del compositor Michel Roth escrita a partir de un texto de Franz Kafka, la soprano protagonista, Anne-May Krüger, encarna a un personaje, humano o animal, que busca encerrarse en una cueva para protegerse de los peligros que acechan fuera.
La música “objetualiza” sonoramente –y espacialmente– las amenazas exteriores que no son otras que las que emergen del interior mismo de la cueva o, dicho en otras palabras, de la psique humana –o animal– de la protagonista. Podría hablarse de un “teatro de marionetas acústicas”, en el que los titiriteros son los músicos manipulando los mandos de sus instrumentos de donde salen los hilos que a su vez sujetan las espaciales formas sonoras que representan las amenazas, los peligros y los enemigos imaginarios del personaje.
Tal vez para objetivar esta realidad sutil de unas marionetas invisibles que solo se expresan con el sonido, Georges Delnon, el director, ha querido ilustrar la obra con unas pequeñas acciones de la escenografía, que se mueve sutilmente manejada por unos hilos reales atados a un manipulador/titiritero que se oculta vestido de negro.
A diferencia de lo que es habitual (la música ilustrando la acción de las marionetas), en esta obra ocurre lo contrario: los objetos y su manipulación funcionan a modo de sutil ilustración de lo que está ocurriendo en la escena, entre las amenazas encarnadas por la música y la cantante.
Dualidades: voces y ruidos interiores que surgen de cualquier lugar ante la mirada impotente de la protagonista, que ve como su deseo de protegerse no acalla estas voces que proceden del fondo de si misma. Sonidos que expresan la dualidad de los otros yoes ocultos que se crecen cuando la conciencia intenta expulsarlos y pone barreras y fronteras para protegerse de ellos.
Vano intento: como en Java Suite, nos hallamos aquí ante la metáfora de Occidente empeñado en rodearse de fronteras que lo mantengan a salvo, para acabar siendo saboteado por la realidad de estas amenazas, ocultas en unos interiores propios que se quieren impolutos y resguardados.
Ana Andromeda
En esta obra del compositor Alfred Zimmerlin a partir de un texto de Ingrid Fichtner, la misma soprano encarna a un personaje que ha sufrido un accidente mortal. Enfrentada a la muerte, vive un proceso interior de recapitulización de su propia vida por distintos episodios que se suceden hacia atrás en el tiempo hasta alcanzar el momento de su nacimiento. Nacer y morir se funden entonces en un bello acto de afirmación liberadora.
Pero lo más interesante de la puesta en escena es la presencia de un doble de la cantante que le acompaña mudo pero activo en todo su proceso de regresión vital, estableciendo de un modo tan contundente como misterioso la dualidad constitutiva del ser humano.
Especie de marioneta humana que surge en el momento propicio y necesario, este doble es el espejo y el complemento físico y emotivo de la agonizante. La apoya y la acompaña, viste igual que ella aunque sea un hombre en agudo contraste con la exquisita feminidad de la cantante.
En algunos momentos tenemos incluso la impresión de que nos encontramos ante dos marionetas cuyos frágiles hilos son los del Ser. Aunque una de ellas canta y la otra calla.
El misterio que se oculta en este dualidad enriquece la obra y crea un maravilloso contrapunto físico, espacial y simbólico a la hermosa y lírica música de Zimmerlin, que busca también espacializarse como la anterior de Roth, envolviendo al espectador de susurros y voces interiores de la protagonista.
Al acierto de esta refinada puesta en escena (que firman el director Georges Delnon y la artista Marie-Thérèse Jossen) hay que añadir la extraordinaria y entregada interpretación de la soprano Anne-May Krüger, sutil y vehemente, capaz de expresar la extrema complejidad de sus dos personajes. Más tenso el primero, obligada a encarnar los dramáticos contrastes de sus miedos y dualidades interiores, más relajado el segundo, gracias al apoyo físico de su “doble”, esa marioneta muda encargada muchas veces de mover los hilos vitales de su dueña agonizante.