En el marco del Festival FIDENA de Bochum, tuvimos ocasión de visitar las antiguas instalaciones Zollverein de lo que fue la mayor mina de carbón de Alemania y de Europa, situada en el corazón de la Cuenca del Ruhr, junto a la ciudad de Essen. Impresiona visitar el complejo, convertido hoy en un espacio museístico –desde 2001 considerado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad– y cultural, pues hay en él desde museos hasta restaurantes, teatros, salas de concierto y centros educativos. Algunas de las funciones del Festival, como la de los rusos del colectivo AKHE, tuvieron lugar en una de sus múltiples dependencias, y fue un placer realizar una visita guiada por las entrañas del complejo minero.
A las minas Zollverein se las llama “las minas de carbón más hermosas del mundo”. No por nada el famoso pozo 12 fue obra de los arquitectos Fritz Schupp y Martin Kremmer, con una construcción de “diseño funcional y simple, estilo Bauhaus, con sus edificios en su mayoría cúbicos hechos de hormigón armado y celosías de acero” (extraído de Wikipedia). También hay quién las ha denominado “La Catedral Minera del Ruhr”.
El famoso pozo 12.
Yo me inclino por esta segunda denominación. La razón tiene que ver con el cambio de signo que representó la Revolución Industrial y que giró, de algún modo, la dirección del interés general de los humanos. Si durante las épocas anteriores nos dedicamos a buscar las fuentes de nutrición en los cielos, motivo por el que levantamos iglesias y catedrales cada vez más altas, como si quisiéramos conectar directamente con la divinidad (un impulso que ya egipcios y mesopotámicos sintieron), a partir de la Revolución Burguesa y la industrialización, el interés sufrió una brusca inversión: las fuentes de energía dejaron de ir de arriba abajo, para ir de abajo a arriba.
Claro que la minería existe desde la Edad del Bronce, y los romanos fueron expertos en vacías las montañas de todo el oro que pudieron, como hicieron en Rumanía, financiando con él durante un par de siglos el Imperio, pero sólo tras la invención de la máquina de vapor y la necesidad de disponer de un combustible capaz de mantener los motores en marcha, empezamos los humanos a sacar energía de las entrañas de la tierra. Se empezó con el carbón y se continuó con el petróleo.
Pero para nosotros, son interesantes esos momentos primeros de explotación, en los que se hizo muy clara la inversión de los intereses terrestres.
En el viaje de regreso, me detuve en Colonia para visitar su famosa catedral, la más grande iglesia gótica de la Europa del Norte, empezada en 1248 para albergar las reliquias de los Tres Reyes Magos de Oriente y tan sólo terminada en 1880. Me sorprendió su imponente altura así como que su terminación fuera posterior al inicio de las minas de Zollverein, empezadas en 1847.
Catedral de Colonia.
Me entretuve en los interiores majestuosos de la Catedral de Colonia, fruto de la misma pulsión escarbadora dirigida a sacar todo el jugo posible a los recovecos sinuosos de una arquitectura que parece hundirse hacia arriba en el espacio.
Interior Catedral de Colonia.
En la Catedral Minera del Ruhr, las alturas se dirigen hacia las profundidades de la tierra, en busca de los yacimientos de carbón mediante profundos pozos desde los que se va colonizando el subsuelo a través de una compleja red de túneles y pasadizos. Arriba, la luz de la divinidad que las iglesias dejan pasar por sus rosetones y vitrales. Abajo, el oscuro fulgor de la negra piedra en cuyo seno se concentra la energía acumulada por los siglos, lista para ser extraída y aprovechada por los astutos humanos.
Quizás quién encontró la síntesis de ambas direcciones fue Gaudí, con su Catedral de la Sagrada Familia. No por algo empezó a imaginarla construyendo una maqueta al revés, para ver las formas que deberían tomar los arcos de sostén según indicaban los pesos que puso colgados de unos hilos. Así descubrió la fuerza de la catenaria o bóveda parabólica. En las alturas recién terminadas de la nave central de su iglesia, puso Gaudí verdaderas joyas de luz, como si quisiera reflejar los diamantes que se esconden bajo tierra, que él quería ver en el cielo. Diamantes incrustados en el interior óseo de su catedral, para recordarnos que todo lo que se levanta cae, y que la esencia de la vida es su esqueleto, símbolo de la muerte. Su doble perspectiva de inversión reflejada nos indica hasta qué punto Gaudí intuyó la doble dirección que la Modernidad había inaugurado, de modo que las Catedrales del futuro ya no debían construirse mirando sólo al cielo, sino también desde su reflejo interior en la tierra.
Interior de la Sagrada Familia, Barcelona.
Dejando aparte las iglesias, cabe decir aquí que los nibelungos de la tradición encargados de vigilar el brillante oro del Rin, acabaron siendo los mineros encuadrados en los duros horarios para extraer la no menos fulgurante negra piedra del Ruhr. Así se creó Europa, con la energía sacada del carbón y del coque, que se fabricaba junto a las minas. En todo el norte europeo, durante los dos largos siglos de la Revolución Industrial, se construyeron catedrales invertidas bajo tierra, dibujando un relieve de colinas y de pequeños montículos formado por de la escoria escupida por las minas de carbón.
Un teatro natural de objetos
Además de Catedral, Zollverein es también un insólito teatro en el que los objetos y las curiosas formas de la mecánica, de la locomoción y de la arquitectura minera, nos hablan de una época pero también de los ardores humanos que no se detienen ante lo que parece imposible e impenetrable.
Lo pudimos comprobar los pocos titiriteros que entramos en el complejo y que a medida que se alargaba la visita, íbamos cayendo bajo el hechizo de un mundo de complejas formas que poco a poco nos iban abriendo los múltiples significados celosamente guardados en sus pliegues. Nuestras cámaras se pusieron a disparar, no tanto para sacar imágenes, que también, sino para obligarnos a detener la marcha y dar así un doble tiempo a la mirada, buscando una hondura de perspectivas y panorámicas.
Siempre ocurre con los cementerios naturales donde reinan los objetos abandonados y se crean estos paisajes “post-catastrofistas”, como los llama Shaday Larios (ver su último artículo en Titeresante aquí). Y es que los paisajes de los objetos usados y abandonados son libros abiertos para los que se empeñan en leerlos. Lo hemos visto en el cementerio de trenes de la localidad de Rayak, en el Valle de la Bekaa en Líbano (ver referencia aquí), en los rastros donde se vende lo viejo o en las maletas de los seres solitarios fallecidos (como la Maleta de Don Chavita citada por Shaday Larios en su artículo).
En Zollverein los objetos no están ni ordenados ni desordenados: están tal como se quedaron tras acabar su ciclo vital de actividad, aunque puestos en estado óptimo de visibilidad, eso sí. Lo podríamos llamar un museo-cementerio, el del complejo mundo de las minas, un mundo que en Europa ya es casi historia pero que en otras latitudes sigue tan vigente como si se encontraran en pleno siglo XIX.
Las fotografías en blanco y negro de los mineros que entran y salen de las minas, que se agrupan para compartir un cigarrillo o que se ríen ante la cámara, son el reflejo fantasmagórico pero real de los seres humanos que trabajan hoy en tantas minas del mundo y en igual o peores condiciones. A los mineros alemanes se les ve sonreír y parecen contentos, en las viejas fotografías, al sentirse partícipes y orgullosos de un empeño que estaba transformando el mundo –y, tras las guerras, levantando el país–. Hoy, los mineros de los países donde se sigue extrayendo el carbón ya no se identifican con empeño nacional ni de civilización alguna, como las protestas por los recientes derrumbes de minas en Turquía bien demuestra. La supervivencia de los más desfavorecidos se enfrenta hoy a la codicia desmesurada de los que acumulan poder y dinero, sin contextos capaces de contener, frenar o humanizar sus labores de pillaje. Aunque quizás me equivoque, y los mineros siguen aferrados a las minas que durante generaciones les han dado cobijo y sustento.
La Catedral Minera del Ruhr nos habla de estas realidades y de muchas cosas más. Contrasta la quietud del entorno, de hierros oxidados llenos de polvo y de años, con las cifras de su explotación: en 1937, 6.900 trabajadores y 3,6 millones de toneladas de producción; en 1953, 2,4 millones de toneladas; en los años 70, la planta de producción de coque tenía 1.000 trabajadores y producía 8.600 toneladas de coque al día; en 1983 se cierran las minas, aunque la planta de coque funcionó hasta 1993. Curiosamente, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial no tocaron Zollverein. Con el carbón que siguió produciendo se extrajo buena parte de la energía para reconstruir el país.
Pero quizás la mayor virtud del complejo sepulcral y museístico de Zollverein sea la de establecer un punto y aparte histórico. Marca el fin de una época desde la distancia de quién se permite ensalzar y ennoblecer los delirios y los sacrificios de las generaciones anteriores. Despliega una mitología del desarrollo humano a través de la arquitectura, las máquinas, los pozos y los objetos. Mitología laica y objetual como corresponde a esta época en la que Vulcano y Plutón, dioses de las profundidades de la tierra, fueron sigilosamente substituidos por los Humanos, nuevo pequeño-gran dios que se atreve a todo, mientras la música de Wagner en su Tetralogía lo ensalzaba en clave folclórica a través de los Nibelungos, esos seres pequeños que viven en los subsuelos y extraen de la tierra los minerales, indiferentes al decadente Ocaso de los Dioses.
En la actualidad, las nuevas catedrales buscan de nuevo la luz de los cielos, no para encontrar dioses, sino para escrutar nuestro sistema solar y el ancho cosmos, conscientes ya que las energías fósiles de la tierra son una trampa de esta fase de desarrollo en la que nos encontramos. Hoy sabemos que el oro de los subsuelos proviene de las estrellas y que la Tierra debe buscar su reflejo en la complejidad de los paisajes del cosmos. Escrutar los objetos rotos de la modernidad que hablan de ideologías muertas y de culturas caducas, nos provoca el deseo de imaginar lo nuevo que asoma en el horizonte.