La exposición Rotas de Polichinelo que se exhibe estos meses en el Museu da Marioneta de Lisboa ha cobrado vida, durante el fin de semana pasado, a través de uno de sus personajes más irredentos y de personalidad más acusada: el Punch inglés que llegó de la mano de Martin Bridle, considerado como uno de los Professors of Punch and Judy más reputados. Lo hizo en compañía de su esposa Sue Eaton, en el rol tradicional en este tipo de espectáculos de mediar entre los títeres y el público, a la vez que acompañó la acción con la música de un banjo y una pandereta.
Punch y Martin Bridle.
El Punch de Martin Bridle es fresco, auténtico, refinado y muy divertido. Destaca por la finura de su manipulación, que se deleita especialmente en el ritmo y la musicalidad del espectáculo. Quizás sea ésta la característica que mejor define el arte de Bridle: su dominio musical de la manipulación. Y mientras unos ejercen este dominio mediante el uso coreográfico de los títeres que a su vez son tratados como si fueran verdaderos instrumentos de percusión (quizás quiénes más destacan en esta vertiente sean los guaratelle napolitanos, de los que la semana anterior pudimos admirar el virtuosismo de Luca Ronga), el inglés lo hizo con el uso simultáneo de la armónica, un silbido de los que se usaban en el cine mudo, y un pequeño bombo que domina con el pie. Martin Bridle, dentro de su retablo, actúa como un verdadero hombre orquesta, pues cada gesto y cada movimiento de sus títeres es puntuado con su sonido determinado, mientras el acompañamiento exterior de Sue Eaton acentúa todavía más el elemento musical.
En su espectáculo, Bridle huye de la redundancia de gags y las escenas se suceden con cadencia justa y medida. Se inicia con la figura del perro Toby (substituye al perro de verdad que antiguamente solía estar en el escenario) y con los típicos personajes, no siempre utilizados por todos los Professors, del mono y del payaso Joey, muy logrado este último. Los juegos de palabras de los dos perros en el inicio son una delicia, que el público de Lisboa, entendido en idiomas, siguió a la perfección. Y tras los clásicos números iniciales, surge Judy y la escena del Baby, uno de los platos fuertes del Punch tradicional.
Punch y Joey.
Hay que decir que Martin Bridle no se regodea en la violencia que a veces caracteriza a este personaje, y por la que ha sido tan criticado e incluso perseguido durante sus más de trescientos años de existencia. Su Punch es amable, aunque sin llegar a dulcificarse en exceso, de modo que en ningún momento pierde sus trazos duros. Cuando se trata de pasar por la máquina trituradora a los que se acercan a él, sus dudas son más fingidas que reales, pues a la de tres ya los ha convertido en salchichas que tienen los colores de los vestidos de sus víctimas.
Punch, el Policía y la máquina de hacer salchichas.
Punch y Judy.
Ver el colorista retablo de Punch en el Claustro del Convento das Bernardas de Lisboa, donde se encuentra el Museu da Marioneta, fue una verdadera delicia. El primer día, la lluvia sorprendió al público a cinco minutos antes de empezar, lo que obligó a trasladarnos bajo los arcos del claustro, aumentando así tanto la intimidad como la intensidad del espectáculo.
La escena del Baby.
El segundo día, San Pedro cerró bien sus grifos y gracias a ello, el público, cuyo número requirió añadidos de sillas y bancos, puso desplegarse por el centro del claustro, admirando tanto la función y al irredento Punch, como los propios perfiles del claustro, de una belleza profunda y de contenida austeridad.
Con el Diablo.
Adjuntamos en este artículo algunas de las imágenes tomadas durante estos dos memorables días de actuación.
Sue Eaton cose el pompis de Judy.
El claustro del Convento das Bernardas.