Me acabo de enterar de su muerte este 12 de agosto en Guanaré (Venezuela), donde fundó en 1978 el Teatro Barinés de Muñecos y en 1980 el TEMPO (Teatro Estable de Muñecos del estado de Portuguesa), su gran obra. Desde allí ha realizado un exhaustivo trabajo de formación y difusión del títere por Venezuela y toda la América Latina. También en España donde impartió cursos de títere de guante. En Zaragoza realizó uno al que no asistí pero si he escuchado detenidamente en cinta magnetofónica. Y me quedé enamorado de su sabiduría para enseñar cómo debe caminar un títere de guante. Y también me enamoré de su voz (“masticar bien las palabras” es una de las claves del titiritero).
Nacido en Córdoba (Argentina), junto a su hermano mellizo Héctor Di Mauro (1928-2008) fundó La Pareja en 1952, grupo mítico en ese país. Enseñaron la profesión a decenas de titiriteros, con fuerza implacable crearon una red de nuevos espacios donde trabajar y pusieron las primeras piedras para la creación de los primeros centros de formación (Tucumán). Defendieron con uñas y dientes la dignificación del trabajo del titiritero. En 1976 Eduardo huyó a Venezuela de la implacable dictadura de Videla. Allí encontró un país que le acogió y que le ha permitió continuar y plasmar sus ideas de creación de centros estables donde se integraran la creación y exhibición de obras, la documentación (bajo los auspicios de Concha de la Casa participó en Bilbao, en 1991, en la creación de la Federación Internacional de Centros del Arte de los Títeres FICAT) y la formación.
En 2008 recibió el premio Gorgorito y en 2011 publicó Mi pasión por los títeres. Memorias de un titiritero latinoamericano (Fundación editorial El perro y la Rana – Gobierno Bolivariano de Vnezuela), donde recoge minuciosamente su labor durante más de 60 años en Argentina, Venezuela y Latinoamérica.
Amigo, buen conversador, polemista empedernido, planificador obsesivo y socialista convencido. Maestro de maestros. Sus ratones eran ratones para niños y para adultos. Levantaban una pancarta que gritaba: ¡Abajo el Gato! ¿Se entiende, verdad? Así era él.
Adiós, maestro.