Se inauguró ayer la nueva temporada de la Sala Fènix con el estreno en Barcelona de Parias, un espectáculo solista de marionetas de Javier Aranda. En el vestíbulo, como es habitual ya en la casa, pudimos ver una exposición, en este caso de Lidia Bergna Lyli titulada “La soglia” (el umbral), una propuesta de mobiliario para la entrada del teatro ‘con la presentación de la misma decoración en dos sustratos distintos pero complementarios: uno en forma de cuadro conformado y otro en forma de florero/paraguas’.
Vestíbulo de la Sala Fènix.
Parias es un espectáculo que nace de los trabajos exploratorios de este veterano titiritero que ya lleva años asociado al entorno del Teatro Arbolé de Zaragoza. Teatro aparentemente pobre, que se configura a partir de elementos muy simples pero que exigen un gran dominio de la manipulación y sobretodo de la relación actoral entre el muñeco y el titiritero. En efecto, Javier Aranda se ha lanzado al ruedo de los solistas con esta técnica a cara descubierta en la que el manipulador juega un rol importante, por detrás de los distintos títeres protagonistas, pero siempre muy presente, y en algunas ocasiones, tremenda y dramáticamente presente.
El punto de partida es clásico y sugerente: una mesa en el escenario con una acumulación de viejas e incluso ajadas cajas y maletas encima. Se nos induce a pensar que todo lo que vamos a ver saldrá de estas cajas, como así sucede. Llega el titiritero, de atuendo informal, y despeja la mesa para poder actuar en ella: a partir de ahora, allí estará el escenario. Cada número es una caja, y cada caja, un personaje.
El primer número, titulado Hamlet, configura ya de partida el universo en el que nos vamos a mover: oscuro, algo tenebroso, muñecos inquietantes que son una extensión del cuerpo del manipulador, artífice secreto pero visible de cuánto sucede. Sin texto –se emplean unas escasas palabras–, se busca y se consigue una atmósfera de intenso y trágico expresionismo. El viejo que sale de la primera maleta se nutre del calor de una vela. Su vitalidad nace del fuego, pero de inmediato descubre su segundo rostro, el péndulo que lo llevará al ocaso: la muerte. Vida y muerte al amparo del fuego. Y todo ello bajo una energía de manipulación que exige el control absoluto de los detalles. Con este número, Aranda establece las reglas de juego de la obra y nos introduce en la convención del titiritero que se confunde con sus títeres.
Javier Aranda con la Cantante Calva.
La segunda maleta, una caja de herramientas pintada y transformada en soez maletín de marionetas, esconde a uno de los personajes que más cunde en el escenario: el llamado Tiranicida, bailarín y clown, y encarnación de las compulsiones asesinas de las manos del titiritero, pues su única y principal palabra es “mato”. Lo que sea: una mosca o un espectador, o al mismísimo titiritero, como luego descubriremos. Su función es la del animador que sale de vez en cuando, entre número y número, para deleitarnos con un poco de música, unos pasos de baile y sus artefactos de matar.
El pobre que pide y que para tener más éxito se convierte él mismo en titiritero, es sin duda uno de los números más logrados y completos. Una delicia de manipulación y de ingenio minimalista. Con esta secuencia, Aranda nos muestra todo su saber y nos traslada a un universo poético y callejero, en el que todo rezuma síntesis eficaz e inteligente, que es lo máximo que puede desear un titiritero.
Y remata la faena Parias con el número de la cantante de cabaret calva, con un arranque de lo más sugerente gracias al uso de un espejo y de la luz, y que acaba con la explosión sórdida del personaje en su relación íntima con el titiritero. Número también de altos vuelos realizado siempre desde la perspectiva minimalista que configura todo el espectáculo.
Tras la despedida del Tiranicida psicópata y asesino, y con un tremendo efecto sorpresa del que no podemos desvelar los detalles, acaba el espectáculo. El público, de pie, aplaudió a rabiar la buena labor de Javier Aranda, quién, como diría su amigo y compañero de armas, el maestro Iñaki Juárez: citó, templó, mandó y mató. Ojalá se estire en la cartelera y el público de Barcelona acuda en tropel para ver tan magnífico trabajo.