Existe en Estambul un museo llamado Museo de la Inocencia creado por el novelista turco y Premio Nobel Orhan Pamuk, que exhibe objetos pertenecientes a la vida privada de las personas, en este caso de los personajes de una de sus novelas. Lo interesante del proyecto de Pamuk es que reivindica objetos de coleccionista, no por el valor de su referencia a grandes ideas, personas o naciones, sino por el valor efímero pero real de haber pertenecido a personas anónimas, de cuyas historias personales esos objetos nos hablan de un modo indirecto y alusivo. Objetos que, según el escritor, nos dicen mejor sobre la vida real de una ciudad determinada que los objetos expuestos en los grandes museos de exaltación de las mayúsculas.

Museo de la Inocencia

Museo de la Inocencia de Estambul

El objetivo de Pamuk es mostrar las interioridades y las claves íntimas de la vida en Estambul durante la segunda mitad del siglo XX. Y, para ello, nada mejor que recurrir a objetos encontrados en los pequeños coleccionistas, en los mercados de objetos antiguos o de época que suelen haber en todas las ciudades del mundo o en la misma calle. Dejar hablar, pues, a los objetos según su propio lenguaje y según la mirada de sus contemporáneos, sin que pese en ellos carga alguna ideológica o intención de exaltar los intereses de nadie.

Los objetos de los museos de exaltación de las mayúsculas son objetos muy cargados: de poder, de fascinación, de haber tenido usos importantes, de belleza, de arte, de valor económico. Sirven para establecer unos patrones del gusto colectivo de la época así como para asentar tanto a la comunidad según roles bien establecidos  como  a las clases altas, que se sienten en ellos reflejadas y exaltadas.

Esta necesidad de guardar y exhibir objetos de una época determinada es una pulsión propia de la modernidad, una vez se constata que los objetos han perdido su naturaleza de uso “de larga duración” y se han convertido en objetos de uso cada vez más corto en el tiempo. En los siglos XVIII y XIX, las modas establecían los movimientos cíclicos de valorización de los objetos, mientras que en el s.XX se impone la voracidad consumista y el principio de lo Efímero, con la categoría del “usar y tirar” como su aplicación extrema.

Salvavidas

Salvavidas. Colección particular de Toni Rumbau.

El escaso tiempo de uso de los objetos hace que sea muy difícil “cargarlos” del sentido que antes tenían. Al contrario de lo que ocurría en épocas pasadas, en que el tiempo solía cargar los objetos, ahora la mayor carga de un objeto de consumo se encuentra en su momento cero de partida, cuando todavía se encuentra empaquetado o en el escaparate de la tienda. A partir del momento en que se lo saca del envoltorio y se empieza a hacer uso de él, por lo general suele perder su principal valor y velozmente va perdiendo el cada vez más deteriorado que le queda. Claro que sigue habiendo algunos objetos de uso largo y que se siguen cargando con el tiempo (por ejemplo, los instrumentos de música, determinados relojes, los tapices, ciertas obras de arte –aunque no todas–, etc), pero son una excepción a la regla general marcada por el imperio del Cambio y de lo Efímero.

Se entiende que los humanos, atrapados por esta vivencia vertiginosa del tiempo, intenten fijar algunos de los elementos que han pasado por sus manos, ante la constante pérdida de lo propio. Iniciativas como la del escritor Orhan Pamuk se explican, a mi modo de ver, por esta necesidad de lanzar anclas al Tiempo para sujetarse de algún modo en la diacronía de los años. En el caso del Museo de la Inocencia, su autor finge haber recolectado objetos pertenecientes a dos de sus personajes literarios, lo que da un fuerte carácter de ficción dramática a la exhibición de los objetos.

Souvenir

Souvenir. Colección particular de T.R.

La pirueta de Pamuk es doble: por un lado, crea el escenario adecuado donde exhibir y dejar que hablen y actúen esos objetos referidos a unos personajes determinados, en la imaginación de los visitantes que han leído la novela y conocen, por lo tanto, el contexto. Para los que no han leído la novela, el “teatro de los objetos” de Pamuk se representa para escenificar una Estambul que ya no existe, tragada por los vértigos de la modernidad cambiante, pero que el autor considera imprescindibles para que dichos escenarios sigan actuando y recomponiendo el imaginario colectivo de la ciudad.

Objetos de uso de una época entrañable (todas las épocas lo son, para quiénes las viven en su infancia y juventud) que el imperio de lo Efímero ha tirado a la cuneta sin piedad alguna. Pamuk se ha dedicado a recogerlos uno a uno, asumiendo el papel de humilde coleccionista de la memoria, para ofrecerlos luego en un marco donde esos objetos perdidos y condenados vivan una segunda vida, actuando cual objetos estáticos pero profundamente parlanchines a los visitantes, sean autóctonos o forasteros.

Dice Orhan Pamuk: “Todos ganaremos una comprensión más profunda de la humanidad cuando los comisarios modernos desvíen la mirada de la rica “alta” cultura del pasado –como aquellos primeros novelistas que se cansaron de escribir sagas sobre reyes– y observen, en cambio, las vidas que llevamos y las casas en las que vivimos, especialmente fuera del mundo occidental. El futuro de los museos está dentro de nuestras propias casas”. (Fragmento final del texto de Orhan Pamuk publicado en Babelia de El País el 17/11/2012 titulado “Los objetos viajan por rutas misteriosas”)

Con estas palabras, el gran escritor turco se anticipa en el tiempo cuando postula este tipo de museo unipersonal, única manera que tendremos los humanos en el futuro para fijar mundos propios, creando espacios libres donde situar y revivir nuestras vivencias, recuerdos, dolores, alegrías y objetos. Algo absolutamente imprescindible en un mundo cada vez más colectivizado, en el que la libertad individual no será más que la posibilidad de elegir entre las opciones de unos menús ofrecidos. Los muy ricos dispondrán de menús más completos y variados, mientras los más pobres deberán contentarse con simples menús de supervivencia.

Ante esta perspectiva, hay que agradecer proyectos como el Museo de la Inocencia, que para nosotros no es más que un sofisticado teatro de la imaginación, en el que las marionetas, estáticas, son los objetos exhibidos, cargados cada uno de una infinita multiplicidad de sentidos y valores (los que cada espectador quiera darles), bien situados en los contextos dramáticos que el museo ofrece a los visitantes.