El ciclo de títeres en la Ribera, que ha juntado dos teatros sitos en lo más profundo de la Barcelona medieval (La Puntual y l’Atelier – ver programación en la siguiente entrada de Putxinel·li), empezó ya la semana pasada con el espectáculo «Historieta de un abrazo» de la compañía italiana Dromosofista. Quedan dos funciones todavía en La Puntual, lugar donde se presenta, el sábado 22 y el domingo 23, y después de haber visto, hoy viernes, el espectáculo, recomendamos a los aficionados que no se lo pierdan.
En efecto, nos encontramos con una obra de palabras mayores titiriteras, a pesar de la juventud de sus actuantes, llena de una sutileza, de una gracia y de un oficio realmente deslumbrantes. Indagando sobre la compañía, descubrí que ella, Rugiada Grignani, nació y se crió con la Girovago e Rondella Family Theatre, famosa troupe italiana que ha recorrido medio mundo con su espectáculo de teatro poético de calle, en el que se combinan las artes circenses con las marionetas, el mimo y otros lenguajes escénicos. En cuando a él, Facundo Moreno, proviene del dúo musical compuesto con su hermano Santiago (Los Aparecidos), procedentes de Argentina y también hijos de una importante saga de actores.
El espectáculo empieza y acaba con música. Es su hilo conductor pero también lo es el silencio y la presencia de los dos titiriteros, que desde el primer momento se impone en el pequeño escenario de La Puntual. La obra de hecho es de una austeridad máxima y en ella radica uno de sus máximos aciertos. Si empieza con un acordeón, será de la caja del instrumento de dónde saldrá la primera marioneta, una máscara que la Grignani se pone con un gran dominio del cuerpo, con las manos y los pies del manipulador. Interviene luego una maleta, de las que llevan los actores cuando se van de viaje, y de allí salen los nuevos títeres, que en este caso son unas libretas pintadas con figuras de medio cuerpo. Las piernas las ponen las manos de ambos actores. Un ejercicio precioso por su sencillez y su gran efecto visual. Luego llega el brillante número de la mano cortada pero que sigue com vida, tan impactante como angustioso. Las escenas con muñecos se van sucediendo y quizás el más singular y destacado sea el del «abrazo» que da nombre al título: ambos actores bailan abrazados, mientras él toca la guitarra y ella manipula una marioneta que se abre en una caja colgada en la espalda del músico… Un número complicado que sin embargo los dromosofistas ejecutan como la cosa más sencilla del mundo, con gran ternura y sin la más mínima sobreactuación.
Se dejan para el final los momentos más sobresalientes, como la sirena que nada en el aire y acaba en un bote de cristal, o la sutil escena de sombras en la que se borda el minimalismo expresivo de unos personajes creados por el simple apoyo de los dedos en la pantalla. El efímero instante de la figura intuída que se mira en las aguas que antes Rugiada ha pintado y de cuyo reflejo sale otro personaje, es sin duda uno de los momentos sublimes del espectáculo, gracias a la exquisitez visual de unas simples pinceladas y a la poesía de su condición fugaz.
Los dromosofistas -palabra que deriva de las palabras griegas «dromo» y «sofía», respectivamente «calle» y «sabiduría»- aplican al pie de la letra los significados de su denominación: el dominio del oficio, la sabiduría humilde, que se aprende en la calle. Pero cuando el oficio se impregna de sutileza y de inteligencia, entonces se convierte en arte y su humildad lo catapulta a las alturas. Esto es lo que ocurre con «Historieta de un abrazo», el espectáculo de dos jóvenes titiriteros cuya sorprendente exquisitez es de las de potente recorrido.