Continuando con nuestra intención de dar a conocer la realidad cubana de los títeres, en vistas a ir calentando motores para el Consejo de Unima que se va a realizar en 2014 en la isla, publicamos este artículo de la dramaturga y crítica teatral Blanca Felipe Rivero, en el que habla de uno de los últimos espectáculos del Teatro de las Estaciones de Matanzas, que con tan buen criterio dirigen Rubén Darío y Zenén Calero.
La niña Alicia se sumerge y navega en su propio sueño, como Rubén Darío Salazar y Zenén Calero arman la escena con sus autorías, utilizando los propios referentes de su estética, marcando de hecho su valor. Para los 19 años de trabajo de la Compañía Teatro de Las Estaciones, de Matanzas, este es el espectáculo número treinta de un dueto esencial de todos los tiempos en la historia del teatro de títeres en Cuba.
Diez escenas conforman la estructura de “Alicia en busca del conejo blanco”, a partir de dos novelas de Lewis Carroll, textos memorables de la literatura infantil mundial que se inician con “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”, en la temprana fecha de 1868, en Inglaterra. Muestras de la genialidad de Carroll para iluminar el interés infantil, el uso y dominio de los recursos literarios desde la naturaleza de este. Goce estético y hondo sentido valorativo de la necesidad de preservar la autenticidad del niño, como evidencia de lo mucho que tiene que decir a los adultos.
En una asimilación contemporánea de lo clásico, Darío Salazar se apropia de las calidades de Carroll para hacerlas suyas; sostiene los vínculos con la naturaleza, el lidiar con el propio cuerpo, con animales, plantas y objetos que cobran vida y se metamorfosean para un especial enfrentamiento con lo insólito. Alicia no vacila ante lo inaudito. Vive la fantasía de su subconsciente con resolución y firmeza.
La niña sabe de su vulnerabilidad y no lo esconde, llora, tiene miedo, pero a su vez es audaz y voluntariosa ante los absurdos e hipérboles. Como en los viajes de crecimiento, Alicia se asusta, ayuda o es ayudada, pero también es despreciada y manipulada. De este modo la infanta, en medio del juego y la incertidumbre del descubrimiento, aumenta la seguridad en sí misma y afirma su identidad como ser humano en una valorización consciente de la comprensión. Es esta la razón con la cual Rubén da inicio a su propuesta: la insistencia de la madre en el estudio y el tedio que esto provoca en Alicia. Llama así la atención no solo hacia la sensatez, sino también sobre la comunicación familiar.
Alicia desde su instinto se pone a prueba, y reafirma su yo en un cúmulo de peripecias con riesgos. La dinámica del espectáculo es como el ritmo de los cambios de interés de los niños, marcado por una curiosidad insaciable.
La profunda indagación en la materia de la especialidad titiritera, hace que su artesanía se baste para fabular a partir de sus naturalezas, lidiando con sus fricciones. Dígase el trabajo actoral de la actriz interpretando la niña, junto a esperpentos, marotes mimados, peleles de piso, luz negra, teatro de sombras y objetos humanizados, todos animados con pericia.
Contar desde el espacio vacío como un retablo mismo, se ha vuelto una habilidad peculiar de Teatro de Las Estaciones. Disfrutamos aquí de telones-retablos, con transparencias y calados, cortinas que se descorren por los actores ante nuestros ojos, permitiendo la visibilidad del alambre o puente por el que se deslizan. La frontalidad de la escena semeja las páginas que brotan de un libro y golpean nuestros sentidos.
Como en las novelas de Carroll, cada escena tiene una diferenciación, de modo que la materia dialoga también con la niña-actriz Alicia, espina dorsal de la historia. Delicadezas en los puntos de giros y enlaces como chispazos, buscan el carácter de alucinación, muy bien logrado desde el artificio, como le corresponde al arte verdadero.
Se insiste en un sentido danzario y sonoro que lo invade todo desde una perspectiva infantil, trazo este investigado y trabajado con intensidad. Coreografías convertidas en expresiones y movimientos del actor y viceversa, sin llegar nunca al maniqueísmo, tienen como soporte los obstáculos a que la niña Alicia se enfrenta: juego de proporciones, salidas y entradas de atmósferas, evoluciones de los personajes y hasta la propia manera de la infanta gesticular consigo misma.
Música original e intertextualidad de canciones y rondas, están en el ambiente de melodías y voces que se escucha antes de comenzar la función, a través de los fragmentos del programa radial infantil “El país de las maravillas”. Luego, durante la representación, cobra un lugar distintivo, pues junto a las tonadas tradicionales, se recrean temas de infancias pasadas, ya conocidos por los cubanos. La música constituye también el examen que Alicia resiste ante la malvada y farsesca Reina Corazón de Púa.
El sabor del lenguaje y el buen decir en la utilidad de las palabras, son música también, e información necesaria para el niño. Válido trabajo dramatúrgico, que no deja de ser a la vez claro y hermoso.
La Alicia de Teatro Las Estaciones refiere la actualidad, valoriza la escuela y el hogar como soporte fundamental del crecimiento. Sin embargo, reconocemos igualmente en ella, desde su fisonomía y actitudes, a la Pipa Medias largas, de Astrid Lindgren, otra niña de la literatura, que a la altura de 77 años, mucho después de nacida Alicia, revela, desde la Suecia de 1945, características del universo infantil, con los puntos de vista de su tiempo, más la evidencia de una autoestima y fortaleza a toda prueba.
Los actores titiriteros trabajan la escena como niños-adultos, dispuestos a colaborar con la fantasía de Alicia. El conejo, que la niña tanto añora y persigue, es su ilusión, su compañía, sus aspiraciones, la perseverancia y la certeza de un sentido de vida al que nunca escapamos. Por esa razón, asegura cada uno de los actores que ese conejo también es suyo.
Al final de la función número 8, a la que asistí en la mañana del 24 de agosto, en el Teatro de La Orden Tercera, sede de la Compañía Infantil La Colmenita, un niño del público le propuso a Alicia desde la platea: “Vuelve a soñar”. La réplica del niño completó mi certeza. Para todos los presentes que nos disponemos a vivir, una y otra vez, lo que sucede en la escena del Teatro de Las Estaciones, decididamente, el conejo blanco es la función.
Blanca Felipe Rivero.
*Dramaturga, investigadora, crítica teatral y profesora del Instituto Superior de Arte de La Habana. Es asesora dramática de Teatro La Proa.
FOTOS: EBERTO GÓMEZ
enhorabuena para ese público cubano que tiene la oportunidad de disfrutar con las obras de «Las Estaciones», esperemos verlos pronto con este trabajo por tierras mexicanas.