Ante el próximo estreno de la nueva obra de Bambalina (previsto para el 15 de noviembre) titulada Petit Pierre, con texto de Suzanne Lebeau y destinada a ser representada por Adriana Ozores y Jaume Policarpo, con dirección de Carles Alfaro, y asombrados por el enorme atractivo de su punto de partida, el mundo creado por Pierre Avezard, más conocido como Petit Pierre, hemos invitado a Jaume Policarpo a hablar sobre esta nueva aventura escénica de la prestigiosa compañía valenciana. He aquí sus palabras.
Hace unos años, en la otra orilla del Atlántico -sobre el escenario del Teatro Juarez de Guanajuato-, descubrimos un texto peculiar en cuyo seno latian dos corazones; el del mundo y el de su habitante más humilde: Pierre Avezard.
Su autora; la canadiense Suzanne Lebeau, se inspiró en la biografía de este personaje real con una conmovedora historia que pone en evidencia, de manera sencilla, directa y contundente, la injustificable capacidad de nuestra sociedad para marginar a todo aquel que no se ciñe a un patrón de normalidad. La obra nos muestra, al mismo tiempo, la generosidad y la nobleza de este ser inefable que es capaz de responder a ese desprecio construyendo un magnífico poema de amor y gratitud hacia las personas y la naturaleza.
Después de aproximarnos al texto con la mirada y la emoción de quien aspira a ponerlo en pie sentimos, como ocurre siempre con los textos teatrales, que necesitábamos saber más de aquel hombre que inspiró a la autora y de su biografía. Pronto descubrimos que la vía de comunicación más clara y natural debía ser, sin duda, su gran creación: “LE MANÈGUE DE PETIT PIERRE”. Y nos pusimos a mirar y remirar como un titiritero observa a otro. ¿Qué manera de mirar es esa?
Te fijas, por ejemplo, en la multiplicación de figuras que le representan. Se trata de siluetas masculinas recortadas en chapa metálica cuyas proporciones y diseño remiten con claridad al físico de Pierre. Sus formas simples, la policromía blanca y azul y el dibujo lineal y plano de la tijera de hojalatero convierten a cada figurilla en una representación plástica muy sintética del propio autor. Al observarlas se aprecia la correspondencia del personaje real con su representación, lo que pone en evidencia la destreza y la naturalidad de Pierre a la hora de jugar con su propia imagen.
Estos pequeños autorretratos nos hablan en cierto modo del espíritu de Pierre. Son su mejor versión, pequeñas idealizaciones resistentes al tiempo. Fotos hechas a mano en tres dimensiones. Retablillos que cuentan una vida. Y ahí está él, con su ropa azul, su boina, su cítara, sus brazos largos, sus piernas aún más largas… Contándose, hablando de sus pequeñas cosas, lo que quiere y conoce; la tierra, los animales.
Todo parece hacer evidente una necesidad primaria de comunicación que no encuentra otro modo de canalizarse. No parece que estuviera a su alcance una conversación, una mirada cariñosa, un abrazo… Y surge esta especie de escritura con objetos. Este lenguaje de las cosas y el movimiento que no necesita de los sonidos que su garganta no sabe articular.
¿De dónde nace este particular impulso de recreación? Deben haber varios motivos. Puede que sea una manera de conjurar la soledad. Una modalidad de juego en solitario. Una necesidad innata de expresarse artísticamente. Un impulso hacedor ligado a lo más esencial del hombre. Un hombre de la tierra abocado a la transformación.
Hay algunas representaciones en cuya composición intervienen varias figuras produciendo la sensación en el espectador de escenas vivas. Estas estampas animadas desprenden una intensidad poética especial por su intención narrativa, cada una de ellas explica una pequeña historia, un hito en la vida de Pierre.
Por otro lado está su propia imagen integrada en los diferentes cuadros. No llama la atención. Es uno más. En nada destacan sus deformidades. No se aprecian, no existen. Es su manera de verse: un hombre cualquiera.
Cada nuevo visionado de ese fascinante ser mecánico animado por un único motor desencadena infinidad de sugestiones. Y esa es mi actividad principal ahora. Y mientras miro y remiro me agarro a sus mil objetos ensamblados en chapa metálica y convoco al espíritu de aquel que lo construyera sintiendo que apenas se deja entrever… Alguien aprehendió en imágenes de cine su cadencia y su expresión. El cortometraje que en 1980 dirigió Emmanuelle Clot y que tituló Petit Pierre es una hermosa caja que, afortunadamente, se deja abrir una y otra vez. A continuación copio sus breves e importantes reflexiones alrededor de Pierre Avezard y su condición de Artista.
La primera vez que vi a este pequeño hombre de setenta años con su rostro torturado delante de aquel tiovivo que era la obra de su vida, sufrí una enorme impresión… Era inevitable que hiciera un film sobre él. Y ahora mismo es el ser al que más amo en el mundo por haber querido comunicarse del modo que lo hizo con una sociedad que le rechazó. Es por ello que su creación resulta mucho más poética y espontanea que la de tantos artistas mundanos y reconocidos.
Emmanuel Clot, autor del cortometraje Petit Pierre, 1980.
En este tiempo nuestro de desconcierto e incertidumbre el proyecto alrededor de Petit Pierre ha conseguido fijar la aguja de nuestra brújula. Tal vez haya contribuido a ello la turbación que brota de esta pequeña historia que ha sido capaz de imantar también a Carles Alfaro cuya clarividencia y apasionamiento como director de escena hemos echado de menos en Valencia durante demasiados años. Y de su mano, Adriana Ozores, actriz inmensa que con su fina inteligencia teatral redondea un equipo inimaginable hace tan solo unos meses para esta modesta compañía: BAMBALINA TEATRE PRACTICABLE.
Existe una hermosa puesta en escena de Maud Hufnagel sobre este texto de ZL:
Muy recomendable:
http://www.et-compagnie.org/
https://vimeo.com/36573882
Una maravilla,ojala vinieran a Buenos Aires a poner la obra.Conmovedora y poética.Osvaldo