Ha tenido lugar durante estos días pasados la Feria Internacional del Títere de Sevilla, en su edición número 34, dato que nos indica la veteranía de este festival, uno de los más antiguos e históricamente relevantes de la Península Ibérica, llevado de la mano de su directora, Guadalupe Tempestini, que sigue pilotando la nave desde sus primeros años de existencia -directora también del Teatro Alameda de Sevilla, dedicado al público joven e infantil.
Imagen de «Nanas del Mundo», de La Canela de Analía Sisamón.
Este año han participado compañías de gran categoría, como el Centre de Titelles de Lleida, con su exitoso Gulliver, o la siempre interesante compañía Bambalina de Valencia, con Ulises, Martí Doy, de Cataluña con su delicioso espectáculo Randemar, o la compañía La Canela de Analía Sisamón con Nanas del Mundo, un refinado trabajo de imágenes, luces y sombras. También el público de Sevilla ha podido deleitarse con el Teatro de Autómatas que recuperó en su día Gonzalo Cañas y que se instaló en La Alameda. Para ver la programación entera, cliquen aquí.
Gulliver, del Centre de Titelles de Lleida.
En este artículo nos centraremos en algunos de los espectáculos vistos, necesariamente pocos a causa de la breve estancia de quién firma estas líneas.
Adiós Bienvenida, de Mimaia Teatro
Fue una suerte haber visto en Sevilla, en la Sala La Fundición, a esta compañía de la que ya conocía su anterior trabajo, Arbequina, un refinado trabajo de teatro y objetos, y cuyo último espectáculo, titulado Adiós Bienvenida, ha sido repetidamente premiado en el Fetén de Gijón, así como en la Fira de Titelles de Lleida recién celebrada. Pude de este modo regodearme con el excelente trabajo que hacen Dora Cantero y Mina Ledergerber, ambas en sus respectivos papeles de actriz-manipuladora y actriz-músico-cantante.
Dora Cantero con uno de los títeres de la obra.
Creo que el éxito de la propuesta de las dos titiriteras radica básicamente en el brillante contraste que logran entre el tono directo y desenfadado de su modo de actuar, que a veces incluso se acerca a un intimismo de “puertas abiertas”, que puede ser tan dulce como feroz –y que adquiere en algunos momentos los registros sintéticos del teatro popular de títeres–, y el elaborado trabajo dramatúrgico y escénico, resuelto de modo muy sencillo, pero que reviste una complejidad interior misteriosa, algo surrealista y de fuerte impacto. Este juego entre claridad y misterio, intimidad directa y distancia conceptual, consigue captar la atención del público de un modo sencillo pero inteligente y profundo.
Mina Ledergerber con dos de los personajes.
La factura de los títeres, obra de Mina Ledergerber, constituye sin duda otro de los factores básicos que ayuda a esta distancia antes comentada, que a su vez permite que los personajes vayan más allá de lo anecdótico y penetren en zonas de mayor profundidad arquetípica. Denotan una gran personalidad artística y una madurez plástica de quién se siente segura en su trabajo, capaz de romper moldes y de adentrarse en lo desconocido.
También es interesante ver como Dora Cantero, autora del texto, ha conseguido transformar una pequeña historia familiar de amor, trabajo y separación, en una obra que nos habla de la vida y de la muerte, del paso del tiempo, de la distancia, de la juventud y de la pura y simple supervivencia. Y todo ello con gestos sencillos, pocas palabras y una sucesión de guiños, directos e indirectos, que son de alguna manera la especialidad de la casa.
En este sentido, cabe hablar de la buena labor actoral de ambas actrices, cada una en su registro particular. Dora Cantero ha encontrado un modo de interpretar que parte de la sinceridad para, desde aquí, meterse en el pellejo de los distintos personajes ya camuflada como manipuladora, con gestos y voces muy buen puestos. Mina Ledergerber, por su lado, ha sabido situarse en un tono en el que se siente tan cómoda como exultante, vitalista y misteriosa, funcionando casi a modo de espejo de los personajes, que se miran en ella buscando sin duda el sonido que más les complace. Ambos roles se complementan y se contrastan, creando una riqueza de fondo en el espectáculo que lo sube a muchos decibelios de poesía.
Ivo García, en una de las ventanas del retablo de Mimaia.
Si sumamos a todo ello la magnífica escenografía, que consigue ser un retablo para los títeres sin serlo realmente, con multitud de trucos y ventanas que se abren y se cierran para asombro de los espectadores, así como una muy buena iluminación de Ivo García, quién también estuvo al mando de las luces y del sonido durante la función –iluminador conocido en los ambientes titiriteros de Barcelona, por haber trabajado con varias de las jóvenes compañías allí existentes–, se comprenderá que nos encontremos ante uno de los mejores trabajos titiriteros de la temporada, capaz de llegar al público joven pero también a los adultos, como se comprobó en La Fundición, que programó la obra a las nueve de la noche.
Pedro y el Lobo y El Alma del Pueblo, de Títeres Etcétera.
Fue una gran satisfacción poder asistir a estos dos trabajos de la histórica y prestigiosa compañía Etcétera de Granada que todavía no había visto. Dos representaciones que realizaron el mismo día en dos espacios diferentes de Sevilla: en el Teatro Alameda el primer montaje y en la Sala Cero el segundo.
Imagen de «Pedro y el Lobo», foto de Javier del Real.
Pedro y el lobo pertenece a la serie de montajes musicales y operísticos que Etcétera viene realizando desde hace años, con títulos tan memorables como La Serva Padrona, el Carnaval de los Animales o el Retablo de Maese Pedro. Una labor increíble, la realizada por la compañía granadina, capaz de enfrentarse a grandes retos para grandes escenarios con unos resultados siempre deslumbrantes. En esta obra de Serguei Prokofiev, Enrique Lanz, director y autor de los títeres del espectáculo, nos propone una puesta en escena basada en la técnica de la luz negra, que encaja muy bien con la música del compositor ruso.
Sabido es que esta obra de Prokofiev fue escrita para enseñar al público joven los diferentes sonidos de la orquesta. Como dice Enrique Lanz en el texto del programa, “Serguei Prokofiev realizó un trabajo meticuloso y lleno de metáforas, sencillo en apariencia pero efectivo e imprescindible para presentar la orquesta a los niños. Yo creo que no puso música a unos personajes, sino personajes a unos instrumentos.” Y buscando quizás esta preeminencia de la música y del sonido, el director escogió un tipo de títere que fuera lo más abstracto, volátil y sintético posible, casi como si fueran notas musicales o claves de sol retorcidas, pero sin perder la figuración exacta que permite identificar a los personajes. Y eso es lo que se consigue con el uso de los títeres con luz negra, que semejan flotar por el espacio, aparecer y desaparecer de la nada, acentuando el carácter poético y de simple trazo o signo escénico, como una escritura de formas y de colores que se dibuja sobre el fondo negro del escenario.
Imagen de «Pedro y el Lobo» con la orquesta en el escenario. Foto de Javier del Real.
En la presentación en el Teatro Alameda se actuó sin la orquesta –el día anterior lo hicieron en Cádiz con una formación orquestal al completo, que ellos sitúan en el escenario, entre el público y las marionetas, – pero la buena audición de la obra nos permitió adentrarnos en el mundo vehemente, nítido y profundamente dramático de la música de Prokofiev. El tipo de títere con luz negra requiere de una manipulación precisa y muy limpia, pues al estar la figura reducida a sus trazos más simples y definitorios, exige nitidez sin que sobre nada. Puede decirse que los tres manipuladores que se hicieron cargo de los muñecos –Carlos Montes, Óscar Ruiz y el mismo Enrique Lanz– brillaron por la limpieza de los movimientos, que dejaron al público con la boca abierta.
Importante destacar el buen trabajo de Yanisbel V. Martínez en la labor de falsa acomodadora que acaba convirtiéndose en la narradora del cuento, ocupando de algún modo el vacío dejado por la orquesta. Su buena interpretación nos permitió entrar en la obra por sorpresa y a través de un juego en el que los espectadores nos metimos sin calzador alguno. Una labor, la de presentadora, que también es la ejercida por Yanisbel en el siguiente montaje que pudimos ver aquella tarde.
La Sala Cero se sitúa muy cerca de la Plaza de los Terceros de Sevilla, a pocos pasos del famoso Rinconcillo, uno de los bares más hermosos de la ciudad, y donde por casualidad vimos, antes del espectáculo, una procesión de niños con un paso y una banda de música. Viejas tradiciones populares que sus fieles defensores buscan afianzar con estas procesiones de carácter pedagógico, para que los niños aprendan sus trucos y secretos. Por cierto, muy buena la banda, con un ritmo impecable de los tambores, que ya quisieran para sí muchas de las bandas adultas que abundan por los carnavales de tantas ciudades del mundo –y de Barcelona en concreto.
De alguna manera, esta procesión fue un espontáneo aperitivo para la sesión que íbamos a presenciar en la Sala Cero a cargo de los de Granada. El Alma del Pueblo es un documental que Títeres Etcétera viene rodando desde hace años por todo el mundo, con el objetivo de fijar para la memoria y los archivos históricos, viejas tradiciones populares que tienen que ver con el mundo de la marioneta. Entre ellas, algunas de las procesiones de Semana Santa que llevan pasos con figuras articuladas y que se animan durante los cortejos religiosos.
Yanisbel V.Martínez, en la presentación de «El Alma del Pueblo».
La representación ofrecida por Etcétera fue en realidad el pase de una hora de imágenes seleccionadas de este documental sin fin (tienen ya más de 300 horas filmadas y están sólo en los inicios) con una presentación de Yanisbel V.Martínez y varias apariciones de dos misteriosos personajes que aparecen de vez en cuando, marionetas manipuladas detrás de un cortinaje por Carlos Montes, Óscar Ruiz y Enrique Lanz, y que tenían la función de crear un contrapunto entre la imagen filmada y la interpretación en directo. Dos mundos que de vez en cuando se encontraban, cuando alguna de las marionetas que surgía en la pantalla de pronto se materializaba para aparecer corpóreamente sobre el escenario.
Quedamos los espectadores maravillados de la riqueza y la fuerza de las imágenes vistas –como ya me ocurrió la primera vez que las vi en Bochum–, con ganas de que aquello no terminara nunca. Realmente son impactantes las escenas de los pasos articulados durante la Semana Santa de un pueblo de Granada, o las del Carnaval de la localidad de Lanz, en Navarra, de un arcaísmo tremendo, o el reportaje sobre el Belén barroco de Laguardia, que visitamos juntos hace pocos meses. Aunque luego el colorido y el interés de las imágenes todavía crecen más cuando la cámara nos sitúa en Mali, donde los maestros titiriteros guardan cientos de marionetas amontonadas en un almacén, algunas de varios siglos de antigüedad, o cuando vemos talleres de construcción en la India, en China, en Mali, en Italia… Quizás los momentos filmados de las marionetas sobre el agua del Vietnam sean las más impactantes, cuando comprendemos que el mismo Lanz tuvo que meterse en el agua para filmar algunas de las imágenes –como en efecto sucedió–, o cuando nos sorprenden las imágenes de bisontes cabalgados por niños que se superponen a las de escenas reales también con niños subidos a lomos de un bisonte…
Enrique Lanz y Óscar Ruiz con las dos marionetas, charlando con el público tras el espectáculo.
Seducidos por la entusiasta voz de Yanisbel V.Martínez, encargada de conducirnos por los distintos mundos plasmados, y sojuzgados por el ritmo de las imágenes y las súbitas apariciones de las marionetas reales debajo de la pantalla, los de Granada consiguieron meternos a todos en el bolsillo, sin poder desengancharnos de nuestros asientos, acribillando al final a preguntas a los sufridos titiriteros, que llevaban ya dos funciones a cuestas.
Un trabajo, el de El Alma del Pueblo, tan extraordinario como singular, y que esperamos pueda proseguir en el futuro con las ayudas necesarias para poder desplegar sus enormes posibilidades.