Los titiriteros, como cualquiera en este mundo, viajamos con nuestros bártulos a cuestas sobre el vertiginoso calendario de los días, mientras nos adentramos en las profundidades de ese siglo XXI que parece empeñado en querer cambiarlo todo. Nuestro arte milenario, con su peculiar virtud de saber juntar la tradición arcaica con la más rabiosa actualidad, se encuentra por ello mismo en el corazón de este terremoto de las costumbres, las técnicas y los modos. Metidos en el epicentro de los cambios, somos una caja de resonancia donde la lucha y los dilemas entre lo viejo y lo nuevo se recrean en sus desgarros y estridencias.
El pasado saluda al futuro. Figura del siglo XVII de un anticuario de Lisboa.
Las razones son claras: un oficio considerado como uno de los más viejos del mundo, que se halla no sólo en activo sino cada vez más vivo, tiene el enorme privilegio -y la gran desazón- de encarnar en toda su magnitud las crueles paradojas al que nuestro siglo nos enfrenta. ¿Acaso es posible combinar la tradición del oficio con la cultura de lo digital que nos envuelve? ¿Cómo situar la objetualidad táctil y de la materia en el universo de la dualidad virtual?
Irrupción urbana. Escultura colgante (paja de acero o hilo metálico de estropajo) en el patio del Palacio Belmonte, Lisboa. Obra de Maria Mendonça, esposa de Frederic Coustols, propietario del palacio-hotel.
Desde Titeresante, consideramos que estas tensiones son en realidad constitutivas del teatro de títeres contemporáneo. Nuestro lenguaje, cuyo punto de partida es la duplicación figurativa de la realidad, nos conecta directamente con el pasado y con el futuro: hacia atrás al conectar con los orígenes del pensamiento y de la cultura humana, cuando empezamos la aventura de la conciencia a través de la imaginación y los relatos, que otorgaban a los objetos de la naturaleza una significación simbólica. Hacia adelante, cuando nos fundimos y entusiasmamos con las aventuras de duplicación que representa el mundo de lo virtual, el uso de los nuevos materiales y de la inteligencia artificial.
Guiño al futuro. Netzuke. Miniatura japonesa del Museu do Oriente, Lisboa.
Esta amplitud constitutiva del lenguaje de los títeres, entendido en su acepción más amplia de teatro de la imagen, de los objetos y del desdoblamiento de las figuras, da a nuestra profesión una elasticidad extraordinaria y lo abre hacia campos de infinitas posibilidades. El mundo de lo virtual, que suele pecar de anemia vitalista o de un excesivo distanciamiento de lo real, se resquebraja y se abre en grietas fecundas e inquietantes cuando es cruzado por la irrupción de los objetos o del grito libertario de los actores o de los títeres arcaicos.
Imatge de M.U.R.S., La Fura dels Baus. Fotografia ©-R-Justamante.
Es como si abriéramos en lo virtual brechas de realidad que rasgan, con la irrupción de la materia, los velos de la mediación tecnológica. Es posible así romper con los monopolios figurativos y los discursos hegemónicos que el mundo del consumo, de la identidad monoteísta, de la publicidad, de las grandes marcas y de Internet nos impone.
Figura de tela rellena de Joana Vasconcelos. Palacio Nacional de Ajuda, Lisboa.
Visto desde esta perspectiva, los lenguajes objetuales y de la materia en el escenario se hallan en la cresta de la ola de los cambios de nuestro activo siglo XXI. Es como si viajáramos subidos al Tiempo, tragados por él como todos, pero con permiso para subir y ver desde las alturas de su curva cinética dónde estamos para poder desde allí anticipar lo inminente. Una ola, la del Tiempo, que arrastra consigo lo arcaico y nos lanza al futuro. En esta misma maleta viajamos los titiriteros, surcando un siglo que promete ser de los más sacudidos de la Historia.
Tiempos. Relojes de la Casa-Museu Medeiros e Almeida, Lisboa.
¡Bravo! De ahí parte una línea de reflexión sobre el objeto y la figuración, y su rol en sociedad, que me imagino de largo recorrido. ¡A por ello, Toni!