En el impactante y saludable festival TNT (Terrassa Noves Tendències) de la ciudad catalana de Terrassa (ver artículos de Cesc Martínez sobre algunas obras del TNT en Putxinel·li), tuvimos la ocasión de ver el espectáculo de las dos compañías Microscopía Teatro y Hermanos Oligor, asociadas para crear esta obra –y esperemos que muchas más–, la titulada ‘La Máquina de la Soledad’. Una obra intimista para unas cincuenta personas, bien apretadas en las gradas de madera que ya en su anterior montaje utilizaron los Hermanos Oligor (Las Tribulaciones de Virginia).
Una obra, La Máquina de la Soledad, creada en Méjico (Shaday Larios y Jomi residen ahora allí) y que reúne de un modo magistral los mundos de estos dos artistas que han sabido combinar tanto sus obsesiones como sus habilidades y registros escénicos. La verdad es que esperaba un buen resultado de esta asociación simbiótica, pero lo que viví en el garaje de Terrassa (el teatro fue, en efecto, el interior oscuro de un garaje) va más allá de un buen resultado para entrar en lo que debe considerarse como una obra maestra. Sucede raras veces, pero cuando el espectador se siente atrapado desde el principio hasta el final por un halo de intriga, de misterio, de poesía, de inocencia, de verdad y de inteligencia, sin que en ningún momento rechine nada y deseando que la cosa no se acabe, entonces sólo cabe sacarse el sombrero y reconocer que nos hallamos ante una obra redonda, de las que dan en el blanco.
Dos maneras distintas de entender la intimidad se juntan en la Máquina de la Soledad: la de Jomi es este tuteo con el público en el que la proximidad da fuerza y relieve al gesto expresivo, a la mirada cómplice o intrigante, a la palabra ambigua, directa o punzante, a la pequeña acción con objetos de juguete, con trenes o camiones miniatura que avanzan solos o con hilos que cruzan por encima de los espectadores y trasladan utensilios o paquetes indescifrables de una punta a otra del espacio escénico. Es la intimidad de quien te cuenta una historia cara a cara, buscando la conexión directa, la chispa de los pequeños desvelamientos, de misterios nimios, de recuerdos compartidos o de paradojas chocantes.
La intimidad de Shaday Larios va por derroteros más alambicados que tienen que ver con la memoria y con el mundo de los objetos abandonados, perdidos o encontrados, con lo que ella llama una arqueología de la memoria que conduce a una poética de los objetos –o viceversa. No por nada, Shaday es una ensayista que ha ganado ni más ni menos que el Premio Nacional de Ensayo de Méjico con una obra titulada “Escenarios Post-Catátrofe. Filosofía escénica del desastre” (ver artículos de y sobre Shaday Larios en Titeresante aquí). Un trabajo que empezó en Barcelona pero que ha sido en Méjico donde ha encontrado su campo natural de expansión al enfrentarse a las realidades de su país desde la mirada íntima hacia los detalles aparentemente nimios de la existencia, y que indaga en esta peculiar “arqueología de los objetos encontrados y de la memoria”.
¿Cómo entrar en estas realidades desde una perspectiva de sinceridad dramática y teatral? El par Jomi-Shaday lo resuelve a través del rito. Pues un verdadero “rito de exhumación” es lo que se propone en este espectáculo: la exhumación de un sinfín de cartas de amor encontradas en una maleta perdida entre los cachivaches absurdos e imposibles de un rastro cualquiera. ¿Y qué puede haber de más dramático e inquietante que la exhumación de algo que ya se daba por muerto, enterrado y olvidado? No son cadáveres físicos los que se sacan a la luz del escenario, pero sí cadáveres simbólicos que a través de las cartas recobran vida y emergen de su olvido, personajes anodinos y absurdos que sin embargo se convierten en los protagonistas vivos del rito exhumatorio. Y, al resucitar, resucitan con ellos una época, imágenes que forman parte de nuestro ser pero que hace tiempo se borraron. Al tirar del hilo de la memoria, se abre un pozo sin fondo de recuerdos que hablan de lo pequeño, de lo íntimo, de las infinitas micro-historias que conforman nuestras vidas y sociedades.
Y es así como las cartas, que son el medio a través del cual relucen las voces muertas del pasado, se van convirtiendo en el centro del espectáculo, pues ¿no son acaso las voces cartas, y las cartas voces, bien plegadas y archivadas en la maleta? Exhumar cartas nos conduce a fijarnos en este “mensajero” mudo de papel, que sin embargo es capaz de hablar y de resucitar a los muertos sin que importen los años…
Las cartas son estas máquinas de la soledad mencionadas por el título: artefactos que crean soledad y que hablan de la soledad, aunque aquí haya que entender la soledad en positivo, como un espacio para la intimidad creativa y la ensoñación liberada y a veces atrapada. Y alrededor de las cartas, se trenzan historias de alto voltaje poético, contadas sin impostación alguna, que conducen la obra por territorios narrativos de un exquisito refinamiento.
Shaday Larios.
Poco a poco, la poética de los objetos se va desplegando ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta, con una naturalidad abrumadora, y la exhumación se hace total, como si en el escenario se hubieran abierto en canal esos cuerpos invisibles de la memoria que se encarnan en cartas, cajas, maletas, pañuelos, vasos, fotografías, y en tantos miles de objetos que constituyen la topografía real de nuestras vidas íntimas y cotidianas. Un despliegue que al acabar el rito se convierte en escaparate visual donde la exhumación queda fijada, para que los espectadores puedan ver sus detalles con todavía mayor intimidad.
Dos mundos paralelos, los de Jomi y Shaday, llenos de objetos, recuerdos, ideas teatrales de miniatura e intimidad, confluyen en esta ‘Máquina de la Soledad’, síntesis escénica de ingentes trabajos anteriores de búsqueda e interrogación. Se entiende que esta obra sea el primer paso de un proyecto tan ambicioso como imposible, cual es el de crear un “Museo de la Memoria”. Proyecto que, vistos sus primeros resultados, va por un camino más que prometedor.
Atento, atentísimo e incitante, la reseña del Mtro. Toni, cual corresponde cuando el entusiasmo nos impulsa a recomendar alguna obra de arte. La faena de ambos es de una genialidad puntual.
Y altamente nutritiva.
Que los trabajos de Shaday y Jomi, de manera individual o como cómplices, requieren ser pregonados a los cuatro vientos, no nos cabe dudar. Postearé este comentario en mi féisbuk.
Saludos querendones desde Tenochtitlan.
Felipe Ehrenberg – Neólogo
(El único pelito en la sopa de letras fue esa insidiosa «jota» el escribir el nombre de México, país de origen de Shaday: y yo que pensaba que el horroroso hábito sólo persistía en algunas partes de Argentina… ¿o será Arjentina?)
Hola Felipe, gracias por tus palabras. Miraré lo de la jota. Creía que ambas acepciones eran usadas y aceptadas en México…
Abrazos
Toni