A principios de verano del año pasado redacté un largo e-mail a mi amigo Jean Pierre Coïc, presidente de la asociación bretona Solidarité-Pêche, con una propuesta altamente improbable: que aceptara a los cuatro miembros de Marionetes Nòmades (Raquel Batet, Bruno Valls, Elena Molina y quien firma este reportaje, Pere Bigas) como tripulación del último barco que mandarían a Haití para que realizáramos una gira de espectáculos gratuitos, nos encontráramos con titiriteros haitianos y rodáramos un documental de la experiencia. Recuerdo que me encontraba en nuestra base de la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal, en Barcelona, cuando leí su respuesta entusiasta diciendo que sí, que bienvenidos a bordo. Paralizado por la emoción, me pareció que las maquetas de barcos, los libros de náutica, la gorra de capitán, las pipas marineras, las ilustraciones de piratas y la marioneta de Pepe Otal vestido de marino me guiñaban el ojo desde las estanterías y rincones del taller.
El proyecto tenía una poética pirata redonda: iríamos a una tierra mítica del filibusterismo como Haití, cruzando el océano en barco, y cargados con los títeres de un espectáculo llamado «El Tesoro del Pirata».
Pero para llegar a Haití hacía falta mucho trabajo previo en casa: dar a conocer el proyecto, financiarlo con actuaciones y una campaña de crowdfunding, preparar la logística de todo. Mucha gente nos ayudó. Y fueron especialmente los titiriteros, tanto de aquí como de otras latitudes, quienes nos dieron un preciadísimo apoyo para hacerlo posible: una solidaridad que honra a nuestro gremio.
El primer lugar donde dimos a conocer el proyecto fue el Arts Cafè l’Universal de Anglès. Lo abrieron no hace ni un año Montse y Ramonlluc de Selvanyola, quiero decir Lluís, miembros de la compañía titiritera La Finísima. Allí realizamos una actuación por la mañana y un número de cabaret por la noche junto a otros titiriteros como el mismo Lluís y su hijo, la gran Helena de Sola de la Manofactoria y un puñado de poetas. En el Universal también organizan conciertos, recitales de poesía, y se celebran todas las verbenas dignas de tal nombre del calendario. Es un espacio muy acogedor al pie del Montseny y las marionetas, de países lejanos y también las magníficamente talladas por Lluís, decoran las paredes. En definitiva, un hogar para todo titiritero.
Arrancamos 2014 actuando en La Puntual, que es como decir actuar en casa. Recuerdo cómo, después de una función, corrimos a la Casa-Taller de Marionetas para preparar el espacio, la comida y todo lo necesario para la pequeña actuación con títeres y la proyección de unos vídeos para la fiesta de despedida. Presentamos nuestra campaña de crowdfunding de Verkami rodeados de amigos y familiares y la fiesta acabó tarde… También estuvo presente Titeresante y Putxinel·li, que se hicieron eco del acto.
Fiesta en la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otgal.
El día 8 de enero marchamos a Concarneau, el pueblo del sur de Bretaña base de la asociación Solidarité-Pêche y del barco que nos tendría que llevar a Haití, el Rêve de Mousse (traducible por «sueño de grumete» o «sueño de espuma»). De la actividad frenética de Barcelona pasamos a la calma del invierno bretón con sus campos verdes, el mar omnipresente, el viento y la lluvia, las historias de marinos y naufragios al café del puerto… Durante el mes y medio que nos permanecimos en Concarneau trabajamos mucho a bordo del barco para cargar todo el material sanitario y educativo destinado a diferentes organizaciones de Haití, preparar y almacenar las provisiones para la travesía, construir e instalar un mástil y coser la vela para asegurar la autonomía de combustible de la nave, mil cosas!
En el apartado titiritero, nuestros padrinos en tierras bretonas fueron Gilles y Catherine. Ellos son los impulsores del Ty Théâtre de Gouesnach. Situado junto a una pequeña ermita de aire celta, sombreado por árboles imponentes, flanqueado por una antigua cabaña de pastor reconstruida con mucho arte y amor por Gilles, y con horizontes de prados y bosques perdiéndose hasta el horizonte, el Ty Théâtre probablemente sea el espacio teatral más bonito y mágico donde hayamos actuado nunca. Con su enorme estufa de hierro a pie de platea junto al escenario, colchonetas y almohadas para las primeras filas, y varias hileras de butacas en graderío, es una sala que acoge habitualmente espectáculos de títeres (tal y cómo es fácil de imaginar al ver la gran cantidad de marionetas, títeres y siluetas que cuelgan de las paredes).
El Ty Théâtre.
Hay otro lugar mágico, en el Ty Théâtre. Lo descubrimos el primer día justo después de abrir el cofre donde transportamos los títeres: una pieza del control de una marioneta se había roto y Gilles nos acompañó a su taller y se puso manos a la obra. En cinco minutos copió, cortó y pintó dos piezas idénticas a la rota y encoló una al control (que todavía resiste!). Mientras tanto, no pudimos evitar cotillear por aquel amplio y luminoso espacio lleno de trastos de todo tipos, docenas de marionetas, pilas de cabezas y manos y pies, maquinaria, herramientas, pintura de todo tipo. Gilles crea allí las marionetas de madera de tilo que utiliza para los espectáculos de la compañía que forma con Catherine, Margoden Théâtre. Maestro en la talla y dotado para la pintura, es un fantástico constructor de títeres que tiene predilección por el control Dwiggins. Como titiritero, también destaca en la caracterización de personajes a través de las voces y de la improvisación.
Taller del Ty Théâtre.
El peor invierno de los últimos treinta años nos mantuvo más tiempo en tierra de lo previsto. Finalmente, el 20 de febrero, nos hicimos a la mar a bordo del Rêve de Mousse para cruzar el Golfo de Vizcaya. En tierra solemos tenerlo todo más o menos bajo control y por lo general nos sentimos amos y señores de nuestra vida. Después de dos ciclogénesis, y con mar y viento de proa, os puedo asegurar que no pasa lo mismo en un viejo pesquero de madera de 15 metros de eslora que hace dos años que no navega. Durante casi tres días el mar nos convirtió en sus títeres y cualquier acción cotidiana era una audacia: andar e incluso estar sentado sin caerse, meterse en la litera, ir al baño, hacer un café o ponerse un vaso de agua. 24 horas al día, siempre, todo el rato, sin tregua. Fue el tramo más duro de todo el viaje.
El visitante que llega por mar a un sitio goza de una impresión muy distinta al que lo hace por tierra. Del puerto de A Coruña, rodeado por la imponente fachada cantábrica, lo primero que se divisa es la enorme Torre de Hércules, el único faro romano todavía activo en la actualidad. Desembarcamos en el muelle deportivo, a tocar de la central plaza de María Pita, y corrimos al primer restaurante: estábamos famélicos!
Entrando en la Coruña.
Los diecisiete días que pasamos en A Coruña sirvieron para arreglar pequeños desperfectos, reorganizar la cocina y el «poste avant» con las provisiones, dar una mano de pintura al Rêve de Mousse, taponar con grasa de cordero las rendijas entre las maderas del casco de la nave para acabar con un par de vías de agua, comprar recambios, etc. Aparte, actuamos a en A Casa Tomada, un nuevo espacio cultural autogestionado abierto poco antes en un viejo edificio situado dentro del recinto de la estación de Renfe.
Después de despedir-nos de Jean Pierre, que regresó a Concarneau, zarpamos hacia Las Palmas con nuestro nuevo capitán, Max Bordey, presidente de Aquabois, la organización haitiana que se hacía cargo desde aquel momento del barco recuperado por Solidarité-Pêche. Llegamos a la capital canaria después de siete días de navegación tranquila, ya de noche. Al extremo del muelle de honor, entre los carísimos veleros clásicos y la gasolinera de la Cepsa, nos esperaban dos hombres con quienes hasta entonces sólo habíamos hablado por teléfono y cruzado emails: el titiritero Pepe Luna y el productor Jose Talavera. Ellos, junto a unos pescadores jubilados que se hartaron de reír, presenciaron la llegada a puerto más calamitosa de toda la travesía del Reve de Mousse desde Francia hasta Haití: maniobrando marcha atrás y hacia estribor con viento fresco del nordeste en contra, con poco espacio, la lancha neumática de la policía portuaria empujando de un lado, otros policías en el muelle diciendo lo contrario, el capitán desde dentro pegando gritos inaudibles por culpa del ruido del motor y nosotros, la tripulación, titiriteros de agua dulce, liándola desconcertados en cubierta. Me consta que Pepe Luna, pero sobre todo Jose Talavera, van alucinaron bastante. Creo que también les asaltó el miedo de si no nos hundiríamos antes de llegar a Haití.
Pepe Luna, José Luis Luna, es un titiritero con una trayectoria de tantos años que casi sobran las presentaciones: formado junto a Paco Porras, giró largamente junto a Gonzalo Cañas (excelente el artículo de Adolfo Ayuso en el último Fantoche) con el Teatro de Autómatas por toda España y buena parte de Europa. Muerto Cañas, Pepe Luna se decidió el año pasado a regresar a su Canarias natal y retomar su actividad como titiritero solista, sacarle el polvo a algún viejo espectáculo, y crear nuevos. Y en eso anda. Tuvimos el privilegio, un día que nos invitó a comer a su casa, de que compartiera con nosotros algunos números de circo con marionetas que estaba puliendo y que nos enseñara también algunos títeres de guante.
A Pepe, que nos vendía a ver cada día al puerto, tenemos que agradecerle que nos llevara en su furgoneta a las actuaciones y a hacer recados, que nos orientara, que nos paseara por la ciudad y que estuviera siempre disponible a echarnos una mano. También tenemos que agradecerle que nos enlazara con el productor Jose Talavera, amigo suyo, que nos organizó una agenda digna de un ministro con recepción del consejero de turismo de la ciudad y reportaje en el telediario canario incluidos! Nos consiguió, además, una actuación en la centralísima y peatonal calle de Triana, una en un hospital y otra en el mismo muelle deportivo (¡a cambio de una semana de amarre gratuito!). Muchas gracias a los dos!
En el muelle deportivo.
Limpia de moluscos la admisión de agua del sistema de refrigeración, y reajustadas las válvulas y la culata del motor del barco, nos hicimos de nuevo a la mar. Después de una semana de navegación divisábamos el archipiélago de Cabo Verde con sus islas volcánicas yermas de vegetación azotadas por los vientos alisios y por el sol inclemente de los trópicos.
En el precioso edificio colonial que acoge el centro cultural portugués de Mindelo, en la isla de Sao Vicente, nos dijeron que no había ningún titiritero en Cabo Verde. Que ocasionalmente venía a actuar un titiritero portugués con sus «bonecos», y que eso era todo. Alguien habló de un titiritero de Barcelona que había venido a través de la AECID. No nos costó imaginar que se trataba de Eugenio Navarro, de La Puntual, que un año antes había hecho una gira con su «Rutinas» por seis islas del archipiélago.
Cabo Verde.
Nosotros actuamos, en «portunyol», en el centro que la ONG Aldeias Infantis tiene en un barrio desfavorecido en las afueras de Mindelo. Una actuación preciosa para los niños de un barrio con muchos problemas sociales y económicos que se entregaron en cuerpo y alma al espectáculo. Recuperamos sensaciones como las vividas entre enero y febrero de 2013 en Burkina Faso.
Puede cuantificarse el tiempo y decir que tardamos 15 días y 4 horas, pero el cierto es que, en alta mar, la sucesión de las horas y los días se altera de forma difícil de explicar. Aquellas jornadas quedarán inscritas por siempre en nuestra memoria como: el día que vimos un petrolero allá lejos en el horizonte, el día que un pájaro nos acompañó durante horas a 2.000 km del pedazo de tierra firme más cercano, el día que aquellos delfines se pusieron a competir a ver quién hacía el salto más espectacular, el día que pescamos dos doradas de metro y pico o el día que expiró el crédito de nuestro teléfono satélite y nos dimos cuenta que estábamos totalmente incomunicados en medio del océano. Al llegar a la isla caribeña de Guadeloupe y dar señales de vida, nos enteramos que se había lanzado una alerta marítima -por los muchos días sin noticias nuestras- que tuvimos que correr a anular.
Bruno Valls, Elena Molina y Pere Bigas, navegando.
En Guadeloupe todavía embarcamos más material educativo y sanitario, también roba, para diferentes organizaciones y parroquias haitianas. Y ya estábamos listos para el último tramo del viaje: tardamos una semana en cruzar el Mar Caribe hasta Haití. Aprovechamos aquellos días para acelerar el estudio del kreyòl, la lengua propia del país (el francés también es oficial pero muchísima gente no lo domina), y para traducir nuestro espectáculo «El Tesoro del Pirata».
Desembarcados en Guadalupe.
Finalmente, cuatro meses y medio después de haber salido de Barcelona, llegamos en una preciosa noche de luna llena a Haití, concretamente a Grand Goâve, base de Aquabois, donde fondeamos el Rêve de Mousse. Personalmente necesité un par de días para hacerme a la idea de que sí, que lo habíamos logrado, que habíamos cruzado el océano y llegado a destino. El proyecto por el cual nos habíamos embarcado podía empezar. Era el inicio de un nuevo viaje.
Para la primera función tuvimos que sacar los títeres del rincón del «poste avant» donde los teníamos estibados, bajarlos a una lancha que nos transportó hasta la playa y andar entre campos de arroz hasta la escuela del barrio Petit Paradís. Nuestro kreyòl era todavía macarrónico y la versión del espectáculo, calcada a la que hacemos aquí. Aún y así, el público vibró y acabamos de actuar con la energía por las nubes.
Función en Haití.
Hicimos un par de actuaciones más, en los alrededores de la ciudad de Jacmel, antes de sentarnos a revisar el espectáculo, analizar dónde flojeaba, qué gustaba más, qué diálogos no se entendían, etc. Fue un enorme acierto. En cualquier caso, a diferencia de un país sin mar como Burkina Faso, las referencias y el universo cultural de «El Tesoro del Pirata» eran cercanos a la cultura haitiana, lo cual facilitó todavía más las cosas. Para empezar, porque Haití es una isla que históricamente fue refugio de piratas donde todavía hoy se buscan restos de naufragios y tesoros hundidos!
La religión vudú, con sus «Lwa» o dioses llegados de la lejana y mítica «Guinée» o África natal, ejerce una influencia muy poderosa en la cosmovisión del pueblo haitiano. Tenerlo en cuenta jugó a nuestro favor e hizo que mucha gente nos preguntara si habíamos creado el espectáculo expresamente para Haití. ¿Por qué? Porque nuestro brujo se convirtió en el «oungan» o sacerdote vudú, porque invocábamos a «Agwè» (Dios del Mar), porque aparecía la mujer de este último «La Sirène» (un personaje ambivalente, que tanto puede ayudar como llevarse al fondo del mar a los jóvenes apuestos que se encuentra en la playa) y porque más de uno veía en nuestro esqueleto a un zombi o a una representación de Baron Samedi. Ahora bien, también recibimos la crítica más furibunda que nunca ha recibido nuestro espectáculo: una señora se indignó por el hecho que a nuestro pirata se le coloque una pata de palo después de que el tiburón se la coma de un bocado. ¡Qué mierda de brujo cutre que no es capaz de regenerarle la pierna!, venía a criticar. Tenía toda la razón. En Haití, amigos, la magia es de verdad, poca broma.
Función en Haití.
Otro descubrimiento cultural: hay gags que sólo un público con cierta cultura audiovisual puede entender. En Haití la mayoría de hogares no tienen ni agua corriente ni electricidad, no hablemos de televisión… Es gracias a los dibujos animados que cualquier niño en nuestro país ve una aleta dorsal y, al instante, sabe que aquello es un tiburón. Y se aprestan, siempre, a advertir al pirata del peligro. En Burkina Faso y en Haití, por el contrario, los niños no decodifican que aquel triángulo gris que se pasea por la superficie del mar es un tiburón. Hay que mostrar primero el tiburón entero para que lo entiendan.
En total realizamos veinte funciones durante el mes y medio que pasamos en Haití. Escuelas, guarderías, un orfanato, locales de ONG’s, la Alianza Francesa de Jeremi, descampados o la «disco» del pueblo, entre otros, fueron nuestros escenarios. Podría destacar muchas actuaciones, por diferentes motivos, pero para un mitómano pirata como yo fue especialmente bonita la que realizamos, en la paradisíaca isla «Vache», en la arena de la bahía donde el mítico corsario Henry Morgan acostumbraba a reunir y organizar sus flotas antes de atacar Portobelo, Maracaibo o Panamá. Más de 300 años después de aquella época dorada de la piratería, que tuvo Haití como epicentro, una pandilla de titiriteros llegados en barco representábamos, en lengua kreyòl, una obra de piratas, sirenas y tesoros.
Función en Haití.
Igual que en el proyecto realizado en Burkina Faso (ver reportaje en Putxinel·li aquí), desde Marionetas Nómadas intentamos siempre encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas de gremio allá donde vamos. Así lo hicimos también en Haití. A pesar de que hay diferentes actores y artistas que, de forma puntual, realizan obras donde aparecen títeres, la escena puramente titiritera es muy reducida.
Sí que existe, sobre todo en Jacmel, una consolidada tradición popular de construcción de todo tipo de máscaras y de figuras decorativas con papel maché que eclosiona cada año a la época del celebradísimo y trepidante carnaval. Por otro lado, hay un puñado de talleres de artistas (de nuevo, especialmente en Jacmel) que se dedican profesionalmente a ello todo el año. Y si bien es cierto que de vez en cuando reciben encargos para crear escenografías o máscaras para teatro, el grueso de sus obras se crean y se venden como objetos decorativos.
Función en Haití.
El primer titiritero haitiano con quien tuvimos oportunidad de encontrarnos fue Ernst Saintrome. Se le puede considerar el pionero de, como mínimo, el títere de hilo o marioneta en el país. Asegura que, en su juventud, el único tipo de títere tradicional en Haití -ya desaparecido, parece- consistía en dos figuritas, el de un hombre y el de una mujer, unidas horizontalmente por hilos gracias a los cuales el titiritero las manipulaba, sentado en el suelo, ¡con los pies! Representaban el acto sexual al ritmo de un jocoso canto que Ernst todavía recuerda y que, por cierto, grabamos. Estos títeres hacían su aparición en fiestas populares. Podéis ver una imagen muy parecida en la entrada «África» de la Enciclopedia Mundial de las Artes de la Marioneta, lo que hace pensar que se trata de una tradición que los esclavos africanos trajeron a Haití.
Ernst también nos explicó que tiene constancia que, en época de la colonia, bajo dominio francés, visitaron Haití titiriteros de la metrópoli con las marionetas europeas de la época. Espectáculos de los que, presumiblemente, sólo disfrutó una pequeña parte de la población: los blancos más adinerados y, quizás, algún que otro mulato. Parece ser que, lograda en 1804 la independencia, la marioneta de tradición europea desapareció de Haití. Él la recuperó.
Después de trabajar una temporada en la banca al acabar sus estudios, Ernst Saintrome abandonó el puesto y se convirtió en maestro de manualidades en un jardín de infancia situado en el barrio de Bel Air de Puerto Príncipe. En este centro, «Les Papillons Légers», encontró un viejo libro con un capítulo sobre construcción de marionetas. Ernst empezó a explorar de forma autodidacta las posibilidades de los títeres con los niños. En paralelo, gracias también al empujón de la directora del centro, Nicole Martinez, nació en 1986 el taller CopArts en un edificio adyacente. Sigue ahí, pero actualmente no hay prácticamente actividad ni tampoco se representan obras de títeres como en el pasado.
Ernst es un artista multidisciplinar. Nosotros lo interceptamos lejos, muy lejos de la capital: en Jeremi. Curiosamente, estaba rodando un documental. Digo curiosamente porque nosotros también: ¡sobre él! Será uno de los protagonistas de un próximo capítulo de la serie audiovisual sobre titiriteros del mundo (ver aquí) que iniciamos en 2013 en Burkina Faso. Como titiritero de raza que es, Ernst no va a ninguna parte sin títeres. Se había llevado a Jeremi su primera marioneta, el célebre Ti Bòs, y también la de una bailarina que menea el trasero como nadie al ritmo de las canciones populares que él mismo canta. Fue un lujo que Ernst aceptara nuestra invitación y actuara con nosotros a la Alianza Francesa.
Ernst en acción.
Montados en motos donde viajábamos 4 personas, amontonados dentro de «tap-taps» o subidos a lo alto de camiones llenos de sacos de carbón y de arroz, el caso es que acompañamos a Ernst durante unos cuántos días hasta pueblos remotos y de difícil acceso de la punta más occidental de Haití en busca de fuentes para su documental. Ahí donde llegábamos, infatigablemente alegre, Ernst abría su mochila, sacaba a Ti Bòs, se ponía a cantar, a hacerlo bailar y aparecía gente de todas partes y se improvisaba una fiesta. Por el simple placer de hacerlo. Un sistema muy eficaz, por otro lado, para hacer amigos, conseguir información y que la gente se deje filmar…
Unas semanas después, reencontramos a Ernst en Puerto Príncipe y visitamos su casa, donde tiene el taller y una completísima biblioteca. No sólo hace marionetas, sino que también construye títeres de guante, de varilla, de manipulación directa, gigantes. Tiene predilección por el papel maché y por la madera como materiales constructivos. Ha hecho todo tipo de espectáculos, que han girado por el Caribe y también por Francia y otros países europeos. A menudo incluye en ellos elementos de sensibilización o de crítica social. Se le puede considerar, con justicia, el titiritero más importante de Haití.
También fue maestro del titiritero joven más prometedor de Haití: Casimir Lintho. El azar quiso que, siendo hijo de un albañil que trabajaba en el jardín de infancia «Les Papillons Légers», tuviera oportunidad de ver a Ernst Saintrome actuar con sus títeres. Emocionado por el descubrimiento, quiso aprender: fue el mismo Ernst quien le introdujo en la construcción de marionetas en CopArts. Visto el gran talento del joven en el modelado con barro y el uso del papel maché, trabajaron juntos en algunos proyectos. Actualmente, cada uno sigue camino por su lado.
No es fácil ser titiritero en Haití. Hay muy pocos espacios donde actuar, muy pocas instituciones culturales dedicadas a la cultura y prácticamente ningún tipo de apoyo estatal. Para mantener a su familia, Lintho tiene que combinar los títeres, su gran pasión, con otros trabajos: reparar móviles, pintar con brocha gorda, hacer de albañil, lo que salga.
Lintho modelando.
A Lintho también le seguimos durante unos días, cámara en mano, por nuestro proyecto documental sobre titiriteros haitianos. Tuvimos la oportunidad de pasar unos días con él en Carrefour Feuilles, uno de los muchos barrios que se han extendido desordenadamente montaña arriba en los alrededores de la capital. Se trata de un entramado de barracas, casas a medio construir, escalinatas y caminitos donde sólo llega a pie. No hay agua corriente, ni saneamiento de aguas negras, y cada día hay cortes de electricidad. Allí visitamos su antiguo taller, destruido por el terremoto del 12 de enero de 2010. Nos mostró diferentes tipos de títeres (de hilo y de guante) y nos presentó algunos de los niños y jóvenes del barrio a quien enseña el oficio desinteresadamente. Algunos de ellos, por cierto, bajan a veces al centro de la ciudad con sus marionetas para ganarse unas monedas.
Lintho también construye gigantes. Perfeccionó la técnica participando en 2012 en la formación (ver aquí referencia) que Les Grandes Personnes de Aubervilliers (Francia) realizaron en el centro artístico FOSAJ de Jacmel. El mundo es tan pequeño que nosotros coincidimos con esta compañía en febrero de 2013 en Burkina Faso, país donde ayudaron a crear una compañía gemela, Les Grandes Personnes de Boromo, con la que actuamos conjuntamente en una ocasión (ver relato aqui)! Un gran trabajo y generosidad la de estos franceses que comparten su excelente saber hacer (enormes y expresivos gigantes articulados, robustos pero ligeros con su estructura de bambú o pvc, construidos con materiales reciclados y cubiertos con papel maché) estimulando la creación de compañías hermanas, aunque autónomas, en países como Burkina o Haití. En Burkina Faso fue una historia de éxito y la nueva compañía ha estado en festivales como Titirimundi así como por Cataluña. En Haití, por el contrario, el grupo que participó en la formación no cuajó, por lo que ninguna compañía nació de la experiencia como se habría querido.
En cualquier caso, artistas como Lintho sacaron provecho del taller. Pudimos comprobarlo un día cuando, con la ayuda de sus jóvenes amigos, montó dos de sus gigantes y se improvisó un pasacalle con ellos. Los enormes títeres apenas podían pasar por los callejones estrechos y esquivar los cables de electricidad de la parte alta de Carrefour Feuilles. La gente del barrio salía de todas partes, la sonrisa iluminaba los rostros de todos, los títeres bailaban entre niños y adultos maravillados.
Gigante de Lintho.
Después de recorrer el barrio arriba y abajo, nos refugiamos del sol bajo las lonas que cubrían una casa a medio construir del barrio. Allí Lintho había organizado un recibimiento espectacular por parte del grupo de música Racine La Rivière: ritmos de tambores vudú, cinco bailarinas y un carismático cantante “oungan” nos dieron la bienvenida y honraron a los “lwa” o espíritus. Después, hicimos nuestro espectáculo en la que fue una de las actuaciones más inolvidables de nuestra gira haitiana.
Acabada nuestra función, volvieron a sonar los tambores y las bailarinas retomaron la danza. Lintho primero, y nosotros después, nos sumamos manipulando marionetas. Empezó a correr el ron. No tardamos en acabar bailando todos mientras el sol se ponía, allá abajo, más allá de la ciudad polvorienta, en el mar.
Excelente y vibrante relato…..2000 kms de mar o 15 día y 4 horas !!! que experiencia !!! así como vuestra estancia y espectáculos por Haití….cual será el siguiente destino de Marionetas Nómadas ?….por favor no dejéis de informar
tuve el placer de veros actuar en el local de Montse y Lluis sois buenisimos y vuestro corazón grande ,ojalá un día podamos compartir experiències ,enhorabuena