El 12 de octubre es la Fiesta Nacional, celebrada por unos, denostada por otros, es el día de la Hispanidad y el día en que Colón llegó a América en el año 1492, pero es también y sobre todo, la Fiesta Mayor de Zaragoza con la figura del Pilar como eje icónico de la misma, una fiesta que los habitantes de la ciudad pero también de toda la región, desde el año 1678, se toman muy en serio o, mejor dicho, muy festivamente, pues es una ocasión magnífica para disfrazarse con vestidos de otras épocas y desfilar por el centro de Zaragoza para realizar la ofrenda floral, una alegre y vistosa ceremonia que dura todo el día y que fue magníficamente coreografiada en su día por el cineasta catalán Bigas Luna: con la Virgen del Pilar instalada en la cúspide de una considerable estructura metálica, la cual ejerce funciones de miriñaque que las flores acaban convirtiendo en un hermoso y espectacular manto de todos los colores.
Manto de flores a medio construir alrededor de la Virgen del Pilar.
La Virgen del Pilar es el indiscutible epicentro figurativo de las Fiestas, pequeña talla de madera dorada del siglo XV, atribuida a Juan de la Huerta, de treinta y seis centímetros de altura, que descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierta, a su vez, por un manto, instalada en la Santa Capilla situada bajo las dos cúpulas elípticas de la nave central de la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Los fieles pueden venerarla acudiendo al humilladero que se encuentra en la fachada posterior de la capilla, a través de un óculo abierto.
Escaparate de Zaragoza con la Virgen del Pilar y carteles.
Y como ocurre desde la misma Edad Media, las figuras de santos y vírgenes, en días de fiesta, gustan verse acompañadas de otras figuritas, llamadas ‘pequeñas marías’, a modo de reconocimiento de sus orígenes sacros, que con el tiempo acabarían denominándose ‘marionetas’. Muñecos que huían del hieratismo de las figuras religiosas, buscaban el calor de la calle, se animaban misteriosamente tras los retablos bajo la mano de los titiriteros, y provocaban la risa y la catarsis liberadora que todos los pueblos buscan en los días de fiesta.
Muy conscientes de estas necesidades sociales, los responsables culturales de Zaragoza procuran desde hace años que no falte la presencia de estas figuritas en sus fiestas, importante complemento popular a la devoción de la Virgen del Pilar. Por un lado, el desfile siempre esperado por los niños de los centenarios cabezudos y de los gigantones de la ciudad, por otro lado una estupenda programación de títeres en el Parque de las Marionetas, situado en el Parque Grande José Antonio Labordeta. Y, desde hace ya más treinta años, la indispensable presencia de Pelegrín, ese personaje inventado en su día por Iñaqui Juárez, del Teatro Arbolé.
Gigantes y cabezudos por las calles de Zaragoza.
¿Inventado? Según cuenta Juárez, más bien fue encontrado en un pueblo de la Navarra oriental, oriundo según parece de los vecinos valles aragoneses. El lugar de su aparición y su propio nombre, Pelegrín, hace suponer que fue en el trazado aragonés del Camino de Santiago donde nació o, quizás mejor dicho, donde se quedó. Por lo visto, no existe unanimidad en cuanto a los orígenes de este popular personaje. Algo que siempre ocurre con este tipo de héroes, un rompecabezas para eruditos e historiadores, con profusión de teorías e hipótesis jamás demostradas.
Durante las Fiestas del Pilar, lo vemos instalado en la Plaza de los Sitios, en esa zona de la ciudad urbanizada con motivo de la Exposición Hispano Francesa en 1908, ocupando un espacio cerrado a modo de teatro al aire libre, rodeado de un alegre ambiente de feria en la que se venden todo tipo de productos, desde los regionales, hasta miles de caprichos para todos los gustos.
Iñaqui Juárez con Pelegrín y el Diablo dentro del retablo.
Aquí recibe a su público fiel, niños y mayores, padres que ya habían crecido con él y que ahora desean que sus retoños conozcan las artes ejemplares de este polichinela maño, que substituye la boina por un embudo al revés. ¿Acaso está loco?, pensarán algunos. Quizás un poco, indispensable característica de estos personajes populares que nacieron para abrir compuertas y válvulas de escape a la cotidianidad gris del día a día, con la humillación de los trabajos y la tiranía de los relojes (ver artículo sobre Pelegrín en Titeresante aquí).
Se hace presentar por Guiñol, ese hermano suyo nacido en la ciudad francesa de Lyon y que en París ocupa no pocos de los teatrillos que hay en sus parques. Guiñol está sin duda para marcar la filiación del personaje, hermanándolo a la retahíla de héroes europeos que surgieron de la matriz napolitana de Pulcinella y que tantos rostros y denominaciones alcanzó.
Guiñol presenta la función.
Pelegrín es nombre que nos indica una naturaleza migrante, que gusta de errar por las geografías del mundo, personaje pues profundamente contemporáneo, al encarnar la condición humana de nuestros días, que enlaza con la que siempre tuvo nuestra especie, desde que los sapiens llegaron a Europa en sucesivas oleadas hará cosa de cuarenta o cincuenta mil años, procedentes del sur, siguiendo una dirección atávica de las migraciones que aún persiste. Un eterno errante que se instaló en territorio maño, para ofrecer a los autóctonos esos aires libertarios que soplan en las altas esferas ventiladas del mundo y que tienen por misión mover sillas, cambiar comportamientos oxidados y desatascar las alcantarillas de la mente.
Por otra parte, la biografía de Pelegrín corre pareja a la de quienes se encargan de llevarlo por el mundo: los titiriteros de Arbolé. Me refiero a las personas de Iñaqui Juárez, Esteban Villarrocha Ardisa, Pablo Girón y Javier Aranda. Son ellos los que tienen autoridad para hablar del personaje y establecer sus orígenes y filiaciones, por una simple razón: al tratar con él en el día a día titiritero, lo conocen mejor que nadie.
Vamos a dar la palabra pues a los de Arbolé para que nos expliquen la ‘otra historia’ de Pelegrín.
La otra historia de Pelegrín, por el Teatro Arbolé
Si para algunos estudiosos el linaje de Pelegrín procede del legendario rey Peleo, otros asocian el nombre con peregrino, el que va de un lado a otro, o con tener ideas “pelegrinas”.
Pelegrín en una cueva levantina del Neolítico.
Aunque existen antiguas representaciones del intrépido Pelegrín que nos lo sitúan en los albores de la historia, no hay noticia escrita de este personaje hasta el siglo XVII. En la famosa crónica del Ingenioso Hidalgo Don Quijote aparece en una representación de títeres de un tal Maese Pere o Pedro, dando cuenta de los amores de Melisendra, hija de Carlomagno, en la ciudad que ahora se llama Zaragoza entonces Sansueña.
Pelegrín con Punch and Judy en Londres.
Pelegrín viaja en esa época por toda Europa, compartiendo escenario con Polichinela en Italia, Guiñol en París y con Punch y Judy en Londres, donde conocerá al mismísimo Shakespeare, que le hará un homenaje en El sueño de una noche de verano con su personaje Puck (diminutivo de Pelegrín).
La popularidad de Pelegrín llega a la Corte a finales del siglo XVIII. Carlos IV encargó un cuadro de nuestro personaje a su pintor de cámara: Goya, aficionado como Pelegrín a los toros.
Pelegrín pintado por Goya.
Por entonces Pelegrín ya era conocido en toda Europa por sus obras o por las aportaciones de sus familiares: el fabricante de colonias P.Legrain, el famoso cuentista Pelle (uno de los hermanos Grimm). Grandes músicos le dedicarán sus obras como el Peer Gynt de Grieg.
Comparte tertulias y cafés con los escritores e intelectuales de principios del siglo XX. Con Lorca viajará hasta la Argentina para divulgar el teatro de cachiporra en aquel país. Allí conoce a Javier Villafañe el célebre titiritero, fundador de La Andariega y autor de La calle de los fantasmas. Desde entonces, Pelegrín comparte escenario y una gran relación con los protagonistas de esta obra, sobre todo con Juancito y María. Unos años más tarde viaja a Nueva York donde conoce a Jim Henson, creador de los Teleñecos, de Epi, Blas, Coco, Peggy y la rana Gustavo, a la que le unirá una gran amistad.
Pelegrín con Lorca y Buñuel. Pelegrín con Javier Villafañe.
Pelegrín conocerá a los titiriteros del Teatro Arbolé en los años ochenta. La proximidad de puntos de vista y de carácter con este grupo será el principio de una relación profesional y de amistad que llegará hasta nuestros días y de la que surgirán numerosas obras para muñecos, en las que Pelegrín hará y deshará mil y un entuertos. La popularidad de Pelegrín ha conseguido que algunos colectivos ciudadanos hayan propuesto su incorporación a los célebres cabezudos zaragozanos, junto al Morico, La Pilara, el Robaculeros y otros entrañables personajes.
Pelegrín con la rana Gustavo.
La Personalidad de Pelegrín
Es indudable que Pelegrín tiene mucho del titiritero que lo maneja, aunque este personaje posee su propia personalidad. Para Iñaqui Juárez, “Pelegrín representa, sobre todo, la esencia del títere, un personaje absolutamente complejo y contradictorio. Tradicionalmente, los personajes del teatro de títeres han sido ambiguos, como la vida misma: valientes y cobardes, sinceros y mentirosos, gamberros y educados. Y eso es lo que le define, dependiendo de las historias y las situaciones en las que se ve inmerso, sus reacciones son distintas. Como su personaje contiene todo, todo está justificado. Por eso se ha mantenido a lo largo del tiempo este género tan popular; porque el ser humano también es así: imprevisible, ángel y demonio; y esto hace que nos identifiquemos con los títeres”.
Porque Pelegrín –añade Pablo Girón- «es un personaje entrañable. Es un compendio de virtudes y defectos, como el ser humano, y eso es lo que le hace tan real y verdadero».
El “hallazgo” de Pelegrín para Arbolé supuso –en palabras de Iñaqui Juárez- “encontrar al personaje carismático que toda compañía de títeres quiere tener o intenta tener. Es la cabeza visible de Arbolé; porque tradicionalmente nadie, salvo contadas excepciones, conoce al titiritero que, escondido en su retablo, da vida al personaje. Los niños no se acuerdan de él, pero sí de su títere. Lo recuerdan porque han seguido sus aventuras, porque es un personaje que aparece en casi todas las obras como protagonista. Y en el caso de Pelegrín, lo recuerdan porque siempre les lleva la contraria. Pelegrín nunca es condescendiente con los niños, se enfrenta a ellos, porque es imprevisible y en eso radica su gran atractivo”.
Ésa es también la máxima de Pablo Girón cuando manipula a Pelegrín “sin compasión con el espectador. Y eso al niño, le da mucha marcha”. “Pelegrín –a su juicio– es una marca, una seña de identidad. Pelegrín trasciende a Arbolé. De hecho en algunas localidades, como en Calamocha (Teruel), no piden que actúe Arbolé sino que vaya Pelegrín. Este títere es ya una tradición en sus fiestas, y todos los años forma parte de su programa de actos”.
Pelegrín y la cachiporra
Desde que en 1983, Pelegrín irrumpiera en Zaragoza en aquel teatro del Parque Primo de Rivera que construyeron para él, hasta hoy, ha protagonizado más de veinte espectáculos de la compañía.
Con el Teatro Ambulante de Arbolé, Pelegrín ha llegado a todos los lugares por inaccesibles que fueran. Y se ha codeado, sin complejos, con el Don Cristóbal de Lorca, con Guiñol, Polichinela… porque todos estos títeres no son sino las distintas caras de un mismo personaje, que en cada lugar ha tomado las peculiaridades locales, pero con un innegable tronco común.
A través de Federico García Lorca llegó hasta Arbolé la vieja tradición del teatro de cachiporra en España. El gran poeta y dramaturgo era un enamorado de estos títeres con los que había convivido en su infancia, y por ello puso toda su creatividad y genialidad al servicio de ellos en un puñado de pequeñas obras que trascendieron desde lo más popular a lo más culto y elevado. Porque Lorca sabía que el guiñol era la expresión de la fantasía del pueblo. El delicioso y duro lenguaje de los muñecos, con expresiones y vocablos que nacen de la tierra, también servía para hacer volar la imaginación, para entrar en el reino de la fantasía, para crear y para hacer arte.
Pelegrín y el Diablo. Dibujo de José Luís Cano.
Así llama Maese Pinocho a los espectadores en nuestra particular versión del cuento de Collodi: Verán la eterna lucha entre el bien y el mal, la gran tragedia del mundo representada por las más divertidas marionetas. Vean las desdichas de los hombres ridiculizadas por los muñecos.
Lamentablemente, en España esa tradición permaneció en el olvido durante más de cincuenta años. Porque el títere es satírico, ridiculiza a los personajes y tipos. Y por ello a veces fue perseguido. Las marionetas cuestionan la realidad, se preguntan por el sentido de la vida y nos muestran sin tapujos la condición humana. Los títeres, con su carácter grotesco y bufonesco se podían tomar la vida a risa, criticar a la sociedad y comentar los acontecimientos. Presentan una parodia grotesca y diminuta de la vida, que no era bien vista en los años del franquismo.
Y así la cachiporra de Teatro Arbolé junto a Pelegrín, como elemento de catarsis, recoge la tradición de lo más popular y resurge con vigor a la llamada del artista pendenciero, pero también del artista implicado en la aventura del saber y de la creación.
Lola Lara escribía en El País, en diciembre de 1995: “El trabajo de Teatro Arbolé Títeres de cachiporra, buscando a Guiñol, es un modelo fiel de lo que había sido ese teatro que el grupo zaragozano se empeña, con gran acierto, en recuperar. El público, niños y adultos, ríe con franqueza y unánimemente las bromas de Pelegrín, entra con facilidad en el juego y libera la carcajada con la intervención de la cachiporra, instrumento catártico, al entender de los componentes de Arbolé”.